noviembre 01, 2007

Representación sin autorización.


Genial artículo de Ayn Rand.

La teoría del gobierno representativo descansa sobre la idea de que el ser humano es un ser racional y, por tanto, capaz de percibir los hechos de la realidad, evaluarlos, formarse un juicio racional y tomar sus propias opciones asumiendo la responsabilidad de su propia vida. Políticamente, este principio se implementa mediante el derecho del individuo a escoger a sus propios agentes, aquellos a los que autoriza a representarle en las instituciones políticas del país dodne vive. Representarle significa, en este contexto, representar su visión de la política. Por ello el gobierno de todo país libre se basa en el consentimiento de los gobernados. Como confirmación de ese vínculo indisoluble entre la facultad de raciocinio y el gobierno representativo, observemos que los menores y los discapaces no tienen derecho a votar. Votar, es por tanto, un derecho derivado y no un derecho fundamental (...). El voto es, sin embargo, intransferible: el padre de doce menores no tiene trece votos, ni puede el director de un psiquiátrico votar por sus pacientes.

Filosóficamente, la teoría del gobierno representativo está en profundo conflicto con las principales escuelas de pensamiento actuales, empeñadas en negar la eficacia y hasta la misma existencia de la razón y de la volición. La dictadura y el determinismo son nociones que se retroalimentan. De hecho, si uno desea esclavizar a sus semejantes lo mejor que puede hacer es destruir su confianza en la validez de sus propios juicios y decisiones: cuando uno llega a creer que la razón y la volición son impotentes sólo le queda acatar la ley de la fuerza.

Desde Kant, el método dominante en la filosofía moderna siempre ha sido no abordar los temas mediante presentaciones intelectuales abiertas y directas sino mediante la corrupción, al objeto de convertir cada concepto en su opuesto. Igual que el propio Kant corrompió el concepto de razón para hacerle significar una especie de facultad mística propia de otra dimensión, así han actuado sus descendientes teóricos y prácticos frente a infinidad de conceptos. En el dialecto al uso hoy día, “libertad” ha pasado a significar obediencia a un mandato totalitario, “seguridad” equivale a dependencia total del Estado, “individualidad” es someterse al estilo de la masa, etcétera.

En los países sin experiencia previa de gobierno representativo es fácil corromper el término: basta, por ejemplo, ofrecerle a las masas toda la parafernalia de urnas y cabinas de votación y proponerle un solo candidato. En un país cuya misma historia comenzó con elecciones, esto debería ser más difícil. Sin embargo, desde hace más de medio siglo los intelectuales colectivistas están corrompiendo a los dos grandes partidos para convertirlos “de facto” en uno solo haciéndolos indistinguibles uno de otro, mientras los comentaristas al uso ignoraban culpablemente el descontento y pretendían hacernos creer que no hay oposición. (...)

Al mismo tiempo, los colectivistas han producido una nueva corrupción del concepto de representación política, aún más grotesca que el resto de sus abusos semánticos. Consiste en exigir cuotas obligatorias que “representen” a diversos tipos de gente en los órganos representativos. No queda claro a qué se refieren en este contexto cuando hablan de “representación”. Al principio se trataba de cuotas raciales en las empresas públicas o en las universidades. Posteriormente se comenzó a exigir cuotas étnicas “representativas” en el Gabinete y en el Tribunal Supremo. Las reglas de la convención demócrata de 1972 han hecho que el asunto de las cuotas devenga directamente político. es hora, por tanto, de examinar el significado de la doctrina de cuotas.

La noción de cuotas raciales es tan evidentemente racista que no merece mayor comentario. Cuando se descarta a un joven como estudiante de una determinada universidad porque su cuota racial ya está cubierta (y por tanto ya no es imprescindible admitirle) no hay duda de que se le excluye por motivos de raza. Si encima se le dice que sus “hermanos” de raza ya están dentro y le representan a él, se le está simplemente insultando. Exigir tales cuotas en nombre de la lucha contra la discriminación racial es una burla obscena.

Pero observemos que las dichosas cuotas de “representación” no sólo se aplican a las minorías raciales. Se presenta idénticas exigencias con relación a una mayoría social: las mujeres. Se piden diversas cuotas por edad (jóvenes, ancianos) y por motivos económicos (pobres). Observemos el común denominador de estos grupos: la base de tales agrupaciones de individuos y, por ende, de las cuotas que se reclama, no es intelectual sino meramente física. Es la clase de doctrina que recomforta emocional y subconscientemente a los intelectuales de hoy día, y particularmente a los académicos, aunque pocos de ellos sean realmente conscientes de las consecuencias.

Es una doctrina emanada del determinismo, y asume que los condicionantes físicos son el factor determinante de la vida humana y que los intereses de todos los miembros de un determinado grupo físico son idénticos. Sin embargo, me parece obvio que una mujer profesionalmente activa tiene más intereses en común con la mayoría de los hombres que con las amas de casa ociosas que de pronto descubren el movimiento feminista y manifiestan sus política negándose a cocinarle la cena a sus maridos. Un empresario negro hecho a sí mismo tiene muchos más intereses comunes con un empresario blanco que con un miembro de una banda negra de barrio. Un joven estudiante en busca de conocimiento tiene mucho más en común con sus profesores viejos que con jóvenes drogadictos o miembros de una secta. La doctrina de las cuotas parte de la falsa premisa que hace todos los miembros de un grupo físico idénticos entre sí e intercambiables, no sólo a ojos de los demás sino de sí mismos. Asumiendo una fusión total del yo con el grupo, la doctrina sostiene que no importa si es uno mismo o su “representante” quien ingresa en la universidad, obtiene un empleo o toma una decisión. (...)

Es evidente por qué motivo esta doctrina de cuotas atrae a los intelectuales modernos: elimina la responsabilidad de pensar, juzgar y elegir por uno mismo. Alienta el simple seguimiento a los líderes grupales, que supuestamente están predestinados a protegerle y preocuparse de uno, por el simple hecho de pertenecer a su mismo grupo físico. A la mayoría de los intelectuales, esto le promete un ansiado letargo, a una minoría le proporciona un camino hacia el poder.

En la medida en que la doctrina de cuotas se tome en serio, puede llegar a implicar la abolición de las elecciones, reemplazadas por un sistema que garantice la presencia de “representantes” de todos los grupos imaginables, excepto, claro está, un grupo: el conformado por las ideas comunes de gente diversa. Así se eliminaría la representación y la diferenciación ideológicas. (...) También en la Unión Soviética se permite y hasta se alienta la diversidad étnica, cultural y grupal mientras se proscribe la ideológica.

La doctrina de cuotas relega a la gente a la categoría de niños o discapaces, con guardianes nombrados en lugar de representantes genuinos. ya no hace falta elección individual, ya no es preciso escoger personalmente: la condición grupal del individuo escoge por él y legitima al “representante”. Las ventajas de esta perversión de la democracia son enormes para los dirigentes de los grupos de presión. Los ciudadanos quedan sometidos al estado de desesperanzada brutalidad en el que otros terminaron aceptando que las pirámides faraónicas, Versalles o el Kremlin eran obras erigidas para “representar” la gloria de su pueblo, aunque está claro quiénes se beneficiaron de ellas.

El derecho del individuo a designar sus propios representantes está reconocido en el reino material pero, aparentemente, no en el ideológico. Si alguien le vendiera a usted el puente de Brooklyn sería detenido por fraude, ya que obviamente no tiene autorización para actuar en nombre de sus propietarios. Pero los partidarios de la cuota le ven a usted como un trozo de carne y se nombran a sí mismos como “representantes” de usted, y nada menos que en política.

Ninguna organización tiene derecho a hablar en nombre de nadie más que de sus propios miembros voluntarios. A ninguna organización se puede considerar agente de un individuo sin su conocimiento y consentimiento personales. Si la “imposición sin representación es esclavitud” [lema de los revolucionarios independentistas norteamericanos en su lucha contra el colonialismo inglés], entonces la representación sin autorización es esclavitud adornada con fraude.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracías Martín por publicar este hermosísimo post.

Este escrito de Ayn Ran no lo había leído nunca, se parece a uno que está en "La Virtud del Egoísmo", pero no estoy seguro.

Ayn Rand es grandiosa.

Martín Benegas dijo...

Gracias Roark, la letra salió muy chica la voy a agrandar un poco.