por Alberto Benegas Lynch
Hemos leído azorados las últimas barrbasadas de Correa, esta vez la promulgación de un nuevo manotazo fiscal que significa la confiscación del fruto del trabajo ajeno. Como consecuencia de dicho engendro tributario, muchos empresarios de muy diversos ámbitos se ven obligados a interrumpir actividades y otros están considerando la posibilidad de cerrar definitivamente.
Y aquí viene otra noticia que ofende a cualquier persona que tenga dos dedos de frente: el mismo gobernante de Ecuador —teóricamente ubicado en el cargo para proteger los derechos de los ecuatorianos y de todos los que viven en ese país— decide implantar el pillaje, el saqueo, la intimidación y la violencia generalizada.
Establece que los obreros y empleados, contratados en aquellas empresas que no pueden ni quieren seguir trabajando al mismo ritmo o deben cerrar sus puertas, pueden asaltar a los dueños y “tomar” la empresa.
Correa confirma con esto que es un troglodita indigno de gobernar y, según sus dichos y hechos debería mas bien estar en la cárcel por incitar al crimen organizado y proponer el robo sistemático a lo que otros han ganado honestamente con sus labores. Si nos guiamos por toda la tradición de las sociedades libres en cuanto al derecho a la resistencia a la opresión desde la formulación de la escolástica tardía del siglo dieciséis a la fecha, habría que tomar la casa de gobierno y desalojar a tamaño invasor de los derechos mas elementales.
Sin duda que esta última sugerencia carece de sentido si no se comprende el valor del respeto recíproco basado en el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Si no se ha realizado el esfuerzo educativo necesario para argumentar con solidez acerca de las bendiciones de una sociedad abierta, solo se habrá cambiado el nombre del sátrapa puesto que el siguiente que se instale en la casa de gobierno continuará son el salvajismo de Correa, quien tiene amarrada la ídem en el cuello de sus congéneres.
No se puede poner la carreta delante de los caballos. No es posible buscar un frente político de oposición perdurable y consistente si previamente no se han entendido cuales deben ser las ideas a ejecutar. A esta altura del siglo veintiuno, después de las hambrunas, los padecimientos y las matanzas ocurridas en el siglo anterior por la manía de megalómanos e ingenieros sociales por fabricar “el hombre nuevo”, no se entiende que aparezcan personajes de opereta encaramados en gobiernos que pretenden insistir en recetas trasnochadas y siempre fallidas.
Para descifrar semejante extravío es necesario prestar debida atención a lo que ocurre en las universidades y centros de estudios, no en la calidad de los edificios sino en el contenido de los respectivos programas de enseñanza. Si lo que predomina es el colectivismo rampante, no debe sorprender lo que ocurre en el nivel político y si algunos empresarios piensan que pueden sobrevivir haciendo negocios turbios en los despachos oficiales dándole la espalda a la educación, tienen sus días contados.
Solo una dosis suculenta de imbecilidad moral puede justificar a Correa porque ganó las elecciones ya que ese adefesio es un “despotismo electo” como decía Thomas Jefferson. En este contexto, debe tenerse muy presente el significado del constitucionalismo que resume Benjamin Constant en la célebre obra traducida como Curso de Política Constitucional en la que desarrolla la tesis suscripta por todos los verdaderos defensores de la democracia: “los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que vulnere estos derechos se hace ilegítima [...] La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto.”
Alberto Benegas Lynch es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Fuente: http://www.elcato.org
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