Este post es la continuación de un tema que fue debatido en el blog de José Benegas que recomiendo visitar a quienes les guste leer lo que realmente vale la pena leer. En ese blog se había tratado un tema que siempre provoca una gran polémica como es la legalización del comercio de drogas.
Haré honor al nombre de este blog para manifestar mi oposición absoluta a la intervención del estado en la vida privada de las personas. No admito que el estado haga moralismo, ni intente establecer reglas de conducta sobre los asuntos privados de las personas, ni se entrometa en la intimidad de los individuos cuando no se ponen en juego los intereses de terceros.
No creo en el altruismo para nada. En mi opinión el altruismo como se lo ve hoy es una aberración, es un acto repleto de hipocrecía. El altruismo tiene origen en la Biblia y principalmente en la doctrina cristiana. No es que esté en contra de su doctrina, pero veo que el cristianismo en la actualidad es una monstruosa deformación de la doctrina de Cristo, donde cada uno interpreta sus preceptos a su gusto y conveniencia; y lo considero a Cristo como lo que realmente fue: un hombre y un filósofo. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, dicen las escrituras, pero el vulgo ha conseguido invertir la premisa y ha hecho que el hombre cree a Dios a su imagen y semejanza. Ahora la Biblia dice lo que los grupos interesados quieren que diga, y ese Dios aprueba todo para beneficio de sus intereses.
La Biblia es quizá el libro más pro individuo que se haya escrito jamás. Todo su contenido está dirigido a la perfección del individuo como persona, como una individualidad. En ninguna parte de la Biblia se habla de la perfección de la comunidad, ni se usa la palabra “nosotros”.
El altruismo es un acto que tiene sentido cuando el individuo lo practica por su libre decisión. La abstinencia del estado en la ayuda a los pobres y necesitados no implica que los particulares no puedan hacerlo. La decisión de ayudar a un individuo que necesita imperiosamente una ayuda para salir de un problema es una decisión de que debe tomar cada individuo. Pues el individuo es quien tiene derecho a decidir sobre sus actos y sobre sus bienes. Es él quien debe decidir a quien ayudar, como hacerlo y cuando hacerlo; y sobre todo debe ser responsable de los resultados de sus actos. Lo que pretenden los políticos y altruistas particulares que piden la intervención del estado, es hacer beneficencia social con el dinero ajeno pero no con el dinero propio de ellos.
Nunca obtengo una respuesta satisfactoria cuando pregunto a alguien que está preocupado por los pobres o necesitados, porqué no se asocia con otras personas que tengan el mismo interés, a que se unan esfuerzos, aporten dinero o presten sus servicios a favor de los pobres. Es más fácil fingir ser los buenos y humanitarios apelando al estado y su aparato compulsivo para que saquee billeteras ajenas, y prive de los beneficios del trabajo a personas honradas sin ningún pudor, como lo han hecho los piratas y villanos desde tiempos inmemoriales, porque el modo en que se conduce el estado hoy en día no difiere en nada a las bandas de asaltantes que le ponen le apuntan en el pecho reclamando la billetera o la vida.
Este enfermizo amor a la humanidad de los políticos y grupos que pretenden parecer humanitarios no tiene nada que ver con las premisas de las sagradas escrituras. El altruismo, la Justicia Social o como se llame es una farsa, un acto descarado, una inmoralidad absoluta para procurarse un prestigio a bajo costo o para vivir como parásitos de los contribuyentes de impuestos.
Las prohibiciones legales
En el ámbito de las instituciones políticas es muy frecuente que un determinado plan o ley obtenga resultados exactamente opuestos a los fines perseguidos. Por más perfecta que sea una ley, no acabará con el crimen, pero si puede fomentarlo.
La prostitución, es uno de los oficios más viejos, quizás tan viejo como la humanidad. La prostitución ha sido prohibida, perseguida y cobmbatida por todas las religiones y por muchas leyes, sin embargo nada a terminado con su existencia.
La prohibición de portar o tener armas no acaba con las armas, ni con su producción ni comercialización. Los delincuentes necesitan las armas para sus fines y no las entregarán a las autoridades porque son su herramienta de trabajo, y si las pierden conseguirán otras en el mercado clandestino. Lo mismo sucede con la producción, tenencia, comercialización y consumo de drogas. Una prohibición del comercio de esta sustancia empeora las cosas. Una ley de este carácter no conseguirá que la gente consuma drogas, no impedirá que alguien la produzca y tampoco impedirá que se comercialice. La prohibición dejará al prohibicionista fuera de control, y la producción y comercialización quedará en manos de bandas delictivas y usarán seguramente sus ganancias para sobornar a funcionarios y corromper las instituciones políticas. Tenemos un ejemplo a la vista en Colombia, donde los narcotraficantes escondidos en la espesura de la selva siembran la planta, producen la pasta y la comercializan; y tienen al terrorismo y bandas armadas de criminales asociadas para su protección, y el estado colombiano es incapaz de acabar con este crimen.
El caso más demostrativo ha sido en los años 30 cuando el Congreso de los Estados Unidos pretendió hacer moralismo adoptando una enmienda a la Constitución, prohibiendo la producción, comercialización, transportación, y consumo de licores. Las prohibiciones de la enmienda no terminaron con el negocio, sino que se obtuvo un resultado muy adverso; los efectos que surtió la enmienda fueron un fomento en lugar de un coto a ese comercio Los comerciantes de licores, que era gente no muy escrupulosa defendió sus negocios con uñas y dientes. Muchos no dudaron en asociarse con otras bandas de pistoleros y asaltantes para defenderse, y los Estados Unidos vivieron durante la vigencia de la prohibición, una época de delincuencia que no ha tenido precedentes en su historia ni equivalente hoy en día. Cuando la enmienda fue derogada por otra que permitió las actividades que la otra prohibía, el problema del crimen tuvo una mejora notable. Las leyes cuando se dictan en demasía se desvalorizan, y los ciudadanos pierden respeto a la ley que es lo mismo que quitarle valor. Una comunidad solo necesita leyes suficientes para que vivan armoniosamente sus habitantes, pero no más.
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