Los gobiernos socialistas creen que pueden conseguir la felicidad para los ciudadanos por medio de políticas públicas. Creen firmemente que el Estado sabe y puede procurar la felicidad de los individuos por medio de organismos creados para ese fin, y desvalorizan completamente la capacidad razonadora de ellos. Lo que se ignora es que para que el Estado pueda conseguir ese anhelo de felicidad debería constar con una cantidad de información tan grande que sería imposible procesar e incluso de conseguir. Ludwig Von Mises y Fiedrich A von Hayek, ya hablaron de este grave inconveniente que tiene el socialismo; Mises lo llamó "La Imposibilidad del Cálculo Socialista". En realidad esta obra de Mises se refiere a la Economía en un estado socialista, no exactamente a la felicidad de cada individuo y lo que este valora como felicidad.
Buscando en la Web acerca de este dilema socialista encontré este post en el sitio www.uruguayinforme.com, donde se refiere a esta cuestión y específicamente al proyecto de constitución socialista para Ecuador, impulsada por su presidente Rafael Correa.
No tienen La Información
Otro problema del intervencionismo
por Leonardo Girondella Mora
Se vive en una época en la que se destaca el poder de la información, de la enorme cantidad de ella que existe, de la imposibilidad de recolectarla, de los esfuerzos que se hacen por organizarla y de la habilidad que es necesaria para sintetizarla.
Datos de Grupo Reforma (29 julio 2008) son indicativos de la cuantía de la información existente sólo en Internet: Google catalogó hace tres años más de 8 mil millones de páginas —un competidor suyo reciente afirma que ha catalogado 120 mil millones.
Y eso es sólo Internet. Faltan las bibliotecas públicas y privadas, las investigaciones propiedad de particulares, los archivos personales —pero por encima de todo, falta algo más, la información sobre las personas y lo que ellas tienen en su mente. Tanta es la información que simplemente no puede esperarse que ella sea posible de centralizar en un lugar y sistematizada.
Todo lo que puede reconocerse es que la información está dispersa en millones y millones de personas —cada una de ellas posee información que es parcial y que peor aún no podría ser sujeta de convertirse en información verbal o escrita que pudiera ser capturada. Esta realidad tiene profundas implicaciones, que la Escuela Austriaca de Economía ha explorado.
Por mi parte, quiero tratar un tema concreto, el de la posibilidad de un gobierno cualquiera que se ponga como meta hacer felices a los ciudadanos. No es una meta poco mencionada y en realidad los gobiernos pueden jugar un papel central en el logro de la felicidad personal —pero el lograrla es en buena parte un problema de información.
Hay dos maneras diferentes de intentar lograr la felicidad de las personas —una de ellas es dejara que las personas lo intenten por ellas mismas con sus acciones personales y para lo que un gobierno se dedicaría sólo a facilitar las condiciones más propicias para ese logro personal de felicidad. La otra pondría a la autoridad como la responsable del logro directo de la felicidad de cada quien.
Si se optara por esta última opción, la de la autoridad responsable por hacer felices a sus ciudadanos de manera directa, se presentará un problema informativo —el de conocer primero lo que la felicidad consiste para cada uno de los ciudadanos: cada ciudadano tendría que alimentar un banco de datos con lo que constituye su felicidad y reportar cambios que se tengan en esa felicidad cada vez que ellos ocurran.
Desde luego, el problema es complejo. La felicidad es un concepto muy subjetivo y cambiante, limitada por aspectos circunstanciales e imposible de poner en palabras con toda su sutileza. No podría existir el banco de datos que un gobierno necesitaría para hacer felices a los ciudadanos de acuerdo con los deseos de cada uno de ellos, por lo que un gobierno que intente esto sólo podrá hacer una cosa: definir el gobernante lo que él piensa que es la felicidad e imponer esa definición en el resto.
Claramente, lo que el gobernante haga imponiendo una definición de felicidad en el resto significará una disparidad entre esa idea de felicidad y lo que la persona piense que esa felicidad es para cada quien. En conclusión, no hay manera de que un gobierno haga una buena tarea haciendo felices a sus ciudadanos de manera directa —de tratar de hacerlo, el régimen se convertiría en uno totalitario, de imposición sobre el ciudadano. Un ejemplo reciente de esta mentalidad es la constitución propuesta en Ecuador por su presidente —Correa piensa que el gobierno todo lo puede hacer por medio de un sistema nacional a cargo del gobierno:
Art. 340.- El sistema nacional de inclusión y equidad social es el conjunto articulado y coordinado de sistemas, instituciones, políticas, normas, programas y servicios que aseguran el ejercicio, garantía y exigibilidad de los derechos reconocidos en la Constitución y el cumplimiento de los objetivos del régimen de desarrollo. El sistema se articulará al Plan Nacional de Desarrollo y al sistema nacional descentralizado de planificación participativa; se guiará por los principios de universalidad, igualdad, equidad, progresividad, interculturalidad, solidaridad y no discriminación; y funcionará bajo los criterios de calidad, eficiencia, eficacia, transparencia, responsabilidad y participación. El sistema se compone de los ámbitos de la educación, salud, seguridad social, gestión de riesgos, cultura física y deporte, hábitat y vivienda, cultura, comunicación e información, disfrute del tiempo libre, ciencia y tecnología, población, seguridad humana y transporte.
Art. 341.- El Estado generará las condiciones para la protección integral de sus habitantes a lo largo de sus vidas...
La única avenida posible para un gobierno es dejar que la responsabilidad del logro de la felicidad sea una responsabilidad personal —todo lo que un gobierno puede hacer es aplicar leyes iguales para todos que dejen la suficiente libertad para que los ciudadanos se esfuercen en lograrla por ellos mismos y sin imposiciones.
Un detalle aún más específico de este problema de información imposible de tener es el de la regulación económica —el intervencionismo estatal que, por ejemplo, controla precios, supone que el gobierno tiene la información suficiente para hacerlo de manera efectiva. La realidad es que esa información tampoco puede ser centralizada, pues ella está dispersa en millones de personas que tienen porciones de ella y la usan para tomar decisiones cuya información tampoco es sujeta de centralización y síntesis.
La idea que quiero señalar de manera explícita es la de la imposibilidad de centralizar información de suficiente calidad y exactitud como para poder planear las acciones de las personas dentro de una sociedad —sin esa información, la planeación central que un gobierno intente producirá acciones erróneas de efectos desastrosos, o bien producirá un gobierno totalitario que imponga sus decisiones a los ciudadanos.
Con información enorme, dispersa e imposible de centralizar, la única posibilidad es la de un sistema social de libertad igual para todos, en el que cada persona aproveche su porción de conocimiento para el logro de su felicidad. Las personas podrán acceder a la información que ellas vean en el ambiente —como los precios de los bienes, pero también las acciones de las personas, los sucesos y otras cosas que pueden entenderse como señales útiles para la persona y su felicidad.
En los terrenos de la moral se ha señalado que la planeación central de una nación lleva implícita una falta grave, la soberbia del gobernante que cree saber más que el resto de los ciudadanos y decreta precios, regulaciones y otras disposiciones más que persiguen hacer el bien en los demás, pero que ignoran que también ellos tienen capacidades y saben. Lo que he añadido es la correspondencia entre esa soberbia y la imposibilidad física de contar con la información necesaria que necesita el intervencionismo estatal.
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