mayo 15, 2007

La Venezuela de Hugo Chávez




Por Gustavo Coronel

I Introducción

Hoy deseo hablarles de mi país, Venezuela, y de lo que allí ha ocurrido durante los últimos ocho años, una tragedia social, política y económica que, aún cuando tiene algunos precedentes en América Latina, ninguno ha poseído la intensidad destructiva de lo ocurrido en mi país. Pienso que Santayana tenía razón al decir que “quienes no recuerden el pasado están condenados a repetirlo”. También tenía razón Santayana al decir que “el fanaticismo consiste en redoblar los esfuerzos cuando se han olvidado los propósitos”. Ambas citas son especialmente pertinentes para nuestros países latinoamericanos.
En 1994 Hugo Chávez fue liberado de la cárcel de Yare por el Presidente Rafaél Caldera. En prisión esperaba ser juzgado por rebelión militar y traición a la patria, lo cuál conlleva una pena de 30 años de cárcel en Venezuela. Chávez había llevado a cabo una insurrección militar en 1992, en la cuál murieron alrededor de 200 Venezolanos, incluyendo una niña llamada Noelia, quien estudiaba en su casa para un examen que tendría el día siguiente. La rebelión había sido planificada por Hugo Chávez por diez largos años y fracasó en diez horas.
Al salir de la cárcel, gracias a la generosidad y falta de visión de Rafaél Caldera, Chávez viajó a Cuba, donde recibió las primeras lecciones de su mentor estratégico Fidel Castro. Luego viajó a Buenos Aires, donde conoció a quien sería uno de sus mentores ideológicos, el anti-semita y neo-fascista Norberto Ceresole. Estos dos hombres, junto a los Marxistas Adán Chávez, su hermano mayor, y Luis Miquilena fueron, en aquél momento, quienes influyeron mas decisivamente en Hugo Chávez para ir a tratar de conquistar el poder por la vía no deseada por él: la vía electoral.
Digo no deseada porque, una de las grandes decepciones de Hugo Chávez, ha sido no “poder llegar al poder” por la vía del golpe militar. Su naturaleza es autoritaria, no está hecho para la democracia. Haber llegado a la presidencia por la vía electoral le causó inmensa frustración, pues debió comenzar a gobernar dentro de un sistema institucional donde ya existía un Congreso, elegido un mes antes de su propia elección y en el cuál sus seguidores estaban en franca minoría, así como existían organizaciones judiciales y contralorías independientes que le impedirían hacer y deshacer libremente.
De allí que tuviera que rehacer la estructura del Estado a su imagen y semejanza. Ello lo logró a través de una Asamblea Constituyente compuesta en un 95% por sus partidarios. ¿Cómo se hizo esto?
Primero, introduciendo un cambio en las reglas electorales, eliminando la representación proporcional y restringiendo la votación a candidatos uninominales, lo cuál condujo a la dispersión del voto opositor. Luego, violando la constitución existente para convocar una Asamblea Constituyente a la cuál se le otorgó, con la complicidad de los magistrados de la Corte Suprema del momento, un poder supraconstitucional. Esta asamblea no se limitó a aprobar una nueva Constitución redactada por el Ejecutivo sino que, amparada en su ilegal supraconstitucionalidad, procedió a eliminar el Congreso y todos los demás poderes del estado, para sustituirlos por los seguidores de Hugo Chávez. En menos de un año, durante 1999, Venezuela pasó de ser una democracia liberal a ser una seudo-democracia manejada por un presidente autoritario.

II. Bolivarianismo, militarismo y marxismo Las tres vertientes de la ideología de Hugo Chávez han sido el Bolivarianismo, el Militarismo y el Marxismo. De estas tres vertientes la más fuerte y permanente en el tiempo ha sido el militarismo.

Bolivarianismo
El ropaje Bolivariano le sirvió a Hugo Chávez durante la primera etapa de su consolidación en el poder. Necesitaba apelar a una autoridad superior, a la adoración que sienten los venezolanos por Simón Bolívar. Pretendía hablar en nombre del Libertador. Esta fue la etapa en la cuál siempre tenía en las reuniones de gabinete una silla vacía a su lado, la del Libertador. Bautizó su revolución como Bolivariana, a pesar de que Bolívar odiaba al populismo y fue un aristócrata. El contraste entre la realidad del régimen chavista y lo que representa Bolívar ha sido tan grande que ya nadie en Venezuela toma en serio la identificación del régimen con el nombre de Bolívar. Los demócratas venezolanos repiten constantemente lo que dijo Bolívar en 1814: “Huid de un país donde el poder es ejercido por un solo hombre. Ese es un país de esclavos”. El nombre y figura de Bolívar prácticamente ha desaparecido de la simbología revolucionaria.
Militarismo
La reunión de alineamiento estratégico llevada a cabo en Noviembre de 2004 en Fuerte Tiuna, Caracas, marcó el fin de la revolución Bolivariana como muleta ideológica y el comienzo de una etapa abiertamente militarista. Chávez lo dijo: “Esta es una revolución armada”. En esta reunión Chávez habló por dos días a sus ministros y otros colaboradores, no en plan de llevar a cabo una reunión participativa de planificación estratégica sino en plan de participarles a sus subordinados como tendrían que comportarse en el futuro. Durante esta etapa el gobierno de Hugo Chávez se ha llenado de militares activos, el ejército ha sido politizado, se han creado milicias civiles en las cuáles los jóvenes del frente “Francisco de Miranda” usan los rifles rusos adquiridos por el régimen, los presos civiles comenzaron a ser juzgados por tribunales militares, se han comprado mas de seis mil millones de dólares en armas, convirtiéndose Venezuela en la mayor compradora de armas de América Latina. Esta etapa de abierto militarismo ha coincidido con un alineamiento del régimen con sistemas políticos totalitarios como Cuba, Irán, Bielorrusia, Siria, Corea del Norte, Zimbabwe y con organizaciones de corte terrorista como las FARC y Hezbollah. También ha coincidido con una estrategia de abierta intervención por parte de Hugo Chávez en los asuntos internos de otros países latinoamericanos. Cinco embajadores de Chávez han sido expulsados de países latinoamericanos por conducta impropia de naturaleza política y hasta ética: en México, Argentina, Perú, Chile y Paraguay los gobiernos han pedido la remoción de los embajadores de Chávez mientras que en Bolivia el Congreso intentó declarar al embajador venezolano persona no grata. Esta etapa ha marcado una fase de progresivo abandono de la democracia y hasta de las débiles pretensiones seudo-democráticas que habían caracterizado la etapa inicial del régimen.
Socialismo
En Diciembre 2006, después de su re-elección, Chávez anunció una tercera etapa de su revolución, llamada socialismo del siglo XXI. Su argumento es que su victoria electoral le daba un mandato popular para instalar en Venezuela un régimen socialista. Para llevarlo a cabo de manera rápida ha obtenido de una sumisa Asamblea Nacional una Ley Habilitante que le permite gobernar por decreto por los próximos 18 meses, no solo en el campo financiero, que ha sido lo permitido en el pasado, sino para toda otra clase de decisiones. También está procesando una reforma constitucional que incluiría hasta 100 artículos nuevos, uno que le daría la posibilidad de re-elegirse indefinidamente. Los cinco “motores” de esta revolución socialista, según el régimen, se refieren a la reforma constitucional, a la Ley Habilitante, al adoctrinamiento socialista de los niños, al reordenamiento socialista de las relaciones geopolíticas y al predominio del poder comunal. Si no hay oposición efectiva a esta nueva etapa, Venezuela se convertirá en el segundo país socialista de América Latina. No socialismo a la escandinava sino socialismo a la cubana, a la usanza de la extinta Unión Soviética. En esta etapa ha desaparecido por completo todo pudor democrático. Públicamente se le exige al ejército plegarse a la “revolución”. En los cuarteles ya han aparecido las vallas: “Patria, Socialismo o Muerte”. En Petróleos de Venezuela, la principal empresa del país, el presidente Rafaél Ramírez ha amenazado públicamente a los empleados con despido si no se pliegan a la revolución, o si no van a trabajar vestidos de rojo escarlata.

III. Estrategia e ideología La estrategia política utilizada por Hugo Chávez le ha permitido consolidarse en el poder, comenzando con la Asamblea Constituyente y, luego, con la utilización del cuantioso ingreso petrolero para comprar adeptos, tanto en el país como en el exterior. Ayudado por Fidel Castro en el plano regional y por José Vicente Rangel en el campo interno, Chávez ha instituido estrategias populistas basadas en dádivas para las mayorías populares venezolanas y en donaciones o promesas de ayuda financiera para algunos de los gobiernos de la región, tales como Bolivia, Nicaragua y Argentina. Su intento de sentarse en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas le costó al país unos mil millones de dólares y, si se construyesen todas las refinerías que Chávez ha prometido, ellas serían alrededor de doce, a un costo de 12.000 a 15.000 millones de dólares. La adquisición de bonos de la deuda Argentina, por ejemplo, ha enriquecido a muchos banqueros Venezolanos amigos del régimen pero también le ha comprado a Chávez la adhesión de Néstor Kirchner. Las estrategias están dirigidas a la consolidación de Hugo Chávez como hombre fuerte en Venezuela y en la región. En este sentido, son mucho más importantes que la ideología. En realidad, el desarrollo de los acontecimientos venezolanos ha demostrado que el poder político es el supremo objetivo de Hugo Chávez, más que una visión de país, la cuál ha ido cambiando en el tiempo. Generalmente la estrategia está condicionada por la ideología pero, en el caso de Hugo Chávez, es lo contrario. Permanecer en el poder es lo que ha llevado a Chávez a cumplir etapas ideológicas bolivarianas, militaristas y ahora socialistas.
En estos ocho años la experiencia venezolana sugiere que lo que Hugo Chávez ha instaurado en Venezuela, a pesar de todos los rótulos ideológicos que pueda utilizar, es un régimen fascista. El militarismo, la obsesión por la seguridad del estado y por su propia seguridad, el adoctrinamiento de los niños, la creación de bandas civiles armadas, el nacionalismo exacerbado rayano en la xenofobia, el contacto mesiánico y directo con las masas, la búsqueda de chivos expiatorios a los cuáles insultar y castigar (los ricos, los oligarcas, Bush, la iglesia Católica), todos estos componentes apuntan a un Estado de naturaleza fascista, más que a ningún otro modelo político.
Lo que si está fuera de toda duda es el carácter anti-democrático del gobierno. Venezuela no es una democracia. Lo que define una democracia, más allá del acto electoral, es la separación efectiva de poderes, la existencia de un estado de derecho, el respeto por la disidencia política, el tratamiento equitativo para todos los ciudadanos ante la ley, el respeto a la Constitución, la rendición de cuentas y la transparencia en el manejo de los bienes públicos. Es perfectamente demostrable y documentable que el gobierno de Hugo Chávez no cumple con ninguno de estos requisitos.

IV. La tragedia económica, social y moral venezolana Más allá de la terminología política y de los análisis estratégicos o ideológicos que se puedan hacer, existe una realidad mucho más importante para los venezolanos y latinoamericanos. Se trata del colapso económico, social y moral venezolano que ha ocurrido en los últimos ocho años.
Venezuela hoy está en un peldaño muy inferior del desarrollo Latinoamericano. Todas las estadísticas así lo demuestran(http://www.11abril.com/index/especiales/VenezuelaInANutshell2006.pdf). Tiene el mayor índice de desempleo en la región, el segundo índice más alto de inflación, uno de los índices más altos de corrupción. A nivel mundial Venezuela posee uno de los peores índices de gobernabilidad, o de globalización o de libertad de expresión, o de competitividad, o de libertad económica, o de desarrollo democrático o de nutrición. En la región, Venezuela está más cerca de Haití que de Chile. En 1975 Venezuela tenía una calidad de vida muy superior a la de Corea del Sur, a la de Chile, a la de México. Hoy está muy por debajo de esos países. Y esto sucede en un país que ha recibido unos $220.000 millones de ingreso petrolero y que, además, ha visto casi triplicar su deuda, de $22.000 millones en 1998 a casi $60.000 millones hoy. ¿Qué se ha hecho esta inmensa masa de dinero, en un país de apenas 26 millones de habitantes? Esta es una de las preguntas fundamentales que debemos hacerle al régimen venezolano. Sabemos que le regala $2.000 millones al año en petróleo subsidiado a Fidel Castro, que ha comprado unos $6.000 millones en armas, que ha comprado $4.000 millones en bonos argentinos, que ha donado millones de dólares a Evo Morales en Bolivia, que le ha extraído $13.000 millones en 2006 a Petróleos de Venezuela, que ha saqueado alrededor de $8.000 millones de las reservas internacionales que se encontraban en el Banco Central. Además, sabemos que los niveles de desperdicio, corrupción y abuso en el manejo de las finanzas públicas es uno de los más altos de la historia venezolana. No existe hoy en Venezuela un sistema de rendición de cuentas pero lo que ya sabemos indica que Venezuela está cercana a un problema de orden financiero de gran magnitud porque, sencillamente, Chávez está gastando más de lo que le ingresa al gobierno.
En el plano social el desastre también ha sido monumental. A pesar del cuantioso ingreso petrolero la pobreza no ha disminuido, ciertamente no lo suficiente para ser medida sin que haya dudas. Con el dinero que ha entrado en el país en estos ocho años la pobreza hubiese debido decrecer dramáticamente, pero ello no ha sucedido. El equipo de investigadores de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas sostiene que ha aumentado y que el gobierno ha cambiado los parámetros de medición generalmente aceptados, a fin de disfrazar los resultados. Según la FAO la desnutrición es hoy mayor que hace ocho años. Cada año mueren asesinados más de 13.000 venezolanos, tres o cuatro veces más que hace ocho años, lo cuál ha convertido a Venezuela en el país más violento de la región. El odio entre clases que ha promovido Hugo Chávez no se había visto en Venezuela desde el Siglo XIX, cuando uno de los íconos de la revolución chavista, Ezequiél Zamora, lideró la desastrosa Guerra Federal contra los ricos y los blancos. El régimen ha reemplazado los programas estructurales contra la pobreza y la ignorancia con una política efectista y corto-placista de dádivas y con el adoctrinamiento ideológico. Como resultado, Hugo Chávez está creando una población excesivamente dependiente del estado paternalista para la aparente solución de sus problemas, en lugar de crear un país de ciudadanos.
En el plano moral el daño ha sido inmenso. El país se encuentra hoy dividido por la prédica de odio que ha llevado a cabo Hugo Chávez desde la televisión, con redoblados esfuerzos dignos de mejores propósitos, como nos decía Santayana. Es preciso decir como Miranda, en 1812: “Venezuela está herida en el corazón”. Tendrán que pasar varias generaciones para revertir el desastre que Hugo Chávez ha causado y amenaza causar en mi país. Chávez ha asesinado los sueños de progreso y desarrollo de toda una nación.
Lo más doloroso es que haya podido conservar adeptos. Muchos de ellos, en Venezuela y la región Latinoamericana, actúan por simple interés material. Otros en los países desarrollados y en otros continentes, actúan estratégicamente, por odio contra los Estados Unidos, por aquello de que “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Algunos otros actúan de buena fe, idealistas que siempre han soñado en mayores niveles de justicia social y que aún ven en Chávez, no sé como, cualidades de defensor genuino de los pobres y de los menos favorecidos.

V. Más allá de las ideologías y las estrategias Termino diciendo lo siguiente: más allá de las ideologías y de la lucha por el poder político tenemos que colocar el bienestar colectivo, el bien público. Más allá de nuestras afinidades ideológicas o de la simpatía que podamos sentir por quién ha asumido astutamente el papel de David frente a Goliat, tenemos que ver la realidad de nuestras sociedades, tenemos que medir resultados más que buenas intenciones. Tenemos que ser fieles a nuestras convicciones y valores democráticos y ciudadanos, frente a las pretensiones de los eternos aspirantes a caudillos latinoamericanos empeñados en convertirse en profetas mesiánicos. Lo que hace Hugo Chávez en Venezuela recuerda la definición que dio Albert Einstein de la locura: “La locura”, dijo, “es la repetición incesante del mismo proceso esperando obtener resultados diferentes”.

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