Este artículo fue enviado por Alberto Mansueti, desde Venezuela.
Hace unos 100 años, los socialistas de todo el mundo se cansaron de nada más escribir en la prensa contra el capitalismo, y comenzaron a hacer algo práctico y “positivo” para aplicar su doctrina a la sociedad entera. Organizaron sus partidos políticos y programas, fueron a elecciones, y las ganaron. Y desde el poder, cambiaron el sistema. En cada país. Y por eso en todos los países hemos visto y vemos inflación, desempleo, pobreza, desorden, injusticia, violencia y crimen desbordado, entre otras calamidades.
Hoy en todos los países, pequeños grupos de liberales clásicos escribimos artículos contra el socialismo y sus calamidades. Y vamos a la TV. Pero no hay en las elecciones partidos liberales clásicos; no existen. Ni programas políticos de ese signo y positivo contenido, con el remedio propio: Gobierno Limitado. ¿Por qué tan lamentable ausencia? Por las premisas erróneas. Veamos en este artículo cuatro de ellas, las más nocivas; por cierto conectadas entre sí.
1. La primera es la eterna consigna antipolítica de la clase media seudo-moralizante: “La política es sucia”. Citan a Lord Acton: “Todo poder corrompe”. Falso: lo que corrompe no es el poder (ni la riqueza); es el pecado. Y al igual que la empresa, el arte, el deporte, etc., la política no es sucia de por sí, lo es ahora por causa del estatismo reinante, que es la mayor corrupción política. Y la corrupción administrativa es resultado suyo, como la judicial, calamidades que con un Gobierno Limitado no van a desaparecer, pero mucho menguarían. Sin embargo, bajo esta premisa, la clase media no quiere oír de política, ni de nada relacionado, como p. ej. De la Biblia, que mucho habla de política.
2. La Biblia es clara: propone Gobierno Limitado, libre mercado y propiedad privada. Por eso los creyentes -judíos y cristianos, católicos y no católicos- deberían estar entre las fuerzas impulsoras del liberalismo clásico en la política. Pero no lo saben. Porque irónicamente comparten con los humanistas más seculares (y más ateos) esta premisa falsa: “La Biblia no manda sistema político alguno.” De la cual sacan dos tipos de conclusiones: A) la mayoría se inclina por el estatismo socialista reinante en el ambiente; B) otras enseñan a renunciar a toda clase de política porque la creen prohibida a los cristianos. No sorprende el fracaso político del cristiano, ni los pésimos testimonios políticos de democristianos y evangélicos.
3. Tercera: “Para lograr éxito político hay que hacer concesiones al populismo y al estatismo, y aún al socialismo.” Tal premisa parece implícita en las organizaciones liberales del mundo y Latinoamérica, y en los grupos que ellas promueven en cada país. De la cual sacan dos tipos de conclusiones: A) algunos, los de más intensa vocación política, emprenden o alientan proyectos y acciones partidistas llenas de concesiones y compromisos espurios; B) otros, más inclinados al trabajo intelectual, se mantienen “puros” renunciando a toda acción política, ensimismados en sus largas diatribas contra el socialismo, pero sin propuesta alguna positiva. De esta manera, el fracaso político del liberalismo clásico tampoco sorprende.
4. Una cuarta premisa me esgrimen cuando hablo de estos asuntos (o sea siempre): “Política y religión no deben mezclarse”. Los liberales no quieren oír de religión, ni los cristianos de política, ¡y menos de ambos temas “mezclados”! (El escritor católico G. K. Chesterton veía en los bares de su tiempo un cartelito con la leyenda: “Prohibido hablar de política o de religión”, y preguntaba: “¿De qué hablar entonces…”?)
Lo siento mucho pero esta es otra premisa equivocada: las iglesias y el Estado pueden estar separados, y deben; pero religión y política siempre anduvieron y andan juntas. Es imposible separarlas. Tampoco sería deseable, porque la política ha de ser juzgada, y sólo puede serlo en base a parámetros éticos de los cuales es inseparable; y los que históricamente han demostrado ser más firmes son los de la religión.
Toda religión contiene una moral, y una visión de la vida, el mundo y la realidad; y toda doctrina política completa también, de modo explícito o implícito. Por eso religiones e idearios políticos tienden a alinearse unas con otros, y contra otros: hay afinidades y atracciones, como contradicciones y rechazos. La filósofa atea Ayn Rand lo sabía muy bien, y aunque no le agradaba admitirlo, sabía también que las religiones orientales y humanistas casan con los totalitarismos, y las bíblicas con la libertad individual y el Gobierno limitado. Yo no hice esas “mezclas”: están hechas desde que el mundo es mundo, como lo mostró el sociólogo Max Weber.
Tenemos que cambiar muchas premisas. Es urgente. Porque en las iglesias y fuera de ellas hay mucho desencantado del socialismo -algunos muy jóvenes-, que quiere hacer política, y se interesa por el liberalismo. Pero nadie le pasa buena información a toda esa gente, que anda confundida y desorientada.
Maestro Bíblico - Fundación Metanoia
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