abril 16, 2008

Los bastardos de Hegel

Este artículo que escribió Roberto Salinas León en el foro de El Cato Institute, sobre la privatización de los yacimientos petroleros de México y los ataques salvajes de la izquierda mexicana, de la mano de Manuel López Obrador, que han atacado el Congreso de México, me parece tan parecido a lo que sucede en Argentina. Como el título del post lo llama, “Los Bastardos de Hegel” nombre que le puso el autor del artículo que transcribo más abajo, me recuerdo las declaraciones de Cristina Kirchner que se declaró admiradora de Hegel, en el Congreso de Filosofía de San Juan. Los actos vandálicos de López Obrador en México tienen mucha similitud con las fuerzas de choque parapoliciales que el kirchnerismo usa contra sus adversarios.



El secuestro de las instancias legislativas por parte de la izquierda más primitiva del mundo es sólo una manifestación más de la intolerancia total, de los crímenes contra la lógica que emanan de confundir contenidos con motivos, de suponer, por derecho divino tropical, que uno, y sólo uno, es heredero legítimo de la verdad.

La política del odio es el último refugio del dictador, del tata totalitario, de esta manifestación contemporánea que observamos con el mesías tropical. López Obrador y sus brigadas pretenden imponer “las condiciones del diálogo”, pero a punta de puños, de confrontación, de las tácticas de fuerza típicas del arquetipo de Thrasimaco. Otro día nos mandarán a la subcomandante Lupita o comandante Claudia a fusilar a todos los traidores al chapopote nacional.

En la tradición democrática, de sociedad abierta, prevalece el respeto a la tesis de Raymond Aron: “la esencia de la democracia es la competencia pacífica”. La competencia de ideas. Pero ello requiere un ambiente de diálogo, de tolerancia hacia la disidencia, no de odio, de descalificación moral, de talibanismo ideológico. La palabra “diálogo” tiene su origen el el concepto de “dialéctica”, de mejorar una idea, de pulir un concepto, a través del intercambio civilizado de propuestas y proposiciones, en un proceso de ensayo y error, de aprendizaje permanente.

Pero las pretensiones hegelianas del frente (poco) amplio (poco) progresista son un total anatema a esta cultura de conversación civilizada. Para los bastardos de Hegel, la verdad, toda, se encuentra depositada en la encarnación tropical de un mesías, el redentor instantáneo de la sociedad. Las sandeces que dice sobre el petróleo, y sobre la pertenencia del mismo, ya pasan a nivel secundario. La ofensa al espíritu de tolerancia, a la esencia de una sociedad abierta, es el verdadero daño detrás de estas tomas, de estas formas, de estas confrontaciones.

"O aceptas lo que digo, o al diablo contigo… contigo y tus instituciones". Igual que después de julio del 2006: "reconoce, o sufre las consecuencias; no critiques, obedece a la voz suprema del hegelianismo tabasqueño, o perecerás por traición a mi verdad absoluta".

Una sociedad libre, una sociedad democrática, es una sociedad tolerante, aquella donde decisiones normativas y políticas de la ciudadanía se toman en una forma que es independiente de una previa concepción de cómo debemos vivir la vida, o sea, una previa concepción del bien, del bien mío, del bien hegeliano, o del bien de todos.

Aron advertía un peligro de la democracia—que en un futuro, cualquier demagogo, cualquier campeón del odio, puede llegar al poder. Este problema rebasa el debate sobre el petróleo, de hecho, rebasa cualquier debate. Es el colapso de la sociedad abierta, de una cultura de tolerancia. Y, una condenación a lo que el resto de nosotros estamos dispuestos a tolerar, por quedar bien, por la necesidad moral de rebasar por la izquierda. Toleramos la toma de las calles, toleramos el secuestro de las instituciones, toleramos la invasión de los marchistas, toleramos las demandas de privilegios feudales sindicales, toleramos, y hasta celebramos, el crimen abierto contra la lógica.

¿Y queremos todavía “dialogar” sobre el futuro de la energía mexicana?

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