septiembre 06, 2007

LA RIQUEZA DE GENERACIONES: CAPITALISMO Y LA FE EN EL FUTURO


Autor: Johan Norberg


Creer en el futuro es quizá el más importante valor para una sociedad libre. Es lo que hace que estemos interesados en lograr una educación, o en invertir en un proyecto, o incluso en ser amables con nuestros vecinos. Si pensamos que nada puede mejorar o si creemos que el mundo se acabará pronto, entonces no nos esforzaremos en lograr un futuro mejor y más civilizado. Y todos seremos miserables.
Los filósofos de la Ilustración crearon la fe en el futuro durante los siglos XVII y XVIII, haciéndonos reconocer que nuestras facultades racionales pueden entender al mundo y que con libertad podemos mejorarlo. El liberalismo económico probó que estaban en lo correcto. Adam Smith explicó que no es de la benevolencia del carnicero que esperamos nuestra carne, sino de su propio interés; es mucho más que una afirmación económica, es una visión del mundo. Es una manera de decir que el carnicero no es mi enemigo. Al cooperar e intercambiar voluntariamente, ambos ganamos. Y hacemos del mundo un mejor lugar, paso a paso.
Desde esos días, la humanidad ha logrado un progreso sin precedente. Pero sorprendentemente no vemos eso, por causa de viejos mecanismos mentales que fueron desarrollados en épocas más peligrosas, cuando la ganancia de uno era con frecuencia la pérdida de otro. Esta noche, hablaré de esos mecanismos, de lo que son y cómo tratar con ellos. Y un buen lugar para comenzar es con una ideología que ha aprovechado al máximo esos viejos mecanismos mentales: el socialismo.
Carlos Marx explicó que el capitalismo haría más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. En el mercado libre, si uno ganaba el otro perdía. La clase media se convertiría en proletariado y el proletariado moriría de hambre. Fue un momento desafortunado para hacer esa predicción. La revolución industrial dio libertad para innovar, producir y comerciar, y creó riqueza en una escala enorme. Llegó a la clase trabajadora, ya que la tecnología los hizo más productivos y de mayor valor para sus empleadores. Sus ingresos se elevaron estrepitosamente.
Lo que sucedió fue que los proletarios se volvieron clase media y la clase media comenzó a vivir como la clase alta. El país más liberal, Inglaterra, lideró ese camino. De acuerdo a las tendencias de la humanidad hasta ese entonces, se hubieran necesitado 2,000 años duplicar el ingreso medio. A mitad del siglo 19, los ingleses lo hicieron en 30 años. Cuando murió Marx en 1883, el inglés promedio era tres veces más rico que el año en el que Marx nació, en 1818.
Los pobres en las sociedades occidentales tienen vidas más largas, con mayor acceso a bienes y tecnologías, y más oportunidades que los monarcas en tiempos de Marx.
Muy bien, dijo Lenin, el malvado aprendiz de Marx, nos equivocamos en eso. Pero la clase trabajadora de Occidente sólo pudo enriquecerse porque fue sobornada por los capitalistas. Alguien tuvo que pagar el coste de esos sobornos: los países pobres. Lenin quiso decir que el imperialismo era el siguiente paso natural del capitalismo, por el que los países pobres dedicaban su trabajo y sus recursos a satisfacer a Occidente.
El problema de esta teoría es que todos los continentes se volvieron más ricos, si bien a un paso diferente. El europeo occidental o el norteamericano es 19 veces más rico que en 1820, pero un latinoamericano es 9 veces más rico, un asiático 6 veces y un africano, 3. ¿De dónde fue robada la riqueza? La única manera de que esta teoría de suma cero se mantuviera en pie es que se hubieran encontrado los restos de una nave espacial muy avanzada a la que saqueamos hace 200 años. Y ni siquiera eso salvaría la teoría. Necesitaríamos saber a quién habían quitado esa riqueza los extraterrestres.
Es correcto decir que el colonialismo fue a menudo un crimen, y que en muchas instancias llevó a terribles acciones. Pero la globalización en las últimas décadas muestra que la existencia de países ricos facilita el desarrollo de los países pobres, cuando ambos participan en un intercambio voluntario y libre de ideas y bienes.
La globalización significa que las tecnologías que costaron miles de millones de dólares desarrollar a las naciones ricas pueden ser usadas de inmediato en los países pobres. Si usted trabaja en una empresa estadounidense en un país de bajos ingresos, su ingreso personal es en promedio 8 veces el de ese país. No es que las empresas multinacionales sean más generosas, sino que están globalizadas y usan máquinas y sistemas de gestión que eleva la productividad de los trabajadores, y por consiguiente sus sueldos.
Por lo tanto, las oportunidades de un país pobre con instituciones abiertas, proclives al libre mercado, se elevan conforme el mundo se desarrolla más. A Inglaterra le llevó 60 años duplicar su ingreso a partir de 1780; Suecia hizo lo mismo en 40 años. Un siglo después, países como Taiwán, Corea del Sur, China y Vietnam lo han hecho en menos de 10 años.
Durante los años 90, el siglo pasado, países pobres en los que en conjunto viven unos 3.000 millones de habitantes se han integrado a la economía global y han visto elevar sus tasas de crecimiento hasta casi el 5% per cápita. Eso significa que el ingreso promedio se duplica en menos de 15 años. Debe compararse esto con el crecimiento más lento de los países ricos y el crecimiento negativo en otros países pobres donde viven 1.000 millones de personas. Estos países, especialmente en la África sub-sahariana, son los menos liberales, menos capitalistas y menos globalizados. Parece que Lenin entendió las cosas al revés: los países pobres que están conectados con los países capitalistas por medio del comercio y la inversión crecen más rápidamente que los demás, no se vuelven más pobres.
Echemos un vistazo a las estadísticas para ver la historia más grande jamás contada. La proporción en pobreza absoluta en países en desarrollo ha sido reducida del 40 al 21% desde 1981. Casi 400 millones han salido de la pobreza, la mayor reducción de pobreza de toda la historia humana. En los últimos 30 años el hambre crónica ha sido reducida a la mitad, al igual que el trabajo infantil. Desde 1950 el analfabetismo se ha reducido del 70% al 23% y la mortalidad infantil en dos tercios.
De modo que los ricos se vuelven más ricos y los pobres se hacen ricos a mayor velocidad que los primeros. Ambos, Marx y Lenin se equivocaron. Ahora, es el turno de un economista socialista moderno, Robert Heilbroner, quien en 1989 admitió célebremente:
Menos de 75 años después del inicio oficial de la competencia entre capitalismo y socialismo, ésta se acabó: el capitalismo ha ganado. Los grandes cambios que están sucediendo en la URSS, China y Europa del Este nos han dado la prueba más clara posible que el capitalismo organiza más satisfactoriamente los asuntos materiales de la humanidad que el socialismo. (New Perspectives Quarterly, Otoño de 1989)
Pero Heilbroner no hizo las paces con el capitalismo. Las mentalidades de suma cero no mueren fácilmente. Alguien ha tenido que pagar por el éxito del sistema, ¿verdad? Pues sí, efectivamente. Heilbroner ha dicho que aún se opone al capitalismo, pero ahora porque significaba un alto coste ambiental. Después de oponerse al capitalismo porque creaba desperdicios, ineficiencias y pobreza, un socialista ahora podría oponerse al capitalismo porque es eficiente y crea mucha riqueza, y eso destruye la naturaleza.
Ese argumento es tan popular como falso. Antes que nada, los peores problemas ambientales no son las chimeneas. Es mucho peor que la gente queme madera, carbón, los desperdicios de las cosechas y estiércol para cocinar y calentarse. Sí, la producción moderna de energía crea problemas ambientales pero no mata a nadie cada 20 segundos, como ese asesino en las cocinas. Y las enfermedades trasmitidas por el agua matan otros 5 millones cada año. Tan sólo el número de personas que mueren por causa de estos dos problemas ambientales tradicionales es 300 veces superior al número de muertos en guerra en un año. Estas enfermedades, por cierto, han sido eliminadas en las naciones industrializadas de la tierra.
Más aún, cuando nos volvemos más ricos también podemos enfrentarnos a los nuevos problemas ambientales que las nuevas industrias crean. Cuando tenemos los recursos para salvar a ambos, a nuestros hijos y a nuestros bosques, empezamos a pensar en salvar a la naturaleza, para lo que el progreso económico y tecnológico nos da los medios. El medio ambiente es el resultado de un giro en las preferencias.
En los últimos 25 años la contaminación del aire en Europa se ha reducido en 40% y en los Estados Unidos, el 30%. Tenemos estudios detallados de la calidad del aire en Londres desde el siglo XVI, que se deterioró hasta 1890, para mejorar desde entonces: hoy es tan limpio como lo era en la Edad Media. Los bosques han crecido cada década en los Estados Unidos y la Unión Europea desde los años 70. Lagos y ríos están menos contaminados. La cantidad de petróleo que se ha derramado en los océanos se ha reducido en 90% desde 1980.
Sí, seguro tenemos grandes problemas ambientales frente a nosotros. Pero tuvimos aún mayores problemas antes, y los logramos solucionarlos gracias a mayor riqueza, conocimiento y tecnología. Y no veo razón por la que no sigamos haciendo lo mismo.
Así que, ¿hemos visto finalmente los beneficios del liberalismo y del capitalismo? Pues casi. Uno de los socialistas que ha visto muchas de sus visiones caer es el historiador marxista Eric Hobsbawm. Con renuencia ha terminado por reconocer que el capitalismo ha demostrado su valor en lo que se refiere a casi todo. Pero tiene una objeción final: ¿Nos hace felices? ¿Qué sucede con la calidad de vida? Éste es el último argumento que se ha difundido contra los mercados libres. El encargado de popularizarlo ha sido el economista británico Richard Layard y consiste más o menos en esto:
El desarrollo económico no contribuirá a mayor felicidad, porque estamos más interesados en nuestra posición relativa. El hecho de que alguien tenga mayores ingresos –que lo hacen feliz– hace a otros menos felices, lo que los fuerza a trabajar más y mantener su posición relativa. Al final todos somos más ricos, pero no somos más felices que antes, ya que no podemos ser más ricos que el resto de la gente. En otras palabras, un mejor futuro no resultará en un mejor futuro.
Sabemos que existe un salto dramático en el bienestar reportado por los ciudadanos cuando los países pasan de un ingreso per cápita de unos 5.000 a unos 15.000 dólares anuales. Pero entonces la satisfacción se nivela, de lo que Richard Layard concluye que ya no debe importarnos mucho el crecimiento en los países ricos. En realidad, él quiere menos movilidad y cambio, y desalentar el trabajo duro con impuestos altos, para dejarnos tiempo a lo que nos hace más felices: la familia y los amigos.
¿Es ésa la conclusión correcta? Imagine que usted está feliz porque tiene una fiesta la semana que viene. Después de la fiesta, Richard Layard lo entrevistaría a usted para ver que no es más feliz después de la fiesta que antes de ella. Así que probablemente lo alentaría a dejar de dedicar un montón de tiempo y energía a las fiestas, porque aparentemente esto no eleva su bienestar.
Es una conclusión grotesca. Usted no tendría el sentido de alegría y felicidad en primer lugar si no tuviera cosas agradables en perspectiva, cenas interesantes y buenas fiestas, por ejemplo. ¿Es posible que lo mismo suceda con la riqueza? El hecho de que el crecimiento no eleve la felicidad no significa que sea inútil. En realidad, podría ser el hecho de que el crecimiento continúe lo que nos hace posible que sigamos creyendo en un futuro mejor y seguir experimentando esos altos niveles de felicidad.
Gracias a las encuestas sabemos que la esperanza está correlacionada con la felicidad. Si se quiere encontrar a un europeo feliz, busque a alguien que crea que su situación personal va a ser mejor dentro de cinco años. Y vemos lo mismo cuando comparamos a estadounidenses y europeos. De acuerdo con la Harris Poll, el 65% de los estadounidenses y sólo el 44% de los europeos piensan que su situación será mejor en cinco años. En consecuencia, el 58% de los estadounidenses están satisfechos con sus vidas, y sólo un 31% de los europeos.
En países pobres y mal gobernados sociedades enteras sufren de desesperanza. Se tienen pocas oportunidades, sin expectativas de que mañana pueda ser un día mejor. La creencia en el futuro crece cuando los países pobres comienzan a experimentar crecimiento, cuando los mercados se abren y los ingresos se elevan. Eso puede explicar por qué la felicidad alcanzó altos niveles en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial. Con las economías creciendo rápidamente, la gente comenzó a pensar que sus hijos tendrían una vida mejor que la de ellos.
Elevar los impuestos para desalentar el trabajo y reducir el crecimiento económico sería una manera de suspender ese progreso. Casi todos los estudios muestran que la pérdida de ingresos y oportunidades reducen la felicidad.
En realidad, la felicidad no ha dejado de crecer. De acuerdo al World Database of Happiness, dirigido por el investigador holandés Ruut Veenhoven, la felicidad se ha elevado en la mayoría de los países occidentales en los que la encuesta se ha realizado desde 1975. Hay retornos decrecientes, pero incluso en nuestro nivel de vida la gente eleva su felicidad cuando las sociedades se vuelven más ricas. Y los lugares más felices son los más individualistas: Norteamérica, Europa del Norte y Australasia.
Otra razón de esta felicidad es que las sociedades liberales y de mercado permiten a las personas libertad de elección. Si nos acostumbramos a ella seremos cada vez mejores escogiendo cómo vivir y trabajar de la manera que nos gusta. Quien no crea que será más feliz trabajando más duro, puede dejar de hacerlo. Una encuesta mostró que 48% de los estadounidenses, en los últimos cinco años, redujeron sus horas de trabajo, rechazaron promociones de trabajo, redujeron sus expectativas materiales o se mudaron a lugares más sosegados. ¿Comida rápida o comida lenta? ¿Con logo o sin logo? En una sociedad abierta, usted decide.
Eso será mientras seamos libres para tomar las decisiones nosotros mismos. Quienes usan los estudios de felicidad para proponer un programa contrario al mercado nos negarían esa libertad. Nos dirían cómo vivir nuestras vidas y por eso, reducirían nuestra habilidad para tomar esas decisiones en el futuro.
A pesar de las críticas de Layard contra el materialismo y el individualismo incluso él admite que "nosotros en Occidente somos más felices que ninguna otra sociedad previa". Pues bien, en ese caso, por favor, o socave esa sociedad.
Somos más ricos, más sanos y más felices de lo que jamás lo hemos sido. Vivimos más, vivimos más seguros, vivimos más libres que nunca antes. En cada generación sucesiva hemos sido capaces de lograr construir sobre el conocimiento, la tecnología y la riqueza de generaciones anteriores, y agregar la nuestra. Hemos aumentado más la libertad, creado más riqueza y elevado más la expectativa de vida en los últimos 50 años que en los anteriores 5.000.
No sólo estoy diciendo que el vaso está medio lleno y no medio vacío. Estoy diciendo que antes estaba vacío. Sólo hace 200 años la esclavitud, el feudalismo y la tiranía regían al mundo. De acuerdo a nuestros estándares los países más ricos eran extremadamente pobres. La probabilidad media de pasar el primer año de vida era menor a la probabilidad que tenemos hoy de llegar a la jubilación.
El vaso está ahora al menos medio lleno y se está llenado mientras hablamos. Y si lo tuviera aquí, frente a mí, propondría un brindis a la creatividad y la perseverancia de la humanidad.
En otras palabras: no se preocupen, sean felices.
Pero a pesar del hecho de que somos felices, parece como si no nos diéramos cuenta, y en verdad nos preocupamos.
Cuando le preguntamos a la gente qué está pasando en el mundo, la mayoría dice que las cosas van a peor, que la pobreza está creciendo, que la naturaleza se está destruyendo. La semana pasada publiqué una investigación mostrando que los suecos piensan que todos los indicadores de estándar de vida y del medio ambiente empeoran, cuando en realidad están mejorando. Cuando leemos los periódicos vemos problemas, pobreza y desastres. Poderosos movimientos internacionales se oponen a la globalización y al capitalismo porque piensan que elevan la miseria y el hambre. Y los académicos escriben libros diciendo que todos estamos tristes y deprimidos.
Si hay algo que no mejora en el mundo es nuestra visión del mundo. ¿Por qué? Si la aventura de la humanidad es ese gran triunfo, ¿por qué no nos damos cuenta? ¿Por qué tenemos una tendencia a pensar, como Marx, Lenin, Heilbroner y Hobsbawm, que el progreso que hemos tenido debe provocar un problema u otro? Intentaré darles unas pocas explicaciones de este asombroso y molesto hecho.

El problema del sesgo

El primer y más obvio villano de esta historia es la evolución. La selección natural ha girado la atención de la humanidad a los problemas. Es fácil de entender que los primeros seres humanos que se sentaban después de una buena comida a descansar y disfrutar la vida probablemente no encontraran después suficiente comida para llenar sus estómagos al siguiente día, además de correr el riesgo de ser devorados por un león. Mientras tanto, los que estaban permanentemente estresados y previniendo posibles problemas que pudieran encontrarse, quienes siempre cazaban y recogían un poco más de comida por si acaso y quienes siempre miraban con sospecha el horizonte, fueron quienes encontraron refugio antes de una tormenta o antes del ataque de un león. Así que ellos sobrevivieron y pasaron sus genes llenos de ansiedad y estrés hasta nosotros.
Es importante ser consciente de los problemas porque los problemas nos indican que debemos actuar. Si mi casa se está incendiando, necesito saberlo ahora. Que mi casa sea bonita no es tan importante. Si escucho información acerca de algo en la comida que puede matar a mis hijos, necesito la información ya. Que haya algunas comidas nuevas y deliciosas en el mercado no es tan importante.
La humanidad es una especie de solucionadores de problemas. Quienes resolvieron los problemas sobrevivieron. Y significa que los buscamos. No nos detenemos en el momento en el que solucionamos un problema viejo y nos alegramos, buscamos el siguiente gran problema y comenzamos a trabajar para solucionarlo.
No permanecemos despiertos por las noches contemplando el hecho de que hemos sido capaces de tratar a la polio y la tuberculosis. Nos quedamos despiertos en la noche y nos preocupamos por el SIDA, y nos preocupamos de lo que la gripe aviar pueda significar en el futuro. No pensamos en lo grandioso que fue la erradicación de la malaria en los países desarrollados. Pensamos lo terrible que es que tantas personas mueran a diario de malaria en los países en desarrollo.
El autor estadounidense Gregg Easterbrook ha señalado el hecho de que los problemas viejos, por terribles que hayan sido en el pasado, parecen menos temibles en retrospectiva, porque sabemos que los pudimos resolver. Pero los problemas de hoy son inciertos y están sin resolver, y por eso se quedan en nuestra mente.
Hace pocas semanas, la primera noticia en los medios principales de televisión fue la existencia de "una creciente amenaza ambiental" en Europa. El problema era el transporte marítimo, que rápidamente se ha convertido en el mayor emisor de dióxido de sulfuro en Europa. Sin embargo, escuchando atentamente el reportaje, se podía entender que la causa no era el crecimiento de las emisiones de ese transporte –que sí crecieron un poco–, sino la reducción de otras fuentes emisoras. Las emisiones totales de dióxido de sulfuro en Europa (incluyendo a los barcos) han sido reducidas en un 60% en 15 años. Así que la historia real versaba sobre la dramática mejora de las condiciones ambientales, pero ahora el problema era el transporte marítimo, con el que teníamos que enfrentarnos, y eso era la noticia.
Soy un optimista. Creo que este sesgo de percepción es algo bueno. Es lo que nos mantiene alertas, para así resolver problemas y mejorar el mundo. Pero tenemos que entender que esto también significa que nuestras mentes están constantemente ocupadas con problemas. Y que por eso tendemos a ver el mundo peor de lo que es.
El progreso siempre crea algún nuevo reto y los solucionadores de problemas piensan más en los retos que en el progreso. Vivimos más tiempo que nunca antes. ¿No es eso fantástico? No, porque resulta en mayores costos de pensiones y salud. Al fin los países pobres avanzan económicamente. ¿No es eso maravilloso? No, porque ahora tememos que los fontaneros polacos y los programadores de la India nos quiten nuestros trabajos.
Siempre hay algo que nos asusta. En los años 70, cuando las temperaturas estaban descendiendo, nos preocupamos de una nueva edad del hielo. Ahora nos preocupamos del calentamiento global. Solíamos preocuparnos de todo aquel que padecía depresión, y ahora con las nuevas medicinas antidepresivas se ha reducido en una quinta parte la tasa de suicidios en los países ricos. Y entonces nos preocupamos por el gran número de personas que toman esas medicinas.


El sesgo de los medios


Los medios explotan este interés en los problemas y desastres. Queremos oír la última historia, la más terrible, porque nuestros cerebros de la edad de piedra piensan que ésta es una información importante sobre la que debemos reaccionar. Al final del milenio, una encuesta de la Universidad de Nueva York hizo una lista de los "grandes éxitos del periodismo". ¿Esperaba encontrar entre ellos noticias sobre nuevas vacunas, invenciones fantásticas, elevación de estándares de vida, la propagación de la democracia del 0% de los países hace 100 años al 60% actual? Sufriría una decepción. Los grandes éxitos fueron todos noticias de guerras, desastres naturales, sustancias químicas peligrosas y coches inseguros.
Riesgos, acciones horribles y desastres son fáciles de dramatizar y baratos de producir. Por eso los crímenes son un tema tan popular en las noticias. Un estudio de los Estados Unidos muestra que cuando más pasa la gente viendo las noticias en televisión, más exageran el grado de criminalidad en sus ciudades. Un fascinante estudio sobre Baltimore mostró que el 84% de sus habitantes temía que los delincuentes les hicieran daño a ellos o a sus familias, pero al mismo tiempo casi todos, el 92%, dijo que se sentía seguro en su barrio, sobre los que tenían información de primera mano. Todos piensan que hay mucha criminalidad en Baltimore, pero que tiene lugar en otras partes de la ciudad, en los lugares sobre los que oyen hablar sólo a los medios.
Estos resultados aparecen una y otra vez en las encuestas. La gente cree que el medio ambiente está siendo destruido, que la economía se cae a pedazos y los alemanes piensan que la reunificación fue mala para la mayoría de la gente. Pero también piensan que el medio ambiente del lugar donde viven está bien, que sus finanzas personales están mejorando y que la reunificación alemana fue buena para su caso particular. Los problemas y desastres siempre suceden en otro lugar. Y si eso es lo que pensamos todos, todos debemos estar equivocados.
El problema de un mundo globalizado es que siempre hay una inundación en alguna parte, un asesino en serie en algún lado y una hambruna en algún sitio. Y por tanto hay una oferta constante de horrores para llenar las pantallas de nuestros televisores. Si usted no conoce los antecedentes o estudia las estadísticas, es tentador concluir que el mundo está empeorando.
En cierto modo, creo que el movimiento anti-globalizació n es el resultado de esta globalización de la información. Al mismo tiempo que la pobreza extrema ha sido reducida a la mitad en los países pobres, demasiados creen que la pobreza está creciendo porque la ven por primera vez en la televisión. Y en parte nos preocupa ahora porque los vietnamitas o los chinos pobres hacen las camisas que vestimos. A pesar de que, como he dicho, la gente que trabaja para una multinacional estadounidense en un país pobre gana ocho veces más que el ingreso promedio de ese mismo país.


Las excepciones son más interesantes que las reglas


Otro sesgo de percepción refuerza este énfasis en los problemas, tanto en nuestras mentes como en los medios. Las novedades son noticia. Nos interesan las excepciones. No vemos las cosas que nos rodean a diario. Vemos las cosas nuevas, las extrañas, las inesperadas. Es natural. No tenemos que explicar lo normal de cada día, pero necesitamos entender las excepciones. Nunca le decimos a nuestra familia cómo regresamos del trabajo a la casa a menos que algo extraño realmente nos haya sucedido.
Esto significa que siempre tenemos un sesgo cognitivo que distorsiona nuestra visión del mundo. Notamos las cosas que sobresalen. En un mundo que está mejorando, enfatizamos aún más los problemas que quedan. No leemos en un periódico que un tren llegó a tiempo y con seguridad. Leemos sobre las colisiones. No leemos sobre alguien que caminó tranquilamente de un bar a su casa. Pero oímos hablar de las personas que fueron golpeadas y robadas en ese camino.
Que un avión aterrice bien fue noticia en 1903, cuando los hermanos Wright tuvieron su primer éxito. Pero desde diciembre de 1903, sólo es noticia cuando un avión se cae. Por tanto, exageramos la frecuencia de los accidentes. Desde la Segunda Guerra Mundial nunca se habían visto menos accidentes aéreos que en 2004, a pesar del dramático aumento del número de vuelos. El número de accidentes en los años 70 era cuatro veces el número actual, a pesar de que hay cuatro veces más vuelos hoy. Pero no es de esperar que los medios digan esto, lo lógico es ver grandes reportajes las pocas veces que sucede un accidente. Que un perro muerda a un hombre no es noticia, pero sí lo es que un hombre muerda a un perro.
El pensador liberal francés Tocqueville observó este mecanismo mental a principios del siglo XIX cuando notó que las personas comenzaron a hablar del problema de la pobreza durante la revolución industrial. Al principio pensó que esto era extraño, ya que el crecimiento del sistema manufacturero significaba salarios más altos y bienes más baratos. La pobreza estaba decreciendo pero al mismo tiempo se veía como un problema peor que antes.
Su conclusión fue que eso sucedió no a pesar, sino porque la pobreza estaba siendo reducida. En tiempos pasados, la pobreza se consideraba como algo dado. Algo que estaba en todas partes y que sencillamente debíamos soportar. Las religiones explicaron las virtudes de la pobreza. Pero en los siglos XVIII y XIX, la industrializació n creó una riqueza sin precedentes y millones salieron de la pobreza. El resultado fue ver a la pobreza que quedó como algo mucho peor. Ahora que la gente pudo ver que los pobres no tienen por qué ser algo permanente y obligatorio, empezó a pensar que la pobreza no debía soportarse. No era necesaria, podía –y debía– ser eliminada. La pobreza no era ya algo dado, ahora era un problema social.
Esto ha creado durante largo tiempo la impresión de que la revolución industrial había creado problemas sociales mayores. Bueno, en cierto modo lo hizo, al convertir la pobreza en una excepción creó a la pobreza como un problema en las mentes de las personas.
Ahora hay que aplicar el descubrimiento de Tocqueville al hecho de que la pobreza está siendo reducida rápidamente en los países en desarrollo y al hecho de que repentinamente la gente dedique tanta atención al problema de la pobres en esos países.


Qui bono?


Desde luego, algunos grupos, instituciones e intereses especiales de la izquierda y de la derecha usan nuestro sesgo mental para hacer avanzar su programa. Si son capaces de demostrar que hay un problema o un desastre potencial en algún lugar, pueden captar nuestra atención y hacernos actuar ahora.
¿Serán nuestras escuelas mejores con un poco de dinero extra? ¿A quién le importa? ¿Fracasarán las escuelas miserablemente y harán de nuestros hijos criminales si no les damos ese dinero extra? ¡Hagamos algo ahora! ¿Producirán los nuevos impuestos, para conseguir ese dinero, inversiones marginalmente inferiores y márgenes más pequeños para los contribuyentes? ¿A quién le importa? ¿Destruirán la economía y harán que las personas pierdan sus hogares? ¡Hay que abolirlos ahora!
Desde todos los ámbitos existe un interés en exagerar los problemas de nuestro mundo. Lo mismo sucede con los científicos y las autoridades públicas. Si quieren más dinero para su investigación deben mostrar que hay grandes riesgos en el campo de su especializació n y que sería muy peligroso no estudiar su materia específica de mejor manera.
Lo mismo puede aplicarse a las instituciones globales. En septiembre, el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas publicó su informe anual sobre desarrollo humano. El boletín de prensa habla de los lugares que tienen cada vez más problemas y de unos 18 países que se han quedado atrás. El informe resume la situación mundial con frases como "la evaluación general sobre el progreso es una lectura deprimente" y "el mundo se dirige a un desastre de desarrollo humano fuertemente anunciado".
Pero, ¿cómo le ha ido a los países pobres en conjunto? Escondido en otro lugar de los informes, con un lenguaje mucho menos dramático, el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas concluye:
Mirando hacia atrás en la década pasada vemos que la tendencia a largo plazo hacia el progreso en el desarrollo humano ha continuado. En promedio, se puede concluir que las personas nacidas en un país en desarrollo serán más ricos, más sanos y mejor educados que la generación de sus padres.
Sigue diciendo que en los últimos 15 años los países pobres han visto reducida la pobreza y la mortalidad infantil, ampliado el acceso a agua limpia, mejorado el analfabetismo, menores conflictos y más democracia. ¡Eso es lo que resumen como "un desastre de desarrollo humano"!
Pueden hacer eso porque es un desastre comparado con las expectativas de cada vez más rápidos progresos en cada vez más lugares. Pero si usted no es un lector atento, se queda con la idea de que todo está empeorando y, desde luego, esa es la impresión que el programa quiere crear. Porque piensa que solo la perspectiva de un desastre mundial nos obligará a actuar.
Pienso que la verdad es justamente lo contrario. Si estamos continuamente gastando tiempo y recursos para luchar contra los problemas del mundo y la ONU nos dice que nuestros esfuerzos no tienen el más mínimo efecto, ¿para qué continuar?
Pero no es ése el punto que me interesa. Lo que quiero es que entendamos el tipo de amenazas y advertencias que los intereses especiales utilizan, y cómo eso distorsiona nuestra visión del mundo. Algunos hablan de ello abiertamente. En una entrevista en Discover Magazine, de octubre de 1989, un ecologista muy citado y experto en cambio climático, el profesor Stephen Schneider, explicó que:
Para [salvar al planeta] necesitamos conseguir un apoyo amplio, capturar la imaginación del público. Eso, por supuesto, implica conseguir fuerte cobertura de los medios. Entonces, debemos ofrecer escenarios que den miedo, hacer aseveraciones simplificadas, dramáticas y poner poca atención en las dudas que podamos tener... Cada uno de nosotros tiene que decidir el balance correcto entre ser efectivo y ser honesto.
Hagamos un experimento mental. Imagine que mi conclusión es que ese sesgo mental es un poco problemático, pero que podemos vivir con él. ¿Piensa usted que mi conferencia obtendrá más o menos atención que si dijera que ese problema es horrible y nos llevará al desastre?
La destrucción creativa parece destructiva
Como si no fuese suficiente ese sesgo cognitivo hacia los problemas y las excepciones y el que los medios y los grupos de interés lo exploten al máximo, hay otro problema: enfocamos el corto plazo y lo personal en lugar del largo plazo y lo general. Hay cosas que vemos y cosas que no vemos, por usar la fórmula del economista francés del siglo XIX, Frédéric Bastiat.
Quiero ilustrar eso con un documental estadounidense sobre el que recientemente discutí en un debate televisivo. El filme, producido por el Public Broadcasting Service, trataba sobre el hecho de que Wal-Mart compra la mayoría de sus artículos en China. Esto fue presentado como un desastre para los Estados Unidos, y durante casi media hora entrevistaron a trabajadores y dueños de fábricas que han perdido sus trabajos y negocios por culpa de las importaciones baratas de China. 1 a 0 a favor de los anti-globalizació n.
Es cierto que un trabajador de la industria estadounidense puede perder su trabajo por esto, pero hay otros efectos que el documental no mostró. Un trabajador chino consigue un trabajo, desde luego, y si lo hace gastará su dinero de alguna manera, lo que significa que habrá más empleos para empresas de exportación y/o empresas Chinas. Los consumidores estadounidenses disponen de precios más bajos y así pueden gastar ese dinero extra en otros productos y servicios, así que un desempleado estadounidense puede conseguir un nuevo empleo en un nuevo sector. Trabajador chino, empresa exportadora, consumidores y nuevos sectores se desarrollan: cuatro puntos, es decir, 4 a 1 a favor de los partidarios de la globalización y el comercio libre.
Pero no vemos esos efectos, porque no son tan inmediatos ni personales. Vemos a una fábrica que cierra y a un trabajador que pierde su empleo, algo que es real, visible, de carne y hueso, y nos identificamos con ello. Que otros trabajadores consigan nuevos empleos, que el poder de compra mejore y que nuevos sectores sean creados es más abstracto, sucede más tarde y sus efectos son difusos y no son tan fáciles de ilustrar en las noticias, ni de relacionarlos con el comercio libre.
El capitalismo trabaja con la destrucción creativa. Continuamente estamos creando nuevos y mejores bienes y servicios y nuevos métodos de producción y comercio. Pero para hacer nuevas cosas de nuevas maneras, debemos dejar de hacer cosas viejas de la vieja manera. El problema es que tendemos a poner la atención e informar de la parte destructiva de ese proceso, no de la parte creativa. Los estadounidenses han hablado más del millón de empleos que han perdido en la industria desde 1970 que de los 60 millones de empleos mejor pagados que han ganado en otros sectores durante el mismo periodo.
Esta mentalidad es otra razón por la que el mundo se ve peor de lo que es y por la que el capitalismo siempre encuentra enemigos. Cuanto más crea y mejora, más veremos que socava y destruye.
Hace unos años un sueco opositor a la globalización explicó que él había estado en un debate en el que los pro-capitalistas habían "usado constantemente datos", pero los anti-capitalistas habían tenido más éxito porque usaron "ejemplos cogidos de la realidad". Hechos contra ejemplos, aparentemente. Estadísticas agregadas y amplias abstracciones contra seres de carne y hueso. No estoy seguro sobre quién gana ese debate. Los seres humanos gustamos de narraciones y ejemplos con los que identificarnos. Si la audiencia escucha que hay 400 millones menos de personas en pobreza absoluta hoy que en 1981, pero también escucha una historia de una persona específica que ha caído en la pobreza en ese tiempo no es seguro que concluyan que la pobreza ha disminuido. Y por causa de los mecanismos y mentalidades que he presentado, no escuchamos lo primero con tanta frecuencia como lo segundo.


La cura


Considerando este sesgo mental y de percepción, encuentro maravilloso que el liberalismo y los mercados libres hayan sido capaces de sobrevivir hasta donde lo han hecho. Debe producir más beneficios de los que pensamos al sobreponerse a toda esta oposición inconsciente. Pero ciertamente es un obstáculo que hace más difícil el liberalismo. ¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Cómo podemos aprender a vivir en un mundo, y con una mente, que constantemente exagera los problemas, los desastres y los riesgos? Creo que nuestro gran aliado es el conocimiento. El conocimiento acerca de nuestro sesgo mental puede ayudarnos a pasar por encima de él. Por ejemplo, cada vez que escuchamos que un problema está empeorando, debemos ver a las tendencias a largo plazo para ver si es cierto o si es sólo una exageración de una variación de corto plazo. Y cada vez que escuchemos algo sobre riesgos y posibles desastres debemos pensar que tan malo es el creerlo completamente como el ignorarlo del todo.
Pero también necesitamos conocimiento acerca de las cosas que mejoran nuestro mundo. Ahí es donde fallan los buenos pensadores. Mencioné a Gregg Easterbrook. Ha escrito un gran libro llamado La Paradoja del Progreso, acerca del extraño hecho de que la gente se sienta peor a pesar de que las cosas están mejor. He aprendido mucho de él, aunque tengo mis reservas sobre algunos puntos del mismo. Una de sus explicaciones a este misterio es la extendida "ansiedad del colapso". Es una especie de mala conciencia por llevar una buena vida, un miedo a que nuestra riqueza no sea sostenible y que un tipo de desastre económico, ambiental o de otro tipo pueda terminar con ella. ¿Quizás Marx, Lenin, Heilbroner and Hobsbawm sufrían esta ansiedad del colapso?
No estoy de acuerdo con que esto sea un problema psicológico. Creo que es una conclusión lógica si es que no se entiende de dónde viene toda esta riqueza. Desafortunadamente, no creo que el libro de Easterbrook ayude al lector a entender esto. Todo parece como si nos hubiera sucedido por suerte o casualidad, o porque se lo hayamos robado a alguien. Si fuese así, no sería irracional pensar que algún día pueda desaparecer.
Para recuperar la fe en el progreso y en el futuro, tenemos que comprender qué es lo que lo crea. No se trata de una coincidencia, es el capitalismo. Es el hecho de que la gente que es libre crea; que somos solucionadores de problemas; que cuantas más personas libres vivan para pensar e innovar, mayor será la oportunidad de que algunos de ellos desarrollen conocimiento, tecnología y riqueza; y que si los incentivos son correctos, si la gente obtiene los beneficios de sus esfuerzos, ellos usarán y aplicarán esto para cambiar nuestras vidas para mejor. Y en un mundo en el que miles de millones sean libres para crear, las oportunidades de un mundo mejor son más grandes que nunca.
Por lo tanto, debemos creer en el futuro. No ingenuamente, no como los deterministas que piensan que nada malo puede pasar. Sabemos que los conflictos, el terrorismo, las enfermedades y los desastres naturales pueden y van a causar grandes daños. Sino como reconocimiento de que la humanidad es inteligente y de que un libre flujo de información y de mercados nos hará aún más inteligentes. Y de que resolvemos mejor los problemas si somos libres y ricos. Cada generación construye sobre los logros de la anterior y así tenemos constantemente que construir sobre otros. Por lo tanto, los mayores progresos están aún por venir.
Las perspectivas a largo plazo son sorprendentes. Hoy existe más gente viviendo vidas más longevas en las sociedades libres que nunca antes, y tenemos más científicos vivos ahora que todos los que han vivido en todos los períodos anteriores combinados y todos ellos obtienen una educación que requiere tanto tiempo como el total de lo que se vivía en el pasado. Biotecnología, nanotecnologí a y robótica crearán mejoras masivas. Seremos más ricos, viviremos más y tendremos más salud. Los continentes que pensábamos estaban condenados a la miseria pronto tendrán los estándares de vida que nosotros tenemos hoy.
Sabemos que nuestro mundo mejorará de maneras y con tecnologías que son tan impredecibles como una computadora o un avión lo fueron a nuestros ancestros. Pero al mismo tiempo, esos mecanismos perceptuales y mentales significan que mucha gente se quejará constantemente y dirá que las cosas se están poniendo peor. Y cada vez que solucionemos un problema, buscarán otro nuevo.
Pero no tenemos que ser así. Podemos presuponer con certeza, cuando leemos en los periódicos noticias sobre un accidente aéreo o un desastre, que a pesar de los horrores de ese particular evento el hecho de que se trate de una noticia significa que es una excepción y que el mundo es razonablemente seguro. Cuando vemos a los demás quejándose y poniendo su atención en las dificultades, podemos concluir razonablemente que eso significa que son excepciones en este mundo y que la atención y los esfuerzos que se dedican a ciertos problemas quieren decir que están a punto de ser resueltos.
Ya que soy un optimista, me gustaría concluir con un pensamiento reconfortante: quizá cierto nivel de insatisfacció n es una precondición del progreso.
Vale la pena dar la última palabra a uno de los pensadores más incisivos de todos los tiempos, el historiador liberal inglés del siglo XIX, Lord Macaulay, cuya interpretació n whig de la historia ha sido condenada como ingenua, una idea digna de Pangloss, de que las cosas constantemente progresan, pero que era en realidad un reconocimiento a lo que las personas pueden crear siendo libres. Cuando Lord Macaulay escribió su historia de Inglaterra, él no podía creer por qué los ingleses pensaban que el pasado eran "esos buenos viejos tiempos" y previno a las siguientes generaciones –a nosotros– que no idealizáramos su propia época, porque a pesar de ser mejor que las anteriores no era ninguna utopía.
El efecto general de la evidencia que ha sido suministrada al lector no parece admitir duda [de que los estándares de vida están mejorando]. Sin embargo, y a pesar de la evidencia, muchos aún se imaginan a la Inglaterra de los Estuardos como un país más placentero que la Inglaterra en la que vivimos. A primera vista puede parecer extraño que la sociedad, al mismo tiempo que va hacia adelante con ágil velocidad, deba estar constantemente mirando hacia atrás con tierna pesadumbre.
Pero estas dos propensiones, inconsistentes por lo que se ve, pueden fácilmente ser resueltas en un mismo principio. Ambos emergen de nuestra impaciencia ante el estado en el que actualmente estamos. Esa impaciencia, al tiempo que nos estimula para sobrepasar a las anteriores generaciones, nos dispone a exagerar su felicidad. Es, en algún sentido, irracional y desagradecido de nuestra parte el estar constantemente insatisfechos con una condición que constantemente mejora. Pero en verdad, hay una mejora constante precisamente porque hay insatisfacció n constante. Si estuviésemos perfectamente satisfechos con el presente, cesaríamos de usar el ingenio, trabajar y ahorrar con la mirada puesta en el futuro.


Conferencia presentada en The Sofitel Wentworth, Sydney, 11 de octubre 2005 y en Langham Hotel, Auckland, 13 de octubre 2005, en ocasión de la 22nd Annual John Bonython Lecture, The Centre for Independent Studies. Publicado por cortesía de ContraPeso.info.

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