La tercera teoría explicativa de la desigualdad mundial más relevante hoy en día, después de la teoría del intercambio desigual y la teoría de la pauperización, es la del"desarrollo del subdesarrollo", también conocida como "teoría de la modernidad periférica". Es difícil delimitar su tesis, ya que proponen diferentes diagnósticos y recetas para salir de la pobreza, pero todas se basan en un mismo punto de partida fundamental: toman de Hirschmann el rechazo de la "monoeconomía", es decir, sostienen que no existe una teoría económica universal sino que el análisis económico debe ser distinto según se trate de una realidad u otra, siendo los dos tipos básicos de realidades los países desarrollados y los subdesarrollados.
Muchos de los autores que podríamos encuadrar en esta corriente niegan que el beneficio sea mutuo en el comercio y, sobre esta premisa, añadiendo además otras de intercambio desigual y cayendo en la más ferviente antiglobalización, se ha erigido como el paradigma de esta corriente la teoría de la dependencia. Una vez más, el autor clave es Samir Amin, con su fatal propuesta de la desconexión, pero también son muy seguidos Dos Santos, Faletto, Furtado, Cardoso e incluso –aunque no como teórico pero sí como comentarista político, gracias a su famoso ensayo Las venas abiertas de América Latina, lectura cardinal para todo intelectual antioccidental que se precie– Eduardo Galeano.
Sin embargo, el grueso de la teoría sigue basándose en Gunder Frank, que en Capitalismo y subdesarrollo en América Latina trató de demostrar, estudiando casos concretos, que el modelo de desarrollo capitalista no funciona en los países subdesarrollados. Así, su conclusión para el caso de Brasil es que "no fue el aislamiento, sino la integración con la metrópoli lo que trajo la realidad del subdesarrollo brasileño. (...) El librecambio consolidó el subdesarrollo del país". La razón es la misma para la época colonialista que para la actualidad: considera que las inversiones extranjeras y la superioridad tecnológica son una forma de "satelización" y de "vasallaje".
Aunque esta corriente es muy compleja, por cuanto se adscriben a ella numerosos autores, cada uno con sus matices y sus influencias, podemos simplificarla en estas dos ideas principales que todos comparten: la de la relatividad espacio-temporal del modelo capitalista y la de la iniquidad de las inversiones extranjeras.
La primera de ellas, la de que no todos los países se desarrollan y crecen económicamente de la misma forma, puede resultarnos interesante: ¿hay modelos de desarrollo incorrectos y correctos, mejores y peores o simplemente los modelos son infinitos, relativos al tiempo y al espacio?
Desde la Escuela Austríaca sostenemos que el proceso de creación de riqueza es uno y universal, es decir, la secuencia o, mejor dicho, las relaciones de causalidad, son siempre las mismas: en un contexto de respeto al individuo y a sus proyectos, se divide el trabajo para satisfacer los múltiples fines subjetivos y parte de las ganancias que se obtienen en el intercambio, en vez de consumirse, se ahorran e invierten en bienes de capital que permitan seguir satisfaciendo o mejor la satisfacción de los fines que van surgiendo.
Sin embargo, este proceso se ve habitualmente muy entorpecido, y lo que nos falta explicar es por qué, aun obstaculizándose el proceso de creación de riqueza mediante, por ejemplo, la regulación estatal de la actividad económica y redistribuciones políticas de la renta, sigue habiendo crecimiento económico. Posiblemente la solución del enigma resida en que, tal y como explica Juan Ramón Rallo, el vínculo entre creación de riqueza y crecimiento económico no es en absoluto perfecto, y sólo la creación de riqueza nos informa acerca de en qué medida se satisfacen los fines individuales. El crecimiento económico y el bienestar que proporciona a determinados individuos el Estado se realiza a costa de muchos otros proyectos, individualmente deseados pero invisibles, precisamente porque la coacción estatal los ha abortado.
No obstante, negar que haya diferentes modelos de creación de riqueza no significa afirmar que sólo unas ideas, unos procesos políticos o unas influencias filosóficas pueden impulsarla, esto es, que sólo hay un ritmo o un tipo de desarrollo; lo contrario sería afirmar que las mismas ideas que impulsaron el desarrollo del capitalismo (el protestantismo, según Weber, o la mentalidad occidental en general) deben florecer en los países subdesarrollados para que se modernicen.
La segunda idea –la de que las inversiones extranjeras son perjudiciales– es indudablemente incorrecta, y además está muy extendida. Campos Salas resume las apocalípticas consecuencias de la inversión extranjera con perlas como las siguientes (los argumentos son los mismos que se utilizan para defender la "sustitución de importaciones", el decir, el proteccionismo de vocación autárquica): "a) El capital privado extranjero se apodera permanentemente de los sectores de altos rendimientos, expulsando el capital doméstico o impidiéndole la entrada (...) c) La inversión privada extranjera y directa perturba la política monetaria y fiscal anticíclica, afluye en las expansiones y se contrae en las depresiones (...) d) Las exigencias de los inversionistas privados extranjeros para crear un clima favorable a la inversión en los países receptores son ilimitadas y excesivas."
En realidad, es irrelevante de donde provengan las inversiones que permiten empezar o continuar los ciclos de explotación, porque quienes intercambian voluntariamente los bienes y servicios son los individuos, no los países como entes ni otros agregados sociales. A un trabajador de una fábrica no le importa quién le paga el salario, sino a cuánto asciende éste. A un empresario no le importa per se el lugar de residencia del capitalista que le presta, sino cuáles son las condiciones del préstamo. De hecho, la inversión extranjera es fundamental cuando no hay ahorro propio: es sano y normal recurrir a ella porque de lo contrario no podría crearse riqueza a corto y medio plazo.
En cuanto a esas condiciones que necesita la inversión extranjera para florecer, y que desde la teoría del desarrollo del subdesarrollo se tildan de "excesivas", no son diferentes de las condiciones que hacen surgir la inversión en el propio país. Independientemente de la naturaleza o de la procedencia de la inversión, hay un marco de convivencia que siempre hay que respetar: el de la propiedad privada. Cuantas más garantías tengan los ahorradores de que su potencial inversión no va a caer en saco roto –y no por su rentabilidad sino más bien porque no pueda ser expropiada o saqueada fiscalmente al arbitrio–, más se invertirá y, en consecuencia, más riqueza podrá crearse.
En conclusión: si bien la crítica a la "monoeconomía" puede ser sugestiva y abrir la caja de Pandora del debate de la importancia de las instituciones y las ideas, la crítica al capital extranjero no tiene ningún sentido. No hace falta saber economía para darse cuenta, basta con sumergirnos en la realidad y ver, por ejemplo, las barbaridades que está haciendo y va a hacer Hugo Chávez en Venezuela. Las ideas no son inocentes ni gratuitas, y los teóricos del desarrollo del subdesarrollo deberían saberlo: la nacionalización del Banco de Venezuela, propiedad del Grupo Santander, se escuda precisamente en la excusa de que la inversión extranjera perpetúa el subdesarrollo. Pero es justo al contrario, y pronto asistiremos al desastre.
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