enero 31, 2008

Libertad económica y democracia.

Ian Vázquez del Cato Institute nos explica que es libertad económica.



Fuente: www.elcato.org

enero 29, 2008

Más vale tarde que nunca


Ayer el presidente George W Bush pronunció su último discurso sobre el "Estado de la Unión" ante el Congreso de los Estados Unidos. En el mensaje dejó clara la preocupación por la recesión en que está entrando la economía de ese país, pero dejó en claro también ante un congreso mayoritariamente demócrata y ansioso por hacer populismo, que la intervención del gobierno en la economía no es lo más indicado para estimularla. Es una lástima que en el octavo y último discurso de Bush se haya pronunciado un mensaje pro mercado libre,pero es mejor tarde que nunca. Estas son las palabras textuales del presidente ante el Congreso de los Estados Unidos.

"En el trabajo que tenemos por delante, nos debe guiar la filosofía que hizo grande a nuestra nación. Como estadounidenses, creemos que las personas tienen el poder de decidir su destino y dictar el curso de la historia. Creemos que la guía más fidedigna para nuestro país es la sabiduría colectiva de los ciudadanos comunes y corrientes. Y por lo tanto, en todo lo que hacemos, debemos confiar en la capacidad de la gente libre de tomar decisiones sensatas y darle el poder de mejorar su vida, su futuro. Para forjar un futuro próspero, debemos confiarle a la gente su propio dinero y darle el poder para que haga que nuestra economía crezca."

"Y los miembros del Congreso deben saberlo: si algún proyecto de ley que aumente los impuestos llega a mi despacho, lo vetaré."

"Entonces, esta vez, si me remiten un proyecto de ley de asignaciones que no reduce a la mitad el número y costo de proyectos especiales, se lo devolveré con mi veto."

"La fuerza. el secreto de nuestra fuerza, el milagro de Estados Unidos, es que nuestra grandeza no radica en nuestro gobierno, sino en el espíritu y la determinación de nuestro pueblo."

"Al confiar en el pueblo, nuestros fundadores apostaron a que se podría construir una gran y noble nación en base a la libertad que radica en el corazón de todos los hombres y mujeres. Al confiar en el pueblo, las generaciones posteriores transformaron nuestra frágil y joven democracia en el país más poderoso de la Tierra y en un modelo de esperanza para millones. Y mientras continuemos confiando en el pueblo, nuestra nación prosperará, nuestra libertad estará segura y el estado de nuestra nación permanecerá sólido."




Una cosa que nos diferencia a los tercermundistas del primer mundo al que pertenecen los Estados Unidos es, que el presidente de la nación pide autorización a las cámaras para ingresar a la sala de sesiones, y no entra hasta que obtiene la autorización. Muy diferente de Argentina, en donde el presidente entra al congreso como entraban los reyes anteriormente con total arrogancia y sin tener en cuenta la autoridad del Congreso.

Una luz asoma después de la noche populista



Ante esta hola de populismo en América latina, donde los gobiernos gastan el dinero de los contribuyentes sin freno ni límite alguno, parece que una luz asoma en esta larga noche populista. El pedido del presidente Luís Ignacio Da Silva de Brasil se ha encontrado una fuerte oposición tanto en la opinión pública como en el congreso brasileño. El presidente brasileño quiere gravar con impuestos las transacciones financieras en su país, agregando un impuesto más a la pesada carga tributaria que deben afrontar los contribuyentes de ese país. La resistencia a la creación o aumento de los impuestos están reflejando cierto hastío de la población contra el descontrolado gasto público estatal, y también con un visible desgaste de la imagen presidencia.

enero 27, 2008

Más recetas socialistas.



América latina no se desprende del populismo estatista. A los repetidos fracasos del estatismo pretenden remediarlos con más estatismo.




Alberto Benegas Lynch (h) escribio este artículo en Diario de América referido a la irresistible atracción que los latinoamericanos sienten por el estatismo populista y socialista.

enero 26, 2008

El patoterismo triunfa



La empresa Shell redujo los precios de los combustibles un 15% después de las multas y ataques contra la empresa. La extorsión, el chantaje, la intimidación la violencia física producen resultados en Argentina y el gobierno usa estas practicas, no diferenciándose de los criminales que el estado debería combatir. En la actualidad el estado se ha convertido en delincuente y criminal.

La violencia ejercida contra Shell ignora los costos en que esta empresa a incurrido para producir los combustibles. Aunque obtengan un beneficio, seguramente no es rentable ese beneficio. No rentable quiere decir que la ganancia no está acorde al monto del capital invertido. Como conseguirá el gobierno nuevas inversiones si lo que ofrece a los potenciales inversores es violencia y arrebato contra sus ganancias. Cualquier persona con sentido común sabe que en circunstancias como la argentina, donde no hay seguridad para la propiedad privada; donde los jueces y el derecho no protegen el trabajo y los productos de él, sino que siempre fallan favor de delincuentes entre los que incluyo a la clase gobernante.

Esta extorsión contra las empresas es la política que adoptó el kirchnerismo desde el principio: dividir la comunidad en dos; poner en un lado a los buenos que son los pobres explotados, y en el otro a los malos que son los empresarios. Es el uso de la intimidación y la violencia este gobierno no tiene rivales en la historia argentina.

Incompatibilidad con la crisis energética.


Si el gobierno fuerza una baja de los precios, va en dirección contraria a la solución de un problema energético. Los combustibles como la energía eléctrica son en este caso la misma cosa.

El problema energético en Argentina es complejo e involucra a todas las formas de energía.

Una baja forzada de los precios, sólo funciona a los fines de computar un precio artificialmente bajo en el índice de precios al consumidor, pero en lo que concierne a las empresas y las inversiones, el precio forzado es un escollo insalvable.

Para aumentar la producción de energía es necesaria la inversión de capital, para que el capital sea atraído a la inversión debe ser rentable, y con impuestos, amenazadas y regulaciones las ganancias menguan o desaparecen con esto desaparece la rentabilidad. En estas condiciones no habrá mucha gente dispuesta a invertir en la producción de energía.

Por el lado de la demanda, el precio forzado a la baja induce a los consumidores a gastar más. Con el precio más bajo, muchos consumidores estarán en condiciones de gastar más combustibles, de darse un paseo, que no podrían hacer cuando el precio es más alto. Pero como se va a solucionar el problema energético de este modo. Después de todo, el problema es un desequilibrio entre la oferte y la demanda, de energía, es decir entre la producción y el consumo. El precio cuando se pacta libremente entre oferentes y demandantes la producción se iguala con el consumo. Forzando un precio a la baja, los consumidores consumirán más toda vía y los productores perderán el estímulo de producir más porque a los precios fijados por una decisión política no obtienen beneficios, y nadie produce nada que no deja beneficios.

Con esta política de intimidación que el gobierno practica constantemente agrava el problema, y un agravamiento del problema se vendrá más tarde o más temprano contra el mismo gobierno. El crecimiento económico no se logrará si no hay energía suficiente para producir. Si no hay más producción habrá más pobreza y más gente sin empleo.

La intimidación contra las empresas, como la orden impartida dada a los porteros de los edificios para que vigilen el consumo de energía de las familias, tiene también otra finalidad: hacerle saber a la gente que son vigilados. Augurios de la instalación de un estado colectivista en Argentina.

enero 25, 2008

La Dama y el Vagabundo

Margaret Thatcher: el capitalismo del pueblo.

Autor: Marcos Álvarez Díaz

Fuente: Diario de América


Gordon Brown Primer Ministro laborista de Gran Bretaña, dice ser profundo admirador, pásmense, de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher... El flamante PM se ve a sí mismo como un político de casta y convicciones “allá Thatcher”. Brown, está lejos hoy del bisoño parlamentario que fue en los 80 y que con tanta pasión criticaba sus políticas.

Algunos días después, ante la atónita mirada del país, recibe en el número 10 a la anciana baronesa, toman el té y departen amistosamente durante dos horas. El gesto del premier británico no es gratuito, pues aprovecha para meter el dedo en el ojo al actual líder de los conservadores David Cameron, impeliendo al partido rival a no dilapidar la herencia recibida del Thatcherismo.

Ya sean estos elogios reales o fingidos, sinceros cumplidos o lisonjas interesadas del menudeo político doméstico, el legado de la Dama de Hierro no debería ser ajeno a ningún estadista contemporáneo, británico o extranjero. Y bien, ¿cuál es la herencia olvidada del Thatcherismo que Brown reprocha a la oposición conservadora?
En política laboral y social, muchos recuerdan los 80 como un periodo convulso de huelgas y fractura social. El conflicto con los sindicatos mineros a raíz del cierre de pozos improductivos, es visto como una involución en los derechos de asociacionismo y huelga. Sin embargo las restricciones legales que el gabinete Thatcher impuso al poder omnímodo de los sindicatos, deben ser puestos en el contexto de la década y del permanente chantaje de los líderes sindicales al estado y a la clase trabajadora crítica con sus objetivos y métodos.
La propia Maggie resumía en una antigua entrevista las líneas maestras de su política.

Al ser preguntada si el thacherismo había dividido al país con sus draconianas medidas en el asusto de las minas, la primera ministro afirmó con la mirada clavada en los ojos de su entrevistador y un timbre de voz temperado, que la verdadera división del país había tenido lugar con los conflictos sindicales al final de la última legislatura de su predecesor laborista Callagham. El movimiento sindical de entonces, en opinión de la premier Thatcher, estaba gobernado por líderes dictatoriales que usaban su poder contra sus propios compañeros obligándoles a ir a la huelga cuando no querían hacerlo. Ejercían la presión mediante piquetes y manifestaciones sobre empresas en las que jamás había existido problema alguno, hasta el punto de cerrar muchas de ellas en el más puro estilo mafioso.

Estas actuaciones reeditadas durante la huelga del carbón, planteaban un chantaje a la nación a través de la producción y abastecimiento de electricidad. En su estratégico sector los sindicatos huelguistas impedían que la energía necesaria llegase a la industria, poniendo en peligro los empleos de miles de trabajadores y la luz y calefacción necesaria para hogares y familias. En previsión de la larga guerra que se avecinaba, la astuta Margaret acumuló el suficiente stock de carbón para poder torcer el brazo al pulso sindicalista. Y se salió con la suya: las Trade Unions jamás volvieron a tener la misma influencia tras la derrota inflingida por la dama de hierro... tampoco Gran Bretaña volvería a ser la misma.

El liberalismo tory de la Thatcher resucitó a Inglaterra del estatismo hipertrofiado de los 70 que la había postrado como el “hombre enfermo” de Europa. Acometió la reactivación económica del país, a través de privatizaciones masivas de las telecomunicaciones, la electricidad, el gas, las líneas aéreas... pocos sectores estratégicos quedaron fuera de su fiebre privatizadora. Su proyecto explícito era entendido como una cruzada mundial en aras de una nueva forma de economía: El capitalismo del pueblo.

El capitalismo popular, supuso esa venta de las principales compañías estatales, con un triple objetivo: comprometer a las masas en la vida económica de la nación, una fuente de ingresos colosal para el erario público y la garantía de eficiencia en el funcionamiento de los servicios públicos. En los 11 años de su mandato, el thatcherismo elevó el porcentaje de británicos con participaciones bursátiles del 7 al 25%, algo que cambió la faz del país y convirtió al Reino Unido en una nación de pequeños accionistas y ahorradores. Estas son las fórmulas del éxito económico de los 90 y las rentas de la que aún sigue viviendo el Reino Unido. Esto es con estricta literalidad, llevar el poder al pueblo.

Ella creía fervientemente y cree aún en su senectud, que todo el mundo tiene el derecho a alcanzar la prosperidad para sí mismo y su familia trabajando honradamente y con esfuerzo. Las políticas conducentes a disminuir la carga impositiva fueron la consecuencia lógica y justa a una filosofía de estímulo al esfuerzo. (Abro paréntesis aquí para recordar que hoy, en algunos países, la cultura del esfuerzo ha desaparecido incluso de las escuelas, como un patético reflejo del mundo de los adultos).

Su política fiscal basada en la bajada de algunos impuestos y la supresión de otros ha sido emulada con gran éxito en muchos países, y ha quedado en los manuales como un recurso que confiere dinamismo y competitividad a cualquier economía.

Cuanto más ahonda uno sobre la gestión política de Margaret Thatcher, más fascinante parece su figura y mayor la maestría con que supo lidiar al periodo histórico que le tocó vivir. Una defensora del libre mercado y la libertad individual. Valladar frente al comunismo en un momento de la historia convulso e incierto. Una mujer en un mundo de hombres que devolvió la dignidad internacional a su país y sentó las bases de su actual prosperidad. Personaje del siglo XX imprescindible e irrepetible

enero 24, 2008

La conexión Teherán - Caracas

Después de las declaraciones de Hugo Chávez, de sus constantes amenazas contra los Estados Unidos, y de la grotesca intromisión en los asuntos internos de otros estados, no quedan dudas que Hugo Chávez tiene vínculos con las peores lacras del mundo.

Los empleados del aeropuerto de Caracas denuncian que aviones tipo Boeing 747 de la aerolinea Iran Air, llegan a ese aeropuerto y se anuncian como todos los vuelos regulares de pasajeros, pero en esos aviones llegan equipajes pero no pasajeros.



Este video es de propiedad de ORGANIZACION DE VENEZOLANOS EN EL EXILIO http://www.orvex.org/

¡Gracias Hugo!



Según un artículo publicado hoy en el diario La Nación de Buenos Aires, la popularidad del presidente de la República de Colombia, Álvaro Uribe alcanzó el 80 %, contra un 14 % de imagen negativa, después del favor que le ha hecho Hugo Chávez con su campaña de difamación, acusándolo de “peón del imperio”, “jefe de la mafia” y quien sabe que otro mote.
Por el contrario la imagen del presidente venezolano Hugo Chávez son radicalmente opuestas: 10% de imagen positiva contra 76% de negativa.

La insolente intromisión de Chávez en los asuntos internos de otros países, y principalmente este grotesca agresión contra Colombia, parecen ser un intento desesperado de Hugo Chávez de buscar apoyo en las clases pobres de países latinoamericanos para contrarrestar la pérdida de apoyo dentro de su propio país.

Para Hugo Chávez perder el poder es casi lo mismo que perder la razón de vivir. Padece la misma enfermedad que han padecido todos los tiranos del mundo en el pasado. Busca el poder todos los días y a cada instante. No hay un solo día en que no haga algo para llama la atención de los medios de prensa.



Otro video muestra al Alcalde de Maracaibo con militantes de las FARC en territorio venezolano.



Cada vez es más elocuente que el chavismo, el terrorismo y el narcotráfico son distintas fases de una misma cosa.

enero 22, 2008

Murray Rothbard: Lo que el estado es y lo que no es.

El Estado es considerado casi universalmente como una institución de servicio público. Algunos teóricos veneran al Estado como la apoteosis de la sociedad; otros lo consideran como una amigable, aunque algunas veces ineficiente, organización para el logro de fines sociales; pero casi todos lo consideran como un medio necesario para lograr los objetivos de la humanidad, un medio a ser contrapuesto al "sector privado" y que usualmente gana en esta competencia por recursos. Con el surgimiento de la democracia, la identificación del Estado con la sociedad se ha redoblado, hasta el punto que es común escuchar la expresión de sentimientos que virtualmente violan todos los principios de la razón y el sentido común, tales como "nosotros somos el gobierno". El útil término colectivo "Nosotros" ha permitido que un camuflaje ideológico haya sido extendido sobre la realidad de la vida política.
Si "nosotros somos el gobierno", entonces todo lo que un gobierno le haga a un individuo no es sólo justo y no-tiránico, sino también voluntario de parte del individuo involucrado. Si el gobierno ha incurrido en una enorme deuda pública la cual debe ser pagada gravando a un grupo en beneficio del otro, la realidad de la carga es oscurecida al decir que "nos lo debemos a nosotros mismos"; si el gobierno recluta a un hombre, o lo encierra en prisión por sus opiniones disidentes, entonces "él mismo se lo hizo", y por lo tanto, nada grave a sucedido. De acuerdo a este razonamiento, cualquier judío asesinado por el gobierno Nazi no fue realmente asesinado, sino que debe haber "cometido suicidio", ya que los judíos eran el gobierno (el cual fue democráticamente electo) y, en consecuencia, cualquier cosa que el gobierno les haya hecho fue voluntario de su parte. Uno pensaría que no es necesario elaborar sobre este punto, y sin embargo la gran mayoría de la población cree en esta falacia en menor o mayor grado.

Debemos entonces enfatizar que "nosotros" no somos el gobierno, el gobierno no es "nosotros". El gobierno no representa en ningún sentido preciso, a la mayoría del pueblo1. Pero aún si lo hiciera, aún si el 70% de la población decidiera asesinar al restante 30%, eso sería de todas formas asesinato y no suicidio voluntario de parte de la minoría masacrada2. A ninguna metáfora organicista ni calmante irrelevante de que "todos somos parte del otro" debe permitírsele oscurecer este hecho básico.

Si, entonces, el Estado no es "nosotros", si no es la familia humana juntándose para decidir sobre sus problemas comunes; si no es una reunión de una logia o "Country Club"; ¿qué es el Estado? Brevemente, el Estado es aquella organización en la sociedad que intenta mantener un monopolio sobre el uso de la fuerza y la violencia en una determinada área territorial; en particular, el Estado es la única organización que obtiene sus ingresos, no a través de contribuciones voluntarias o el pago por servicios prestados, sino a través de la coerción. Mientras que otros individuos o instituciones obtienen sus ingresos por medio de la producción de bienes y servicios y por la venta voluntaria y pacífica de dichos bienes y servicios a otros individuos, el Estado obtiene su renta mediante el uso de la compulsión, es decir, la amenaza de la cárcel y la bayoneta3. Luego de usar la fuerza y la violencia para obtener sus ingresos, pasa a regular las demás acciones sus súbditos individuales. Uno pensaría que la simple observación de todos los Estados a lo largo de la historia y sobre todo el globo terráqueo, sería suficiente prueba de esta afirmación; pero el aura de mito ha envuelto por mucho tiempo las actividades del Estado, que cierta elaboración es necesaria.

El hombre viene al mundo desnudo y con la necesidad de usar su mente para aprender como tomar los recursos que le ha dado la naturaleza y transformarlos (por ejemplo, mediante la inversión de capital) en formas y maneras y lugares en los cuales dichos recursos puedan ser usados para la satisfacción de sus necesidades y el avance de su nivel de vida. La única forma por la cual el hombre puede lograr tal cosa es mediante el uso de su mente y su energía para transformar recursos ("producción") e intercambiar dichos productos por bienes creados por otras personas. El hombre ha descubierto que a través del proceso de intercambio voluntario y mutuo, la productividad, y por tanto el nivel de vida de todos los participantes en el intercambio puede incrementarse enormemente. El único curso "natural" para la supervivencia del hombre y la obtención de riqueza es, por lo tanto, el uso de su mente y energía para dedicarse al proceso de la producción e intercambio. El hombre hombre hace esto, en primer lugar encontrando recursos naturales y transformándolos ("mezclando su trabajo con ellos", según Locke), para hacerlos su propiedad individual y luego intercambiando dicha propiedad por la propiedad similarmente obtenida de otros. El camino social dictado por los requerimientos de la naturaleza del hombre es, por consiguiente, el camino de los "derechos de propiedad". A través de este camino los hombres han aprendido a evitar los métodos de la "selva", el pelear por los recursos escasos, de manera que A sólo puede obtenerlos a expensas de B y, en cambio, ha aprendido a multiplicar dichos recursos inmensamente en harmoniosa y pacífica producción e intercambio.

El gran sociólogo alemán Franz Oppenheimer señaló que hay sólo dos formas mutuamente excluyentes de obtener riqueza: en primer lugar, el método anterior de la producción e intercambio, al cual llamó los "medios económicos". La otra forma es más simple, en el sentido que no requiere de productividad, es el método de la captura de los bienes o servicios de otros por medio de la fuerza y la violencia. Este es el método de la confiscación unilateral, del robo de la propiedad de otros. Este es el método que Oppenheimer denominó "medios políticos" hacia la riqueza. Debería estar claro que el uso pacífico de la razón y la energía propia para la producción es el camino natural para el hombre: sus medios de supervivencia y prosperidad en esta Tierra. Debería ser igualmente claro que los medios coercivos y explotadores son contrarios a la ley natural, son parasíticos. Pues en vez de agregar a la producción, substrae de ella. Los "medios políticos" desvían la producción hacia un individuo o grupo parasítico y destructivo; y esta desviación no sólo substrae del número de productores, sino que también reduce el incentivo que estos tienen para producir más allá de su propia subsistencia. A largo plazo, el ladrón destruye su propio medio de subsistencia al menguar o eliminar la fuente de sus propias provisiones. Pero no sólo eso, pues aún en el corto plazo, el depredador está actuando en contra de su propia naturaleza como ser humano.

Estamos ahora en una posición de contestar más completamente la pregunta: ¿Qué es el Estado? El Estado, en palabras de Oppenheimer, es la organización de los medios políticos; es la sistematización del proceso predatorio sobre un territorio determinado4. Pues el crimen es, en el mejor de los casos, esporádico e incierto, el parasitismo es efímero y la vida coercitiva y parasítica puede ser cortada en cualquier momento, a través de la resistencia de las víctimas. El Estado provee un canal legal, ordenado y sistemático para la depredación de la propiedad privada; hace segura y relativamente pacífica la vida de la casta de parásitos en la sociedad.5 Ya que la producción debe preceder siempre a la depredación, el mercado libre es anterior al Estado. El Estado nunca ha sido creado mediante un "contrato social", siempre ha nacido de la conquista y la explotación. El paradigma clásico era el de una tribu conquistadora haciendo una pausa en sus métodos ancestrales de saqueo y asesinato de una tribu conquistada, para darse cuenta que el tiempo de vida de la depredación sería más largo y seguro, y la situación más placentera, si a la tribu conquistada se le permitiese vivir y producir, con los conquistadores asentándose entre ellos como gobernantes, exigiendo un tributo anual estable.6 Un método para el nacimiento del Estado puede ser ilustrado de la siguiente manera: en las colinas del sur de "Ruritania" un grupo de bandidos logra tomar el control físico sobre el territorio y entonces, el cacique de la banda se proclama a sí mismo "Rey del gobierno soberano e independiente de Ruritania del Sur". Y si él y sus hombres tienen la fuerza necesaria para mantener este gobierno por un rato, ¡Bienvenidos! Un nuevo Estado se ha unido a la "familia de Naciones", y los antiguos líderes de la banda han sido transformados en la nobleza legal del reino.

Como se preserva el Estado a sí mismo

Una vez que el Estado ha sido establecido, el problema del grupo o casta dominante es cómo mantener su dominio7. Mientras que la fuerza es su modus operandi, su problema básico y de largo plazo es ideológico. Pues para continuar a cargo, cualquier gobierno (no solamente uno democrático) debe tener el apoyo de la mayoría de sus súbditos. Este apoyo, se debe hacer notar, no necesariamente debe ser entusiasmo activo, muy bien puede ser resignación pasiva, como ante una inevitable ley de la naturaleza. Mas apoyo debe haber, en el sentido de aceptación de algún tipo; de otra manera la minoría de gobernantes del Estado eventualmente sería abrumada por la activa resistencia de la mayoría del público. Debido a que la depredación debe ser mantenida a partir de los excedentes de la producción, es necesariamente cierto que la clase constituyente del Estado -la burocracia permanente y la nobleza- debe ser una minoría bastante pequeña del país, aunque puede, desde luego, comprar aliados entre los grupos importantes de la población. Por lo tanto, la principal tarea de los gobernantes es siempre asegurar la aceptación activa o resignada de la mayoría de los ciudadanos.

Por supuesto, uno de los métodos para asegurarse apoyo es la creación de privilegios. Por lo tanto, el rey solo no puede gobernar, debe tener un grupo considerable de seguidores quienes disfrutan de las prerrogativas del dominio, por ejemplo, los miembros del aparato estatal, tales como la burocracia permanente o la nobleza consolidada10. Pero este método garantiza solamente una minoría de seguidores ávidos y, hasta la fundamental compra de apoyos a través de subsidios y el otorgamiento de privilegios no es capaz de lograr el consentimiento de la mayoría. Para lograr tal consentimiento la mayoría debe ser convencida por medio de la ideología de que su gobierno es bueno, sabio, al menos inevitable y ciertamente mejor que las alternativas concebibles. La tarea social fundamental de los "intelectuales" es promover dicha ideología entre la gente. Pues las masas de hombres no cran sus propias ideas, es más, ni siquiera piensan a través de ellas independientemente, sino que siguen pasivamente las ideas adoptadas y diseminadas por el cuerpo de intelectuales. Los intelectuales son, por lo tanto, los "formadores de opinión" en la sociedad. Y ya que precisamente lo que el Estado necesita desesperadamente es el moldeamiento de la opinión pública, la base de la antigua alianza entre el Estado y los intelectuales se hace clara.

Es evidente que el Estado necesita a los intelectuales; no es tan evidente por qué los intelectuales necesitan al Estado. En pocas palabras, podemos afirmar que el sustento de los intelectuales es un mercado libre nunca está demasiado seguro, pues estos deben depender de los valores y elecciones de las masas de sus compatriotas y es precisamente característico de las masas que generalmente están desinteresadas en los asuntos intelectuales. El Estado, por otro lado, está dispuesto a ofrecerle a los intelectuales una posición permanente dentro del aparato estatal y, por lo tanto, renta segura y la panoplia del prestigio. Pues el intelectual será recompensado generosamente por la importante función que desempeña para los gobernantes, grupo del cual ahora pasa a formar parte.

Por supuesto, uno de los métodos para asegurarse apoyo es la creación de privilegios. Por lo tanto, el rey solo no puede gobernar, debe tener un grupo considerable de seguidores quienes disfrutan de las prerrogativas del dominio, por ejemplo, los miembros del aparato estatal, tales como la burocracia permanente o la nobleza consolidada.

Pero este método garantiza solamente una minoría de seguidores ávidos y, hasta la fundamental compra de apoyos a través de subsidios y el otorgamiento de privilegios no es capaz de lograr el consentimiento de la mayoría. Para lograr tal consentimiento la mayoría debe ser convencida por medio de la ideología de que su gobierno es bueno, sabio, al menos inevitable y ciertamente mejor que las alternativas concebibles. La tarea social fundamental de los "intelectuales" es promover dicha ideología entre la gente. Pues las masas de hombres no eran sus propias ideas, es más, ni siquiera piensan a través de ellas independientemente, sino que siguen pasivamente las ideas adoptadas y diseminadas por el cuerpo de intelectuales. Los intelectuales son, por lo tanto, los "formadores de opinión" en la sociedad. Y ya que precisamente lo que el Estado necesita desesperadamente es el moldeamiento de la opinión pública, la base de la antigua alianza entre el Estado y los intelectuales se hace clara.

Es evidente que el Estado necesita a los intelectuales; no es tan evidente por qué los intelectuales necesitan al Estado. En pocas palabras, podemos afirmar que el sustento de los intelectuales es un mercado libre nunca está demasiado seguro, pues estos deben depender de los valores y elecciones de las masas de sus compatriotas y es precisamente característico de las masas que generalmente están desinteresadas en los asuntos intelectuales. El Estado, por otro lado, está dispuesto a ofrecerle a los intelectuales una posición permanente dentro del aparato estatal y, por lo tanto, renta segura y la panoplia del prestigio. Pues el intelectual será recompensado generosamente por la importante función que desempeña para los gobernantes, grupo del cual ahora pasa a formar parte.

La alianza entre el Estado y los intelectuales fue simbolizada por el deseo ansioso de profesores de la Universidad de Berlín durante el siglo XIX de formar la "guardia intelectual de la Casa de Hohenzollern". En la actualidad, debemos notar el comentario revelador de un eminente académico marxista en relación al estudio crítico del profesor Wittfogel sobre el antiguo despotismo oriental: La civilización que el profesor Wittfogel está atacando tan amargamente era una que podía convertir poetas y académicos en funcionarios. De innumerables ejemplos, podemos citar el desarrollo reciente de la "ciencia" de la estrategia, al servicio del brazo más violento del gobierno, el militar. Además, una institución venerable, es la del historiador oficial o de la "corte", dedicada a proporcionar la visión del gobernante sobre sus propias acciones y las de sus predecesores.

Muchos y variados han sido los argumentos mediante los cuales el Estado y sus intelectuales han inducido a sus súbditos a apoyar su hegemonía. Básicamente la cade na del argumento puede ser resumida así: (a) los gobernantes estatales son hombres grandiosos y sabios (gobiernan por "gracia divina", son la "aristocracia" de los hombres, son los "expertos científicos"), mucho más grandiosos y sabios que los buenos pero bastante simplones súbditos y (b) la hegemonía del gobierno es inevitable, absolutamente necesaria y muchísimo mejor que los indescriptibles males que surgirían después de su caída. La unión de la iglesia y el estado fue una de las más antiguas y exitosas de estos instrumentos ideológicos. El gobernante o era bendecido por Dios o, en el caso de muchos despotismo orientales, él mismo era Dios; por lo tanto, cualquier resistencia a su dominio sería blasfemia. Los sacerdotes estatales realizaban la labor intelectual básica de obtener el apoyo popular e incluso la adoración de los gobernantes.

Otra arma exitosa era inspirar miedo de cualquier forma alternativa de gobierno o desgobierno. Los gobernntes actuales, se mantenía, proveen a los ciudadanos de un servicio esencial, por el cual deben estar de lo más agradecidos: protección contra criminales esporádicos y merodeadores. Pues el Estado, para mantener su propio monopolio de la depredación, en efecto se aseguraba de que el crimen privado y esporádico fuese mantenido al mínimo; el Estado siempre ha sido celoso de su propio dominio. Especialmente el Estado ha sido exitoso en siglos recientes en inspirar miedo de otros gobernantes. Ya que la superficie terrestre del Globo ha sido parcelada entre Estados particulares, una de las doctrinas básicas del Estado fue identificarse a sí mismo con el territorio que gobernaba. Como muchas personas tienden a amar su tierra natal, la identificación de dicha tierra y su gente con el Estado era un medio de hacer trabajar al patriotismo natural a favor del Estado. Si "Ruritania" estaba siendo atacada por "Walldavia", la primera tarea del Estado y sus intelectuales era convencer a los habitantes de Ruritania de que el ataque era realmente contra ellos y no simplemente contra la casta gobernante. De esta forma, una guerra entre gobernantes fue convertida en una guerra entre pueblos, con cada pueblo saliendo en la defensa de sus gobernantes, bajo la creencia errónea que los gobernantes los estaban defendiendo a ellos. Este truco del "nacionalismo" ha sido exitoso solamente, en la civilización Occidental, en siglos recientes; no hace mucho tiempo que las masas de súbditos consideraban las guerras como batallas irrelevantes entre distintos grupos de nobles.

Numerosas y sutiles son las armas ideológicas que el Estado ha empuñado durante siglos. Un arma exitosa ha sido la tradición. Mientras más largo sea el tiempo que el gobierno del Estado ha sido capaz de preservarse a sí mismo, esta arma es más poderosa; pues entonces las dinastía X o el Estado Y tiene el peso aparente de siglos de tradición tras de sí. La adoración de nuestros ancestros se convierte entonces en un medio no tan sutil de adoración de nuestros gobernantes ancestrales. El mayor peligro para el Estado es la crítica intelectual independiente; no hay mejor manera de reprimir dicha crítica que atacando cada voz aislada, cada promotor de nuevas dudas, como un profano violador de la sabiduría de sus ancestros. Otra potente fuerza ideológica es depreciar al individuo y exaltar la colectividad de la sociedad. Puesto que cualquier gobierno necesita aceptación de la mayoría, cualquier peligro ideológico para dicho dominio sólo puede surgir a partir de unos pocos individuos de pensamiento independiente. La nueva idea, mucho menos la nueva crítica idea, necesita comenzar como una opinión de una pequeña minoría; por lo tanto, el Estado debe cortar dicha visión de raíz ridiculizando cualquier idea que desafía las opiniones de las masas. El "Escuchad sólo a vuestro hermano" o "ajústese a la sociedad", por lo tanto, se transforman en armas ideológicas para aplastar la disidencia. Con tales medidas las masas nunca aprenderán sobre la inexistencia del traje de su emperador. También es importante para el Estado hacer parecer inevitable su dominio; aún si su reinado es impopular será enfrentado entonces con resignación pasiva, como atestigua el aparejamiento familiar de "muerte e impuestos". Un método es inducir al determinismo hitoriográfico en oposición la libre voluntad individual. Si la dinastía X nos gobierna, esto es debido a que las "Leyes Inexorables de la Historia" (o la Voluntad Divina, o el Absoluto, o las Fuerzas Materialistas Productivas) lo han decretado así y nada que un endeble individuo pueda hacer podría cambiar ese decreto inevitable. También es importante para el Estado inculcar a sus súbditos una animadversión por cualquier "teoría de conspiración de la historia"; pues la búsqueda de "conspiraciones" significa una búsqueda de motivos y la atribución de responsabilidades por las fechorías históricas. Sin embargo, si cualquier tiranía, corrupción o guerra agresiva impuesta por el Estado, no fue causada por los gobernantes del Estado, sino por las misteriosas y secretas "fuerzas sociales", o por el imperfecto estado del mundo, o si de alguna manera todo el mundo fuese responsable ("Todos somos asesinos", proclama un eslogan), entonces no tiene sentido que la gente se sienta indignada y se levante en contra de tales crímenes. Además, un ataque contra las "teorías de conspiración" significa que los súbditos se harán más crédulos al tragarse las razones de "bienestar general" que siempre son presentadas por el Estado para dedicarse a cada una de sus actividades despóticas. Una "teoría de conspiración" puede desestabilizar el sistema al causar que el público dude de la propaganda ideológica del Estado.

Otro método probado y auténtico para doblegar a sus súbditos a la voluntad del Estado es inducir sentimientos de culpa. Cualquier incremento en el bienestar privado puede ser atacado como "avaricia escandalosa", "materialismo" o "excesiva opulencia"; el producir ganancias puede ser atacado como "explotación", "usura"; intercambios mutuamente beneficiosos denunciados como "egoísmo" y, de alguna manera, siempre llegando a la conclusión que más recursos deben ser desviados del sector privado al "público". La culpa así inducida hace al público más presto a aceptar exactamente eso. Pues mientras las personas individuales tienden a dejarse llevar por la "avaricia egoísta", la incapacidad de los gobernantes de comprometerse en intercambios se supone que debe representar su devoción a causas más elevadas y nobles -siendo aparentemente la depredación parasítica moral y estéticamente magnánima en comparación con el trabajo pacífico y productivo.

En la presente, más secular, época el derecho divino del Estado ha sido suplido mediante la invocación de un nuevo dios: la Ciencia. Se proclama ahora que el gobierno del Estado es ultra científico, al constituir planificación por expertos. Pero, a pesar que la "Razón" es invocada más frecuentemente que en siglos anteriores, esta no es la verdadera razón del individuo y su ejercicio del libre albedrío; esta es aun colectivista y determinista, implica agregados integrales y la manipulación coercitiva de los pasivos súbditos por parte del Estado.

El creciente uso de la jerga científica le ha permitido a los intelectuales del Estado tejer apologías obscuras del Estado que sólo habrían sido ridiculizadas por los habitantes de una época más sencilla. Un ladrón que justificase sus robos diciendo que en realidad él ayuda a sus víctimas, al estimular las ventas minoristas con sus gastos, hallaría muy pocos conversos; pero cuando esta teoría es disfrazada con ecuaciones Keynesianas y referencias impresionantes al "efecto multiplicador" desafortunadamente posee más convicción. De manera que el asalto al sentido común continúa, cada época realizando la tarea a su propio modo.

De manera que, siendo el apoyo ideológico vital para el Estado, este debe intentar incesantemente de impresionar al público con su "legitimidad", para distinguir sus actividades de los meros bandidos. Sus asaltos constantes al sentido común no es un accidente, pues como Mencken vívidamente mantuvo: El hombre promedio, cualquiera que sean sus otros errores, al menos ve claramente que el gobierno es algo que está fuera de él y de la generalidad de sus semejantes -es decir, un poder separado, independiente y hostil, sólo parcialmente bajo su control y capaz de causarle gran daño. ¿Es un hecho insignificante que robar al gobierno es considerado en todas partes como un crimen de menor magnitud que robar a un individuo, o aun a una corporación? ... Lo que está detrás de todo esto, creo yo, es un profundo sentido del antagonismo fundamental entre el gobierno y la gente a la que gobierna. Este es entendido, no como un comité de ciudadanos escogidos para encargarse de los asuntos comunales de toda la población, sino como una corporación separada y autónoma, principalmente avocada a la explotación de la población para el beneficio de sus propios miembros [los del Estado]... Cuando un ciudadano privado es robado, una persona valiosa es privada de los frutos de su trabajo y ahorros; cuando un gobierno es robado lo peor que pasa es que ciertos granujas y parásitos tendrán menos dinero para jugar que antes. La noción de que ellos se ganaron ese dinero nunca es considerada; para la mayoría de las personas sensibles dicha noción sería ridícula.

Como el Estado trasciende sus límites

Como Bertrand de Jouvenel sagazmente ha señaló, a lo largo de los años los hombres han inventado conceptos diseñados para contener y limitar el ejercicio del gobierno del Estado; y una vez tras otra el Estado, usando sus aliados intelectuales, ha logrado transformar estos conceptos en sellos de aprobación intelectuales de legitimidad y virtud a ser adjuntados a sus decretos y actuaciones. Originalmente, en Europa Occidental el concepto de soberanía divina sostenía que los reyes sólo podían gobernar de acuerdo a la ley divina; los reyes transformaron el concepto en un sello de aprobación divina para cualquiera de las acciones del rey. El concepto de democracia parlamentaria comenzó como una limitación popular al poder de la monarquía absolutista; terminó con el parlamento como la parte esencial del Estado y cada uno de sus actos como absolutamente soberano. Como Jouvenel concluye: Muchos escritores sobre la teoría de la soberanía han divisado uno (...) de estos mecanismos de restricción. Pero al final, todas y cada una de estas teorías han perdido su propósito original tarde o temprano y han venido a ser meros trampolines al Poder, al proveerlo con la poderosa ayuda de un soberano invisible con quien poderse identificar satisfactoriamente con el paso del tiempo.

Similarmente con doctrinas más específicas: los "derechos naturales" del individuo consagrados por John Locke y la Ley de Derechos se convirtieron en el estatista "derecho a un trabajo"; el utilitarismo se transformó de argumentos en favor de la libertad en argumentos contra la resistencia a las invasiones de la libertad por el Estado, etc.

Ciertamente el intento más ambicioso de imponer límites al estado ha sido la Ley de Derechos y otras partes restrictivas de la Constitución de los Estados Unidos, en los cuales límites escritos sobre el gobierno se convirtieron en la ley suprema a ser interpretada por un poder judicial supuestamente independiente de las otras ramas del gobierno. Todos los estadounidenses están familiarizados con el proceso por el cual la construcción de límites en la constitución ha sido inexorablemente expandida a los largo del último siglo. Pero pocos han sido tan agudos como el profesor Charles Black para ver que en el proceso el Estado ha transformado la misma revisión judicial de un instrumento para limitar a tan sólo un instrumento más para suministrar legitimidad ideológica a sus actuaciones. Pues si un decreto de "inconstitucionalidad" es una contención potente del poder del Estado, un veredicto implícito o explícito de "constitucionalidad" es un arma fabulosa para alentar la aceptación pública de cada vez mayores poderes gubernamentales.

El profesor Black comienza su análisis señalando la crucial necesidad de "legitimidad" para que cualquier gobierno perdure, esta legitimación significa aceptación mayoritaria básica del gobierno y sus acciones. La aceptación de la legitimidad se hace un problema particular en un país como los Estados Unidos, donde limitaciones sustantivas están incluidas en la teoría sobre la que el gobierno descansa. Lo que se necesita, agrega Black, es un medio por el cual el gobierno pueda asegurar al público que sus crecientes poderes son, de hecho, constitucionales. Y esta, concluye, ha sido la principal función histórica de la revisión judicial.
Dejemos que Black ilustre el problema: El riesgo supremo [para el gobierno] es la deslealtad y sentimiento de indignación ampliamente diseminado en la población, y la pérdida de autoridad moral por el gobierno como tal, por mucho que esta sea apoyada por la fuerza, la inercia o la falta de una alternativa atractiva disponible inmediatamente. Casi cualquier persona que viva bajo un gobierno de poderes limitados, tarde o temprano se verá sujeto a una acción gubernamental que desde la óptica de la opinión privada se encuentra fuera de los poderes del gobierno o prohibida positivamente. Un hombre es reclutado, aunque no encuentra nada en la constitución sobre ser reclutado (...) A un granjero se le dice cuánto trigo puede cosechar, y descubre que algunos abogados respetables creen igual que él que el gobierno no tiene más derecho de decirle cuánto trigo puede cosechar que de decirle a su hija con quién se puede casar. Un hombre va a la cárcel federal por decir lo que quiere y se encuentra en su celda recitando (...) "El Congreso no pasará leyes que limiten la libertad de expresión". A un comerciante se le dice cuánto puede y debe pedir por una mantequilla. El peligro es bastante real de que cada una de estas personas (¿y quién no se cuenta entre sus filas?) confronte el concepto de limitación del gobierno con la realidad (como a él le parece) de la flagrante transgresión de los límites concretos y llegue a la obvia conclusión respecto al estado de su gobierno en cuanto a su legitimidad.

El peligro es evitado por el Estado al proponer la doctrina que una agencia debe tener la última palabra en asuntos de constitucionalidad y que esta agencia debe ser, en el análisis final, parte del mismo gobierno federal. Pues mientras la aparente independencia del aparato judicial federal ha jugado un papel vital en convertir sus acciones en Santa Palabra para la masa de la población, también es cierto que la judicatura es parte y parcela del aparato gubernamental y es nombrada por las ramas ejecutiva y legislativa. Black admite que esto significa que el Estado se ha convertido en juez de su propia causa, violando en consecuencia un principio jurídico básico en la búsqueda de decisiones justas. Black niega bruscamente la posibilidad de otra alternativa.

Black agrega: El problema es entonces, inventar los medios gubernamentales de manera que [con un poco de suerte] se reduzca a un mínimo tolerable la objeción que el gobierno es juez de su propia causa. Habiendo logrado lo anterior, sólo se puede esperar que esta objeción, aunque teóricamente aun válida [énfasis mío], pierda en la práctica suficiente fuerza, de manera que la labor legitimadora de la institución que decida gane aceptación.

En el análisis final, Black encuentra el logro de la justicia y la legitimidad de que el Estado perpetuamente esté juzgando sus propias causas como "un verdadero milagro" Aplicando su tesis al famoso conflicto entre la Corte Suprema y el New Deal, el profesor Black incisivamente regaña a sus compañeros colegas pro-New Deal por su miopía al denunciar la obstrucción judicial: la versión estándar de la historia del New Deal y la Corte, a pesar de ser precisa en su forma, desplaza el énfasis (...) se concentra en las dificultades; casi olvida la forma en que todo el asunto terminó. Su consecuencia fue [y esto es lo que me gusta enfatizar] que después de casi 24 meses de resistencia (...) la Corte Suprema, sin un sólo cambio en las leyes de su composición, o de hecho, en su directiva efectiva, colocó el sello afirmativo de legitimidad en el New Deal y en la totalidad del nuevo concepto de gobierno en los Estados Unidos.

De esa forma, la Corte Suprema fue capaz de mandar al sueño eterno al amplio grupo de estadounidenses que tenía serias objeciones constitucionales contra el New Deal: Desde luego, no todo el mundo estuvo satisfecho. El Bonnie Prince Charlie del laissez-faire mandado constitucionalmente todavía agita los corazones de unos pocos fanáticos en las Montañas de la irrealidad colérica. Pero ya no hay ninguna duda pública significativa o peligrosa respecto al poder constitucional del Congreso para manejar economía nacional de la forma que lo hace (...) No teníamos otro medio, sino la Corte Suprema, para imprimirle legitimidad al New Deal.

Tal como Black reconoce, John C. Calhoun fue uno de los más importantes teóricos políticos que se dio cuenta -y con bastante anticipación- de la manifiesta laguna jurídica en los límites constitucionales al gobierno resultante de colocar el poder de interpretación definitivo en la Corte Suprema. Calhoun no estaba contento con el "milgro", sino que en cambio procedió con un análisis profundo del problema constitucional. En su Disquiciones, Calhoun demostró la tendencia inherente del Estado de violar los límites de tal Constitución: Una constitución escrita ciertamente tiene muchas y considerables ventajas, pero es un error grave suponer que la mera inserción de provisiones para restringir y limitar el poder del gobierno, sin investir a quienes para cuya protección han sido insertadas, de los medios para hacerlas cumplir [énfasis mío], será suficiente para evitar que el partido dominante abuse de sus poderes. Siendo el partido que posee al gobierno, y a partir de la misma naturaleza del hombre que hace necesario al gobierno para proteger a la sociedad, este estará a favor de los poderes que la constitución otorga y opuesto a las restricciones diseñadas para limitarlo (...) El partido menor o más débil, por el contrario, tomará la dirección opuesta, y las considerará [las restricciones] esenciales para su protección contra el partido dominante (...) Pero donde no hay medios con los cuales obligar al partido dominante a respetar las restricciones, el único recurso que les queda sería un construcción estricta de la constitución (...) A esto el partido dominante opondría una construcción liberal (...) Sería construcción contra construcción -una para reducir y la otra para expandir los poderes del gobierno al máximo. ¿Pero de qué utilidad sería la construción estricta del partido débil, contra la construcción liberal del partido fuerte, cuando este tendría todo el poder del gobierno para poner en práctica su construcción y el otro estaría privado de todos los medios de hacer cumplir su construcción? En una lucha tan desigual, el resultado sería indudable. El partido a favor de las restricciones sería abrumado (...) el final de la luch sería la subversión de la constitución (...) en última instancia las restricciones serían anuladas y el gobierno se convertiría en uno de poderes absolutos.

Uno de los pocos científicos políticos que reconoció el análisis de Calhoun sobre la Constitución fue el profesor J. Allen Smith. Smith nota que la Constitución estaba diseñada con separación de poderes para limitar cualquiera de las ramas del gobierno y sin embargo había entonces desarrollado una Corte Suprema con el monopolio del poder de interpretación definitivo. ¿Si el gobierno federal fue creado para limitar las invasiones de la libertad individual por parte de los estados, quién limitaría el poder federal? Smith mantenía que en la idea de la separación de poderes constitucional estaba implícita la visión concomitante de que a ninguna de las ramas del gobierno se le puede conceder el poder de interpretación definitivo: La gente supuso que al nuevo gobierno no podía permitírsele determinar los límites de su propia autoridad, ya que esto lo haría -y no la Constitución- un gobierno absoluto.

La solución propuesta por Calhoun (y apoyada en este siglo por escritores como Smith) fue, por supuesto, la famosa doctrina de la "mayoría concurrente". Si cualquier interés de una minoría substancial en el país, específicamente el gobierno de un estado, creía que el gobierno federal se estaba excediendo en sus límites y violando sus derechos, la minoría tendría el derecho de vetar este ejercicio de poder por inconstitucional. Aplicada a los gobiernos estatales, esta teoría implicaba el derecho a la "anulación" de una ley o un fallo federal dentro de la jurisdicción de un estado.

En teoría, el sistema constitucional resultante aseguraría que el gobierno federal limitara cualquier invasión de los derechos individuales por parte de los estados, mientras que los estados limitarían cualquier poder federal excesivo sobre el individuo. Y sin embargo, aunque las limitaciones serían más efectivas que actualmente, hay muchas dificultades y problemas con la solución de Calhoun. Si, de hecho, un interés subordinado debería tener veto legítimamente sobre los asuntos que le conciernen, entonces ¿por qué detenerse en los estados? ¿po qué no otorgar poder de veto a los condados, las ciudades, los distritos? Además los intereses no son sólo seccionales, también son ocupacionales, sociales, etc. ¿Qué de los panaderos o taxistas o cualquier otra profesión? ¿No se les debería permitir el veto sobre sus propias vidas? Esto nos trae al importante punto de que la teoría de anulación confina sus límites a las agencias del mismo gobierno. No olvidemos que los gobiernos federal y estatal, con sus respectivas ramificaciones, son todavía Estados, todavía están guiados por sus respectivos intereses de estado en vez de por los intereses de los ciudadanos privados. ¿Qué prevendría que el sistema de Calhoun funcionase al revés, con los estados tiranizando a sus ciudadanos y vetando al gobierno federal sólo cuando este intenta intervenir para detener dicha tiranía? ¿O que los estados consientan la tiranía federal? ¿Qué evitaría que los gobierno federal y estatal formen alianzas mutuamente beneficiosas para la explotación conjunta de la ciudadanía? Y aun si las agrupaciones profesionales privadas tuviesen alguna forma de representación "funcional" en el gobierno, ¿qué prevendría que estas usen al gobierno para ganar subsidios y otros privilegios especiales para sí mismas o imponer carteles obligatorios sobre sus propios miembros?

En resumen, Calhoun no lleva su teoría radical sobre la concurrencia suficientemente lejos: no la lleva hasta el individuo mismo. Después de todo, si el individuo es a quien se le deben proteger los derechos, entonces una teoría consistente sobre la concurrencia implicaría poder de veto para cada individuo; es decir, alguna forma de "principio de unanimidad". Cuando Calhoun escribió que debería ser imposible ponerlo o mantenerlo [al gobierno] en acción sin el consentimiento concurrente de todos, quizás estaba justamente implicando tal conclusión sin darse cuenta.31 Pero semejantes especualciones nos comienzan a desviarnos de nuestro tema, puesto al final de este camino se encuentran sistemas políticos que difícilmente podrían ser llamados "Estados".32 Por una razón: así como el derecho de anulación para un estado implica lógicamente el derecho de secesión, de la misma manera el derecho de anulación individual implicaría el derecho de todo individuo a "separarse" del Estado en el que vive.

De manera que el Estado ha demostrado siempre un impresionante talento para la expansión de sus poderes más allá de cualquier límite que le pueda ser impuesto. Ya que el Estado necesariamente vive de la confiscación obligatoria del capital privado y ya que su expansión implica necesariamente incursiones cada vez mayores sobre el individuo z y la empresa privada, debemos afirmar que el Estado es profunda e inherentmente anti-capitalista. En cierto sentido, nuestra posición es la opuesta al dictamen marxista que el Estado es la "Junta Directiva" de la clase gobernante actualmente, supuestamente los capitalistas. En cambio, el Estado -la organización de los medios políticos- constituye y es la fuente de la clase gobernante (más bien casta gobernante) y está en permanente oposición al capital privado genuino. Podemos entonces concurrir con de Jouvenel: Sólo aquellos que no conocen otro tiempo sino el propio, que están completamente en la oscuridad respecto a las maneras del comportamiento del Poder a lo largo de miles de años, considerarían este tipo de procedimientos [nacionalizaciones, impuestos sobre la renta, etc.] como el fruto de un tipo particular de doctrinas. Dichos procedimientos son, de hecho, las manifestaciones normales del Poder, y no difieren para nada en su naturaleza de las confiscaciones de los monasterios por Enrique VIII. El mismo principio entra en acción, el hambre por la autoridad, la sed de recursos; y en todas estas operaciones las mismas características están presentes, incluyendo al rápida elevación de los repartidores del botín. Sea Socialista o no, el Poder debe estar siempre en guerra contra las autoridades capitalistas y despojar al capitalista de su riqueza acumulada; al hacerlo obedece las leyes de su propia naturaleza.

Lo que el Estado teme

Lo que el Estado teme por sobre todas las cosas es, por su puesto, cualquier amenaza fundamental a su propio poder y existencia. La muerte del Estado puede suceder por dos vías: (a) a través de la conquista por otro Estado, o (b) a través del derrocamiento revolucionario por sus propios súbditos, es decir, por guerra o por revolución. La guerra y la revolución, como las dos amenazas básicas, generan en los gobernantes sus máximos esfuerzos y la más intensa propaganda entre la gente. Como se ha dicho anteriormente, cualquier método debe ser usado siempre para movilizar a la gente para que venga en defensa del Estado bajo la creencia de que se está defendiendo a sí misma. La falacia de la idea se hace evidente cuando se utiliza la conscripción contra aquellos que se niegan a "defenderse" a sí mismos y, en consecuencia, son obligados a unirse a la banda militar del Estado: no hace falta decirlo, ninguna "defensa" se les permite contra este acto de "su propio" Estado.
En guerra el poder del Estado es llevado al máximo y, bajo el eslogan de la "defensa" o la "emergencia" puede imponer una tiranía sobre el público que en tiempos de paz sería resistida abiertamente. La guerra, por lo tanto, ofrece múltiples beneficios al Estado y, de hecho, cada guerra moderna ha traido a los pueblos beligerentes un legado de más cargas sobre la sociedad. Además, la guerra proporciona al Estado tentadoras oportunidades para la conquista de tierras sobre las que ejercer su monopolio de la violencia. Randolph Bourne ciertamente estaba en lo correcto cuando escribió que "la guerra es la salud del Estado, pero para un Estado determinado, la guerra puede traer salud o heridas graves.
Podemos probar la hipótesis de que el Estado está en gran medida más interesado en protegerse a sí mismo que en proteger a sus súbditos preguntando: ¿cuál categoría de crímenes persigue y castiga el Estado más intensamente, aquellos contra los ciudadanos privados o aquellos en su contra? Los crímenes más graves en el léxico estatal son casi invariablemente no invasiones contra las personas o la propiedad privada, sino amenazas contra su propia satisfacción, por ejemplo, traición, la deserción de un soldado a las filas del enemigo, falla al registrarse en la recluta, subversión o conspiración subversiva, asesinato de los gobernantes o tales crímenes económicos contra el Estado como la falsificación de su dinero o la evasión de sus impuestos. O compare el celo dedicado a la persecución del hombre que asalta a un policía, con la atención que el Estado presta a quien asalta a un ciudadano ordinario. Curiosamente sin embargo, la prioridad asignada por el Estado a su propia defensa contra el público sorprende a pocos como inconsistente con su supuesta raison d'etre.

Cómo se relacionan los Estados entre sí

Ya que el área territorial de La Tierra está dividida entre distintos Estados, las relaciones inter-estatales deberán ocupar mucho del tiempo y energía de cada Estado. La tendencia natural del Estado es expandir su poder, y externamente tal expansión tiene lugar mediante la conquista de un territorio. A menos que un territorio no tenga Estado o esté deshabitado, cualquier expansión de este tipo representa un conflicto de intereses ineherente entre los gobernantes de un Estado y los del otro. Sólo un grupo de gobernantes puede obtener un monopolio de la coacción en una determinada área en un determinado instante de tiempo: el poder absoluto sobre un territorio del Estado X sólo puede ser alcanzado mediante la expulsión del Estado Y. La guerra, aunque riesgosa, siempre será una tendencia permanente del Estado, con períodos intercalados de paz y cambios en las alianzas y coaliciones entre Estados.
Hemos visto que el intento "local" o "doméstico" de limitar al Estado, entre los siglos XVII y XIX, alcanzó su forma más notable en el constitucionalismo. Su contraparte "externa" o de "política exterior" fue el desarrollo de la "ley iternacional", especialmente tales formas como las "leyes de la guerra" o los "derechos de neutralidad". Partes de la ley internacional eran originalmente completamente privadas, originándose en la necesidad de los comerciantes de proteger su propiedad y adjudicar disputas dondequiera que estuvieran. Ejemplos de esto son la ley de almirantazgo o la ley comercial. Pero aun las reglas gubernamentales eran voluntarias y no eran impuestas por ningún "super-estado" internacional. El objetivo de las "leyes de la guerra" era limitar la destrucción inter-estatal al mismo aparato estatal, protegiendo de ese modo al inocente público "civil" de la matanza y la devastación de la guerra. El objetivo de los derechos de neutralidad era proteger el comercio internacional civil, aun con países "enemigos", de confiscaciones por alguna de las partes en guerra. De manera que el propósito fundamental era limitar la extensión de cualquier guerra y, particularmente, limitar su impacto destructivo en los ciudadanos de los países neutrales y hasta de los países en guerra.
El jurista F. J. P. Veale describe encantadoramente tal "guerra civilizada" tal como floreció brevemente en la Italia del siglo XV: Los ricos burgueses y comerciantes de la Italia medieval estaban demasiado ocupados haciendo dinero y disfrutando de la vida para sufrir las penurias y peligros de hacerse soldados. De manera que adoptaron la práctica de contratar mercenarios para que pelearan por ellos y, siendo ahorrativos, hombres de negocios, rápidamente despedían a sus mercenarios cuando sus servicios se hacían innecesarios. Por lo tanto, las guerras eran peleadas por ejércitos contratados para cada campaña (...) Por primera vez ser soldado se convirtió en un profesión razonable y comparativamente inofensiva. Los generales de aquel período maniobraban contra el otro, frecuentemenre con habilidad consumada, pero cuando uno había ganado ventaja, el otro generalmente se retiraba o se rendía. Era una regla reconocida que un pueblo sólo podía ser saqueado si ofrcía resistencia: siempre se podía comprar la inmunidad mediante el pago de un rescate (...) en consecuencia ningún pueblo resistía nunca, siendo obvio que un gobierno demasiado débil para defenderlo había perdido el derecho a su lealtad. La población civil tenía poco que temer de los peligros de la guerra, que eran asunto sólo de los soldados profesionales.

La casi absoluta separación del civil privado de las guerras del Estado en la Europa del siglo XVIII es destacada por el profesor Nef: Ni siquiera la comunicación postal era interrumpida por mucho en tiempos de guerra. Las cartas circulaban sin censura, con una libertad que asombra a una mente del siglo XX (...) Los súbditos de dos países en guerra se hablaban al encontrarse, y cuando no se podían encontrar se carteaban, no como enemigos, sino como amigos. La noción moderna de que los súbditos de un país enemigo son parcialmente responsables por las acciones beligerantes de sus gobernantes difícilmene existía. Ni tenían los gobernantes enfrentados la más mínima disposición para detener la comunicación con súbditos del enemigo. Las viejas prácticas de espionaje conectadas con creencias y ritos religiosos estaban desapareciendo, y ninguna inquisición relacionada con comunicaciones políticas o económicas era siquiera contemplada. Los pasaportes fueron creados como salvoconductos en tiempos de guerra. Durante la mayor parte del siglo XVIII rara vez se les ocurrió a los europeos abandonar sus viajes por países extranjeros con los que el suyo estaba en guerra.Y siendo el comercio crecientemente reconocido como beneficioso para ambas partes, las guerras del siglo XVIII también tienen su contraprte en una cantidad considerable de "comercio con el enemigo"

Cuán lejos han sobrepasado los Estados las reglas de guerra civilizada durante este siglo no necesita ser elaborado acá. En la era moderna de la guerra total, combinada con la tecnología de destrucción total, la misma idea de limitar la guerra al aparato estatal parece más curiosa y obsoleta que la constitución original de los Estados Unidos.

Cuando los Estados no están en guerra, frecuentemente son necesarios acuerdos para mantener las fricciones al mínimo. Una doctrina que curiosamente ha ganado amplia aceptción es la supuesta "santidad de los tratados". Este concepto es tratado como contraparte de la "santidad de los contratos". Pero un tratado y un contrato genuino no tienen nada en común. Un contrato transfiere, de manera precisa, títulos de propiedad privada. Como el gobierno no "posee", en ningún sentido apropiado, el territorio que ocupa, cualquier acuerdo que concluya no confiere títulos de propiedad. Por ejemplo, si el Sr. Jones le vende o le da su tierra al Sr. Smith, el heredero de Jones no puede aparecérsele al heredero de Smith y reclamar la tierra como legalmente suya. El título de propiedad ya ha sido transferido. El contrato del viejo Jones es automáticamente vinculante sobre el joven Jones, porque aquel ya ha trasnferido la propiedad; el joven Jones, por lo tanto, no tiene derecho a tal propiedad. El joven Jones sólo puede reclamar lo que ha heredado del viejo Jones, y el viejo Jones sólo puede legar aquello que todavía posee. Pero si en una cierta fecha el gobierno de, digamos, Ruritania es coaccionado o incluso sobornado por el gobierno de Waldaviapara entregar parte de su territorio, es absurdo pedir que a los gobiernos o los habitantes de los dos países se les prohíba para siempre reclamar la reunificación de Ruritania con base en la santidad de los tratados. Ni la gente, ni la tierra del Noroeste de Ruritania son poseídas por ninguno de los dos gobiernos. Como corolario, ciertamente un gobierno no puede obligar, por la mano muerta del pasado, a posteriores gobiernos a través de tratados. Similarmente, un gobierno revolucionario que derrocara al rey de Ruritania, difícilmente podría ser hecho responsable por las acciones o deudas del rey, pues un gobierno no es -como sí lo es un niño- un verdadero "heredero" de la propiedad de su predecesor.

La historia como competencia entre el poder estatal y el poder social


Así como las dos básicas y mutuamente excluyentes interrelaciones entre hombres son la cooperación pacífica o la explotación coactiva, producción o depredación, la historia de la humanidad, particularmente su historia económica, puede ser considerada como una competencia entre estos dos principios. En una mano hay productividad creativa, intercambio pacífico y cooperación; en la otra dictados coactivos y depredación sobre aquellas relaciones sociales. Albert Jay Nock felizmente calificó estas fuerzas en lucha: "poder social" y "poder estatal". El poder social es el poder del hombre sobre la naturaleza, su transformación cooperativa de los recursos naturales y su entendimiento de las leyes de la naturaleza, en beneficio de todos los individuos participantes. El poder social es el poder sobre la naturaleza, el nivel de vida alcanzado por el hombre en intercambio mutuo. El poder estatal, como hemos visto, es la coactiva y parasítica confiscación de esta producción -un drenaje de los frutos de la sociedad en beneficio de gobernantes improductivos (de hecho, antiproductivos). Mientras el poder social es sobre la naturaleza, el poder estatal es poder sobre el hombre. A lo largo de la historia las fuerzas productivas y creativas del hombre han ideado, una y otra vez, nuevas formas de transformar la naturaleza en beneficio del hombre. Esos han sido los tiempos cuando el poder social ha tomado la delantera al poder estatal, y cuando el grado de invasión de la sociedad ha disminuido considerablemente. Pero siempre, después de un tiempo largo o corto, el Estado se ha movido hacia estas nuevas áreas, lisiando y confiscando el poder social una vez más.Si entre los siglos XVII y XIX, en muchos países de Occidente, fueron tiempos de creciente poder social y un corolario aumento de la libertad, paz y bienestar social, el siglo XX ha sido principalmente una era durante la cual el poder estatal se ha estado recuperando -con la consecuente reversión hacia el esclavismo, guerra y destrucción.En este siglo, la raza humana se enfrenta una vez más al virulento reino del Estado -del Estado armado ahora con los frutos de los poderes creativos del hombre, confiscados y pervertidos para sus propios objetivos. Los recientes siglos fueron tiempos en los que los hombres trataron de poner límites constitucionales y de otro tipo al Estado, sólo para darse cuenta que tales límites, como con todos los otros intentos, han fallado. De las numerosas formas que han tomado los gobiernos a lo largo de siglos, de todos los conceptos e instituciones que han sido probadas, ninguna ha tenido éxito en mantener al Estado bajo control. Evidentemente, el problema del Estado está tan lejos de una solución como nunca antes. Tal vez nuevas formas de pensar deban ser exploradas, si es que la solución exitosa y definitiva del problema del Estado ha de ser lograda algún día.

enero 21, 2008

Una recesión se avecina en Estados Unidos.



Las bolsas de valores han tenido perdidas significativas en estos días y principalmente hoy 21 de enero. El motivo principal de la caída en los precios de las acciones es una recesión en ciernes en la economía de los Estados Unidos, que tiene un tamaño decisivo en la economía mundial, con un 30% de participación, y es además el motor que empuja a la economía de todos los países.

Estados Unidos ha tenido un largo periodo de crecimiento sostenido de la economía. No ha tenido una recesión con disminución de su PBI desde 1982.

Ha sido un periodo excepcionalmente largo. Todos los economistas dicen que la economía no crece constantemente sino en intervalos, y esos intervalos normalmente han venido sucediendo cada seis o siete años. Desde 1983, cuando la economía de los Estados Unidos inició su crecimiento luego de las desgravaciones y desregulaciones que aplicó el ex presidente Ronald Reagan, creció 9.3% en 1983 y 7.5% en 1984. Prosiguió su crecimiento a un promedio de 4% desde 1985 hasta la fecha, siendo el menor crecimiento en 1992 con solo 2%.

Hay otros efectos que agravan el problema entre ellos, el déficit presupuestario luego del aumento de los gastos públicos federales y sobre todo una inflación de costos, producida por incrementos en los costos de producción de las empresas, debido a mayores cargas tributarias y al aumento de los precios de la energía. Las recesiones en circunstancias normales suelen durar uno o dos años en los Estados Unidos, y durante los periodos recesivos aumenta el desempleo. Una recesión es un re acomodamiento, no un quebranto. Algunas actividades económicas dejan de ser rentables y son abandonadas por otras nuevas. La recesión implica necesidad de un cambio.

Para una nación con alta estabilidad política, donde ningún grupo o sector tiene una influencia decisiva en la política no sucede nada que se deba temer. Las recesiones llegan solas y se van solas, mientras los gobiernos no intervengan en la economía y dejen que las leyes del mercado surtan sus efectos y el mercado busque su equilibrio de acuerdo a sus leyes. Lo peor que puede suceder es que el gobierno de los Estados Unidos se sienta tentado a hacer demagogia, interviniendo en los mercados torpemente como lo hacen las demás naciones de América, como por ejemplo: manipulando la oferta monetaria, aumentando el gasto público, o imponiendo regulaciones a las actividades económicas.

Una recesión en los Estados Unidos tendrá efectos negativos poco significativos para ellos, pero a los países emergentes de materias primas les produce un efecto mucho más grave.

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez aboga permanentemente por romper la dependencia de las naciones latinoamericanas respecto de los Estados Unidos. Venezuela puede reducir su dependencia disminuyendo la importancia en sus ventas de petróleo a los Estados Unidos y ser menos cliente-dependiente de ellos. Ahora que se avecina una recesión en los Estados Unidos veremos que tal le va a Venezuela, Hugo Chávez y sus petrodólares, porque una disminución de sólo 5% de petróleo en los Estados Unidos representa para Venezuela una disminución de 70% en sus ingresos.

http://www.lanacion.com.ar/economia/nota.asp?nota_id=980656

La intervención del estado y las prohibiciones legales.



Este post es la continuación de un tema que fue debatido en el blog de José Benegas que recomiendo visitar a quienes les guste leer lo que realmente vale la pena leer. En ese blog se había tratado un tema que siempre provoca una gran polémica como es la legalización del comercio de drogas.

Haré honor al nombre de este blog para manifestar mi oposición absoluta a la intervención del estado en la vida privada de las personas. No admito que el estado haga moralismo, ni intente establecer reglas de conducta sobre los asuntos privados de las personas, ni se entrometa en la intimidad de los individuos cuando no se ponen en juego los intereses de terceros.

No creo en el altruismo para nada. En mi opinión el altruismo como se lo ve hoy es una aberración, es un acto repleto de hipocrecía. El altruismo tiene origen en la Biblia y principalmente en la doctrina cristiana. No es que esté en contra de su doctrina, pero veo que el cristianismo en la actualidad es una monstruosa deformación de la doctrina de Cristo, donde cada uno interpreta sus preceptos a su gusto y conveniencia; y lo considero a Cristo como lo que realmente fue: un hombre y un filósofo. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, dicen las escrituras, pero el vulgo ha conseguido invertir la premisa y ha hecho que el hombre cree a Dios a su imagen y semejanza. Ahora la Biblia dice lo que los grupos interesados quieren que diga, y ese Dios aprueba todo para beneficio de sus intereses.

La Biblia es quizá el libro más pro individuo que se haya escrito jamás. Todo su contenido está dirigido a la perfección del individuo como persona, como una individualidad. En ninguna parte de la Biblia se habla de la perfección de la comunidad, ni se usa la palabra “nosotros”.

El altruismo es un acto que tiene sentido cuando el individuo lo practica por su libre decisión. La abstinencia del estado en la ayuda a los pobres y necesitados no implica que los particulares no puedan hacerlo. La decisión de ayudar a un individuo que necesita imperiosamente una ayuda para salir de un problema es una decisión de que debe tomar cada individuo. Pues el individuo es quien tiene derecho a decidir sobre sus actos y sobre sus bienes. Es él quien debe decidir a quien ayudar, como hacerlo y cuando hacerlo; y sobre todo debe ser responsable de los resultados de sus actos. Lo que pretenden los políticos y altruistas particulares que piden la intervención del estado, es hacer beneficencia social con el dinero ajeno pero no con el dinero propio de ellos.

Nunca obtengo una respuesta satisfactoria cuando pregunto a alguien que está preocupado por los pobres o necesitados, porqué no se asocia con otras personas que tengan el mismo interés, a que se unan esfuerzos, aporten dinero o presten sus servicios a favor de los pobres. Es más fácil fingir ser los buenos y humanitarios apelando al estado y su aparato compulsivo para que saquee billeteras ajenas, y prive de los beneficios del trabajo a personas honradas sin ningún pudor, como lo han hecho los piratas y villanos desde tiempos inmemoriales, porque el modo en que se conduce el estado hoy en día no difiere en nada a las bandas de asaltantes que le ponen le apuntan en el pecho reclamando la billetera o la vida.

Este enfermizo amor a la humanidad de los políticos y grupos que pretenden parecer humanitarios no tiene nada que ver con las premisas de las sagradas escrituras. El altruismo, la Justicia Social o como se llame es una farsa, un acto descarado, una inmoralidad absoluta para procurarse un prestigio a bajo costo o para vivir como parásitos de los contribuyentes de impuestos.

Las prohibiciones legales

En el ámbito de las instituciones políticas es muy frecuente que un determinado plan o ley obtenga resultados exactamente opuestos a los fines perseguidos. Por más perfecta que sea una ley, no acabará con el crimen, pero si puede fomentarlo.

La prostitución, es uno de los oficios más viejos, quizás tan viejo como la humanidad. La prostitución ha sido prohibida, perseguida y cobmbatida por todas las religiones y por muchas leyes, sin embargo nada a terminado con su existencia.
La prohibición de portar o tener armas no acaba con las armas, ni con su producción ni comercialización. Los delincuentes necesitan las armas para sus fines y no las entregarán a las autoridades porque son su herramienta de trabajo, y si las pierden conseguirán otras en el mercado clandestino. Lo mismo sucede con la producción, tenencia, comercialización y consumo de drogas. Una prohibición del comercio de esta sustancia empeora las cosas. Una ley de este carácter no conseguirá que la gente consuma drogas, no impedirá que alguien la produzca y tampoco impedirá que se comercialice. La prohibición dejará al prohibicionista fuera de control, y la producción y comercialización quedará en manos de bandas delictivas y usarán seguramente sus ganancias para sobornar a funcionarios y corromper las instituciones políticas. Tenemos un ejemplo a la vista en Colombia, donde los narcotraficantes escondidos en la espesura de la selva siembran la planta, producen la pasta y la comercializan; y tienen al terrorismo y bandas armadas de criminales asociadas para su protección, y el estado colombiano es incapaz de acabar con este crimen.

El caso más demostrativo ha sido en los años 30 cuando el Congreso de los Estados Unidos pretendió hacer moralismo adoptando una enmienda a la Constitución, prohibiendo la producción, comercialización, transportación, y consumo de licores. Las prohibiciones de la enmienda no terminaron con el negocio, sino que se obtuvo un resultado muy adverso; los efectos que surtió la enmienda fueron un fomento en lugar de un coto a ese comercio Los comerciantes de licores, que era gente no muy escrupulosa defendió sus negocios con uñas y dientes. Muchos no dudaron en asociarse con otras bandas de pistoleros y asaltantes para defenderse, y los Estados Unidos vivieron durante la vigencia de la prohibición, una época de delincuencia que no ha tenido precedentes en su historia ni equivalente hoy en día. Cuando la enmienda fue derogada por otra que permitió las actividades que la otra prohibía, el problema del crimen tuvo una mejora notable. Las leyes cuando se dictan en demasía se desvalorizan, y los ciudadanos pierden respeto a la ley que es lo mismo que quitarle valor. Una comunidad solo necesita leyes suficientes para que vivan armoniosamente sus habitantes, pero no más.

enero 20, 2008

Debate sobre la ley de ajuste cubano en EEUU

A 50 años de la revolución cubana, el paraíso de abundancia prometido todavía no ha llegado, pero el aparato de espionaje de Fidel Castro y su revolución dentro y fuera de Cuba es formidable. Negocian información adquirida en otros países y se los venden al terrorismo.
Lo peor es que haya tantos estúpidos que creen este cuento del socialismo con un mundo repleto de abundancia para todos.

enero 18, 2008

Chávez no terminará su mandato, según Miquilena



En su verborragia interminable, y su intromisión en los asuntos internos de otros países, el demagogo venezolano está ganándose muchos enemigos. Hugo Chávez está empecinado en destruir el liderazgo político del presidente colombiano Álvaro Uribe, pactando con las bandas de narcotraficantes y terroristas de Colombia; pero esta farsa de Chávez simulando ser un humanista que le interesan los derechos y libertad de los secuestrados es una forma de chantejear la gobierno colombiano que en años no ha podido resolver este problema. No es que Chávez sea capaza de negociar y el gobierno colombiano no, sino que Chávez tiene tratos con las bandas criminales, tiene influencias sobre ellas, y los rehenes liberados no parecen haber sido rehenes. La misión de Hugo Chávez no es un gesto amistoso hacia Colombia sino una extorsión.


Después de su reelección en el 2006 en la presidencia venezolana, Hugo Chávez se ha quitado la careta de demócrata, y ha dejado en evidencia ante el mundo que es un gángster capaz de cometer las peores bajezas yde vincularse con las peores lacras del mundo. Las FARC, son un decadente club de narcos y bandidos, no tienen futuro como guerrilla pero si lo tienen como narcotraficantes según Joaquín Villalobos, y los vínculos de Chávez con el narcotráfico y de estos con el terrorismo son harto evidentes.


Pero ahora que el mundo comienza a ver a Chávez con otros ojos, y el Colombia están atento a los movimientos de este sujeto, y se están organizando movimientos civiles de repudio a las FARC.

enero 17, 2008

Esperanzas 2007

Un artículo publicado por Porfirio Cristaldo Ayala en el diario ABC de Asunción de Paraguay.

El 2007 fue un gran año. Los visionarios de la ruina se llevaron varias desilusiones. El petróleo no se acabó ni su producción llegó a su tope, no hubo guerra con Irán, bajó el precio del etanol y de los biocombustibles, en lugar del “calentamiento global” vino un “enfriamiento global”, subió el precio de los alimentos mejorando el ingreso de los agricultores, y, si bien en algunos casos ello resultó en una pesada carga para países pobres importadores netos de alimentos, es más fácil para estos ajustar el consumo que restringir la producción.

Los grupos de intereses contrarios al petróleo aseguran que su producción llegó a su pico y que a partir de ahora la oferta de combustibles fósiles se irá ajustando a través de la suba de precios, lo que significará un poderoso freno a las economías de los países pobres. Nada de esto, sin embargo, parece tener mucha lógica. Varios países están encontrando nuevos e inmensos yacimientos petrolíferos que comenzarán a explotar. Brasil es un ejemplo, China es otro, también India y México encontraron nuevas reservas.

En Brasil, solo los pozos de “Tupí” recientemente descubiertos duplicaron las reservas brasileñas conocidas. Estas reservas podrán convertir al Brasil en unos años más en el décimo productor mundial de petróleo y uno de los primeros en biocombustibles. También están surgiendo nuevas tecnologías que permiten seguir explotando rentablemente viejos pozos y extraer petróleo de fuentes anteriormente ya agotadas, inservibles o con pozos muy profundos. El petróleo está lejos de acabarse.

EE.UU., país que genera hasta un cuarto de todas las emisiones globales de calentamiento en el mundo, pese a la contrariedad de otros países desarrollados, se resiste a aprobar el acuerdo de Kyoto y a aceptar los estrictos límites que éste impone sobre la emisión de dióxido de Carbono (CO2), debido a los altos costos que tendría tratar de cumplir las exigencias, con riesgos de frenar el crecimiento de la economía. Las emisiones de EE.UU., desde 1990, no obstante, han venido mejorando bajo un esquema de cooperación voluntaria en el mercado de carbono. Les ha superado a Canadá, Nueva Zelanda, España, Portugal, Irlanda, Turquía.

El 2007 también ocasionó alguna vergüenza entre los defensores del calentamiento global. En distintos lugares del planeta, desde Seúl, Corea, hasta Johannesburgo, Sudáfrica, y, desde Nueva Zelanda, hasta Charlotte, N. C., se presentó una ola de frío polar que convirtió al año 2007 en un genuino año del “enfriamiento global”.

Pero la mayor desilusión recibieron los “profetas” que todavía no se habían percatado que el ser humano, año tras año, vive una mejor calidad de vida, una existencia más sana, larga y saludable, en áreas más limpias.

Nunca antes la mortandad infantil, el hambre y la desnutrición estuvieron tan bajos ni la expectativa de vida fue tan alta. Nunca antes los pueblos han estado tan cerca del desarrollo tecnológico y el avance medioambiental. El 2007 tiene el mejor récord en la historia de la humanidad.

El Cato Institute ha lanzado recientemente el extraordinario libro de Indur M. Goklany, El mejoramiento de la situación del mundo, una investigación exhaustiva con una visión optimista —aunque realista y hasta conservadora— de la globalización y sus consecuencias: el crecimiento económico, el libre comercio y el avance tecnológico, apoyado en abundantes gráficos, estadísticas y datos históricos. Ni la globalización ni el crecimiento económico emergente han ampliado las desigualdades en el interior de los países.

Los estudios de Goklany demuestran también que el mundo avanza inexorablemente hacia el fin de la pobreza y el atraso, gracias al aumento sostenido de la libertad económica y la sólida protección de los derechos de propiedad privada logrados en los últimos 30 años. Las necesidades básicas de la vida, desde alimentos hasta educación, pueden conseguirse hoy con mayor facilidad y son mucho más baratas. El mundo está recibiendo el soplo de libertad que esperaba para florecer.

Abriendo las puertas a la corrupción

Foto: Cato Institute

El exceso de legislación a que nos han acostumbrado los gobiernos es el causando del auge de la corrupción. Contrariamente a la creencia de que hacen falta más leyes para castigar los actos de corrupción, es la rigurosidad y excesiva cantidad de leyes lo que fomenta este flagelo.

Tantas leyes y de difícil, o imposible cumplimiento inducen a mucha gente a buscar un atajo para evadir sus mandamientos, y esos atajos casi siempre consisten en pagar sobornos a funcionarios públicos. Muchos funcionarios saben bien de esto y dictan órdenes que saben de antemano que no se pueden cumplir, pero hechas con fines de engrosar sus billeteras.

Según Enrique Ghersi, en su libro “El Otro Sendero”, la corrupción es un efecto y no una causa. Más poder al estado y a la clase política implica más corrupción.

enero 14, 2008

Socialismos en conflicto


Autor: Marcos Aguinis


El antes y el después de la caída del Muro de Berlín sirven para entender diversas concepciones políticas surgidas de una misma raíz. Los distintos "modelos socialistas" que existen en la región
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Para América latina es un tema de fogosa actualidad, como si las experiencias no hubiesen dejado enseñanzas. En un pasado próximo, cuando se quería dar un ejemplo de divisiones interminables, se recurría al modelo de los partidos socialistas, que eran escasos en número pero activos en mitosis. Heredaban de la biología la tendencia a partir sus núcleos y a continuación partir el cuerpo celular. De esa forma invadían el mapa politico con nombres y siglas nuevas, diversas, pero casi todas hilvanadas por el anhelo común de un mundo más equitativo. Desde afuera no siempre era sencillo entender la razón profunda de tanta fragmentación. Se peleaban y odiaban entre ellos, como una familia que no consigue convivir en paz. Quienes más cerca parecían estar, eran los que más rencor se tenían.
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La historia del socialismo es larga y puede remontarse a la antigüedad, cuando filósofos y profetas clamaban por justicia y derechos, en especial de los débiles y desheredados. Sus demandas solían venir atadas a la ética de las religiones monoteístas y no tardaron en volverse fanáticas, con las consecuencias que el extremismo siempre genera. Durante siglos, persecusiones y hogueras demostraron cuán difícil es conseguir equidad entre los seres humanos. Casi siempre el egoísmo derrotaba al altruísmo.
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Hacia fines del siglo XVIII se produjo la revolución americana y 13 años más tarde la francesa, ambas herederas de la revolución industrial inglesa. Las tres usaron los mismo colores, sólo cambiaba la disposición. La americana tuvo la cualidad de afirmarse en los derechos individuales, el mérito, el pluralismo y la tradición liberal inglesa; la francesa también en ellos, pero con los ingredientes del resentimiento. Por eso la revolución americana avanzó hacia una Constitución ejemplar y la francesa cayó en la guillotina implacable. Pero no cumplieron con sus postulados iniciales: la americana retaceó la igualdad de oportunidades a negros y pueblos originarios, lo cual produjo terribles conflictos basados precisamente en el no cumplimiento de la sabia Constitución. La francesa no impuso la libertad, igualdad y fraternidad tan voceadas, sino la opresión maximalista de los jacobinos, nuevas desigualdades en nombre de una falsa igualdad y el genocidio (genocidio en serio, porque anhelaba el exterminio total) de la clase nobiliaria, opositores políticos y sospechosos.
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En Europa continental la revolución no satisfizo las expectativas (terror, guerras napoleónicas, nuevas injusticias) y surgieron entonces los socialismos utópicos, epígonos de las utopías que puntearon siglos anteriores. Se multiplicaron iniciativas, luchas e ideales que ahora suenan ingenuos, pero que generaron en su tiempo una efervescencia considerable. Ninguno pudo imponerse, aunque desparramaron consignas fuertes, teorías atractivas y una potente ilusión.
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En 1848 apareció el Manifiesto Comunista de Marx y Engels como una semilla destinada a convertirse en un frondoso bosque. Rechazaba las utopías y se presentaba como un opción distinta, científica, por completo novedosa. Ejerció desde el comienzo una seducción importante. Reunía las cualidades de una maciza racionalidad junto a una esperanza mesiánica, determinista y fervorosa. Trasladaba a la política el sueño de los profetas y el alfa que avanza hacia el omega del evangelio. Era una teoría que empujaba a la práctica y una práctica respaldada por una excitante teoría.
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Debió enfrentar otras opciones también atractivas como el anarquismo y la balbuceante socialdemocracia. Pero el gran giro en favor de Marx y Engels se produjo cuando en 1917 Lenin desencadenó la revolución bolchevique y estableció el primer Estado socialista del mundo y de la historia. Contradijo la profecía de sus maestros, que anunciaron el amanecer del socialismo verdadero en los regímenes capitalistas maduros, no en un país atrasado y semifeudal como Rusia. Lenin tomó el modelo de la revolución francesa y dispuso genocidar a nobles, burgueses, terratenientes y opositores. Impuso una dictadura que no respetaba derecho individual alguno, sino el de una abstracción llamada "proletariado". Ni siquiera él mismo era un proletario y tampoco la mayoría de sus compañeros. Ejerció la dictadura "en nombre de", lo cual le concedía una dudosa legitimidad. Tan es así que pronto volvió a contradecir al viejo maestro, para quien esa dictadura tenía que ser breve, seguida por la dilución de la perversa maquinaria del Estado. Porque el Estado era considerado un verdugo al servicio de las minorías privilegiadas. Pero esa minoría, en el Estado soviético, ya no eran las demonizadas clases sociales ricas, sino la nueva, llamada Partido único o Nomenklatura o el autócrata que gobernaba como Iván el Terrible, sin límite alguno a sus caprichos y paranoias. El Estado leninista dejó de ser el odiado monstruo que saboteaba la libertad y la igualdad, para convertirse en su publicitada garantía. Por lo tanto, a más Estado, más socialismo. Toda una novedad. Algo que fue imponiéndose en contradicción con las raíces del marxismo. Por eso ahora se asocia marxismo-leninismo con un sistema estatal absolutista y policíaco, dueño de todo ("en nombre" del proletariado o del pueblo). Es la versión que se adoptó en casi todo el mundo, en particular América latina..
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La ilusión de que la expropiación sistemática de los medios de producción, el control absoluto y la planificación en todos los campos de la vida iba a llevar a una rápida victoria económica y política sobre el capitalismo, terminó en catástrofes. En lugar de aumentar las cosechas se produjeron hambrunas, en lugar de asegurar la libertad se cometieron asesinatos masivos, en vez de incrementar el derecho fue instituido el Gulag, en el sitio del hombre nuevo apareció un hombre degradado y sometido. Esa versión del socialismo equivalía a un régimen despótico, cada vez más cruel, intolerante al menor asomo de disidencia o pluralismo, inclusive hasta en el área inaprehensible de la música (¡!). Los textos de Marx, Lenin y Stalin se conviertieron en Sagradas Escrituras, cuyas líneas eran infalibles y contenían respuestas para todas la preguntas, también en América latina, ahora en Cuba y Venezuela. Hasta las interpretaciones debían responder a un lineamiento oficial. El jefe es perfecto, omnisciente y todopoderoso, como Dios. Tertuliano había dicho respecto de los dogmas que creía en ellos porque eran absurdos. El socialismo soviético también fue absurdo, porque había traicionado los principios que decía defender: la libertad, la dignidad de la persona, la igualdad de oportunidades, el creciente bienestar general, la fraternidad, la creatividad. Pero de eso no se habla. Por lo menos no se habla lo suficiente.
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Se impuso por la violencia y se mantuvo gracias a la violencia. La violencia no respeta al prójimo. Al contrario, se creía que era la partera de la historia, aunque procediese con instrumentos primitivos y matase a la criatura. En consecuencia, el modelo del régimen soviético (que se extendió a tres continentes) torturó, deportó y asesinó a millones de seres para imponer su utopía. Ejerció una propaganda obscena para defender lo indefendible. Esa propaganda fue exitosa porque mantenía la llama de la ilusión. Las ganas de creer son más fuertes que los sentidos y que la razón. Mentes lúcidas prefirieron la ceguera para no derrumbar sus fantasías. Pocos –Pablo Neruda entre esos pocos- confesó amargado antes de morir: "Me equivoqué". Howard Fast escribió su lamento en El dios caído. Muchos fanáticos creyentes en ese socialismo decidieron suicidarse al comprender su error, que era intolerable.
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Visité la Unión Soviética en 1984, un año antes de que asumiera Gorbachov, invitado por el Instituto de Ciencias. Fui como un latinoamericano deseoso de penetrar en sus meandros, que me esforzaba por imaginar maravillosos en base a mis lecturas marxistas –tan de moda en los 60 y 70- y la simpatía que por ellos manifestaba gran parte de los intelectuales. Además, era un sistema que ya había adoptado un tercio de la humanidad en varios países de Europa, Asia, Africa y uno de América latina: Cuba, dedicada a exportar guerrilleros. La URSS se presentaba como un sistema alternativo que construía el hombre nuevo, más digno y altruísta. Pero allí tropecé con los ubicuos ojos de los espías a toda hora y en todo lugar, la pobreza generalizada, la mediocridad, la resignación, el miedo, el fracaso. Tuve la oportunidad de alojarme en un hotel destinado a miembros de la Nomenklatura y su confort me produjo náuseas. Pude enterarme de los beneficios que recibía el funcionario obsecuente y el precipicio que esperaba al jerarca más encumbrado si se atrevía a desobedecer. El sistema era férreo, concebido por Lucifer. La decepción me estrujó las entrañas.
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Su modelo de persecusión, arbitrariedad y propaganda había sido adoptado por Mussolini, inspirado en Lenin, Trotsky y Stalin. No olvidemos que Mussolini había sido socialista marxista. El mismo modelo fue también adquirido por el nazismo, que es un nacionalismo socialista (¡socialista!); hubo una época en que se habló de nazi-bolchevismo. Aunque resulte asombroso -porque hemos incorporado la tesis errada de que son sistemas antagónicos-, en sus aguas profundas, el socialismo leninista, el fascismo y el nazismo tienen coincidencias impresionantes, empezando por algo tan evidente como su alergia por la democracia. También coinciden en su fría vocación de despreciar, mentir y matar.
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En 1989 cayó el Muro de Berlín y siguió la implosión soviética, tan sísmica como inesperada. Pero el júbilo de la libertad no pudo administrarse bien. Los que habían sido jerarcas del antiguo régimen –corrompido e inescrupuloso- fueron los primeros en apropiarse de los bienes públicos. Surgieron mafias sanguinarias. El hombre nuevo que se venía construyendo desde hacía setenta años en el país más extenso del mundo no era nuevo, sino peor. El resultado de haber matado más gente que el mismo Hitler para imponer y sostener esa utopía, derivó hacia nuevas inequidades. La Unión Soviética había sido también una ilusión, sólo que más criminal que las combatidas teóricamente por Karl Marx.
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La implosión fue seguida por la independencia de varias de las repúblicas que integraban la caduca URSS. Se liberaron en dominó los países satélites de Europa Central y Oriental, con la excepción de Bielorrusia, que continúa ahogada por una tiranía staliniana. China se convirtió a la economía capitalista, provocando una cronología adversa a la dictada por las Sagradas Escrituras del marxismo. La secuencia esclavitud-feudalismo-capitalismo-socialismo-comunismo (que se parecía una ley de la física) hizo una voltereta, yendo del socialismo leninista-maoísta a un nuevo capitalismo, no al comunismo (por ahora, sin abandonar la dictadura "en nombre de"). En forma análoga se comporta Vietnam. En cambio Corea del Norte y Cuba se obstinan en practicar la asfixia, miseria y aislamiento de sus pueblos. Ahora lo pretende imponer el grupo militar que controla Venezuela, como si las evidencias del fracaso no le alcanzaran para entrar en razón.
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En las siete décadas que duró el Estado soviético hubo varios intentos de endulzar sus dogmas con la democracia. Terminaron mal, pese a las expectativas de multitudes, también en América latina. Ocurrieron en tres países de Europa: Hungría, Polonia y Checoeslovaquia. En los tres se procedió a una represión sangrienta, sin pudor alguno. Se había hablado de socialismo con rostro humano y acuñaron otras expresiones que revelaban al mismo tiempo el anhelo de cambio y su imposibilidad. El marxismo-leninismo, como sistema, no es compatible con la democracia. Instaura la dictadura "en nombre" del proletariado –o del pueblo- y funda una nueva clase privilegiada que nivela para abajo y necrosa. No acepta la democracia porque entonces debería renunciar al poder y los regalos que el poder le derrama.
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Otra experiencia inolvidable fue la de Chile con la Unidad Popular liderada por Salvador Allende. También quiso respetar la democracia, cosa que le resultó cada vez más difícil. Los sectores maximalistas no se sentían cómodos con el respeto a las instituciones. Fidel Castro fue a convencer a los más apurados para que no socavasen el prestigio y la fuerza del Presidente. Pero resultaba imposible armonizar el pluralismo de la democracia, la seguridad jurídica, el respeto por la propiedad privada, la total libertad de expresión y el derecho al disenso con el modelo leninista, donde nada de eso podía sobrevivir. La situación general se deterioró, porque ese socialismo no podía resolver su contradicción básica: dictadura o democracia. El presidente Allende llegó al límite de su resistencia antes del golpe de Estado, porque quería llamar a un plebiscito que le permitiese seguir gobernando o lo mandase a su casa. De no haberse producido el malhadado golpe de Estado, nuevas elecciones habrían permitido superar en calma un gobierno imposible. Y el socialismo marxista-leninista habría tenido otra prueba de su destino infernal.
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Mientras, otros modelos socialistas pudieron ser más exitosos y de veras más humanos. Me refiero a los socialdemócratas. Tuvieron larga duración en los países escandinavos y fueron probados en Francia, Alemania, Gran Bretaña e Italia. Integran un sistema político pluralista, con defensa del estado de derecho y garantías para la propiedad privada. En España el PSOE renunció públicamente al marxismo antes de conquistar el poder, lo cual generó críticas de traición y desencanto. Pero fue una medida sabia, imprescindible. Después solicitó ingresar en la OTAN, criticado también como felonía y sometimiento al imperialismo norteamericano. Más adelante dio otro paso decisivo: incorporarse a la Unión Europea. Este socialismo democrático, basado en un capitalismo moderno, con transparencia competitiva y un Estado sometido a controles, produjo una verdadera revolución progresista. No hubo necesidad de violencias como partera, ni dictaduras "en nombre de", ni cercenamiento de las libertades individuales ni de los dereechos humanos.
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En América latina había ocurrido un fenómeno inédito: la revolución cubana, que en pocos años manifestó la decisión de su liderazgo por someterse al modelo socialista soviético. El romanticismo de la guerrilla y su carácter juvenil la hizo aparecer como una experiencia nueva, maraavillosa. En cierta medida lo fue y desencadenó una arrasadora ilusión. El método guerrillero fue exportado a varios países de América latina y África. Pero sus resultados fueron siempre estériles, además de costosos en vidas y generadores de atraso en la economía, la salud y la educación. La guerrilla sostenida por Cuba produjo movimientos subversivos, expandió la ideología marxista-leninista, desestabilizó frágiles democracias, aumentó la pobreza y justificó la implantación reactiva de dictaduras sanguinarias. El romanticismo inicial generaba entusiasmo por un régimen que pretendía superar al capitalismo en una década y terminó transformado en un mendigo, primero de la asistencia soviética y ahora venezolana. Patético. Como había pasado con el stalinismo, muchos aún prefieren negarse a reconocer las evidencias de su calamidad. La socialdemocracia, en cambio, logró en España o Chile mucho más que Cuba en menos tiempo, sin costo de sangre, ni fusilamientos, ni violación de los derechos humanos, ni torturas ni prisiones.
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Los altos precios del petróleo introdujeron un nuevo factor en América latina: un coronel golpista se ha convertido en el dueño absoluto de Venezuela y en el sostenedor de Cuba y otros gobiernos que desean implantar regímenes autoritarios como Bolivia y Ecuador. Avanza con paso redoblado hacia su eternización en el cargo, la estatización de los medios de producción al caduco estilo soviético, imponer una mordaza al periodismo, aplicar el lavado de cerebro a los estudiantes en todos los niveles y crear una nueva clase privilegiada compuesta por militares y personajes obsecuentes que se enriquecen de manera obscena. En su modelo no existe la perspectiva de formar un hombre nuevo, pese a la propaganda, porque todo se reduce a la acumulación del poder unipersonal –inspirado en Stalin, Mao, Pol Pot y Fidel- gracias a los petrodólares que utiliza como si pertenecieran a su bolsillo hondo como una galaxia. Su narcisismo lo empuja a querer convertirse en el líder de una revolución continental y hasta mundial. Para ello no ha tenido pudor en manifestar su untuosa adherencia con sistemas repugnantes como los de Irán, Bielorrusia y Corea del Norte.
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Cuando un periodista me preguntó por qué fascina Chávez, mi respuesta fue otra pregunta: "¿A quién fascina? ¿fascina a los canadienses? ¿irlandeses? ¿franceses? ¿alemanes? ¿australianos? ¿o sólo a estúpidos como nosotros?" Porque la verdad ya no se puede ocultar ni deformar como en la URSS de Stalin. No es posible considerar válidas las resoluciones de un Congreso en Venezuela donde ahora sólo está representada una fracción de la sociedad. No es sostenible que haya mejorado la seguridad. Tampoco que la escasez proviene de la manipulación y no de la ineficiencia de esta administración narcisita-leninista (Andrés Oppenheimer dixit). Produce carcajadas que un ministro asegure que Venezuela es el país con mayor crecimiento del mundo. La corrupción, en vez de disminuir, ha crecido en forma exponencial. Las fuerzas armadas son sometidas a las nuevas milicias con carga ideológica paleocubana. Los estudiantes indóciles son reprimidos con ferocidad. La gente digna se harta de los insultos que escupe Chávez a los que disienten con sus delirios de un geriátrico. Es evidente que los venezolanos más lúcidos se oponen a una reforma constitucional que pretende violar la Constitución para instalar un régimen absolutista, copia del viejo socialismo real que ha mostrado suficientes síntomas de su cancerígena patología. Ese socialismo, bautizado en forma pomposa como del "siglo XXI", sólo recoge lo peor del XX. Anhela instalar los fraudes, los abusos, la intolerancia, la inequidad y la corrupción que existió en los países más castigados del planeta. Como ya se dice en Venezuela, pareciera que el objetivo es crear un horroroso Zimbawe latinoamericano.
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Este socialismo hasta ahora tiene a Cuba como aliado fundamental (o como inválido que debe transportar en silla de ruedas). Además apoya de modo manifiesto al gobierno de Evo Morales en Bolivia y a Correa en Ecuador. Pero en América latina, por suerte, funcionan otros gobiernos socialistas que no quieren la tiranía, ni el poder unipersonal, ni el pensamiento único, ni la represión de la prensa, ni la imposición por el fraude o por la fuerza. Son los de Chile, Brasil, Uruguay. Y les va mucho mejor. En este conflicto de socialismos, será más costoso para todo el continente el encarnado por Chávez y Cuba. Con su socialismo de museo histórico proseguirán las bribonadas que tanto dolor, muerte y vergüenza generaron en el siglo pasado.
Este artículo fue publicado originalmente por Revista Noticias, de Buenos Aires, Argentina
Agradecimiento a Eneas Biglione, de Fundación Hacer por haber enviado este artículo