agosto 30, 2007

CRISTIANISMO Y LIBERALISMO


Autor: Armando Ribas

Pienso que la relación entre el cristianismo y el liberalismo es de la mayor trascendencia en general y en particular para la Argentina. No hay duda de que en este ámbito reinan incomprensiones de vieja data, que reflejan, a mi juicio, confusión profunda respecto a la esencia misma del denominado liberalismo que hoy se lo llama peyorativamente neo-liberalismo. Así, nuestro léxico político plagado de inexactitudes ya que los mismos vocablos implican conceptos diferentes y discutibles se centra en las virtudes de la democracia y el anatema del neo-liberalismo. Esta dicotomía ética es compartida desde el cristianismo, al menos según consta de las declaraciones de múltiples de los obispos, hasta el "socialismo" cuyo origen indubitable, fueran el positivismo y el marxismo que consideran a la religión como la causa fundamental de la alienación del hombre. Ante esto que considero la confusión reinante aun vigente en el mundo de las comunicaciones, me voy a permitir algunas reflexiones que espero contribuyan a una mejor comprensión mutua de las partes involucradas.

Fue hace muy poco que el Papa pidió perdón por los hechos históricos de la Iglesia tales como la Inquisición, las cruzadas y el enfrentamiento con la ciencia (Galileo), etc. Estas palabras del Papa que tienen mi mayor respeto, sin embargo ocultan la verdadera naturaleza del problema. A mi juicio, no se puede culpar a la Iglesia Católica como el origen de tales pecados históricos, sino que ellos reflejaban el sentir y el comportamiento generalizado de ese "Occidente" que hoy pretende igualmente representar desde sus orígenes la ética contemporánea. Debe recordarse que por mucho tiempo la amante de Zeus era conocida como la cristiandad hasta bien entrado el siglo XVI. O sea que si pecadores hubo y no hay dudas de que así fuese, pues la Segunda Guerra Mundial y el holocausto son sus ejemplos más cercanos, no fue por la existencia de la Iglesia. Si de algo puede culparse a esta institución no fue que generara el pecado, sino que no pudo, no supo o no quiso evitarlos y ni siquiera reducirlos Las cruzadas eran luchas entre los propios cristianos, y yo no podría decir que en la disputa entre los iconoclastas y los iconodules que diera por resultado la culminación del denominado cisma de Oriente, aquellos eran mejores ni menos autoritarios que éstos.

Tampoco encuentro en Lutero, ni en Calvino un pensamiento ni un comportamiento más digno y ético. El absolutismo y el fanatismo religioso impregnaba la mente de los hombres, y la lucha por el poder terrenal tenía su campo de batalla en el ámbito celestial; pero fundamentalmente en la naturaleza falible del ser humano por más que hubiera sido creado a imagen y semejanza de Dios. No obstante esa realidad de la naturaleza no se puede desconocer la gran contribución del cristianismo a la civilización al reconocer a la persona individual como el centro mismo de la creación.

Los pecados son de los hombres y el cristianismo lo señala claramente en el Evangelio que dice "el justo peca siete veces". Pero aun más dice "el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra" y sigue diciendo "no juzguéis y no seréis juzgados" y más "se ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio". Lamentablemente esos principios del cristianismo, incluido aquel más importante de "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" y no podemos olvidar que Jesús también dijo "Mi reino no es de este mundo", fueron olvidados en la simbiosis histórica entre el Estado y la Iglesia y que se expresa en la colusión entre la cruz y la espada para representar en la tierra a quien había dicho que “se debía poner la otra mejilla."

La sabiduría del cristianismo abunda en el mandato de "amar al prójimo como a ti mismo". Ese mandato existe precisamente porque ese amor no existe como una universalidad y por tanto difícilmente puede construirse una sociedad a partir de presuponerlo. En segundo término el prójimo es el cercano por tanto ni siquiera el cristianismo pretende un amor a la humanidad que no forma parte de la naturaleza del hombre donde los sentimientos en muchos casos privan por encima de la voluntad. Y tercero el poner como límite de bien el amor a sí mismo, es la manifestación paladina de la conciencia de que el hombre, por encima de todo se quiere a sí mismo. Es decir, ese no es un mandato, sino un parámetro de la realidad de la naturaleza humana.

Otro aspecto trascendente del cristianismo es el reconocimiento de la propiedad privada tal como se manifiesta en la parábola de los trabajadores que llegados a la hora nona fueron pagos iguales que los primeros. Cuando estos protestaron el Señor (propietario) manifestó yo cumplí con ustedes y les pagué lo convenido por tanto nada pueden quejarse por mis contratos posteriores. Evidentemente aquí no sólo se reconoce el derecho de propiedad, sino la libertad de contratación y el valor conmutativo de los contratos.

Igualmente, en la parábola de los talentos se reconocen la responsabilidad individual por nuestras acciones y los resultados de las mismas. Por último la admonición sobre que "es más difícil que entre un rico en el reino de los cielos que pase un camello por el ojo de una aguja", no tiene otro sentido que el que tiene más posibilidades a su vez tiene más tentaciones para pecar. Pero al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta que el mismo concepto de rico debe entenderse como poder en general. Particularmente porque en los tiempos del Evangelio la relación de causalidad era del poder a la riqueza y no viceversa. Así, los reyes eran ricos por reyes y no que eran reyes por ricos. Esto fue otro de los grandes errores de Marx al considerar que el poder político era una superestructura de los intereses económicos. En fin, si la Iglesia ha errado como institución, y no pecado, pues los pecados son personales, fue por no haber quizás logrado que se avanzara en la civilización y en la libertad a partir de los propios valores que ella representaba. Al respecto ya en 1536 el Papa Pablo III designó una comisión para estudiar los abusos en la Iglesia que en marzo de 1537 produjo un informe famoso titulado "Consilium de enmenda ecclesia", cuya conclusión fue: "La causa de todos los problemas yace en los papas mismos que han permitido que sus deseos imperen y han escuchado a falsos consejeros, con el resultado de que se creyeron tan completamente dueños de la Iglesia que tenían el derecho de comprar y vender sus empleos, designaciones y beneficios sin peligro de pecado... De ello se deriva Padre Santo, como de un caballo de Troya han surgido en la Iglesia tantos abusos y tales graves enfermedades que por nuestra culpa el nombre de Cristo ha sido blasfemado entre las naciones".

No fue otro que Erasmo de Rotterdam, quien dijo: “Ningún hombre puede esperar alcanzar el cielo usando la maquinaria de la Iglesia; sin ceremonias, tal vez uno no sería cristiano, pero no lo hacen a Ud. cristiano. La idea fundamental de Erasmo y que a nuestro criterio coincide con el cristianismo o sea los evangelios, es reducir la teología a un mínimo, conciente de las dificultades en las definiciones y fueron éstas las que causaron el cisma de Oriente y la destrucción de Bizancio, que finalmente cayó en manos del Imperio Otomano. Más tarde determinó las guerras religiosas que todavía no han terminado, a pesar de la paz de Westfalia. Así escribió Erasmo: “Ud. no será condenado si no sabe si el Espíritu que procede del Padre y del Hijo tiene uno o dos comienzos, pero no escapará a la condenación si no cultiva las fuentes del espíritu: amor, felicidad, paz, paciencia, bondad, sufrimientos, compasión, fe, modestia, continencia y castidad”. Este pensamiento es perfectamente compatible con el liberalismo en su proyección de separar al Estado de la Iglesia, y permitir la libertad de creencias siempre y cuando no violaran las normas de la convivencia. Lamentablemente en 1546 el Concilio de Trento declaró heréticas las doctrinas de Erasmo y así podría decir que dio lugar a que el Papa considerara finalmente procedente pedir perdón por los errores de la Iglesia.

El liberalismo, pues, a nuestro juicio, fue precisamente el intento de evitar los abusos del poder cualquiera que fuese su origen, ya fuere político o eclesiástico, y al mismo tiempo permitir la libertad de conciencia. Así, John Locke en su Carta sobre la Tolerancia, publicada después de la Revolución Gloriosa en Inglaterra en 1688, escribió que toda la Iglesia era ortodoxa con respecto a sí misma. Consecuentemente "El Evangelio frecuentemente declara que los verdaderos discípulos de Cristo deben sufrir persecución, per que la Iglesia de Cristo debe perseguir a otros y forzar a otros mediante el fuego y la espada para que abracen su fe y su doctrina, yo nunca lo encontré en ninguno de los libros del Nuevo Testamento." En otras palabras, el liberalismo, cuyo primer exegeta fue Locke, pretendió, pues, conforme a lo dicho por Jesucristo separar la Iglesia del Estado, pues el gobierno de la sociedad civil estaba instituido tan sólo por cuidar de los intereses civiles tales como la vida, la libertad, la salud y la posesión de las cosas externas. Al mismo tiempo, señala que el cuidado de las almas no le corresponde al gobierno y así escribió: "Toda la vida y el poder de la verdadera religión consisten en la completa persuasión interna de la mente: y la fe no es fe sin creer". Por ello "el cuidado de las almas no puede pertenecerle al gobierno civil, porque su poder consiste solamente en la fuerza externa".

Como vemos, el liberalismo está muy lejos de ser ateo, como se ha pretendido a partir de haber tomado al crimen histórico de la Revolución Francesa de 1789 como su paradigma. La realidad es que ella representó tan sólo el intento de crear una religión seglar que pretendió darle a la razón el lugar de Dios. A través de la historia de sus filósofos, el liberalismo ha mostrado no sólo su respeto por la religión como el ámbito de la conciencia individual, sino su conciencia de la falencia permanente del ser humano en su búsqueda del conocimiento y no la confusión del racionalismo que hay una sinonimia entre razón y verdad.

Fue igualmente la realización de que los gobernantes son igualmente hombres con iguales falencias que sus congéneres, la que determinó la necesidad de la limitación del poder político. En ese sentido igualmente se pronunció Locke y fue éste el criterio con que se constituyeron los Estados Unidos a partir del pensamiento de James Madison quien dijera: "Si los hombres fueran ángeles no haría falta el gobierno y si fueran a ser gobernados por ángeles no se requeriría ningún control sobre ellos". Por la misma razón ya David Hume se había percatado de que la razón lejos de prescribir la moral eran tan sólo el instrumento de las pasiones. Por ello, la estructura de la sociedad debía reconocer éticamente los intereses y sólo la confrontación de las pasiones habría de limitarlos. De ahí surgía la necesidad de la seguridad en la propiedad privada, y a ella se refiere precisamente el concepto mismo de justicia que se diferencia de la moral en que esta es intencional en tanto que la primera es consecuencial. Así, dijo Hume al respecto: “Es sólo como consecuencia del amor a sí mismo y la limitada generosidad de los hombres, conjuntamente con la escasa provisión que la naturaleza hace a sus necesidades, que la justicia deriva su origen... Es evidente que la única causa por la que la gran generosidad del hombre y la perfecta abundancia de todas las cosas destruirían la mera idea de justicia, es porque la haría inútil.”

Como vemos no existe una contradicción entre los principios cristianos y la filosofía liberal, sino que ésta surge únicamente cuando la Iglesia ha pretendido un rol que conforme al Evangelio no le corresponde y que es el de dominar el poder político en una conciencia de absoluto que ignora precisamente las falencias del ser humano reconocidas por el propio Evangelio: “El justo peca siete veces”. En ese sentido, debe destacarse precisamente el gran aporte de León XIII a la comprensión del problema en su encíclica “Rerum Novarum” donde escribió: “Sea pues, el primer principio y como la base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana: que en la sociedad civil ni pueden ser todos iguales, los altos y los bajos...” Y sigue: “...que la verdadera dignidad y excelencia del hombre consiste en las costumbres, es decir en la virtud, que la virtud es patrimonio común a todos los mortales y que igualmente la pueden alcanzar los altos y los bajos, los ricos y los proletarios... que se guarde y se fomente la religión, que florezcan en la vida privada y en la pública costumbres puras; que se mantenga la justicia y no se deje impune al que viole el derecho del otro (el resaltado es propio)... quitar a otro lo que es suyo o en pro de una absurda igualdad apoderarse de la fortuna ajena, lo prohíbe la justicia y lo rechaza la naturaleza misma del bien común: que no se abrume a la propiedad privada con enormes tributos e impuestos...” y con una clarividencia que pareciera hubiese conocido al mundo comunista hizo la siguiente admonición respecto a la abolición de la propiedad privada; ...y fuera de esta injusticia, vese demasiado claro cuál sería en todas las clases el trastorno y perturbación, a que se seguiría una dura y odiosa esclavitud de los ciudadanos. Abriríase la puerta a mutuos odios, murmuraciones y discordias, quitando al ingenio y diligencias de cada uno todo estímulo, secaríanse necesariamente las fuentes mismas de la riqueza, y esa igualdad que en su pensamiento se forjan, no sería, en hecho de verdad, otra cosa que un estado tan triste como innoble de todos los hombres sin distinción alguna. De todo lo cual se ve que aquel dictamen de los socialistas, a saber, que toda propiedad ha de ser común, debe absolutamente rechazarse, porque daña a los mismos a quienes se trata de socorrer; pugna con los derechos naturales de los individuos y perturba los deberes del Estado y la tranquilidad común.”

En ese sentido de reconocimiento de la responsabilidad propia y de los derechos de propiedad León XIII se extiende al decir: “Verdad es que nadie se manda a socorrer a otros con lo que para sí o para los suyos necesita, ni siquiera dar a otros lo que para él debido decoro de su propia persona ha menester, pues nadie está obligado a vivir de un modo que a su estado no convenga. Pero satisfechos la necesidad y el decoro deber nuestro es de lo que sobre, socorrer a los indigentes. Lo que sobre dadlo de limosna. No son estos, salvo casos de necesidad, deberes de justicia, sino de caridad cristiana, a la cual no tiene derecho a contradecir las leyes”. No son palabras muy diferentes de lo que había dicho Adam Smith en su Teoría de los Sentimientos Morales, donde escribió: “La beneficencia es siempre libre, no se puede exigir por la fuerza, y la mera carencia de la misma no expone al castigo”... y continua “El obligar a alguien a hacer por fuerza lo que en gratitud debería hacer, y lo que cualquier espectador imparcial aprobaría que hiciera, sería si fuese posible más inapropiado que su falta por hacerlo”. Esta, lamentablemente, ha sido la tendencia del socialismo que ha pretendido que el hombre ame a la humanidad más que a sí mismo y lo ha colocado como presupuesto del bienestar social, lo que significa como bien observara León XIII, ignorar la naturaleza del hombre.

En un sentido similar se pronunció el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Centesimus annus” revirtiendo la doctrina social a sus orígenes después que, a nuestro juicio, se podían percibir desvíos hacia el fascismo de la “Quadragesimus Annus” y más tarde hacia una competencia con el marxismo en la “Populorum Progressio”. Ésta dio como resultado los documentos de Puebla que derivaran en la Teología de la liberación, hoy afortunadamente descalificada por Juan Pablo II. No voy a insistir en las citas pertinentes de este documento que a nuestro juicio igualmente revaloriza los principios liminares del cristianismo y que como expresara anteriormente constituyen la fuente del liberalismo. Pero no querría terminar este ensayo sin mencionar las palabras de Juan Pablo II, que consideró como una revelación de la conciencia profunda entre el cristianismo y el liberalismo cuando dice: “Por otra parte, el hombre creado para la libertad lleva dentro de sí la herida del pecado original que lo empuja continuamente hacia el mal y hace que necesite redención. Esta doctrina no sólo es parte integrante de la revelación cristiana, sino que tiene también un gran valor hermenéutico en cuanto ayuda a comprender la realidad humana. El hombre tiende hacia el bien, pero es también capaz del mal; puede trascender su interés inmediato y, sin embargo, permanece vinculado a él. El orden social será tanto más sólido cuanto más tenga en cuenta este hecho y no oponga el interés individual al de la sociedad en su conjunto, sino que busque más bien los modos de su fructuosa coordinación. De hecho, donde el interés individual es suprimido violentamente, queda sustituido por un oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad. Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que haga imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierte entonces en una “religión secular”, que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo”

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