julio 29, 2007

Continuidad conyugal o permanencia de las reglas


Por Antonio Margariti


El respeto y profundización del modelo que postula Cristina Fernández de Kirchner no implica una defensa del marco institucional, sino de una determinada política económica que favorece a unos pocos elegidos a dedo.
En un acto reservado estrictamente para funcionarios que gozan con fruición del poder y las remuneraciones del Estado, la precandidata presidencial por el partido gobernante hizo tres curiosas afirmaciones que parecen relacionarse con su reciente profesión de fe hegeliana. Desde su atril, Cristina Fernández de Kirchner:1º. Dijo que iba a institucionalizar un curioso proyecto económico, designado ahora como “modelo de acumulación y de inclusión social”.2º. Señaló que la elección presidencial no puede ser más una ruleta rusa, para lo cual se inaugurará un nuevo estilo definido como “la profundización del cambio”, que consiste en no cambiar a quienes ejercen el poder para asegurar la continuidad del cambio.3º. Finalmente, invocó la historia reciente para afirmar que la experiencia trágica de la Argentina indica que “la vida se arregla o desarregla desde la economía”. La influencia de Hegel Estos tres enfoques llaman la atención porque parecen seguir las líneas directrices de la dialéctica hegeliana que, en resumidas cuentas, postula la ley de la unidad de los opuestos (por la que se llega a creer que las cosas contrarias, en realidad, son idénticas), la ley de transformación de la cantidad en calidad (por la cual se presume que los procesos evolutivos nos conducirán ciegamente a un cambio de estructuras) y la ley de negación de la negación (por la que se piensa que cualquier afirmación generará su propia antítesis y, luego, se llegará misteriosamente a una etapa superadora que las incluirá a ambas). Cuando alguien, desde el sentido común, quiere comprender la interacción de estas tres leyes dialécticas, queda perplejo y confundido. Lo mismo sucedía con quienes asistían a las conferencias magistrales de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, en las universidades de Jena, Heidelberg y Berlín. Sus clases rebosaban de público, desde estudiantes hasta artesanos y magistrados, que acudían a escuchar monólogos susurrantes y se dejaban encandilar con una verborrea que hacía gala de explicarlo todo de forma absoluta y que parecía conducirles al paraíso del conocimiento, aun cuando fuese incomprensible. Hegel era un asiduo bebedor de cerveza y envolvía los discursos y sus obras con un vaho tan espeso que parecían delirios de borracho, con inconmensurables cascadas de conceptos a los que después de expresados había que buscarles sentido. El fervor de la novedad y el impulso al idealismo forjaron una fructífera escuela que se dividió en dos bandos –la derecha y la izquierda hegeliana– con notables herederos. Entre sus vástagos se destacaron Carlos Marx, fervoroso admirador de su dialéctica, así como Soren Kierkegaard, antihegeliano convencido que definía al hombre como ser único e irreductible. Los ejes de pensamiento La más importante directriz del pensamiento oficial es la afirmación de que nuestro país no soporta más la ruleta rusa. Cuando una nueva figura llega a la presidencia, se piensa que la historia comienza con él y cambia la economía de punta a punta. Para evitarlo, proponen algo insólito: la profundización del cambio a través de la continuidad conyugal que nos evitaría jugar a todo o nada. Luego, ofrecen la institucionalización del “modelo de acumulación y de inclusión social”, lo cual se asemeja a la advertencia de que ese modelo será impuesto por leyes de orden público, similares a las de la convertibilidad o, quizás, ideando nuevas funciones estatales a cargo de alguna secretaría de Estado encargada de vigilar la ortodoxia del modelo. De nuevo, como en las clases de Hegel, las palabras forman frases incomprensibles. ¿Qué es el “modelo de acumulación”? Ciertamente, no se refiere a problemas irresueltos, ni a la crisis energética que perturbará el crecimiento económico, tampoco a la inflación provocada por la incesante emisión de moneda para mantener el dólar alto, ni a la violencia callejera que impide a la gente ejercer sus derechos, ni mucho menos a la delincuencia protegida por insensatos magistrados. Que se sepa, en la jerga sociológica utilizada por el Gobierno, acumulación significaría juntar y amontonar riqueza, es decir, creación de nuevo capital. Pero, entonces, ¿cómo se hace compatible ello con una política económica deliberadamente orientada a consumir capital y estimular una demanda desenfrenada para que los índices brinden una alta tasa de crecimiento? ¿En qué quedamos? ¿A partir de ahora vamos a acumular o vamos a consumir? Porque acumular significa abstenerse de consumir, mientras que consumir implica gastar lo que se había acumulado. Esta primera parte del modelo requiere, pues, una mayor precisión, debido a que –aunque suene bien– esconde un formidable galimatías. Por otro lado, corresponde saber en manos de quién se hará la acumulación. ¿Están pensando en una genuina distribución de la propiedad privada en todas las capas sociales o en una concentración de los medios de producción con aquellos neoindustriales patagónicos que forman la nueva burguesía? Además, el campo, la cadena agroindustrial, los supermercados y los pequeños comercios de barrio... ¿quedarán condenados a cumplir la función subsidiaria de suministrar alimentos y ropa baratos para que una industria súper protegida pueda contratar trabajadores a bajo costo con el fin de asegurarse condiciones competitivas en el comercio internacional? La segunda parte de la dialéctica del modelo anunciado también merece aclaraciones, porque habla de la inclusión social. ¿La inclusión social será la extensión del clientelismo a la clase media y a los empresarios independientes? ¿Deberán ellos rogar para ser favorecidos con la calidez de la mirada oficial y quedar calificados como miembros del club del progreso? Como la inclusión social significa vincular personas poniéndolas en condiciones de participar en una tarea de cooperación voluntaria, cabe preguntarse: ¿quiénes serán incluidos socialmente? ¿Todos o sólo los que acepten someterse resignadamente? Tal como puede apreciarse, es evidente que el anuncio oficial ha confundido la continuidad de personajes con la continuidad de las reglas de juego de la economía. Permanencia de las reglas de juego A todas luces, es evidente que el país necesita continuidad o permanencia. Pero no de personajes, sino de reglas de juego, porque su persistencia permite planear el futuro de cada uno y desarrollar un proyecto de vida individual que se contrapone con el proyecto hegemónico de quien ostente el poder. Las ideas contenidas en las reglas de juego pueden ser buenas o malas. En el primer caso, nos conducirán al éxito y, en el segundo, al más apabullante fracaso. El mundo ha comprobado hasta el hartazgo que sólo la continuidad de las buenas reglas es lo que conduce a que una sociedad se perfeccione, consiga progresar económicamente y alcance el desarrollo cultural. No es necesario reinventar reglas para garantizar la continuidad. Han sido descubiertas y expuestas por distintas escuelas económicas en los últimos años: la teoría de la elección pública (public choice), la teoría de los derechos de propiedad (property rights), la escuela de economía constitucional, la escuela de Friburgo (ordo) y la escuela austriaca de economía. Los países que adoptaron sus principios están gozando de una situación envidiable. Las reglas son principios básicos que inspiran confianza para la convivencia pacífica y permiten la colaboración espontánea y el desarrollo sostenido. No son complejas, aunque requieren de una voluntad política para ponerlas en práctica. Son las siguientes:a. Moneda estable para que los gobernantes no engañen a sus pueblos manipulando el signo monetario. Es decir, que la moneda sirva para hacer el cálculo económico, realizar transacciones sin inflación y acumular reservas con la seguridad de no ser estafados por futuras devaluaciones.b. Mercados abiertos para que los gobernantes no interfieran en las decisiones de los ciudadanos, se abstengan de prohibir importaciones o exportaciones y renuncien a establecer aranceles prohibitivos, permitir monopolios, limitar la oferta local, condicionar inversiones privadas, trabar la iniciación de emprendimientos y poner obstáculos para que cualquiera pueda competir con otro.c. Propiedad privada para que los gobernantes no afecten la propiedad privada con excesivos impuestos y permitan que las personas humildes puedan acumular ahorros, ascender socialmente y convertirse en propietarios.d. Libertad de contratación para que los gobernantes no impidan el libre acuerdo entre empresarios y trabajadores en el seno de cada empresa, sin que se vean obligados a cumplir acuerdos palaciegos realizados entre poderosos oligarcas sindicales y empresarios que en realidad sólo buscan que el Estado les garantice una renta por encima de lo que proporcionaría una sana competencia. e. Responsabilidad individual para que cada uno sea responsable de las consecuencias de sus actos, sin que algunos tengan que hacerse cargo del incumplimiento de obligaciones ajenas, tanto en el ámbito tributario como laboral y de la seguridad social. f. Sistema de precios libres para que pueda funcionar con libertad un sistema de transmisión de información que señale la escasez o abundancia de bienes y detecte oportunidades sin fraudes, ni controles, privilegios ni predominios de sindicatos o grupos empresarios. Confundir la continuidad con el continuismo de los que mandan, sin darnos cuenta de que necesitamos urgentemente una permanencia de reglas aptas para vivir y crecer en paz, libertad y equidad, sería otro fatal error en el que corremos el riesgo de incurrir en la próxima contienda electoral.
Antonio Margariti es economista y autor del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de Rosario.

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