mayo 12, 2007

La Rusia de las mafias.


Por Alberto Benegas Lynch (h)

En verdad, la historia de Rusia es triste. Primero el terror blanco, luego el terror rojo, ahora el terror de las mafias constituidas por la antigua nomenklatura, sólo que con un ropaje distinto. Vladimir Bukovsky –el más destacado disidente junto con Solzhenitsin y Sajarov– ha sostenido que “el monstruo que crearon nuestros Frankensteins mató a sus creadores, pero él está vivo, muy vivo. A pesar de los informes optimistas de los medios de comunicación occidentales, que en los años transcurridos desde entonces han proclamado que Rusia entró en la era de la democracia y de la economía de mercado, no hay evidencias, ni siquiera perspectivas, de que así sea. En lugar de un sistema totalitario ha surgido un estado gangster, una tierra sin ley en la cual la antigua burocracia comunista, mezclada con el hampa, se ha convertido en una nueva elite política, así como en una nueva clase de propietarios”.Muchos de los tilingos de Occidente celebraron las políticas de Gorbachov sin siquiera tomarse el trabajo de leer sus escritos en los que proclamaba a los cuatro vientos “el establecimiento del socialismo real”. Gorbachov fue tratado en muchos medios de Occidente como el libertador del pueblo ruso sin percibir que se trataba de una nueva vuelta de tuerca para implantar, ahora sí, el “verdadero” socialismo, manteniendo la abolición de la propiedad privada de los medios de producción al mejor estilo marxista. La Unión Soviética provocó el mayor genocidio de la historia de la humanidad: cien millones de asesinatos desde 1917 a 1989 (en la URSS 20 millones y en China 65 millones) como lo muestra el “Libro negro del comunismo” escrito por seis investigadores encabezados por S. Courtois, (Planeta, 1998).
Ahora, alarmado, Gari Kasparov escribe que el actual Presidente Vladimir Putin celebra nada menos que la historia de la KGB, imprime efigies del asesino Félix Dzerzhinsky, elimina el debate sobre si Lenin debe ser removido del lugar de honor que ocupa en la Plaza Roja, puesto que afirma que “hacerlo sería decirles a los rusos que ellos han venerado valores falsos”. Asimismo, Kasparov señala que en los textos difundidos por la Universidad de Moscú se tergiversan los hechos más importantes de la historia soviética y “las invasiones de Hungría y Checoslovaquia son descritas como operaciones conjuntas del Pacto de Varsovia para preservar la integridad del sistema socialista”. Kasparov, con razón, se indigna frente al hecho de que las autoridades rusas –a diferencia de lo que ocurrió después del holocausto hitleriano o la reciente inauguración de La Casa del Terror, en Hungría- no han producido ni el más mínimo mea culpa.
La situación actual de Rusia, dominada por la antigua nomenklatura, se ha adueñado en la persona de aquellos hampones de la parte más importante de la actividad económica de aquel país. En medio de intimidaciones y cercenamiento de la prensa y amenazas cada vez que hay simulacro de procesos electorales y de violencia institucionalizada, esta parodia grotesca significa un peligro para la civilización además de una catástrofe para el sufrido pueblo ruso.
En marzo último nos visitó en Buenos Aires Yuri Yarim Agaev, quien nos explicó detenidamente que en 1991 hubiera sido posible revertir la situación en Rusia debido a la colaboración de eminentes ciudadanos de ese país. La operación se frustró debido a la decidida intervención del Fondo Monetario Internacional que apoyó con sumas millonarias a las mafias hoy enquistadas en el poder y en los sectores económicos y sociales más importantes. Una vez más se repite aquello que Eudocio Ravines citaba de Lenin: “Occidente vende a los rusos las cuerdas con que serán ahorcados”.
Tras este drama está presente la confusión de ideas reinantes. La única forma de progresar es contar con marcos institucionales que respeten la propiedad privada y, por tanto, los derechos individuales de las personas, comenzando por su propio cuerpo y su pensamiento, extendido a lo que obtienen de modo lícito. Es del todo injustificada la clasificación de países desarrollados o subdesarrollados. Tampoco es pertinente la clasificación de países ricos o países pobres. La clasificación correcta es de países que generan riqueza y países que generan pobreza, ya que el progreso no depende de latitudes geográficas, razas, climas o extensiones territoriales. Depende exclusivamente del respeto recíproco a los derechos inherentes a la persona que son anteriores y superiores a la existencia de todo gobierno.

Alberto Benegas Lynch (h) es Vicepresidente–Investigador Senior de la Fundación Friedrich A. von Hayek de Argentina. www.hayek.org.ar

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