noviembre 18, 2009

Thomas Szasz, y el crimen psiquiátrico

Thomas Szasz es un médico psiquiatra de origen húngaro que nació en Budapest en 1920, emigró en la adolescencia con su familia a Estados Unidos, huyendo de la persecución nazi. Szasz es un crítico de los fundamentos morales y científicos de la psiquiatría y uno de los referentes de la antipsiquiatría. Desde hace más de cuarenta años Szasz lucha contra las internaciones psiquiátricas. Según él, los enfermos mentales no existen; lo que llamamos "locos" no son otra cosa que individuos cuyos comportamientos nos molestan. Es por eso que se encierra a los locos desde el siglo XVIII, y es por eso que se los trata como a enfermos.

En Libertad fatal Szasz regresa para desvelar el tabú del suicidio. Su postura sobre el tratamiento involuntario es consecuencia de sus raíces conceptuales en el liberalismo clásico y el principio de que cada persona tiene jurisdicción sobre su propio cuerpo y su mente. Szasz es un libertario que cree que la práctica de la medicina y el uso de medicamentos debe ser privado y con consentimiento propio, fuera de la jurisdicción del Estado; es un portavoz de la contracultura y cuestiona tanto a la sociedad occidental capitalista como a los extintos estados socialistas.

Este profesor de psiquiatría —del Health Science Center de la Universidad del Estado de Nueva York, en Syracuse—, se ha destacado por sus trabajos sobre ética y filosofía. De hecho, es uno de los pensadores más radicales en el panorama universitario estadounidense. Si bien no fue el único, fue de los primeros en denunciar la represión de la locura con su cortejo de chalecos de fuerza, electroshocks y embrutecimientos químicos. Michel Foucault emprendió una batalla similar con su obra La historia de la locura en la época clásica, y lo mismo hicieron Ronald Laing y David Cooper en Inglaterra setentista.

Es conocido por sus libros El mito de la enfermedad mental y La fabricación de la locura: un estudio comparativo de la inquisición con el movimiento de salud mental, en los que planteó sus principales argumentos con los que se le asocia. Sin embargo, Szasz no idealiza la locura. Sencillamente opina que la locura no puede ser definida con ningún criterio objetivo. "Para comprender el papel del enfermo mental", dice, "hay que tener en cuenta que estamos ante un fenómeno religioso, y no científico". Según Szasz, en la civilización occidental y cristiana el diagnóstico de locura sucedió a la noción de posesión diabólica. Las brujas, los poseídos, molestaban y por lo tanto, eran eliminados por la Inquisición en nombre de la fe. Hoy los psiquiatras son los nuevos inquisidores, y llevan a cabo una eliminación comparable, sólo que en nombre de la ciencia. En los últimos veinte años Szasz extendió el campo de su cruzada a las drogas. Opina que las diferencias entre el alcohol y la cocaína, o la marihuana y el tabaco, no son químicas sino "ceremoniales". En otras palabras, la cocaína y la marihuana no son deseables o evitables porque son más adictivas o peligrosas que el alcohol o el tabaco, sino porque son más sagradas o profanas, según los casos. En su libro Droga y ritual (1985) y en Nuestro derecho a las drogas (1992), elabora la siguiente teoría: lo que llamamos la "guerra contra el abuso de las drogas" es en realidad una guerra para eliminar el uso de aquellas que desaprobamos, y al mismo tiempo fomentar el consumo de las drogas que aprobamos.



Para Szasz las adicciones son hábitos; los hábitos nos capacitan para hacer algunas cosas y nos incapacitan para hacer otras; por lo tanto, podemos —y en realidad debemos— juzgar las adicciones como buenas o malas de acuerdo con el valor que atribuyamos a lo que nos capacitan o incapacitan para hacer. Para Szasz sólo existe un pecado político: la independencia. Y sólo existe una virtud política: la obediencia. Dicho de otro modo, sólo existe una ofensa contra la autoridad: el autocontrol. Con El segundo pecado y Libertad fatal (el primero publicado en España en 1992 pero nunca distribuido en Argentina, el segundo editado recientemente por Paidós) Szasz extiende ahora el campo de acción de su cruzada al suicidio. Ya en Herejías, de 1983, había "ensayado" una corta serie de premisas que vuelven a encontrarse más desarrolladas en Libertad fatal. "Si una persona no sabe qué hacer con su vida, puede conservarla para uso futuro o decidir que es inútil y desecharla", escribió entonces. "Consideramos razonable desechar un trasto inútil; pero consideramos un síntoma de enfermedad mental desechar una vida inútil", escribe ahora. Lo que Szasz nos dice siempre es que el suicidio es una elección intrínseca a la existencia humana, "nuestra última y definitiva libertad". Ahora bien, se considera que nadie en su sano juicio se quita la vida y que el suicidio es, por lo tanto, un "problema" de salud mental (Szasz insiste mucho en desechar la apelación a un "problema": los nazis tenían un "problema judío", un eufemismo con el que se designaba la persecución y el aniquilamiento; quien ve el suicidio o el uso de drogas como un "problema", lo que hace es excluir la posibilidad de entenderlo). En el transcurso del tiempo, las actitudes sociales ante muchas conductas han cambiado: "lo que anteriormente se juzgaba pecado puede haberse convertido en un crimen, una enfermedad, un estilo de vida, un derecho constitucional o incluso un tratamiento médico".

Szasz recuerda que no hace mucho tiempo se creía que la masturbación, la homosexualidad y otros actos llamados "antinaturales" eran problemas de cuya "solución" se encargaba la medicina, pero con el tiempo hemos podido recuperar esas conductas de manos de los médicos y aceptarlas con comodidad, hablar de ellas y distinguir claramente entre "hechos y juicios de valor, entre descripción y denuncia". En Libertad fatal, el autor se propone contribuir a que aceptemos sin incomodidad el suicidio, que hablemos de él y "distingamos claramente entre describir y condenar (o recomendar) la muerte voluntaria". Para eso es necesario "desmedicalizar y desestigmatizar la muerte voluntaria y aceptarla como un comportamiento que siempre ha formado y siempre formará parte de la condición humana. Querer morir o suicidarse es a veces digno de reproche, otras veces digno de elogio y otras ninguna de las dos cosas, pero nunca es una justificación adecuada para la coerción estatal".

La eutanasia y el suicidio asistido también son desechados por Szasz en virtud de la mediación de la ciencia. Es con este argumento que critica al evolucionista y especialista en ética Peter Singer, un militante de la eutanasia aún en niños discapacitados, que dirige desde hace unos años el Centro para los Valores Humanos, de Princeton. Al delegar la responsabilidad de nuestra propia muerte en los profesionales médicos, "estamos dando un paso gigante hacia la pérdida de nuestros derechos elementales", dice. La muerte, como el control de la natalidad, es una decisión personal. El Estado y los médicos no deben interferir en su control. Ya Albert Camus, en El mito de Sísifo, había sostenido que el suicidio "es el único problema filosófico realmente serio". Szasz es todavía más exacto: el suicidio "es el principal problema político y moral", anterior a aquellos problemas relacionados como el derecho a rechazar un tratamiento o el derecho al suicidio asistido. Materia reservada durante mucho tiempo a la Iglesia y los sacerdotes, ahora tema del Estado y de la medicina, en el futuro el suicidio será una elección individual y no tendremos en cuenta lo que la Constitución o la medicina nos digan. La tesis de Szasz se repite, retroalimentando su rechazo a toda manifestación de poder: hasta que el individuo no tome decisiones sobre el control de su vida y muerte de manera integral, sin la ayuda ni el estorbo del Estado, el ser humano seguirá siendo un esclavo sumiso.

Fuentes:
www.clarin.com
www.wikipedia.com

3 comentarios:

Martín Benegas dijo...

muy buen artículo, aunque no creo que le vaya a gustar a algunos chupasirios conmo Jorge Peña, por ejemplo. :)

Anónimo dijo...

Excelente artículo, aunque volviendo sobre el tema de los narcóticos, creo que lo que hay que evaluar no es si son buenos o no, porque como se ha dicho, no son seres con voluntad, por lo que no pueden ser buenos o malos.

Lo que hay que evaluar con las drogas es el efecto que estas tienen en terceros, a lo que voy es una persona es libre de drogarse, pero no es libre de avasallar las libertades de otro estando drogado, así que si se droga en privado, o en un grupo donde no moleste o que lo apruebe no tiene nada de malo. Si bajo el efecto de estas sustancias opera maquinaria o un auto, entonces sí la ley debe aplicarse porque violó la seguridad de terceros, y personalmente creo que el estar drogado/alcoholizado (que es lo mismo) debería ser un agravante a la hora de cometer un ilícito por el hecho que la propia voluntad y libertad están rendidas en ese momento.

Sobre el suicidio no tengo una muy clara opinión, aunque creo que el estado debe alejarse de nuestras vidas lo más posible, pero también creo que hay que analizar porqué una persona siente su vida como desechable y sobre eso probablemente haya que ayudarlo, si quiere ser ayudado, a trabajar.

Repito: buen post, debería ser leído y discutido por miles, porque seguimos perdiendo espacios de discusión masivos como la universidad.

Darío dijo...

Muy buen artículo Roark.
Gracias por invitarme a formar parte del blog.
Ah, Martín me acuerdo bien de Jorge Peña, jaja.