mayo 12, 2007

La China sin Mao


Por María Clara Ospina*


La última vez que visité a Beijín, hace dos años, aposté con mi compañero de viaje que en menos de una década la enorme foto del “Gran timonel” Mao Zedong sería retirada de la puerta principal de la Ciudad Prohibida. Basaba tal apuesta en esa sensación general de que los chinos quieren olvidar los años de la Revolución e ir rápidamente hacia el cambio. ¿En qué se nota esto? En todo: en la actitud de la población, sus respuestas, sus gustos, su manera de vestir y, sobretodo, en la forma cómo sus líderes, desde las reformas económicas efectuadas durante el gobierno de Deng Xiaoping, no solamente están permitiendo el cambio sino promoviéndolo. China va hacia el capitalismo a todo vapor, con el visto bueno del Partido. Un país comunista-capitalista, ¿imposible?, pero cierto. El último gran paso hacia el individualismo capitalista, tan opuesto a la doctrina maoísta, fue la aprobación en marzo de la ley que protege y permite poseer propiedad privada, exceptuando las tierras agrícolas, donde los campesinos sólo tienen derechos de usufructo durante periodos determinados. Después de 13 años de discusión, la Asamblea Nacional Popular aprobó esa ley por una mayoría de 2.799, con sólo 52 votos en contra y 37 abstenciones.
Ahora, estoy más segura de ganar mi apuesta. Esta nueva ley es una prueba más del desprestigio de las políticas que estableció el tirano comunista. Recuerdo los comentarios de los chinos con los que uno logra hablar. Todos repiten consignas como: “Mao tuvo razón sólo en el 30% de lo que hizo” O al revés, “Mao Zedong se equivocó en el 70% de sus actuaciones”.
Es duro ver ahora, cuando por primera vez el pueblo chino puede hacer turismo en su propio país, cómo comienzan a comprender hasta qué punto su patrimonio cultural fue destruido por los Guardias Rojos entre los años 1967 y 1976. Hoy se sabe que esas hordas de enloquecidos fanáticos destruyeron más del 30% de lo que se podría considerar la base del orgullo nacional como imperio milenario. Demolieron, quemaron o arruinaron no solamente edificaciones, templos, palacios, pueblos enteros y artefactos históricos, sino también textos irremplazables. Los chinos sienten un profundo rencor y vergüenza al conocer los estragos cometidos durante la Revolución Cultural.
También el pueblo ha comenzado a tener información sobre la hambruna y catástrofe que causó la política agrícola del comandante Mao, conocida como el “Gran salto”, la cual dejó, según algunos historiadores, más de 50 millones de muertos. Todo esto fue antes ignorado por las masas, las cuales fueron hasta hace poco mantenidas en total ignorancia por el control que el Partido ejercía sobre todos los medios.
Es posible que en unos años la odiosa fotografía del tirano sea no sólo quitada, sino quemada ante el rugido enfurecido de un pueblo que está comenzando a comprender el mal que Mao causó a su nación. Pero nadie podrá devolver lo destruido de su antiquísimo pasado. Seguramente pasará lo mismo cuando muera el tirano de Cuba.
___* Analista colombiana.
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