julio 13, 2008

La lucha entre los principios y los intereses

Artículo de Mariano Grondona publicado hoy en el diario La Nación, de Buenos Aires.

Un caminante se ha perdido en el desierto. Cuando teme perecer por falta de agua, lo alcanza un jinete que le ofrece una cantimplora a cambio de una enorme suma de dinero, que equivale a todo su patrimonio. El caminante acepta. Pero el jinete agrega entonces una segunda condición: que el caminante, además, acepte ser su esclavo. El caminante se niega. Mientras se aleja de él después de haberlo condenado a una muerte inminente, el jinete no termina de comprender al caminante. Si estaba dispuesto a perder su patrimonio para salvar su vida, ¿por qué prefirió, después, perderla?

Lo que el jinete, que era mercader, no había comprendido, era que la segunda condición había cambiado la naturaleza de su encuentro con el caminante. Porque era traducible en dinero, la primera condición reflejaba un interés, y los intereses son negociables. De hecho, desde el punto de vista de los intereses, en esos momentos la cantimplora valía más que todo el patrimonio del caminante. Pero éste rechazó la segunda condición después de haber aceptado la primera porque ella ya no le planteaba una cuestión de intereses, sino una cuestión de principios y, a la inversa de los intereses, los principios no son negociables.

Cuando el oficialismo ganó raspando la votación sobre las retenciones en Diputados, algunos intereses que intuimos y otros que desconocemos lubricaron su victoria. Pero al lado de este triste espectáculo también tuvimos la ocasión de contemplar otro durante el cual varios diputados optaron por la dignidad en lugar de los intereses.

Si bien su caso no fue el único, estamos pensando en particular aquí en Felipe Solá cuando votaba contra Kirchner para recibir de inmediato los gruesos insultos del ultrakirchnerista Carlos Kunkel. Se podrá disentir en más de un punto con el proyecto que proponía Solá, pero lo que nadie podrá afirmar a partir de ahora es que al ex gobernador de Buenos Aires le faltan agallas.

De aquí al miércoles próximo, otros senadores que vienen del kirchnerismo se aprestan a repetir su hazaña. Al presentar su propio proyecto, el senador Carlos Reutemann ha venido a agregarles, junto con otros, lucidez a las agallas: la lucidez de anteponer a la palabra compensaciones con la que juega el Gobierno otra palabra en la cual reside el profundo conflicto que separa a los Kirchner del campo: la palabra retenciones.

Las retenciones
Dispuesto a reforzar la disciplina de su "tropa", el jueves último Kirchner tomó dos decisiones. Convocó a su propia plaza contra la plaza del campo el próximo martes, en el mismo día, a la misma hora y a pocas cuadras, para hacer valer su capacidad de reunir multitudes incentivadas contra las espontáneas multitudes rurales y ciudadanas, en un enfrentamiento que de todos modos evaluarán las pantallas. Llamó además ese mismo jueves a una conferencia de prensa de inusuales características, porque a la delgada capa de periodistas que intentaban cumplir con su deber la rodearon cientos de funcionarios que coreaban las diatribas y celebraban las ocurrencias del ex presidente.

Quien quiera apreciar en toda su dimensión hasta dónde puede llegar el alineamiento de los "ultrakirchneristas" no tiene más que recordar las escenas que mostró esta conferencia de prensa o repetirlas, llegado el caso, en los tapes correspondientes. Las pantallas mostraban, en efecto, no sólo a Kirchner, sino también a sus colaboradores más entusiastas, que lograron registrar sus rostros al lado del ex presidente. Si alguien quisiera hacer un estudio minucioso, por ejemplo, del lenguaje corporal del diputado Díaz Bancalari, que parecía anticipar el aplauso, la fervorosa aprobación y hasta las risas a los que invitaba el ex presidente con sus dichos y sus gestos, tendría una prueba elocuente de hasta dónde puede llegar, en casos extremos, el mimetismo de los incondicionales.

Pero, lejos ya de esta abrumadora derrota de la dignidad a manos de los intereses, el proyecto del senador Reutemann se impuso por su lucidez, porque pudo revelar el abismo que lo separa a él y a los que piensan como él o cerca de él del proyecto oficial que se discutirá el próximo miércoles. Si bien Reutemann hace pequeñas concesiones marginales a la idea de las compensaciones, su clara preferencia por la rebaja de las retenciones anticipa la verdadera discusión que madura en el Senado.

¿Qué quieren, en efecto, los productores del interior y todos aquellos que los apoyan en la ciudad y en el Senado? El descenso de las retenciones móviles previstas en la ya famosa resolución 125 por debajo del nivel a partir del cual resultan confiscatorias porque violan el derecho de propiedad consagrado por la Constitución.

Como señaló Alfredo De Angeli con su lenguaje cargado de sentido común: "Si prometen devolvernos mediante compensaciones lo que nos quitan mediante las retenciones, ¿por qué no empiezan por respetar eso que nos prometen devolver?".

El Estado "asiático"
Dos razones avalan la pregunta de De Angeli. La primera es circunstancial: como no ha cumplido con promesas anteriores, el Gobierno ha perdido su credibilidad. La segunda es profunda: ni el campo ni los que lo apoyan en la ciudad y en el Senado quieren caer en manos de un Estado asiático.

Cuando Marx analizó los tipos de explotación que se habían dado en la historia, a los tres que siempre se le recuerdan (la explotación del esclavo por el amo, del siervo de la tierra por el señor feudal y del obrero por el industrial) agregó un cuarto: la explotación de toda la sociedad, con sus industriales y proletarios adentro, por el Estado. Paradójicamente, el Estado soviético consumó este proyecto en nombre del propio Marx.

Por eso, al referirse a las retenciones que él también rechaza, el ex gobernador De la Sota llamó "estalinista" al gobierno de los Kirchner. Lo cual quiere decir en buen romance que, a lo largo de su política económica, lo que quieren los Kirchner es quedarse con todo, incluido lo que en un Estado de Derecho correspondería tanto a la propiedad privada de los individuos como a los derechos fiscales de las provincias y las intendencias.

El campo ya no lucha entonces sólo por sus propios derechos, sino también por los de todos aquellos que, en la ciudad o en el campo, quieren resistir la voracidad del "Estado asiático", que hoy trata de avanzar en la Argentina y en los gobiernos "chavistas" de América latina. Para aquellos que quieren defender el derecho de propiedad consagrado por la Constitución, la resistencia del campo se ha convertido, por ello, en una bandera universal.

Pero esta bandera no es abstracta. La Argentina progresó como ninguna otra nación en el mundo mientras defendió el derecho de propiedad. Este fue el principio que le permitió atraer a millones de inmigrantes, mostrándose al mundo con orgullo cuando sonó la hora, ahora denostada, del Primer Centenario. Lo que quieren en suma quienes ahora defienden al campo es restablecer, para todos, un principio. Los que quieren ampliar las compensaciones en vez de limitar las retenciones lo que en verdad procuran, en cambio, es convertir a los argentinos en una inmensa legión de clientes que deberán al Estado los mendrugos que éste se digne concederles como contrapartida de su sujeción política y económica.

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