El resultado electoral del domingo próximo revelará si la población prefiere cambiar el rumbo de la Argentina o si, en cambio, opta por que la primera dama se hago cargo de la pesada herencia que deja su esposo.
A menos de una semana de las elecciones presidenciales, llama la atención las pocas encuestas que se han publicado. En otras oportunidades, aparecían como hongos en todos los medios. Tal vez el manoseo que se ha hecho de ellas y los gruesos errores del pasado reciente hayan determinado que su demanda sea baja, por la reducida credibilidad que hoy tienen ante la opinión pública. Por supuesto, algunas he visto y la verdad es que las hay de todo tipo. Desde las que dan como ganadora a Cristina Kirchner en la primera vuelta, hasta las que colocan a Alberto Rodríguez Saá en el segundo lugar y a la primera dama bastante lejos del 40%. Lo cierto es que todavía no sabemos cuál va a ser el resultado del domingo que viene, aunque, por lo que dicen todos, parece que la senadora Kirchner ganará en primera vuelta. ¿Para qué disentir con esa opinión generalizada si en una semana nos vamos a enterar de la realidad? Ahora bien, algo que se observa claramente es la capacidad que ha tenido el gobierno de Néstor Kirchner para dividir a la sociedad: están, por un lado, los que van a votar a Cristina Kirchner –si bien debo confesar que todavía no me topé con demasiados de ellos– y, por otro, los que están dispuestos a votar a cualquiera con tal de que la primera dama no se convierta en presidenta. Yo diría que hasta algún liberal podría llegar a festejar que Elisa Carrió gane las elecciones o un anti-peronista podría descorchar una botella de champagne si el vencedor es Rodríguez Saá. En todo caso, las ideas han sido dejadas de lado y el rencor y el resentimiento que ha transmitido permanentemente Néstor Kirchner en estos cuatro años y medio de presidencia han saturado la capacidad de tolerancia de buena parte de la población. La única transversalidad que ha conseguido el presidente es lograr enemigos en todos los sectores sociales e ideológicos de la Argentina. Un mérito que no es menor. No me sorprendería que, si los números no le dan a Cristina para ganar en la primera vuelta, le termine pasando lo mismo que a Carlos Menem en 2003, que habiendo salido primero en la primera vuelta, no podía ganar en la segunda. Sería una verdadera ironía de la vida. Si en su propia provincia los Kirchner no pueden pisar el suelo sin una fuerte custodia de la Gendarmería, es de imaginar lo que puede ocurrir en el resto del país. Por ejemplo, en Entre Ríos, provincia en la que primero cebaron a la gente con el enfrentamiento por las pasteras y ahora dejaron colgados del pincel a los entrerrianos. Justamente, el tema de las pasteras me lleva a recordar que la mentira sistemática ha sido otra de las características de un gobierno que en 2003 entró por la ventana de la Casa Rosada gracias a la visión de estadista de Eduardo Duhalde, el mentor de Kirchner. Y ni qué hablar de los resonantes casos de escándalos de corrupción que durante semanas se fueron sucediendo uno atrás de otro. O del manejo arbitrario del poder y de los fondos públicos. A estas conductas vergonzosas se les suman actitudes también deplorables, como estar permanentemente revolviendo el pasado en forma parcial y arbitraria, esparcir resentimiento en cada discurso, atacar y despreciar a quienes piensan diferente, usar el Estado como si fuera propiedad privada del matrimonio presidencial, mentir y aislar a la Argentina del mundo civilizado llevándonos a los brazos del déspota Chávez. Todo esto puede estar explicando el comportamiento tan atípico de estas elecciones, en las cuales la mayoría de la población deja de lado sus ideales y busca la manera de frenar esta orgía de patoterismo e impunidad en el manejo de la cosa pública. Es como si la gente estuviera pidiendo una bocanada de aire fresco después de tanta polución de insultos y de desprecio por los valores republicanos. Me da la impresión de que cada uno, a su manera, está buscando la forma de recuperar algo de la dignidad del ser argentino y eso explicaría el comportamiento tan atípico del electorado no kirchnerista y que, como decía antes, un anti-peronista pueda festejar que gane un peronista o un liberal si vence Carrió. Es más, hasta hay anti-kirchneristas que, maquiavélicamente, proponen votar a Cristina para que se haga cargo de la herencia que dejará su esposo. Como se puede ver, hay de todo. Y aquí viene el verdadero problema. ¿Qué le espera a la Argentina después del 28 de octubre? Lo que nos espera es la dura realidad de tener que enfrentar la cantidad de problemas que ha venido creando el Gobierno, escondiéndolos detrás de subsidios, barriéndolos debajo de la alfombra o disimulándolos mediante amenazantes llamadas telefónicas. Cuando Kirchner y su esposa hablan de pacto social lo hacen porque están abriendo el paraguas frente a la avalancha de problemas que se avecinan. Inflación, crisis energética, demanda salariales siderales por parte de los dirigentes sindicales, pedidos de los tradicionales sectores prebendarios para que aumente el tipo de cambio nominal, exigencias de créditos baratos, ausencia de inversiones, dificultades para afrontar los vencimientos de la deuda pública el año próximo e inseguridad son sólo algunos de los temas a resolver de un largo listado. Es bastante poco probable que un eventual gobierno de Cristina Kirchner pueda resolver todas estas cuestiones, por la simple razón de que fueron ella y su marido quienes las crearon. Digamos que crearon su propio Frankenstein y, curiosamente, se entregan a sus brazos para ser destruidos. Lamentablemente, en el medio hay millones de argentinos que van a tener que padecer la macabra obra de los Kirchner. Pero, si la Argentina sobrevivió al Rodrigazo, al fin de la tablita cambiaria, al Plan Austral, a la hiperinflación y a la crisis de 2001-2002, ¿por qué no ha de sobrevivir a lo que viene? El único interrogante que queda por develar es si el electorado acelerará el cambio de rumbo el 28 de octubre o le dejará a Cristina la herencia de su propia obra para que se haga cargo.
Autor: Roberto Cachanosky
Fuente: www.economiaparatodos.com.ar
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