Autor: Marcos Álvarez Díaz
Fuente: Diario de América
Gordon Brown Primer Ministro laborista de Gran Bretaña, dice ser profundo admirador, pásmense, de la Dama de Hierro, Margaret Thatcher... El flamante PM se ve a sí mismo como un político de casta y convicciones “allá Thatcher”. Brown, está lejos hoy del bisoño parlamentario que fue en los 80 y que con tanta pasión criticaba sus políticas.
Algunos días después, ante la atónita mirada del país, recibe en el número 10 a la anciana baronesa, toman el té y departen amistosamente durante dos horas. El gesto del premier británico no es gratuito, pues aprovecha para meter el dedo en el ojo al actual líder de los conservadores David Cameron, impeliendo al partido rival a no dilapidar la herencia recibida del Thatcherismo.
Ya sean estos elogios reales o fingidos, sinceros cumplidos o lisonjas interesadas del menudeo político doméstico, el legado de la Dama de Hierro no debería ser ajeno a ningún estadista contemporáneo, británico o extranjero. Y bien, ¿cuál es la herencia olvidada del Thatcherismo que Brown reprocha a la oposición conservadora?
En política laboral y social, muchos recuerdan los 80 como un periodo convulso de huelgas y fractura social. El conflicto con los sindicatos mineros a raíz del cierre de pozos improductivos, es visto como una involución en los derechos de asociacionismo y huelga. Sin embargo las restricciones legales que el gabinete Thatcher impuso al poder omnímodo de los sindicatos, deben ser puestos en el contexto de la década y del permanente chantaje de los líderes sindicales al estado y a la clase trabajadora crítica con sus objetivos y métodos.
La propia Maggie resumía en una antigua entrevista las líneas maestras de su política.
Al ser preguntada si el thacherismo había dividido al país con sus draconianas medidas en el asusto de las minas, la primera ministro afirmó con la mirada clavada en los ojos de su entrevistador y un timbre de voz temperado, que la verdadera división del país había tenido lugar con los conflictos sindicales al final de la última legislatura de su predecesor laborista Callagham. El movimiento sindical de entonces, en opinión de la premier Thatcher, estaba gobernado por líderes dictatoriales que usaban su poder contra sus propios compañeros obligándoles a ir a la huelga cuando no querían hacerlo. Ejercían la presión mediante piquetes y manifestaciones sobre empresas en las que jamás había existido problema alguno, hasta el punto de cerrar muchas de ellas en el más puro estilo mafioso.
Estas actuaciones reeditadas durante la huelga del carbón, planteaban un chantaje a la nación a través de la producción y abastecimiento de electricidad. En su estratégico sector los sindicatos huelguistas impedían que la energía necesaria llegase a la industria, poniendo en peligro los empleos de miles de trabajadores y la luz y calefacción necesaria para hogares y familias. En previsión de la larga guerra que se avecinaba, la astuta Margaret acumuló el suficiente stock de carbón para poder torcer el brazo al pulso sindicalista. Y se salió con la suya: las Trade Unions jamás volvieron a tener la misma influencia tras la derrota inflingida por la dama de hierro... tampoco Gran Bretaña volvería a ser la misma.
El liberalismo tory de la Thatcher resucitó a Inglaterra del estatismo hipertrofiado de los 70 que la había postrado como el “hombre enfermo” de Europa. Acometió la reactivación económica del país, a través de privatizaciones masivas de las telecomunicaciones, la electricidad, el gas, las líneas aéreas... pocos sectores estratégicos quedaron fuera de su fiebre privatizadora. Su proyecto explícito era entendido como una cruzada mundial en aras de una nueva forma de economía: El capitalismo del pueblo.
El capitalismo popular, supuso esa venta de las principales compañías estatales, con un triple objetivo: comprometer a las masas en la vida económica de la nación, una fuente de ingresos colosal para el erario público y la garantía de eficiencia en el funcionamiento de los servicios públicos. En los 11 años de su mandato, el thatcherismo elevó el porcentaje de británicos con participaciones bursátiles del 7 al 25%, algo que cambió la faz del país y convirtió al Reino Unido en una nación de pequeños accionistas y ahorradores. Estas son las fórmulas del éxito económico de los 90 y las rentas de la que aún sigue viviendo el Reino Unido. Esto es con estricta literalidad, llevar el poder al pueblo.
Ella creía fervientemente y cree aún en su senectud, que todo el mundo tiene el derecho a alcanzar la prosperidad para sí mismo y su familia trabajando honradamente y con esfuerzo. Las políticas conducentes a disminuir la carga impositiva fueron la consecuencia lógica y justa a una filosofía de estímulo al esfuerzo. (Abro paréntesis aquí para recordar que hoy, en algunos países, la cultura del esfuerzo ha desaparecido incluso de las escuelas, como un patético reflejo del mundo de los adultos).
Su política fiscal basada en la bajada de algunos impuestos y la supresión de otros ha sido emulada con gran éxito en muchos países, y ha quedado en los manuales como un recurso que confiere dinamismo y competitividad a cualquier economía.
Cuanto más ahonda uno sobre la gestión política de Margaret Thatcher, más fascinante parece su figura y mayor la maestría con que supo lidiar al periodo histórico que le tocó vivir. Una defensora del libre mercado y la libertad individual. Valladar frente al comunismo en un momento de la historia convulso e incierto. Una mujer en un mundo de hombres que devolvió la dignidad internacional a su país y sentó las bases de su actual prosperidad. Personaje del siglo XX imprescindible e irrepetible
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