junio 22, 2008

La intervención del estado sólo redistribuye pobreza.

Artículo escrito por Alberto Benegas Lynch (h), publicado en Ámbito Financiero.


A raíz del conflicto con el campo, ha surgido con fuerza un tema sobre
el que es necesario meditar con serenidad. Lo primero que tal vez
convenga precisar es que los ingresos y salarios en términos reales en
la Argentina y en todas partes son consecuencia de la magnitud de la
inversión per capita y ésta a su vez muestra un correlato estrecho con
marcos institucionales estables y respetuosos de los derechos de
propiedad. Si se mira el mapa del mundo se podrá confirmar el aserto: en
los países en los que las tasas de capitalización son mayores, los
ingresos de la población son más elevados debido, precisamente, a la más
jugosa productividad que el proceso engendra. No hay aquí magias ni
alquimias posibles.

En la medida en que el decreto gubernamental pretende sustituir el
antedicho proceso, se posterga o, en su caso, se imposibilita el
progreso. No tiene sentido concebir el ingreso como un «bulto» que
aparece súbitamente y que el aparato estatal debe «redistribuir» .
Producción y distribución constituyen dos caras de la misma moneda, son
imprescindibles. La contrapartida de la colocación en el mercado de lo
producido es la distribución, a saber, el ingreso correspondiente a cada
transacción.

Las personas, con sus compras y abstenciones de comprar distribuyen
ingresos diariamente. En cambio, redistribuir es volver a asignar
políticamente por métodos coactivos lo que ya había distribuido
pacíficamente la gente con sus operaciones comerciales cotidianas.

Eficiencia

El empresario que acierta en los gustos y deseos de sus semejantes
obtiene ganancias y el que se equivoca incurre en quebrantos. En un
mercado abierto ese mecanismo, que se manifiesta a través de los
respectivos cuadros de resultados, establece las diferencias de rentas y
patrimonios. En la media en que tiene lugar este proceso, los siempre
escasos recursos son administrados por las manos consideradas más
eficientes y, consecuentemente, las antedichas tasas de capitalización n
se maximizan con lo que los salarios se hacen más potentes en términos
reales.

Sin duda que esto no ocurre cuando se trata de empresarios prebendarios,
es decir, aquellos que hacen negocios en los despachos oficiales y
mercados cautivos y otras canonjías. Estos son explotadores de la gente
puesto que necesariamente venden a un precio mayor, a una calidad
inferior o ambas cosas a la vez.

Cuando se establecen subsidios o transferencias forzosas debidas a la
morbosa manía de la guillotina horizontal, se detraen factores
productivos de actividades eficientes para entregarlos a áreas
ineficientes con lo que se consume capital que, a su turno, desmejora
salarios. Lo relevante no son las diferencias de rentas y patrimonios ni
la consecuente dispersión del ingreso sino que todos mejoren sus
situaciones respecto de las posiciones anteriores.

En campañas electorales es un lugar común prometer igualitarismos y
redistribuciones (no del patrimonio del político en campaña, claro está,
sino de los bolsillos de otros), pero estas medidas conducen al
empobrecimiento de todos, especialmente de los más necesitados.

Supongamos que en la cúspide del poder se desea nivelar en la marca de
500. Los efectos inexorablemente serán bifrontes: por un lado se tenderá
a no producir más de 500 si se sabe a ciencia cierta que los respectivos
titulares serán expoliados por la diferencia. Por otra parte, los que se
encuentran por debajo de la referida línea de igualación, esperarán
infructuosamente que se los redistribuya puesto que no se produce por
encima de la antes mencionada marca.

Alimentos

En cuanto a los precios internacionales de los alimentos, debe tenerse
muy presente que dejando de lado los factores naturales como la sequía
en Australia y la irrupción de India y China al mercado, debe subrayarse
que estos productos son los que más están sujetos a intromisiones de los
aparatos estatales a través de barreras aduaneras, subsidios, cuotas,
cupos, cargas fiscales descomunales, además de cerradas oposiciones a
adelantos tecnológicos como la de los transgénicos. Esa no es la manera
de combatir la pobreza.

En resumen, la letanía de la redistribución de ingresos siempre
vociferada desde un micrófono y recurriendo a la tercera persona del
plural, nunca se concibe como una obra filantrópica realizada con
recursos propios. Siempre consiste en arrancarle el fruto del trabajo al
vecino y trasmitiendo la curiosa y paradójica lección en la que se
declama que debe ser respetado el indigente con la condición que no
mejore, porque si progresa hay que confiscarle sus bienes y denostarlo.
Lo mismo ocurre con el «pequeño productor» cuyo sueño es ser grande,
pero si logra el propósito hay que derribarlo.. . a menos que los
recursos provengan de la política o de fuerzas de choque adictas al
gobierno.

Los gobernantes deberían ser más pudorosos cuando se pronuncian sobre
las formas de producir y más bien deberían centrar su atención en la
razón elemental de sus funciones, es decir, la seguridad y la justicia.
En materia comercial deberían tener en cuenta lo escrito por el premio
Nobel en Economía, Milton Friedman: «Si a los gobiernos se les entregara
el Sahara para su administración, pronto se quedará sin arena».

Es necesario contar con conocimientos básicos para gobernar porque como
se ha dicho «cuando se comparte dinero con otro queda la mitad, cuando
se comparte comida también queda la mitad pero si se comparte
conocimiento queda el doble» (y, además, habrá más dinero y comida para
todos).

El último libro del autor, anunciado por el Fondo de Cultura Económica
de México para el mes próximo, se titula Estados Unidos contra Estados
Unidos.

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