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abril 11, 2009

El Tío Gilito y la Inflación

Así lo llama Jorge Valin, economista español a este video producido para niños, donde explica clara y sencillamente cuál es el problema de la inflación y enseña que no hay forma válida de obtener dinero fácil.



Mucha gente cree y pide que el gobierno intervenga para solucionar la crisis. El banco central es un organismo público y su intervención en los bancos, en la oferta monetaria, en las tasas de interés y en la fijación de encajes y demás normas para los bancos comerciales, interviene en el mercado de la forma más directa y pura que pueda haber. Sin embargo la perdición de la moneda está cuando ésta puede ser contralada por un administrador.

La moneda fuerte es aquella que esta libre de emisiones excesivas, que cada una unidad emitida va unida a un costo de producción de cada unidad. El banco central al emitir dinero sin respaldo está pasando por alto este principio, pero el costo está y lo paga no el banco central sino los ahorristas.

Emitir dinero sin respaldo o dinero falso como se dice en este video, equivale a emitir cheques sin fondos, pagarés sin garantía real, o hacer fraude y abusarse de la buena fe de la gente que creyó en el dinero y en quien se supone debe protegerlo.

septiembre 18, 2008

¿Por qué llaman liberalismo al Capitalismo de Estado?



En estos dias de turbulencia financiera en los mercados mundiales por los préstamos hipotecarios, donde los gobiernos y bancos centrales intervienen en los mercados inviertendo sumas gigantezcas, se pide más intervención y control estatal a través de la prensa, de la clase política, de los empresarios, y de diferentes sectores de la comunidad. No se dice que esta crisis es el resultado de una larga y abusiva intervención del estado en el mercado. En Estados Unidos, centro de la tempestad financiera, existen organismos estatales creados para regular los mercados, que deberían haber evitado este colapso, pero como siempre, los organismos públicos hicieron gala de su ineficiencia. Y ahora, a los problemas causados por el intervencionismo estatal en los mercados pretenden solucionarlos con más intervencionismo. El alcoholismo lo solucionarán consumiendo más alcohol.

Jorge Valin, economista, miembro del Instituto Juan de Mariana, y columnista de Libertal Digital lo explica mejor en el artículo que está más abajo.



¿Por qué llaman liberalismo al "capitalismo de Estado"?


La mediocridad intelectual de muchos periodistas está confundiendo los términos, llamando liberalismo a un sistema que es en realidad su opuesto. Comprueben si no la ignorancia patente de Alfredo Abián e Iñaki Gabilondo.

Jorge Valín


En 1907 Theodore Newton Vail –presidente de la compañía telefónica AT&T– escribió que el servicio de telefonía no podía ser eficiente en un sistema de libre mercado y tenía que convertirse en un monopolio. El Gobierno americano escuchó a Vail y acabó reduciendo la competencia drásticamente para transferir los clientes a AT&T. ¿Cree que Vail era un liberal por ser un gran empresario? Más bien fue un precursor del capitalismo de Estado, economía del fascismo o socialismo para ricos; una ideología que años después triunfaría en la Italia de Mussolini y en los Estados Unidos de Roosevelt. Como estamos viendo estos días, los gobiernos, desde Bush hasta Zapatero, están reforzando otra vez esta unión entre el Estado y las grandes empresas con sus rescates y ayudas.

La mediocridad intelectual de muchos periodistas está confundiendo los términos, llamando liberalismo a un sistema que es en realidad su opuesto. Comprueben si no la ignorancia patente de Alfredo Abián e Iñaki Gabilondo. Estas voces, de forma populista, asocian empresarios con liberales y economía norteamericana con liberalismo. La verdad es que es difícil encontrar un empresario liberal, y más si pertenece a una gran compañía o las representa.

Por ejemplo, fíjense en Gerardo Díaz Ferrán, presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE). El empresario se quedó a gusto diciendo que "se puede poner un paréntesis a la economía libre de mercado" para que el Estado le salve el cuello. ¿Cree que un liberal diría una salvajada así? Díaz Ferrán es una persona que ha forjado su fortuna a través del amiguismo con los políticos. En su línea, ahora busca establecer relaciones con el Gobierno actual, algo que también hizo con el Gobierno Aznar. Al igual que hiciera Vail, su interés no es que ni el mercado ni la sociedad sean libres de la coacción del Gobierno, sino forrarse a costa del pagador de impuestos.

También oímos que el cierre de algunas empresas norteamericanas y los rescates de otras son un símbolo del fracaso del liberalismo. ¿De qué liberalismo hablan? La realidad es que pocos países son tan intervencionistas como Estados Unidos en el mercado financiero. Tienen un órgano regulador por cada mercado y, a diferencia de los españoles (afortunadamente para nosotros), tienen un nivel de hiperactividad casi enfermizo.

De hecho, las operaciones financieras de los bancos quebrados fueron autorizadas por el Gobierno o incluso creadas e impulsadas por este. Fannie Mae, por ejemplo, nació por iniciativa de Franklin Delano Roosevelt durante la Gran Depresión para que no se hundiera el sector de la vivienda. Es la misma excusa que emplea ahora Zapatero para su plan de rescates y ayudas (como todos ya sabíamos, su mentalidad va 80 años atrasada). El Gobierno americano creó empresas de este tipo a través de la Government Sponsored Enterprise (GSE) cuya función es expandir el crédito hacia sectores estratégicos con precios por debajo al valor de mercado. A poco que se piense, la medida parece bastante más socialista que liberal.

Fue el GSE quien creó en Estados Unidos el mercado secundario de hipotecas, ese que ahora parece ser la raíz de todo mal. En 2001 el entonces presidente de la Congressional Budget Office, Dan L. Crippen, dijo que "la deuda y titulación de hipotecas del GSE es más valorada por los inversores que los activos similares del sector privado por la garantía que ofrece el Gobierno". La clavó. El Gobierno creó esos activos basura y gracias a esa confianza expandió este tipo de negocio a la economía mundial, que ha explotado varios años después como bombas de relojería. Sus empresas han sido las primeras en hundirse, arrastrando al resto.

Fannie y Freddie, además, tenían un trato especial: recibían líneas de financiación del Tesoro americano. ¡Fíjense qué casualidad: es lo que pide el lobby de la CEOE y Zapatero está haciendo con los créditos del ICO a los constructores! Por si aún le queda alguna duda que el sistema norteamericano no tiene nada que ver con el liberalismo, Fannie y Freddie tenían todo su negocio totalmente supervisado y regulado: volumen de préstamos, cantidades mínimas de capital, activos totales que podían adquirir, etc. ¿Un sector dominado por el Estado de esta forma se le puede llamar liberal? No es un fallo de mercado, sino de Estado y de una forma más amplia del sistema establecido: el capitalismo de Estado.

Todo este lío ideológico se debe a que mucha gente considera liberales a escuelas que realmente no lo son o fundamentan la economía en errores intelectuales básicos. De hecho, la única escuela económica que realmente ha luchado activamente contra el capitalismo de Estado es la Escuela Austriaca. Ésta considera que un sistema no se puede considerar capitalista en el momento que el Gobierno interviene en los factores productivos. Todo sistema donde el Gobierno aplica su extorsión a la economía privada es socialista en un grado u otro.

Esto no significa necesariamente que la Escuela Austriaca tenga una línea de pensamiento anarquista. Ludwing von Mises, por ejemplo, en su libro Burocracia consideraba la justicia, la seguridad nacional y ciudadana factores que estaban fuera de la capacidad de los medios de producción privados.

La solución no es que el Estado tome más fuerza de la que ya tiene, tal y como pretende el establishment empresarial y mediático. A ellos les iría bien, ya que sacarían más dinero a nuestra costa. Como hemos visto, esto es curar al borracho dándole más alcohol. La única solución es abolir el capitalismo de Estado y este socialismo para ricos. Si no hay ningún mal en que cierre la charcutería de la esquina por sus desorbitados precios, o que las tiendas de ropa realicen descuentos de hasta el 70% en sus productos, ¿por qué ha de serlo que las grandes empresas financieras e inmobiliarias lo hagan también? Evitar mediante la intervención estatal este proceso de liquidación y abaratamiento de precios nos obliga a pagar las pérdidas de las empresas "salvadas" para que sobrevivan o puedan vender sus productos y servicios más caros. Y encima es la manera perfecta de incrementar las probabilidades que en el futuro nos estalle otra crisis

Fuente: Libertad Digital

diciembre 15, 2007

HÉROES DE LA LIBERTAD

Por Jorge Valín

“En el libre mercado cada uno se beneficia en concordancia a su valor productivo satisfaciendo las decisiones del consumidor. Bajo la distribución estatal, cada uno se beneficia en relación a la cantidad que puede saquear del productor.”Murray N. Rothbard—Man, Economy, & State— La base de la ética liberal es muy simple: El Axioma de la No Agresión. No agresión, no significa que no podamos defendernos de agresiones o invasiones externas. No agresión significa, no agredir a otra persona o a su propiedad privada sino ha habido un ataque previo. El ilustre filósofo John Locke lo expresó así:“[…] aquél que, en estado de sociedad [de paz], arrebate la libertad que pertenece a los miembros de dicha sociedad o estado, debe ser tenido por alguien que se propone arrebatarles todo lo demás y así considerárselo en estado de guerra.”“Porque cuando alguien, haciendo uso de la fuerza, me pone bajo su poder sin tener derecho alguno para hacerlo, sea cual fuere su pretensión, no tengo razón para suponer que quien me arrebata mi libertad, cuando me tenga en su poder, no me quitará todo lo demás. Y, por lo tanto, es legal que yo lo trate como alguien que se ha puesto en estado de guerra conmigo, es decir, matándolo si puedo, pues a ese riesgo se expone con justicia quien introduce el estado de guerra y dentro de él es agresor.”[1] El acto que no vulnere el axioma de la no agresión, no puede considerarse contra la ética —aunque sí podría ser considerado inmoral. Aquellos que desafían las leyes y se enfrentan al estado y grupos de presión para servir a la sociedad y ganar un beneficio no son miserables, ni delincuentes, ni antisociales; sino héroes de la libertad que actúan bajo su propio riesgo beneficiando a toda la comunidad:

La prostituta (adulta).

La prostitución se está sometiendo a tela de juicio en algunos países de Europa. Los políticos quieren prohibirla alegando falsos pretextos sobre la moral y la salubridad. Ciertamente a ningún padre le gustaría que el primer trabajo de su hija fuese el de prostituta, pero quien en última instancia decidirá y correrá con los riesgos y beneficios del oficio no será el padre, ni el político, sino la chica. Sólo de ella depende su elección.La prostituta ejerce un servicio a la comunidad donde su herramienta de trabajo es su cuerpo. Evidentemente, la prostituta tiene total derecho de propiedad sobre su cuerpo, y por lo tanto puede explotarlo como quiera. La prostituta sabe muy bien que existen otros tipos de trabajos, pero ella quiere ejercer la prostitución y no montar piezas en una fábrica ganando una décima parte. Por otra parte, el cliente se beneficia del servicio que ofrece la prostituta —como de cualquier otro servicio. En este intercambio (sexo por dinero y al revés) todas las partes ganan sin dañar a nadie.La prostitución infantil. Si usted mantiene una relación sexual con una joven de trece años y después se va, eso no es ilegal (en España). Pero si usted le paga, está cometiendo un acto ilegal y puede ingresar en la cárcel incluso. La ley no está castigando el hecho en si, sino las relaciones mutuas y consentidas del comercio: “[…] En la misma pena incurrirá el que se lucre explotando la prostitución de otra persona, aun con el consentimiento de la misma”[2]. Si usted compra una fotografía de un menor de edad que se pueda considerar pornográfica, también será castigado por la ley. Probablemente la prostituta infantil no quiera serlo, pero a nadie le gusta trabajar. Nosotros trabajamos para vivir mejor y satisfacer a la comunidad lucrándonos por ello. La prostituta menor de edad, suele trabajar, no para vivir mejor, sino para sobrevivir en la mayoría de casos. Al prohibirle su libre elección a trabajar y obligarla a estudiar, le estamos negando una fuente de financiación fundamental para ella y su familia. La prostituta infantil suele estar en países pobres donde apenas tiene alternativas. Su trabajo le permite sobrevivir, y no vivir mejor.El turista sexual. El eminente economista David Ricardo nos mostró el significado de la “Ley de las ventajas comparativas” (más propiamente llamada ley de asociación ricardiana). La ley de Ricardo nos dice que cada país obtiene mayor beneficio de aquello que mejor sabe producir en relación a otros países (es bien conocido el ejemplo que mostró el autor con el vino de Portugal). En algunos países, la ventaja comparativa es el turismo. Algunos de esos países viven del turista sexual. Cuando el estado lucha contra el negocio del turismo sexual por razones morales, lo único que está haciendo es ayudar a que la nación no obtenga el capital necesario para conseguir otras formas de producción en escenarios futuros. Algunos países pobres viven, por el momento, del turista sexual que a la vez alimentan otros sectores, como el de la hostelería, alimentación, ocio, etc. Si el estado crea trabas a su principal “ventaja comparativa” el turismo desaparecerá empobreciendo el resto de sectores y al país entero.

El “matón”.

Un matón es alguien que vive de su capacidad para aplicar la fuerza física contra terceras personas por encargo de un segundo. Intentar prohibir este trabajo no ha provocado que desaparezca la coacción o violencia, sino que la ha incentivado. El “matón legalizado” lo representan los sindicatos con los “piquetes informativos”, las fuerzas del estado como la policía, bandas de delincuentes que la policía no puede neutralizar, etc. Desregularizando este oficio, cualquier tienda estaría libre del peligro ante la agresión de delincuentes, atracadores, y “piquetes informativos”. El matón del libre mercado no es el que ejerce la violencia gratuita, sino el que nos defiende de los “auténticos malos”.

El traficante de drogas.

Nunca ha existido una lucha contra las drogas hasta que el estado entró en escena gastando enormes cantidades de dinero del pagador de impuestos. El traficante de drogas es un empresario más que quiere beneficiarse dando a la gente lo que pide. Aquí no se engloban sólo las drogas blandas y duras, sino también aquellos medicamentos que el estado decreta partidariamente ilegales. ¿Por qué algunos medicamentos son ilegales en Estados Unidos o Japón, y no lo son en España, Bolivia, Venezuela, Argentina, etc.? ¿Es que el medicamento afecta de forma diferente según se sea español, americano, alemán, etc.? Evidentemente no. El estado y las leyes no están interesados en la salud, sino en su propio beneficio.Si nosotros somos los propietarios de nuestro cuerpo, nadie ha de prohibirnos qué hacer con él. Las obstinadas prohibiciones al tráfico de drogas no han evitado su creciente consumo, sino a juicio de las estadísticas, parece ser lo contrario.El estado también defiende que “las drogas generan delincuencia y dependencia”. En los años veinte en Estados Unidos se prohibió el alcohol por factores similares. La prohibición hizo aumentar la delincuencia popularizando los famosos gángsteres y la corrupción policial. La prohibición de las drogas no lucha contra el crimen, sino que lo incentiva. La adicción, ya sea a las drogas, al chocolate, a la colección de música, o a comprarse trajes de forma compulsiva, es una elección libre del individuo que nadie nos puede prohibir[3]. El empresario que suministra cualquier tipo de droga, es un héroe que lucha para satisfacer las necesidades de los demás.

El corredor de apuestas ilegal.

En la mayoría de países occidentales el juego “es un mal que necesita ser controlado por el estado”. En este marco, el empresario del juego es gravado con fuertes impuestos que actúan como barrera de entrada al sector. Cuando el estado ha tomado el monopolio del juego a gran escala, no elimina el “dañino vicio de jugar”, sino que utiliza estas barreras para ser el mayor productor de juego y así aumentar sus ingresos. Cualquier lotería del estado mueve más dinero que cualquier otro tipo de juego ilegal a escala nacional.

El traficante de armas.

Los delincuentes están encantados con las leyes anti–armas. Saben que cualquiera es un objetivo fácil para su agresión armada. Las leyes contra las armas no han impedido la delincuencia, muertes, ni “violencia de género” con resultado de muerte en más de cien años. El hombre desarmando es la víctima fácil del delincuente doméstico.La Carta Magna fue creada en el S. XIII por el miedo que tenía el rey a una revuelta popular. Tanto el rey como los ciudadanos disponían de las mismas armas. Cuando el estado se asegura que nadie se pueda defender, se vuelve omnipotente y tiránico. El traficante de armas ilegal nos da la oportunidad de poder defendernos de las pequeñas y grandes agresiones. Aquel empresario que nos provee de armas sin estar registradas es un héroe.

El chantajista.

Si usted descubre que su amigo Juan comete adulterio y se lo cuenta a todos sus amigos, nadie puede acusarle de haber cometido un delito. Pero si en cambio, usted va a su amigo Juan (el adúltero) y le pide 100 dólares para no difundir su secreto, entonces estará cometiendo un acto ilegal: el de chantaje. Otra muestra donde ley y justicia no tienen nada que ver.El término “chantaje” proviene del francés “chantage”, de “chanter”, que a la vez viene del latín “cantare” que significa “cantar”. La definición es importante ya que no tenemos que confundir chantaje con “extorsión”. Extorsión implica el uso de la fuerza física (el recurso preferido del estado contra el individuo). El chantaje, por el contrario, nunca llega a la fuerza física, y cuando lo hace, deja de ser chantaje para volverse extorsión.Chantaje es no difundir el secreto de otro a cambio de dinero, y por lo tanto, es una transacción comercial pacífica del libre mercado —tal vez nos parezca inmoral, pero no vulnera la ética. En este proceso, se intercambia la libertad de expresión de uno (el derecho del chantajista a expresar lo que sabe) por el dinero de otro (el chantajeado). Prohibiendo el chantaje, el estado incentiva precisamente aquello contra lo que quiere combatir: más chantaje. En este marco, el chantajista puede chantajear mil veces a otra persona por el mismo hecho. Legalizando el chantaje las partes pueden hacer un contrato que plasmase el intercambio de los dos (dinero por silencio). Siendo así el chantaje no podrá repetirse. Que se firme un contrato no significa que en caso de incumplimiento el “problema” se haga público —puede mediarlo un árbitro o notario individual. El contrato es la garantía natural que ha establecido el libre mercado para asegurar los derechos de oferta, demanda y del individuo que vive en sociedad.

El capitalista explotador.

En el lenguaje coloquial “capitalista explotador” es simplemente una persona o empresario rico —el político, que vive mejor que un rico, y ha amasado su fortuna con la extorsión, es considerado en cambio un “benefactor”. El capitalista explotador (empresario rico) es aquel que se ha sabido adaptar mejor a aquello que la gente pide. Cuanto antes ofrezca el empresario las más urgentes necesidades del consumidor, más rico será.Además, el empresario rico, si quiere mantener su fortuna, enfoca sus decisiones al futuro, es decir, ahorra y mantiene unas preferencias temporales bajas (tiene visión y previsión de futuro por así decirlo). Esta previsión, no sólo le permite su auto–subsistencia sin depender de nadie más, sino que su esfuerzo permite crear más trabajo, más producción, más satisfacción para el consumidor y más riqueza para la sociedad.La figura opuesta al capitalista explotador, es la “clase marginal explotada”. En la actualidad se tiende a creer que la causa que lleva a la pobreza es la falta de oportunidades que brinda la sociedad, el Capitalismo y la globalización. Asumir estos falsos pretextos implica aceptar que todos somos culpables de la pobreza menos el pobre. Si un “sin techo” pide dinero en la calle, la culpa no es de él, sino de la sociedad que no le ayuda, y la sociedad somos todos, es decir: ¡usted es el culpable que ese hombre sea pobre! Por regla general el pobre o “explotado” tiene unas preferencias temporales muy altas, sólo valora el presente y no el futuro. La valoración extrema del presente, en decremento del futuro, significa enfocar su vida hacia gratificaciones inmediatas como el hedonismo, la ociosidad, la baja producción y el parasitismo. (El caso extremo, es el homeless que se emborracha cada día para no pensar en el mañana).Las ayudas del estado, especialmente las del “estado del bienestar”, incentivan esta clase de aptitudes. El pobre no demanda más libertad e independencia para labrarse un futuro mejor nacido de su esfuerzo, sino más salario mínimo, más bajas por estrés, más subvenciones, más ayudas estatales, más sanidad pública, más privilegios sectoriales, y más leyes que le permitan vivir bien sin hacer nada a expensas de los productores.
Mantener las leyes del “estado benefactor” que luchan contra el “capitalista explotador” y pretenden defender al “explotado” sólo implican luchar por el hedonismo, el parasitismo, la dependencia, la servidumbre y la paulatina pobreza de todos. El capitalista explotador combate día a día para evitar este colapso, y por lo tanto es un héroe.

El especulador económico.

Si todos pudiésemos gozar de lo que nos apetece en ese momento, eso significaría que no hay escasez de recursos. En este entorno la economía no haría falta, todos viviríamos en el fabuloso Jardín del Edén. Pero los recursos son escasos, y el mecanismo natural para regular esta escasez es el precio.Gracias al especulador podemos disfrutar de los bienes según nuestras valoraciones subjetivas y según el esfuerzo que hemos creado para obtenerlos. La función del especulador es “regular” las relaciones entre oferta y demanda de forma natural. Cuando alguna ley prohíbe los “precios altos” o la especulación, el colapso es inevitable creando continua escasez en el proceso. Los únicos beneficiados a las prohibiciones de la especulación y “precios altos” son unos pocos privilegiados: grupos de presión, y los que acceden primero a esos recursos gracias a los derechos positivos que otorga el estado (otra vez “la clase explotada”). La gran mayoría de la sociedad sólo se podrá conformar con más escasez, menor calidad y racionalizaciones estatales sin poder hacer nada para evitarlo. Otra vez, mediante la regulación e intromisión estatal, se ha conseguido el objetivo contrario al deseado. El especulador económico al intentar evitar la garra del estado, es un héroe.

El especulador financiero.

No hay diferencia entre el especulador financiero y el especulador económico, sólo la forma cambia. El especulador financiero es aquel que mantiene las naturales relaciones entre oferta y demanda. No es él el causante de las crisis ni “burbujas”, sino la intermediación estatal.El estado toma un altísimo grado de endeudamiento que es incapaz de cubrir mediante la expropiación de los impuestos. Este endeudamiento lo cubre con deuda (nacional, local, etc.) emitiendo una cantidad de dinero extra al mercado que desmonta la estructura natural. Mediante el llamado “control de precios” los bancos centrales varían los flujos de capitales entre diferentes mercados creando una continua sobre oferta de medios fiduciarios. Cuando las diferencias son insostenibles, el especulador financiero es el encargado de devolver el equilibrio a este desajuste creado por el estado, bancos centrales y otros órganos supranacionales.Además, los órganos reguladores del mercado financiero en su “lucha contra la especulación” sólo la favorecen más creando mayores desequilibrios y haciendo que sólo pierdan aquellos que nada tienen que ver directamente con el mundo financiero, entorpeciendo y expulsando el capital extranjero y nacional. Cuando entra en escena la figura del especulador financiero, la estructura de capitales vuelve a su cauce natural. El especulador financiero nos defiende de la sobre oferta de medios fiduciarios del estado. En ese momento el especulador financiero es un héroe.

El empresario contaminador.

Los economistas neoclásicos (keynesianos, monetaristas, etc.) mantienen que la contaminación es un coste social pagado por una mayor producción y bienestar. La suma agregada de “bienestares” es mayor al coste agregado de la contaminación, por lo tanto, la contaminación ha de prevalecer. Apoyándose en esta absurda teoría, el estado ha encontrado un arma fantástica para legislar las empresas privadas y ser el principal comerciante de contaminación entre países. Al nacionalizar el aire, calles, espacio aéreo, etc. ha generado la llamada “tragedia de los comunes”. Es decir, cuando un bien económico no es gestionado por medio de las valoraciones subjetivas del individuo, éste se extingue.El problema de la contaminación yace en el principio de los títulos de propiedad. En una sociedad libre, si alguien invade nuestra propiedad con contaminación —es una agresión a la propiedad privada— podemos defendernos contra el contaminador mediante demandas individuales. Cuando el estado considera suyo el aire, calles, ciudades, etc. la contaminación es inevitable generando un entorno y economía insostenible. El empresario contaminador es el que lucha contra estos falsos títulos estatales. La solución a la contaminación, es la privatización de lo que en origen siempre ha sido del individuo (y sociedad civil).

El empresario sumergido.

El empresario sumergido es aquel capaz de esquivar la extorsión estatal creando productos y servicios más baratos al consumidor: CDs de música piratas, video juegos, tabaco ilegal, exportaciones clandestinas, etc. Su acción genera riqueza adicional a la sociedad con más trabajos, más riqueza dentro del mercado (no recaudado por la estéril mano del estado), etc. Su contribución social es innegable. El empresario sumergido permite dar trabajo al inmigrante, al joven sin empleo y favorece al consumidor dejando el dinero dentro del sector privado. El empresario sumergido es uno de los grandes héroes del libre mercado.
El falsificador de marcas.
Usted quiere comprarse unos tejanos que ponga bien claro “Levi’s”, pero no quiere pagar su precio porque lo considera muy alto. ¿Le daña a usted, como consumidor, comprar unos tejanos que ponga “Levi’s” por una tercera parte de su precio aunque realmente no procedan de tal empresa? Evidentemente no. Si los compra es porque quiere, nadie le obliga. En este intercambio, tanto usted, como el falsificador de marcas han salido ganando de una pacífica transacción comercial. Pero, ¿el falsificador de marcas daña al mercado?Desde el punto de vista de la oferta, la libertad total de mercado favorece a los productores que mejor se adapten a las necesidades del consumidor. Para conseguir este fin no hacen falta leyes antipirateo, antidumping, ni barreras comerciales, ni subsidios, ni impuestos. Al revés, estas acciones estatales incentivan aún más la falsificación de marcas. Sin restricciones a la economía privada, el productor puede crear una mayor variedad generando “multimarcas” para un mismo producto satisfaciendo así a los diferentes clientes potenciales[4]. Si el estado aumenta los controles a las mercancías, vigilancia aduanera, burocracia, etc. financiándolo todo con más impuestos sólo conseguirá que entren menos productos legales en el país. En reacción aumentarán las entradas de productos ilegales que no pagan impuestos ni pasan aduanas.

El traficante de niños.

Hay padres que desean tener hijos pero la naturaleza no les ha otorgado este don. Desde hace unos años en España se ha puesto de moda adoptar niños y niñas procedentes de China. El periodo de espera es superior a tres años y los padres han de invertir una enorme cantidad de dinero y esfuerzo personal para conseguir un hijo. Por otra parte, hay padres que tienen demasiados hijos, o hay orfelinatos repletos de infantes bajo la perniciosa tutela del estado.El estado tiene el monopolio del tráfico de niños haciendo que su gestión sea muy dañina para los países oferentes de niños, y los países demandantes de niños. Si se eliminan todas las leyes sobre el tráfico de niños se crearán empresas intermediadoras entre oferta y demanda. Eso mismo es lo que hacen las empresas de viajes programados. Si el estado considerase inmoral hacer un viaje programado y lo gestionase el propio estado, no viajaríamos más de una vez en nuestra vida y supondría un coste inmenso. El traficante de niños privado (ilegal), es un héroe que satisface las necesidades de aquellos que desean un hijo hasta el punto de saltarse la ley y asumir las posibles consecuencias. En conclusión con esta somera revisión de puntos, donde podríamos enumerar muchos más, podemos sacar dos claras conclusiones. Una es que las acciones del estado, aún luchar por valores tan elevados como la igualdad, la ley, contra la pobreza, etc. siempre llevan a sus consecuencias inversas. El salario mínimo crea más desempleo, los subsidios crean dependencia y parasitismo incentivando la ociosidad, delincuencia, etc.; la fijación de precios crea más escasez; la prohibición de los “matones” y armas crea más inseguridad; La prohibición del chantajista, crea mayores chantajes; las leyes en contra de la falsificación generan más falsificaciones; la lucha estatal contra la especulación genera más especulación y posteriores crisis; y un largo e interminable “etcétera”.
La segunda conclusión a la que podemos llegar, es que es muy pernicioso mezclar la moral con el mercado. La moral es un concepto subjetivo, la “ética política” del derecho natural u orden natural en cambio, es la que nos da el arsenal para colocar a cada definición en su lugar entendiendo el mercado como un proceso natural y libre que se retroalimenta siempre de una forma sostenible. Moralmente podemos estar en contra de algunos oficios o actos, pero eso no significa que sean dañinos o que perjudiquen a los demás. El libre mercado se basa en la interacción pacifica de los participantes. Una sociedad libre también nos permite defendernos de aquellas acciones no pacíficas —que en realidad son minoritarias aunque el estado las magnifique para su propio beneficio. La función del estado, durante más de un siglo y analizada por sus hechos y no intenciones, es hacer perdurar la violencia de los grupos de presión, los privilegios de unos a expensas de los otros, la creación de monopolios, el camino a la pobreza y la guerra total a escala internacional. La “izquierda” al examinar estos casos sólo ve relaciones directas y lineales donde su solución siempre es la misma: más leyes, más prohibiciones, más privilegios a las “elites”, más interferencia estatal, etc. Sus conclusiones se basan en conceptos morales incapaces de solucionar “ese gran problema” que tanto quieren restringir. Desde hace más de cien años los políticos siempre nos están diciendo lo mismo: “aún hay mucho por hacer”. Y de aquí 300 años, seguirán diciendo lo mismo. Cuando alguien tiene la capacidad de imponer su moral al resto de la comunidad, es cuando nace la tiranía y la esclavitud; y en la era moderna estos conceptos se llaman: estado y grupos de presión.

ANEXO AL ARTÍCULO

El anexo de a continuación fue escrito un tiempo después del artículo inicial. Lo adjunto al texto para que quede todo de una pieza.Se ha producido durante los últimos años mucha literatura sobre el AnarcoCapitalismo, pero las acusaciones sobre algunos temas son redundantes y no aportan nada realmente ya que éstas han sido contestadas por activa y pasiva sin que los detractores del AnarcoCapitalismo se hayan dado cuenta que existen respuestas. No sólo yo escribo sobre este tema, sino muchos más economistas, psicólogos, profesores de diferentes materias, etc. El objetivo del artículo sólo es demostrar, como claramente se ve, que las leyes, imposiciones... no castigan los hechos en si, sino las relaciones económicas que no tienen culpa alguna. El legislador intenta acabar con un "mal moral", insisto no ético, y su solución no es atacar ese "mal", sino la relación indirecta del intercambio.Utopismo. Se nos acusa a los anarcocapitalistas de ser utópicos. He recibido durante mucho tiempo mails a este respecto. Me planté mostrar la cara más desfavorable del AnarcoCapitalismo y examinar por encima sus implicaciones lógicas. Las conclusiones a las que llegué es que el AnarcoCapitalismo no es una utopía y que sus consecuencias, aunque sorprendan a muchos, son mejores que el dirigismo moral para evitarlas.Neo puritanismo. Recientemente los grupos ubicados dentro de la izquierda han atacado a los conservadores con el nuevo eslogan del neo puritanismo, tanto en lo económico como en lo social. Tradicionalmente, desde mediados del S. XIX hasta el último cuarto del S. XX, la izquierda siempre se había mostrada moralmente más “progre” o incluso liberal que los conservadores.Los conservadores apenas se han movido en estos años, pero los izquierdistas sí. Mediante la visión del pensamiento único estatista, la “izquierda moderada” ha levantado una serie de dogmas morales. Éstos los han de combatir a cualquier precio: como la lucha contra la prostitución, contra el tabaco, alcohol, etc. Los liberales creemos que nadie ha de imponer, mediante un jerarca social, un solo lifestyle al resto de la sociedad. Sus consecuencias crean el efecto contrario.Los conservadores son honestos en este punto y admiten que hay puntos morales que se han de combatir mediante el estado. En cambio los grupos de la izquierda, que siempre han visto esta actitud como “inferior”, ahora se muestran hipócritas (en la definición la RAE y sin las connotaciones que pueda tener) atacando a quienes no piensan como ellos. Y es que contrariamente a lo que predican, son más neo puritanos que nadie.Prostitución infantil. No defiendo la prostitución infantil, pero sí critico que en su nombre se cometan atrocidades o se mezcle con sentimientos. El año pasado un Marine fue condenado por escaparse con una muchacha de 15 años. No la secuestró, ni la violó, ni aplicó violencia alguna contra ella. La relación que tuvieron los dos fue mutuamente consentida, pero reabrió la cuestión del abuso de menores.Otro caso sería el abuso de verdad donde se aplica la extorsión o la amenaza contra un menor por el lucro de otra persona o cualquier otra razón. Eso sí que no es aceptable, pero es un crimen como cualquier otro, esto es: como un asesinato, robo, palizas injustificadas, etc. La prostitución infantil no tiene porque ser un mal desde el punto de vista ético aunque sí puede serlo desde el punto de vista moral. Ética y moral no son lo mismo. Pero aún siendo así en los países pobres, es temporal. En el momento que el país acumule el capital necesario para desarrollar otras ramas de la producción que los doten de mayor bienestar, la prostitución infantil empezará a desaparecer. Cuando la familia del menor tenga dinero acumulado para educar a su hija abandonará el oficio e irá a la escuela, o trabajará en otro sector.Para acabar con la prostitución infantil sólo hay una medicina efectiva: progreso económico y más Capitalismo. La situación es similar a la del trabajo infantil donde fue el Capitalismo quien lo eliminó de verdad. En la Inglaterra de la Revolución Industrial muchos niños trabajaron y no fue ningún dirigente político quien acabó con la situación, sino la prosperidad y riqueza del libre mercado. Las leyes sólo favorecen las mafias, corrupción política y la pobreza de todos.Recobrando el polilogismo marxiano. Marx, incapaz de defenderse de los ataques que recibió de autores liberales, recurrió a su polilogismo donde el que no le daba la razón era porque era un traidor a la clase trabajadora (La Acción Humana, Cap. III). Este especie de racismo abierto se ha inculcado cada vez en la gente de a pie, y autores de izquierdistas y conservadores. Lo único que han cambiado es “clase trabajadora” por lo que a ellos les convenía. No hay ciencia alguna en esta forma de actuar. Y todas las críticas que he visto en este aspecto sobre mi artículo, van en este aspecto. No he visto ninguna crítica realizada con alguna estructura lógica que contradiga mi artículo, todo son exabruptos.Ética no es moral. “Héroes de la libertad” no es un manifiesto moral, sino un análisis ético. Lo dejé claro al comienzo, y recuerdo un buen post de José Carlos Rodríguez, sobre el tema. Los puntos que traté son perfectamente sólidos con la ética política aristotélica, tomista y evidentemente con la ética del derecho natural. Algunos de los oficios mostrados en el artículo pueden ser moralmente no aceptables, pero eso no significa que se tengan que prohibir o que vulneren la ética. Este punto lo trató mejor y más extensamente Walter Block en “Libertarianism and libertinism” (pdf de 523 Kb), especialmente el apartado “IV. MEA CULPA”. Evidentemente, antes de leer este ensayo, los detractores del AnarcoCapitalismo se tendrían que leer "Defending the Undefendable".La tiranía de las buenas intenciones. Mediante la proclamación de las “buenas intenciones” se ha impuesto hoy día la tiranía. Represión y control son la solución a todo lo que no gusta al político, ¡incluso lo hacen en nombre de la libertad! La tiranía, ya sea con buenos pretextos o malos, siempre conduce a consecuencias nefastas. Las leyes y la aplicación de la fuerza del jerarca moral o de la producción siempre llevan a servidumbre y pobreza. Clásicos como El socialismo de Mises y Camino de Servidumbre de Hayek son algunos de los muchos ejemplos que hay. Y es que la literatura sobre este tema es inmensa.Ética y libertad, las dos caras de la misma moneda. Una sociedad libre significa que cada individuo es capaz de hacer lo que le plazca. ¿Significa que puede alguien tiene carta blanca a asesinar a todo el que quiera? Evidentemente que no. Eso sólo lo hacen los político y el estado entrando en guerras e instaurando el estado policial.La seguridad actual es el resultado de la producción privada que el estado ha monpolizado para su beneficio. Incluso el Salvaje Oeste, uno de los casos donde el estado no existía, o no afectaba a la comunidad era menos violento de lo que creemos. Históricamente también se ha producido con otros países europeos, así como Australia y algunos países asiáticos ¿Gracias a qué? A la libertad individual. Cuando un número agregado de individuos encuentra un déficit en su bienestar, alguien lo ha de cubrir. El estado no lo cubre, sino que lo hace más grande. Sólo la figura del empresario que busca oportunidades para beneficiarse logra cubrir ese déficit. Incluso si no existe policía el propio empresario la creará dando seguridad de forma más barata y segura que el estado.El empresario podría intentar comportarse como el estado también, pero de hacerlo perdería el plebiscito del consumidor y la propia competencia lo hundiría mediante el boicot básicamente. Hay muchas referencias sobre el tema: Sobre la Producción de Seguridad, Justicia sin estado, The market for liberty, The Myth of National Defense, For a New Liberty: The Libertarian Manifesto, Man, Economy, and State, etc.Escuela Austriaca y AnarcoCapitalismo. El AnarcoCapitalismo no es exclusivo de la Escuela Austriaca, es más, hay autores de la Escuela Austriaca que no son anarcocapitalistas, como Israel Kirzner para mencionar a uno conocido. Y al revés también, como David Friedman que no es austriaco y sí anarcocapitalista.Algunos, ingenuamente, creen que la representación de la Escuela Austriaca es LewRockwell o el Mises Institute. En los últimos años, no más de veinte, la Escuela Austriaca ha tenido varias tendencias. No sólo en plantearse si es mejor el AnarcoCapitalismo o el laissez-faire clásico, sino en otros temas tan importantes como la teoría monetaria, si ha de existir medios fiduciarios o no, sobre el papel de coordinación del estado, etc. Decir que toda la escuela austriaca es anarcocapitalista sólo demuestra un enorme déficit de cultura.

agosto 15, 2007

UN FUTURO DE PAZ Y CAPITALISMO


Murray Rothbard


Para discutir el “futuro del capitalismo”, primero de todo necesitamos determinar qué significa realmente el término “capitalismo”. Desafortunadamente, el término “capitalismo” fue acuñado por su mayor y más conocido enemigo, Karl Marx. Realmente, no podemos depender de esta concepción para su correcto y sutil significado. De hecho, lo que Marx y los escritores posteriores hicieron fue responder a dos conceptos extremadamente diferentes e incluso contradictorios, combinándolos bajo el mismo término. Estos dos conceptos contradictorios son lo que me gustaría llamar “capitalismo del libre mercado” por una parte, y “capitalismo de estado” por la otra.
La diferencia entre el capitalismo del libre mercado y el capitalismo de estado es precisamente la diferencia entre, por una parte, la paz, el intercambio voluntario, y por otra parte, la extorsión violenta. Un ejemplo del intercambio en el libre mercado es la compra de un periódico en la esquina por diez centavos. Éste, es un acto pacífico, un intercambio voluntario que beneficia a las dos partes. Compro el periódico porque valoro su contenido más que no mis diez centavos que he dado en intercambio. El vendedor de periódicos me vende el diario porque, a la vez, él valora más mis diez centavos que el periódico. Las dos partes ganamos en el intercambio. Lo que estamos haciendo en tal intercambio es cambiar títulos de propiedad: cedo la propiedad de mis diez centavos en intercambio para conseguir el papel; y el vendedor de periódicos hace el cambio contrario con su título. Este simple intercambio de transferir diez centavos por un periódico es un ejemplo de un acto unitario de libre mercado. Así es como funciona el mercado.
A diferencia de este acto pacífico, está el método de la extorsión violenta. La expropiación violenta ocurre cuando yo voy al vendedor de periódicos y le incauto su periódico a punta de pistola. En este caso, por supuesto, no hay beneficio mutuo. Yo gano a expensas de la víctima (el vendedor de periódicos). Así pues, la diferencia entre esas dos transacciones —entre el intercambio voluntario, y el atraco a punta de pistola— es precisamente la diferencia entre el capitalismo del libre mercado y el capitalismo de estado. En ambos casos obtenemos algo —ya sea dinero o periódicos— pero lo obtenemos de formas totalmente diferentes; son caminos con atributos morales y consecuencias sociales totalmente diferentes.
En este punto no puedo resistir la tentación de apuntar la gran divergencia que tenemos el profesor Averitt y yo sobre Jefferson y Hamilton. No veo a Jefferson como un prematuro Franz Boas —léase, prematuro antropólogo izquierdista. Jefferson no lo fue. Mi lectura de Jefferson es totalmente diferente. Jefferson fue precisamente un defensor del laissez–faire, o libre mercado; del capitalismo. Y esa fue la auténtica diferencia entre Jefferson y Hamilton. No es cierto que Jefferson estuviese en contra de las fábricas o de las industrias per se. De lo que estaba en contra era del desarrollo coercitivo, es decir, castigar a los granjeros con tarifas y subsidios para construir una industria artificial, que fue esencialmente el programa de Hamilton.
Jefferson, junto con otros hombres de estado de su tiempo, fue un hombre muy culto. Leyó a Adam Smith, a Ricardo, estaba muy familiarizado con la economía del laissez-faire clásico. Por lo tanto, su programa económico, lejos de ser la expresión de una bucólica nostalgia agraria, tenía una visión muy sofisticada de la economía clásica en el escenario americano. No hemos de olvidar que los clásicos del laissez-faire esteban en contra de las tarifas, subsidios, y de la coerción sobre el desarrollo económico.
Además, el término “igualdad”, tal y como lo usó Jefferson y los jeffersonianos, fue empleado en el mismo sentido que su amigo y colega George Mason en La Declaración de los Derechos de Virginia poco antes que Jefferson escribiese la Declaración de Independencia:
“todos los hombres por naturaleza son libres e independientes”. En otras palabras, “igualdad” no significa lo mismo que hoy día: igualdad de condición o uniformidad. “Igualdad” significa que cada persona tiene el derecho de ser igualmente libre e independiente de disfrutar del derecho de “libertad por igual”, tal y como Herbert Spencer diría un siglo después. En otras palabras, lo que estoy diciendo es que el ala jeffersoniana de los Padres Fundadores estaba basada esencialmente en el libre mercado: el capitalismo del laissez–faire.
Volviendo al mercado: el libre mercado es una red inmensa, un entramando de intercambios de estas pequeñas unidades que anteriormente he mencionado: intercambiar una moneda de diez centavos por un periódico. En este punto, hay dos personas, o dos grupos de personas, y estas dos personas o grupos intercambian dos mercancías; normalmente dinero y otras mercancías. Ahora, cada uno de ellos se beneficia del intercambio, de no ser así, no realizarían el intercambio. Si piensan que se equivocan en realizar el intercambio, entonces lo paran, y no vuelven a intercambiar.
Otro ejemplo común del libre mercado es la universal práctica de los chicos que intercambian cromos de béisbol —intercambian, por ejemplo “dos Hank Aaron” por “un Willie Mays”. Los “precios” de los cromos, y los intercambios que se dan, se han basado en la relativa importancia que los chicos le dan a cada jugador. Los molestos progresistas (liberals) lo expresarían de esta forma: los progresistas estamos a favor de cualquier acción voluntaria bajo el famoso cliché de “consentimiento entre dos adultos”. Así pues, es característico que mientras los progresistas están a favor de cualquier relación sexual que emane del consentimiento de dos personas adultas, se oponen al consentimiento de los adultos cuando emanan del mercado o intercambio. Cuando esto ocurre, entonces los progresistas acosan, mutilan, restringen, o prohíben ese mercado. Entonces, tanto las actividades sexuales consentidas como el mercado son el mismo tipo de expresiones de la libertad en acción. Las dos pueden ser buenas para cualquier liberal (libertarian) coherente. Pero el estado, especialmente aquel regido por un gobierno progresista, normalmente interviene para regular y restringir tal intercambio.
A pesar que yo quiera intercambiar dos Hank Aarons por un Willie Mays, el estado puede intervenir, o cualquier otro tercer grupo, y decir: “No, no puedes hacer eso, eso es el mal. Va en contra del bien común. Ese intercambio es ilegal, cualquier intercambio de cromos de béisbol ha de ser uno por uno, o tres por dos” —o por cualquier otra tasa que el estado escoja en su sabiduría y grandeza arbitrariamente impuesta. ¿Bajo qué derecho actúan así? El liberal reclama que el estado no tiene derecho alguno a hacer eso.
En líneas generales, la intervención del estado puede ser clasificada en dos sentidos: prohibiendo los dos intercambios interpersonales, o prohibiendo de forma parcial un intercambio entre dos personas. Es decir, prohibir los acuerdos a los que llegan dos adultos que intercambian de mutuo consentimiento; que es un intercambio que beneficia a ambas partes, o bien, forzando a uno de ellos a hacer un “intercambio” unilateral con el estado, en el cual, la persona retribuye algo al estado bajo la amenaza o coerción. La primera puede incluir una absoluta prohibición del intercambio, regulando las condiciones del intercambio —los precios—, o excluir a ciertas personas para hacer el intercambio. Un ejemplo de la última intervención, por ejemplo, es ser fotógrafo en muchos estados, donde uno debe tener una licencia de fotógrafo —demostrando que eso es para “un buen fin moral” y pagando una cierta cantidad de dinero al aparato del estado. ¡Esto con el fin de poder tener el derecho de hacer una fotografía a alguien! El segundo tipo de intervencionismo es un “intercambio” forzado entre nosotros y el estado. Un “intercambio” que sólo beneficia al estado y no a nosotros. Por supuesto, los impuestos son el obvio y evidente ejemplo de ello. En contra del intercambio voluntario, los impuestos son un claro ejemplo del embargo coercitivo a la propiedad de la gente sin tener su consentimiento previo.
Es cierto que muchas personas quieren ver las cargas impositivas como si no fuesen impuestas. Creen, como dijo el gran economista Joseph Schumpeter, que los impuestos son algo parecido a las tasas o contribuciones de un club, donde cada persona voluntariamente paga su parte de gastos al club. Pero si realmente crees eso, intenta no pagar tus impuestos y verás que pasa. Ningún “club” que yo conozca tiene el poder de apoderarse de tu propiedad o encarcelarte si no pagas tus contribuciones. Para mi, pues, los impuestos son explotación —los impuestos son un juego de “suma de cero”. Si hay algo en el mundo que sea un juego de suma cero, eso son los impuestos. El estado expropia el dinero de un grupo de gente para dárselo a otro, y mientras tanto, por supuesto, se queda un largo pedazo para sus propios “gastos de tramitación”. Los impuestos, pues, son pura y llanamente un robo; punto final.
De hecho, reto a cualquiera a sentarse y pensar a fondo para encontrar una definición de “impuestos” que no sea aplicable al robo. Como el gran escritor liberal H. L. Mencken apuntó una vez, entre la gente, incluso si no son liberales dedicados, se considera que robar al estado no está en el mismo plano moral que robar a otra persona. Robar a otra persona es generalmente deplorable, pero si al estado se le roba, todo lo que sucede, como dijo Mencken, “es que ciertos corruptos y vagos tendrán menos dinero que gastar del que tuvieron antes”.
El gran sociólogo alemán Franz Oppenheimer, que escribió un magnífico pequeño libro llamado The State, lo mostró de forma brillante. En esencia, dijo, sólo hay dos caminos para que los hombres consigan riquezas. La primera, es produciendo un bien o servicio e intercambiarlos de forma voluntaria por el producto de otra persona. Este es el método del intercambio, el método del libre mercado; es creativo y desarrolla la producción; no es un juego de suma cero porque la producción se desarrolla y el intercambio otorga beneficio a ambas partes. Oppenheimer llamó a este método el de “los medios económicos” para la adquisición de riqueza. El segundo método es cuando otra persona incauta la propiedad de otra sin su consentimiento, es decir, aplica el robo, la explotación, el saqueo. Cuando incautas la propiedad de alguien sin su consentimiento, te estás beneficiando a sus expensas, esto es, a las expensas del productor. Esto sí es realmente un “juego” de suma cero —no tiene mucho de “juego” desde el punto de vista de la víctima. En lugar de desarrollar la producción, este método de robo dificulta y restringe la producción. Por lo tanto, siendo inmoral, mientras que el intercambio es moral, el método del robo dificulta la producción porque es un parásito sobre el esfuerzo de los productores. Con brillante astucia, Oppenheimer llamó a este método de enriquecerse “el de los medios políticos”. Luego definió al estado, o gobierno, como “la organización de los medios políticos”, es decir, como el aparato de la regulación, la legitimización, y permanente establecimiento de los medios políticos para la adquisición de riqueza.
En otras palabras, el estado es el robo organizado, el saqueo organizado, la explotación organizada, y su esencial naturaleza se destaca por el hecho de que el estado siempre usa el instrumento de los impuestos.
Me gustaría aquí comentar otra vez la exposición del profesor Averitt sobre la “avaricia”. Es cierto que: la avaricia tiene muy mala prensa. No veo nada malo en la avaricia. Creo que aquellos que están continuamente atacando la avaricia podrían ser más consistentes con su posición si declinaran su próxima subida salarial. No he visto, ni al más izquierdista de los científicos de este país rehusar con desprecio su paga. En otras palabras, la “avaricia” simplemente es intentar aliviar la escasez natural en la que el hombre ha nacido. La avaricia continuará hasta que llegue el Jardín del Edén, esto es, cuando todo es superabundante y no sea necesario preocuparse por la economía. Pero aún no hemos llegado a ese punto; no hemos alcanzado el punto donde todo el mundo rehúse sus aumentos salariales o pagas en general. Por lo tanto, la pregunta es: ¿qué tipo de avaricia vamos a querer? La “avaricia productiva”, donde la gente produce e intercambia voluntariamente sus productos con los otros ¿O la avaricia de la explotación, del robo organizado y la rapiña, donde consigues tu riqueza a las expensas de otro? Estas son las dos auténticas alternativas.
Volviendo al estado y a los impuestos, me gustaría apuntar una nota de San Agustín, que no es famoso por ser un liberal, pero que enfatizó una excelente parábola liberal. Escribió que Alejando el Grande había apresado a un pirata, y le preguntó qué significaba para él hacerse con la posesión del mar. Y el pirata respondió audazmente: “Lo mismo que tu entiendes por apoderarte del mundo entero; pero mientras que yo lo hago con un pequeño barco, a mi me llaman ladrón, mientras que ti, que lo haces con una gran flota, eres llamado emperador”. Aquí San Agustín destacó el hecho que el estado es simplemente un ladrón por imperativo legal, que actúa a gran escala, pero un ladrón legitimado por la opinión de los intelectuales.
Tomemos otro ejemplo; la Mafia, que también sufre de mala prensa. Lo que la mafia es a escala local, el estado lo es a una escala descomunal; sin embargo el estado disfruta de mucha mejor prensa.
En contraste a la antiquísima institución del estatismo, de los medios políticos, el libre mercado capitalista llegó como un gran movimiento revolucionario en la historia del hombre. Vino en un mundo que estaba marcado por el despotismo, por la tiranía, por el control totalitario. El libre mercado capitalista surgió primero en las ciudades estado de Italia consiguiendo implantarse a gran escala con la Revolución Industrial en occidente; una revolución que nació con una remarcable liberalización de la energía creativa y posibilidades productivas, dando enormes aumentos en la producción. Pueden llamarlo “avaricia” si quieren; o pueden atacar el deseo de alguien pobre por aumentar las posibilidades de su destino como “avaricia” también.
Esto me recuerda un interesante punto sobre el concepto de “avaricia” que rebasa incluso la frontera entre “izquierda y derecha”. Recuerdo cuando Russell Kirk lanzó el contemporáneo movimiento conservador en Estados Unidos a mitades de 1950. Uno de los jóvenes líderes conservadores de esa época hizo un mitin. Opinaba que el gran problema del mundo, y la razón por la cual había crecido la izquierda, era porque todos son “avariciosos”, porque las masas de Asia son “avariciosas”, etc. Aquí había una persona que poseía la mitad de Montana atacando las masas de la población mundial, que las acusaba de querer superar el nivel mínimo de subsistencia para aumentar su nivel de vida. Y aún y así, éstos seguían siendo “avariciosos”.
En cualquier caso, el capitalismo del libre mercado y la Revolución Industrial, mostraron un fuerte ascenso de las energías productivas, un fuerte ascenso que constituyó una revolución en contra del sistema mercantilista del siglo diecisiete y dieciocho. De hecho, el sistema mercantilista es a lo que hemos vuelto ahora. Hay muy poca diferencia entre el capitalismo de estado monopolístico, o capitalismo de estado corporativo, o como se le quiera llamar, en los Estados Unidos y Europa [Occidental] hoy, y el sistema mercantilista de la era de la pre–Revolución Industrial. Sólo hay dos diferencias. Una, es que la principal actividad de entonces fue el comercio, y la de ahora es la industria. Pero el esencial modus operandi de los dos sistemas es exactamente el mismo: monopolio privilegiado, una completa unión en lo que se ha llamado “acuerdo del estado y la industria”. Un sistema generalizado de militarismo y contratos de guerras, un camino hacia la guerra y el imperialismo. Es el mismo tinglado que caracterizó los siglos diecisiete y dieciocho. La verdadera diferencia clave es que en esa época no existía un gigantesco sistema de representación proporcional (P.R. Apparatus). No tenían una flota de intelectuales que pregonaban a todos lados las maravillas del sistema: como promover el bien común y el bienestar general, es decir, el Progresismo En Acción. Ellos decían: “Es nuestro propósito abusar del publico, ¡y lo estamos haciendo!”. En esos tiempos fueron muy honestos. A propósito, es realmente refrescante ir hacia el pasado y leer el material anterior a 1914 y ver la honestidad de ese tiempo.
Uno de los conceptos importantes de esta conexión es el de Albert Jay Nock, un gran pensador liberal (su seguidor fue Franz Oppenheimer). Nock acuñó dos conceptos que llamó: “poder social” por una parte, y “poder del estado” por otra. El poder social es esencialmente del que he estado hablando: las energías productivas liberadas por el libre mercado, el intercambio voluntario, el de la gente que interactúa voluntaria y pacíficamente. El “poder del estado” es parasitismo, es el estado en general —impuestos organizados, regulaciones, etc. Nock vio la historia esencialmente como una carrera entre el poder social y el poder del estado. En la época de la Revolución Industrial, por ejemplo, por varias circunstancias el poder del estado era mínimo, y esto permitió al poder social tomar un inmenso ascenso. Pero lo que ha ocurrido en el siglo XX es esencialmente que el poder del estado lo ha alcanzado, y ha paralizado al poder social otra vez como en antaño.
¿Cuál es pues mi visión sobre el “futuro del capitalismo” —nuestro tema de hoy? Mi visión sobre el futuro es muy optimista. Realmente creo que la libertad del libre mercado, aunque se me suponga como reaccionario, primitivo, es el camino del futuro. Por una parte, fue el camino o la fuerza del futuro hace cien y doscientos años, y lo único que hemos de hacer ahora es dar un radical salto atrás, hacia ese sistema. El actual sistema no es realmente “progresista” al fin y al cabo.
Segundo, Ludwig von Mises descubrió en 1920 que el socialismo —la alternativa opuesta al actual neo–mercantilismo— no puede funcionar en un sistema industrial. Un sistema agrario puede funcionar por tiempo indefinido, mientras mantengas a los campesinos vivos. Puedes mantener casi cualquier tipo de sistema tiránico sobre los campesinos, pero en una era industrial necesitas mucho más que eso: necesitas al mercado, necesitas un test de pérdidas y beneficios. No se puede hacer funcionar un sistema que es poco organizable. Mises probó que el sistema socialista no puede ser calculado económicamente porque no tiene un sistema de precios para los bienes de capital, y por lo tanto, el socialismo no puede ser posible en un sistema industrial. Todos los libros de textos dicen que Mises fue rápidamente refutado por Oskar Lange y otros, pero en realidad jamás fue refutado. No tengo tiempo para profundizar en este tema teórico, pero en la práctica lo que ha pasado es que, en respuesta a la industrialización, ha habido un enorme cambio en los últimos cincuenta años en los países de la Europa del Este distanciándose del socialismo y más orientado hacia el libre mercado.
Para un creyente en la libertad y el libre mercado, este cambio es uno de los más excitantes desarrollos de las dos últimas décadas. Ahora sólo hay dos interpretaciones sobre este desarrollo: puedes decir, como hacen los chinos, los yugoslavos, los polacos, los checos, los eslovacos, los húngaros que se han vendido todos ellos al capitalismo —se han ido en secreto a la Embajada Americana y han recibido su paga. O más bien, podríamos decir que ha ocurrido algo más profundo. En esencia es que estos países han probado el socialismo y éste no funciona, especialmente cuando la economía empieza a industrializarse. Han encontrado en la práctica, de forma pragmática, y sin leer a Mises (aunque es evidente que leyeron a Mises en su tiempo) y Hayek y otros, que el socialismo no puede calcular la economía; y cayeron en esa conclusión por ellos mismos.
Lenin, evidentemente, llegó a esa conclusión mucho antes, cuando “El Comunismo de Guerra” fue abandonada en 1921. “El Comunismo de Guerra” fue un intento, poco después de la Revolución Bolchevique, de saltar al comunismo total, a una economía sin dinero y sin precios, en la cual cada persona entregaba sus bienes a la comunidad —y en la práctica fueron forzados— y retirarlos de esa comunidad para satisfacer sus necesidades. El sistema de La Guerra Comunista probó ser un desastre total —no a raíz de la guerra civil (que la racionalización sólo viene mucho después), sino por el propio sistema comunista en si[1]. Lenin vio pronto qué es lo que había pasado, y rápidamente instituyó la Nueva Política Económica, que fue esencialmente un retorno a un sistema de mercado quasi–libre. Ahora los países del Este de Europa, especialmente Yugoslavia, se han movido muy rápidamente desde 1950; y lejos de ir hacia el socialismo o la planificación centralizada, han evolucionado hacia un sistema de libre mercado.
En Yugoslavia, por ejemplo, la agricultura, aún es la principal industria, y es casi totalmente privatizada; existe un floreciente sector privado a pequeña y gran escala. El “sector público” ha entregado la propiedad del estado a los trabajadores en varias plantas —esencialmente funcionando como productores corporativos. Además existe un substancial libre mercado entre esas compañías productoras con un floreciente sistema de precios, esto es, un severo test de beneficio–pédida (cuando una empresa pierde mucho dinero, entonces cierra). A todo esto, la más reciente reforma económica yugoslava que empezó en 1967 y está aún en marcha, vio una inmensa bajada en la tasa impositiva de sus compañías. Una bajada que fue del 70% sobre los ingreso al 20%. Esto significa que, el gobierno central yugoslavo no ejercerá más control absoluto sobre las inversiones: las inversiones, también han sido descentralizadas y desnacionalizadas. De hecho, si se lee la economía comunista yugoslava —especialmente en las zonas relativamente industrializadas de Croacia y Eslovenia— parece estar leyendo un programa económico más sano que el de Barry Goldwater o Ronald Reagan. “Por qué somos productivos los croatas o los eslovenos”, se preguntan, “¿Se les han de poner impuestos para subvencionar a esos holgazanes de Montenegro?” Y: “¿Por qué construimos fábricas antieconómicas (“políticas”)?. "Cada uno debe estar preparado para lo suyo”, etc. El próximo paso en Yugoslavia es que los bancos —los cuales, ya sea dicho de paso, son muy competitivos como empresas privadas gracias a sus clientes comerciales— están haciendo una campaña a favor de una bolsa de valores en un país comunista, algo que habría sido considerado inimaginable hace diez o veinte años atrás. A este sistema le proponen llamar —literalmente— “capitalismo socialista de la gente”.
En este punto, hace unos cuantos años yo estaba impartiendo unas clases de Sistemas Económicos Corporativos. Naturalmente, usé el término para alabar el libre mercado y atacar el socialismo así como a la planificación central. Finalmente invité a un profesor de intercambio de Hungría —un eminente economista comunista— para que diese una lectura económica como invitado. Los chicos dijeron: “Ah, por fin vamos a tener el otro lado de la moneda”. ¿Y qué hizo el economista húngaro? Todo el tiempo que duró la lectura la usó para alabar el libre mercado y atacar la planificación central. Exactamente dijo que lo que había contado yo hasta el momento.
En la Europa del Este, pues, creo que las esperanzas para un libre mercado son excelentes —creo que estamos obteniendo un libre mercado capitalista y que su triunfo allí es algo inevitable. En los Estados Unidos, el proceso es algo más oscuro, pero aquí también podemos ver como la “Nueva Izquierda” toma un gran número de las posiciones que habíamos tomado los “derechistas extremos” en nuestro tiempo. Muchas de las posiciones que se han tildado de “derechistas extremas” hace veinte años, ahora son bastante izquierdistas.
Como resultado, yo, con la misma posición que entonces, me han reubicado de la extrema derecha a la izquierda sin ningún tipo de esfuerzo por mi parte. Descentralización, control de la comunidad, ataque al Leviatán del gobierno, a la burocracia, a la intervención estatal en la vida de las personas, ataque a la educación estatista, crítico del unionismo el cual está vinculado al estado, oposición al militarismo, a la guerra, al imperialismo, etc. Todas esas cosas que la Izquierda está empezando a ver, es precisamente lo que nosotros los “extremadamente derechistas” hemos estado diciendo siempre; y a medida que avanza la “descentralización”, no hay nada tan descentralizado como el libre mercado, y tal vez, este también llegue a ser el centro de atención de la gente.
Precisamente por eso, soy muy optimista sobre el futuro del libre mercado capitalista. No soy optimista sobre el futuro del capitalismo de estado —o más bien, soy optimista, porque creo que acabará desapareciendo. El capitalismo de estado inevitablemente crea todo tipo de problemas que son insolubles. Como dijo Mises, una intervención en el sistema para intentar resolver los problemas sólo crea más problemas, que a la vez sólo demandan más intervención, etc. Así el proceso entero se hace como una bola de nieve hasta que se llega al colectivismo, al sistema totalitario. Ahora es mucho más probable el aumento de la intervención en Vietnam; el principio, como ya sabemos todos, es que la intervención del gobierno en Vietnam crea problemas que reclaman más intervención, y así de forma cíclica. Lo mismo pasa con la intervención doméstica, y el programa agrario es un excelente muestra de ello.
Tanto Vietnam como la intervención del estado en el ámbito doméstico, hacen aumentar la intervención creando sólo problemas que enfrentan a la gente y a sus elecciones: la prensa reclama más intervención, o la repele —en el caso de Vietnam, retirarse del país. Ahora en Yugoslavia y en el resto de la Europa del Este, han tomado el sentido contrario: el de la descentralización progresiva, continuando repeliendo un intervencionismo detrás de otro, y abocados al libre mercado. En Estados Unidos hemos tomado el camino de acelerar las intervenciones, hacia una mayor mutilación del libre mercado. Pero empieza a ser evidente que el sistema mixto se hace pedazos, que no funciona. Se está empezando a ver, por ejemplo, que el Estado del Bienestar no impone impuestos a los ricos y se lo da a los pobres; sino que impone impuestos a los pobres para dárselo a los ricos, y es el pobre quien paga ese Estado del Bienestar. Se está empezando a ver que la intervención exterior es esencialmente el método de subvencionar las empresas americanas en contra de ayudar a los pobres de los países subdesarrollados. Y ahora se empieza a ver evidente que las políticas keynesianas sólo triunfan para traernos más inflación con recesiones; y nuestros olímpicos economistas no tienen ni idea de sacarnos de este desorden. Lo único que hacen es cruzar sus dedos y sus modelos económicos y rezar. Y por supuesto, sólo podemos mirar hacia delante con otro crisis en la balaza de pagos de aquí a un par de años; otro episodio de la crisis inflacionista en un par de años, otro episodio histérico de la salida del oro.
Nos amenazan muchas crisis en América, algunas para llegar, otras las tenemos inminentemente encima. Todas esas crisis son el producto de la intervención, y ninguna de ellas podrá ser solucionada mediante el intervencionismo. Otra vez, creo que podemos darle la vuelta de forma definitiva a nuestro presente —tal vez tomando a Yugoslavia como paradigma. Por cierto, el profesor Averitt mencionó la Gran Depresión; el capitalismo de 1920. Tal depresión la causó la fuerte intervención del estado; un intervencionismo, todo sea dicho, muy similar al actual. En 1920, tuvimos el recién instaurado Sistema de la Reserva Federal, donde los economistas del Establishment de ese momento aseguraron que eliminarían cualquier recesión futura. El Sistema de la Reserva Federal en adelante manipularía los precios y la oferta de dinero allanando los ciclos económicos para siempre. Mil novecientos veintinueve y la Gran Depresión fueron el resultado de la manipulación guiada de la mano sabia de los economistas del Establishment —no fueron en ningún sentido el resultado del capitalismo del libre mercado.En resumen, el advenimiento de la industrialización y la Revolución Industrial cambió irreversiblemente el pronóstico de la libertad y el estatismo. En la era preindustrial, el estatismo y despotismo estaban fijados de forma indefinida, quedando satisfecho con mantener a los campesinos en los mínimos niveles de subsistencia y viviendo a costa de sus beneficios. Pero la industrialización rompió las antiguas normas, fue evidente que el socialismo no podía funcionar en un sistema industrializado, y éste fue convirtiéndose en neo–mercantilismo, intervencionismo, y en el largo plazo ninguno de los dos son compatibles con el sistema industrial. El libre mercado capitalista, o la victoria del poder social y de los medios económicos, no es sólo el único triunfo moral y, de lejos, es el sistema más productivo, sino que también es el único sistema viable para la humanidad en la era industrial. El triunfo final, es virtualmente, inevitable.

agosto 11, 2007

Hacia una sanidad libre y eficiente



Por Jorge Valin


"La demanda de sanidad pública es prácticamente ilimitada. Otorga costes mínimos, siendo la oferta de trabajo y materiales limitada. [Con sanidad pública] no puede haber un mercado abierto que asigne servicios inmediatos y justos a las valoraciones de todos los participantes".
Hans F. Sennholz—The Trouble with Medicare—



La sanidad es un monopolio del estado. Cuando un sector está controlado por un monopolio por ley (de iure), prácticamente no existe lugar para la empresa privada aunque tenga ciertos grados de libertad. En otras palabras, la sanidad, debido a su regulación, es un sector altamente precario e ineficiente.
La solución a tal problema no es subir los impuestos, ni reducirlos, ni incentivar la sanidad privada, o privatizar la gestión. La solución es apartar al estado del negocio de la salud, y devolverla a la economía privada de una vez por todas.


Los problemas de la sanidad pública: ineficiencia, colapso e inmoralidad

La sanidad en manos del estado no se retroalimenta de una forma sostenible tal y como determina la estructura de una sociedad libre. El monopolio estatal aplica factores totalmente ajenos a las valoraciones del individuo en sociedad rompiendo con la estructura productiva de toda la economía (demás sectores) creando pérdidas netas totales. Desde el punto de vista económico, la sanidad en manos del estado sólo conduce a la ineficiencia y al colapso (que más adelante veremos).
Esto nos lleva a una lenta degeneración del sistema. Algunos ejemplos son bien conocidos: se crean largas colas de espera para poder hacer incluso una simple radiografía; actualmente en España para poder realizar una operación de ligamentos en la rodilla hay una lista de espera de dos años; uno de cada cuatro pacientes mueren mientras esperan ser operados; a uno de cada cinco pacientes se les convierte el cáncer de pulmón en incurable desde que realiza la primera visita hasta que se lo diagnostican[1]. La atención médica estatal también es deplorable al no estar enfocada al cliente convirtiendo al trabajador sanitario en un funcionario más. Los ejemplos son innumerables.
La sanidad pública también ataca la ética del derecho natural y de la libertad individual. Son inadmisibles las imposiciones que se hacen a las empresas obligándolas a pagar cuotas a la seguridad social del trabajador, y a la vez también, es injusto para el trabajador ya que con estas cuotas se canaliza parte de su dinero ganado hacia un fin obligatorio y que no tiene porque ser deseado. ¿Qué relación metafísica o mística tiene la empresa hacia el trabajador? Pues la misma que el trabajador con la empresa: sólo laboral.
Así como el trabador no paga por ley parte de la salud financiera de la empresa, ni el trabajador ha de indemnizarla a la empresa cuando se va a otra empresa, no hay razón alguna para pensar que ha de haber un vínculo moral–causal entre empresa y trabajador, ni al revés. Trabajador y empresa sólo mantienen un contrato laboral, el trabajo del empleado tiene como fin cumplir un grado de producción, la moral unilateral e impuesta no tiene cabida ni obedece a ética alguna. La responsabilidad del trabajador sólo puede ser de él mismo y de nadie más —y lo mismo para la empresa. ¿Por qué la empresa ha de responsabilizase del trabajador y en cambio éste sólo puede reclamar derechos sin tener obligaciones morales hacia la empresa? Cada uno ha de ser responsable de sus acciones, de no ser así, sólo incentivaremos el fraude, la ociosidad y el parasitismo[2].
La sanidad pública y “gratuita” en manos del estado también es inmoral. Por medio de ésta el estado usa lemas políticos en su propio bien que se oponen a la libertad individual. Podemos ver la última campaña del Ministerio de Sanidad y Consumo del “día contra el tabaco”. El eslogan de los panfletos era “Tabaco y Pobreza, Un Circulo Vicioso”. Se presentaron cuatro documentos que pretendían lavar el cerebro convenciendo que el país que produce tabaco está condenado a la miseria. En esta labor de “difusión y concienciación”, el ministerio no dudó en hacer carteles que nada tenían que ver con la sanidad. En el cartel figuraba el eslogan mencionado con ilustraciones de varios casquillos de bala en los que se leía: “pobreza”, “engaño”, etc. Es decir, quien produce y vende tabaco está engañando y es un asesino (sino qué hacían esos casquillos en el cartel). ¿Por qué no se procesa judicialmente a los productores pues?
¿Cómo puede ser que un intercambio pacífico lleve a la pobreza para los productores? De ser así, no lo producirían. Los documentos mienten, y el estado por lo tanto también. El Ministerio de Sanidad y Consumo no está interesado en el ciudadano ni en su salud, sólo es un arma política del estado para el saqueo legalizado imponiendo el pensamiento único estatista[3].
Una organización que actúa por medio de la fuerza y miente continuamente para conseguir sus propósitos políticos sin que pueda haber una respuesta de mercado —y cuando se produce, el estado la ilegaliza— ha de ser apartada de inmediato de la sociedad. La solución a la grave enfermedad de la sanidad pública no puede ser un camino intermedio donde el estado siga manteniendo el monopolio o siquiera una pequeña porción de la sanidad. Esto no arreglaría nada, seguiría siendo inmoral y seguiría creando pérdidas totales netas al resto de la sociedad. Y es que el estado no arrebató la sanidad a la economía privada por su ineficiencia, sino para tener mayor poder político. El estado expropió y robó a los particulares y empresas un sector sano y fructífero para quedárselo y manipularlo según sus intereses.

Por qué la sanidad es económicamente ineficiente en manos del estado

El estado, por el carácter de su propia estructura, siempre actúa de forma irreal no obedeciendo las decisiones del mercado ni sociedad, sino que sistemáticamente se enfrenta a las dos. Primeramente centraliza las decisiones de millones de personas (sociedad) en una sola (presidente o ministro) o conjunto de tecnócratas (comité o ministerio). Este comité de técnicos no puede acaparar la información de una sociedad cambiante y compleja; dicho de otra forma, los tecnócratas no pueden reproducir tales decisiones sociales de una forma ajustada a la sociedad[4].
Agreguemos algo más y que es el punto crucial desde el punto de vista económico. Cuando el estado interviene en el campo de la producción, la economía literalmente desaparece. Pero, ¿por qué?
Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, aunque por dos caminos diferentes, nos respondieron porqué donde existe intromisión estatal el colapso económico es inevitable. También lo podemos llamar la “imposibilidad del cálculo económico socialista”. La teoría tuvo incluso, después de la caída del bloque soviético, la aprobación de algunos economistas marxistas (Robert L. Heilbroner).
El estado es incapaz de medir las decisiones marginales de los individuos. El hombre siempre toma decisiones marginales, es decir, “en el límite”. Los actos de las personas no se basan en los precios o en un plan inamovible, sino que el individuo siempre desecha la peor de sus opciones para tomar la mejor solución según los recursos de los que dispone. El individuo tiene una escala de valores que rearma cada vez que se le presenta una nueva elección y que ejecuta mediante la acción. En este entorno el individuo asigna mayor valor a lo que más urgentemente necesita y cuando se decide a actuar, marca el precio.
Aplicándolo a la sanidad; el individuo cuando decide cuánta sanidad ha de tomar lo hace en su caso particular. No valora toda la sanidad del mundo, sino que calibra su “sanidad marginal” por decirlo de alguna forma, es decir, valora su utilidad concreta y los recursos presentes o que cree que tendrá en un futuro cercano. Por el contrario, el estado no toma esta “sanidad marginal”, sino que directamente se plantea la “sanidad total” en un conjunto de agregados. Ese es el principio de la imposibilidad del cálculo económico y del inevitable colapso del sector.
¿Qué lugar ocupa la sanidad (marginal) hoy día en la escala de valores del individuo? Una muy lejana o inexistente ya que la sanidad es gratuita para él —en realidad no lo es, paga un precio muy alto. Eso no significa que el individuo no valore su salud, todo lo contrario, lo que no valora es la escasez de sanidad que el estado ofrece de forma ilimitada y gratuita. Siendo la sanidad gratis, ésta no tiene valor alguno en la escala de prioridades del individuo, por lo tanto, ese lugar es sustituido por otros bienes económicos. En este proceso, la economía en el sector de la salud, o lo que es lo mismo el cálculo económico, ha desaparecido.
El estado, al no poder saber las valoraciones del conjunto de individuos, ha de recurrir a la expresión última del mercado para el cálculo, el precio. Pero éste jamás puede determinar el futuro per se. A diferencia de las decisiones descentralizadas y ordinales del individuo, el estado (o el tecnócrata) intenta medir los costes a través de los precios, es decir, desde un punto de vista centralizado y cardinal.
Intentar “perder menos”, o “ganar” mediante el examen único del precio, olvidando las valoraciones subjetivas, jamás puede llevar a su fin primero; en este sentido el proceso de saneamiento económico del estado siempre será inútil.
Hemos de entender que los precios sólo son valoraciones subjetivas congeladas en el tiempo que no tienen porque determinar otros precios futuros. En este sentido, no existen “precios de mercado” sólo valoraciones individuales y subjetivas —no existe una auténtica relación causa–efecto entre precios pasados y mercado futuro. ¿Existe un "precio de mercado" en el sector de las camisas? El precio de las camisas es tan variado y disperso que no podemos hacer una media agregada y trabajar con ella para adivinar el precio futuro.
Trabajar con precios sin valoraciones subjetivas es una labor inútil, es desproveer al precio de su esencia. Por lo tanto, manejar este precio vacío para calcular el futuro sólo da contradicciones económicas. Realmente lo que está pasando es que tales precios vacíos no se corresponden con la realidad, y por más que se impongan por la fuerza, su aplicación contra natura sólo genera un solo fin real: el caos económico y el colapso. El precio no es un factor frío y autónomo, sino al revés. El precio un es factor nacido de la sociedad, olvidar esta última relación causal, es olvidar la sociedad y por lo tanto también la economía.
La imposibilidad del cálculo lleva a una clara incapacidad desde un principio. Por ejemplo, cuando el estado cree conveniente construir hospitales en una ciudad, ¿cuántos ha de construir? ¿Uno o cien mil? ¿Cuántos médicos han de haber por hospital, 20 o uno por ciudadano? ¿Cuánto dinero se ha de destinar a tal proyecto?, ¿Realmente se ha de hacer y considerarlo un “coste social”?, etc. Ningún político ni tecnócrata puede saberlo realmente. Sólo la valoración de esa comunidad, que interpreta el empresario, puede dar una respuesta sostenible y eficaz —determinada por el efectivo test de premio–error.
Pero el estado no es un empresario que esté sometido al test de premio–error. El estado toma los costes tal como vienen por decirlo de alguna forma. Cree que el coste es un factor autónomo que gobierna el precio, pero eso no es así. El coste es una faceta del valor: el coste sólo es valor.
El coste se determina desde los bienes de consumo hacia los bienes de capital: el coste no gobierna el precio, sino que el coste es el resultado de las valoraciones que hace el individuo y ejecuta mediante la acción. El proceso empieza en los bienes de consumo para ir avanzando hacia atrás, hacia los bienes de capital. Por lo tanto, si un bien económico (producto o servicio) es muy deseado en una sociedad, éste hará alargar el proceso productivo de ese bien (aumenta la división del trabajo) reduciendo no el precio en si mismo, sino directamente el coste: cuanto más desee la sociedad un producto o servicio, más asequible será para todos; cuanto menos lo desee más caro. Cuanto más desee la sociedad un bien económico, menor será su coste; y cuanto menos lo desee, mayor será el coste.
Dicho de otra forma, cuanto más quiera la sociedad un bien económico, más dinero destina a ese bien y más oportunidades tendrán los productores entonces para introducirse en esta estructura alargando el proceso de maduración generando continuos descubrimientos y reduciendo el coste. La estructura productiva se enriquece y diversifica despojándose de la rigidez inicial.
Resumiendo este punto, la economía o valoraciones económicas, cuando el estado monopoliza la sanidad, son inexistentes porque literalmente desaparecen. El tecnócrata no trabaja con valoraciones marginales subjetivas —que crean el precio— sino que trabaja directamente con precios y costes que no son reales en tanto que no han nacido de una armonización de todo el conjunto económico. Esa es la principal fuente de ineficiencia[5]. Ahora vemos como las simbólicas reformas intermedias, o pragmáticas, como “privatizar la gestión” son inútiles para acabar con el mal que genera el intervencionismo. El intervencionismo conduce al derroche económico, a la irresponsabilidad, a la permanente y continua escasez económica, rigidez del sector, ineficiencia —en el sentido estático y dinámico—, y un largo, penoso e inevitable camino hacia el colapso.

Paralelismo conceptual con la nacionalización del sector automovilístico

Pongamos un ejemplo para verlo más claro. Imaginemos que el estado regala un coche a todo aquel que cumple la mayoría de edad. Asumamos también que sólo regala uno de la misma calidad por individuo. A esto añadamos que cuando el coche tiene más de cierto tiempo el estado vuelve a regalar otro automóvil a su principal usuario. En este marco habrá otros automóviles de calidad superior en el sector privado, pero éstos sólo serán adquiridos por unos pocos. El sector de los automóviles, siendo así, será muy rígido (casi la totalidad del mercado lo monopoliza un coche). El estado puede realizar esta “nueva ley”, pongamos por ejemplo, porque considera que los coches son un bien de primera necesidad —pero en realidad sólo está usurpando la riqueza de la producción privada, es decir, ejerce el robo por medio de la ley. ¿Cómo afectará esta nueva situación a las valoraciones económicas y al mercado?
Lo que ocurrirá es que todo joven, u otro que quiera reemplazar su antiguo vehículo, sacará de su escala de valores la adquisición de un automóvil privado por uno del estado. Cuando la adquisición del automóvil privado ha salido de la escala valorativa de todos los individuos, esa posición la ocupan otros bienes económicos, es decir, se ha convertido un bien económico (el automóvil) en un bien libre (como el aire). En este proceso el cálculo económico desaparece. El individuo no ha de ahorrar, invertir, o dejar de consumir en otros bienes económicos para adquirir el automóvil; lo único que tendrá que hacer es ir a los concesionarios estatales y decir que tiene la mayoría de edad, o entregar un papel que diga que su vehículo tiene más de tantos años. El único esfuerzo que ha de hacer, es el de un simple trámite burocrático y no económico.
En este proceso, al final el sector de los automóviles se vuelve increíblemente rígido donde la demanda rebasa la oferta. El estado, como productor de automóviles, no sabe cuánto ha de costar cada automóvil. La sobre–demanda que ha generado ha descompensado la estructura de mercado creando precios con una estructura de costes muy elevada. La producción de automóviles deja de ser rentable en casi toda su estructura. Al individuo, por otra parte, poco le importa lo que cuesten porque no valora los automóviles, el estado los regala.
Esto generará pérdidas continuas en la producción de automóviles que se retroalimentará de otros sectores productivos: mediante impuestos que se imputarán a otros sectores que nada tienen que ver con la producción de automóviles. Drenar recursos de un sector productivo por la fuerza para otorgarlo a otro, sólo llevará a pérdidas netas totales en los dos sectores.
El estado, pasado el tiempo y habiendo generado un amplio déficit, intentará paliar los efectos de esa “nueva ley” con otras leyes para reducir la demanda, como por ejemplo, que los individuos que quieran adquirir un automóvil estatal gratuito tengan unos ingresos anuales inferiores a tantos dólares, o que los adquirientes tengan que hacer más de tantos kilómetros anuales, que vivan a otros tantos de su lugar de trabajo, o que se llamen de apellido “González”. Da igual la restricción que tome el estado, han de reducir como sea la demanda para no llegar al inmediato colapso. Pero el estado siempre dará a ver su solución como algo moralmente superior que combata la “avaricia” de aquellos que quieren tener un coche.
Otro camino es aumentar los impuestos directamente en otros servicios o productos privados restando riqueza a los mismos, o también, emitiendo deuda y creando así más inflación futura. Aún aplicando estos nefastos métodos, el problema seguirá existiendo, la demanda seguirá siendo superior a la oferta y se crearán largas listas de espera para la adquisición de un automóvil (como ocurre con las listas de la sanidad pública).
Si hubiese sido un proceso natural y libre, el individuo habría dejado de consumir en un sector para gastarlo en otro manteniendo así la estructura productiva original y conservando una economía sostenible, es decir, respaldada por las valoraciones del individuo que crean el mercado. Aquí no habría habido pérdidas netas totales, sino al revés, se habrían generado más oportunidades al empresario para suplir los déficit del consumidor: se habrían fabricado coches grandes, pequeños, baratos, caros, seguros, rápidos, confortables, etc.
Al cabo del tiempo, cada coche costará al estado mucho más que sino hubiese sido producido en una economía libre y privada. Pero los intervencionistas y socialistas, entonces, con su característica estrechez de visión económica e histórica, dirán: “¡Ves! El mercado es incapaz de producir coches para todos. La producción de automóviles, (que el estado monopoliza en nuestro ejemplo), tiene enormes gastos fijos, y por lo tanto el sector del automóvil sólo puede ser “gestionado” o “producido” por el estado que da un coche a todos (aunque se creen listas de varios años para ser entregados). Es un claro ejemplo de ‘fallo de mercado’. El ‘coste social’ generado, es inevitable. En una economía privada y liberal, sólo tendrían coches los muy ricos y las clases medias y pobres tendrían que ir a pie a todas partes”. ¿No les suena que se diga lo mismo de la sanidad?
La realidad es muy diferente. La economía privada ha sabido otorgar coches a todo aquel que quiera uno, y esto ha sido gracias a la libertad de mercado (aun teniendo en cuenta las numerosas regulaciones de este sector). Además, a diferencia de nuestra nacionalización automovilística, se han generado en la actualidad un largo número de empresas, industrias y trabajadores que viven y crean junto a ese sector.
La conclusión es clara: ahí donde se puedan expresar y ejercer libremente las valoraciones subjetivas entre oferta y demanda siempre existe un posible punto de encuentro económico donde todos están abastecidos —más realista y diversificado que el “precio de mercado”. El proceso de la libertad de mercado crea alta producción, diversidad, variedad, competitividad y consumismo. En definitiva: riqueza sostenida.
No creo que nadie se oponga a la certeza que todos queremos estar sanos y libres de enfermedades. Cualquiera preferirá sanidad a un automóvil si nos ponemos a valorarlo —la decisión, evidentemente, no tiene porque ser excluyente. Si todos podemos disponer de coche propio, ¿qué nos hace pensar que no dispondremos de una buena sanidad eficaz y variada en un sector totalmente privado?

Más allá del ahorro personal. Más soluciones de mercado

Aquí se nos puede plantear: ¿pero qué ocurre si necesitamos de la sanidad y el precio de algún servicio sanitario concreto está muy por encima de una clase sub–marginal? Con esta pregunta ya estamos asumiendo que la sanidad privada es más eficiente que la pública en el sentido que con la última ya no es una cuestión de dinero, sino de poder esperar lo suficiente en las listas de espera para no llegar muertos, o con una enfermedad en estado ya irremediable. El estado no ha podido responder a esta pregunta con una solución real. Excluyendo el dinero y valoraciones marginales y subjetivas, ha hecho que todos seamos elementos sub–marginales.
Primeramente hemos de recordar que en un sector totalmente libre nace lo que hoy día es casi inexistente en la sanidad pública: la diversidad. Evidentemente nacerán muchas formas y tipos de sanidad; cada una ella tendrá un precio e intentará satisfacer a su “target” o tipo de cliente, ya sea “cliente con pocos recursos”, “cliente masa”, “cliente elitista”, etc. Todos tienen lo mismo en común, valoran su sanidad marginal.
Pero por otra parte, la pregunta parece ser un problema recurrente e insoluble para el socialista e intervencionista conservador que prefiere que la salud de la gente degenere antes que "entregar la sanidad al diabólico mercado". La respuesta a tal problema la encontramos a diario en el presente. Cuando una persona asigna un valor a un bien económico y no lo puede alcanzar con su propio ahorro ¿significa ello que de inmediato renuncia a él? No. Lo que hace es usar el ahorro de otros.
Si queremos comprarnos algo que tiene un precio alto, como una casa, ahorramos para conseguirla, y además recurrimos al ahorro de otras personas para poderla conseguir antes; en otras palabras, recurrimos al sector crediticio —con instrumentos como los créditos o préstamos. Si la sanidad fuese totalmente privada se desarrollarían una enorme variedad de productos financieros sanitarios. Los créditos sanitarios, por ejemplo, tienen por función sólo eso, acaparan el ahorro de otros para prestarlo al que necesita de servicios médicos. En una economía libre el crédito no es para el rico, él es el que presta, sino para el pobre o para aquel que quiere aumentar su bienestar inmediato ¡Qué diferentes son las cosas hoy día con un estado omnipotente que acapara todo el ahorro!
También se reforzarían y nacerían nuevos seguros médicos. Si la sanidad es gratis, no tienen sentido los seguros médicos, realmente es sorprendente que existan y puedan sobrevivir hoy día. Al ser la sanidad sólo privada la estructura financiera de este producto no sólo aumentaría, sino que el entramado de necesidades del mercado haría aumentar en primer lugar la demanda, para incrementar después la división del trabajo en la oferta haciendo nacer nuevos tipos de seguros, redefiniendo incluso el propio concepto de seguro médico. La "generosidad" del estado ha hecho que este instrumento, tan útil en una economía libre, se haya relegado a un uso casi simbólico y muy poco evolucionado.
Además, hoy día también podemos ver muchas empresas que contratan seguros sanitarios a sus trabajadores, asegurándolos incluso fuera del terreno laboral. Esto no beneficia al trabajador sólo, sino a la empresa también que de esta forma crea un valor añadido más para futuros trabajadores que tengan la opción de escoger entre varias empresas. Si la sanidad es estatal tal aliciente se vuelve casi nulo.

La visión “teleocrática” y “tecnocrática” del estado en la sanidad

Una de las funciones de los diversos órganos estatales de sanidad y consumo es incentivar la buena salud aun cuando nadie quiera que se la incentive por la fuerza; y es que esto, no es función de gobierno alguno.
Intentar inculcar una cierta moral o ética por medio de la fuerza es lo que se llama “teleocrácia”. ¿Qué sabe el estado o cualquier técnico qué es bueno para mí? Esa es una decisión mía. ¿Y por medio de qué tipo de moral ha de imponerme su visión de salud y arrebatarme mi dinero en el nombre del bien común? ¿Por qué el estado ha de gravar, y distorsionar la información sobre los productos que considera poco saludables? ¿Es que la gente no sabe los efectos del tabaco, alcohol, drogas, comidas saturadas de grasas, etc.? Las decisiones sobre qué "meto en mí cuerpo" son decisiones individuales y no han de importar al estado ni a ningún técnico.
También, nos podemos cuestionar por qué razón el consejo de un técnico ha de ser una imposición aun cuando vaya contra nuestra voluntad. Nuestro médico, que también es un técnico, nos puede aconsejar que no bebamos alcohol en exceso, pero de ningún modo nos puede colocar una pistola en la cabeza y decirnos que por nuestra culpa existen los accidentes de tráfico, enfermedades y que por ello se ve obligado a incautarnos parte de nuestro dinero (que gastamos en el consumo de alcohol, o que ganamos de nuestro trabajo diario) para solucionar las enfermedades del alcohol y otras más, quedándose de paso un amplio margen para financiar los “gastos de tramitación”.
Un tecnócrata no es un gran científico, ni un sabio, ni un premio Nóbel —estos trabajan para empresas y universidades privadas— sino que sólo es un político. Ningún “técnico” puede llegar a conseguir el bienestar general porque no tiene ni la capacidad ni ganas necesarias para hacerlo. Pero aun siendo así, no nos puede obligar a hacer lo que no queremos porque eso sería imponer la servidumbre y la esclavitud.
Piense en los empresarios de éxito. Éstos no son grandes sabios, ni grandes ingenieros o economistas que ganan premios cada año, sino que son gente normal que han sabido ofrecer aquello que el consumidor necesita. El empresario que triunfa, no es el que tiene en su cabeza mil fórmulas matemáticas o una moral superior, sino el que tiene la capacidad de saber qué le falta a la gente para ofrecérselo a buen precio.
Si la sociedad demanda alimentos sanos, el empresario abrirá restaurantes y tiendas de este tipo de cocina y productos. Si la sociedad demanda alimentos baratos y no le importa la calidad, el empresario los ofrecerá también. Si parte de la sociedad demanda estimulantes, por malos que puedan ser en opinión del técnico, el empresario los ofrecerá también. Aquí no mandan las decisiones particulares e impuestas de nadie, sino las acciones voluntarias —el intercambio pacífico del mercado. El empresario no pretende tener una visión superior a su cliente sino tenerlo satisfecho. Al tecnócrata poco le importan las preferencias de la sociedad. Él vive aislado con otros tecnócratas y sus particulares valores morales en una casa comprada con el robo de los impuestos. El tecnócrata es un visionario que está dispuesto a imponer su moralidad aun empobreciendo la sociedad entera.
Teleocrácia y tecnocracia son una muy mala combinación. No hemos de eliminar una para que prevalezca la otra, sino eliminar las dos. Nadie ha de tener la capacidad de imponer la “tiranía de las buenas intenciones” que legitime el robo, ni la imposición de las ideas por más técnico o buena voluntad que pretenda tener. Esto se ha hecho continuamente con la sanidad creando histerias e injusticias continuas. Que cada uno haga lo que quiera con su salud, y que sea él y no otro quien asuma las consecuencias.

La sanidad privada incrementa y refuerza los valores morales humanos

Por medio de la libertad de mercado podemos establecer un sistema moral voluntario e individual que siga la estructura paralela del capitalismo, esto es, la pura estructura de la sociedad en si misma en lugar de implementar los mandados de un zar de la producción o tecnócrata. Una economía libre y privada despojada del yugo del estado refuerza los valores clásicos de humanidad.
¿Podemos pensar que existirían hospitales gratuitos privados para los pobres sino hubiese intervención estatal en la sanidad? Sí. En Estados Unidos ya ocurre. Tales hospitales sólo se financian con dinero privado, algunos médicos al acabar su jornada laboral en el hospital donde trabajan con nómina, después van a estos hospitales trabajando gratis, o por un precio muy bajo. Tal vez lo hagan por altruismo, tal vez para decir que ayudan a los demás. La causa no importa, el hecho es que se comportan de forma solidaria sin afectar a la cartera del resto de la sociedad.
¿Por qué en el S. XIX y a principio de S. XX las donaciones eran más abundantes? ¿Por qué las donaciones privadas en la época Reagan en Estados Unidos aumentaron espectacularmente? Porque en el primer caso, casi no había impuestos, y en el segundo porque se redujeron drásticamente. En el siglo XIX la gente acaudalada construía orfanatos, hospitales, pagaban caras expediciones científicas, eran mecenas del arte, etc.
Si la sanidad deja de ser estatal las rentas individuales, y capacidad adquisitiva (da igual como se quiera medir) aumentarán de forma cuantiosa. Todos tendremos más capacidad de ahorro, inversión, consumo y donación. Las personas ricas juegan en este último aspecto (y resto también) un factor muy importante. En un siglo, el altruismo humano no ha cambiado, si los ricos son más ricos, sin duda, harán más donaciones voluntarias con su dinero sin necesidad de la extorsión estatal que precisamente hace reducir las donaciones y ayudas.
Podemos pensar también en el altruismo colectivo. Un caso me sorprendió particularmente en el caso de los “francotiradores de Washington”. Una congregación organizada se dedicaba a poner gasolina a los coches gratuitamente para que los usuarios no fueran las víctimas de los francotiradores. ¡Estos individuos estaban dispuestos a dar la vida por desconocidos! El libre mercado incentiva este tipo de valores; el estado los elimina transformando el concepto de solidaridad voluntaria en el de solidaridad impuesta. El resultado del último sólo es caos e irresponsabilidad individual. Si privatizamos del todo la sanidad, la solidaridad voluntaria, inevitablemente, aumentará de una forma sorprendente.

Información y responsabilidad civil de las empresas de sanidad privadas

Al principio del artículo he mencionado que hay gente que muere en los periodos de espera para poder ser operadas. También, hay personas que mueren en los quirófanos, se producen grandes irresponsabilidades, o simplemente se producen negligencias menores en los centros sanitarios del estado sin que realmente se pueda hacer nada para compensar a la víctima, o los familiares si la última muere. La mayoría de estos casos resultan en una total impunidad hacia los responsables sanitarios. Si el estado o la empresa privada asumen la responsabilidad de la sanidad, tanto el uno como el otro, han de responder de todas sus consecuencias. Como vemos, el estado no responde casi nunca. En una organización puramente privada la impunidad médica desaparecería.
Convirtiendo la sanidad en un sector estrictamente privado, las responsabilidades civiles son claras: las asume la empresa de sanidad. Por medio de demandas individuales, la víctima puede actuar contra la empresa de sanidad y ésta tendrá que responder si es culpable de una negligencia. El actual oscurantismo del sector médico que otorga la ley del estado impide que puedan ser eficaces tales demandas.
De igual forma, la privatización del sector sanitario nos conduce a una mayor transparencia también. Hoy día los historiales laborales de los médicos parecen ser calificados de seguridad nacional teniendo en cuenta la imposibilidad de acceder a ellos. ¿Cuánta gente ha muerto en el quirófano del doctor Fulano? ¿Cuántos pacientes tienen secuelas negativas del tratamiento del doctor Mengano? Imposible de saber.
En una economía desnacionalizada y desregularizada toda esta información estaría a disposición de los clientes potenciales. Esto incentivaría también la precaución y responsabilidad médica haciendo desaparecer los nefastos tratos que ofrece el trabajador médico estatal. Ya no seríamos pacientes, sino clientes. Y toda empresa siempre se mueve por el mismo lema: “`el cliente siempre tiene la razón’, él nos financia y paga nuestros sueldos”. Por el contrario, el lema de la sanidad estatal parece ser: “el paciente es un incordio que nos hace trabajar”.

Cómo sacar la producción de sanidad de las manos del estado de forma inmediata. La solución de Hans-Hermann Hoppe

Hans-Hermann Hoppe propuesto cuatro simples puntos para que la producción de sanidad estuviese en manos privadas de una vez por todas[6]. Los pasos de Hoppe, en esencia y resumidos, fueron:
1. Eliminar todas las licencias de las escuelas médicas, hospitales, farmacias, médicos y personal médico en general. La oferta aumentará, los precios bajarán, y la inmensa variedad de servicios sanitarios brotarán al mercado.
2. Eliminar todas las restricciones sobre la producción y ventas de los productos farmacéuticos e instrumentos médicos. Esto significa eliminar la Food and Drug Administration, que precisamente dificulta la innovación y aumenta el coste.
El coste y los precios caerán, y surgirá muy pronto una enorme variedad de mejores productos en el mercado.
3. Desregular la industria sanitaria de los seguros… como resultado generará una amplia variedad de riesgos no–cubiertos, creando así un auténtico concepto en el “riesgo” de los seguros.
4. Eliminar todos los subsidios de sanidad. Los subsidios de enfermedad engendran más enfermedades promocionando la despreocupación, indiligencia y la dependencia. Si los eliminamos, reforzaremos una vida más sana y trabajaremos para la vida. En un primer momento, eso significa abolir el seguro médico estatal para ancianos y minusválidos (Medicare) y el seguro médico estatal para personas de bajos ingresos (Medicaid).Lo podemos resumir mejor aún: apartar del todo al estado de la producción de sanidad. Nuestra salud es demasiado importante para que permanezca en las manos del ineficiente monopolio estatal. El sector médico público es incapaz de conseguir ni la más mínima porción de eficiencia económica, social ni moral. Sólo genera pérdidas a toda la sociedad y a otros sectores que no tienen nada que ver con la sanidad. Su regulación no protege al cliente (paciente) sino que sólo sirve para “tapar” al responsable médico. La política y el estado han de desaparecer de forma inmediata de este sector para nuestro propio bien antes que sea demasiado tarde.


[1]NHS Reform: Towards Consensus. A report from the Partnership for Better Health project”. Estudio de Anthony Browne y Matthew Young para el Adam Smith Institute (2002).
[2] Los intervencionistas y socialistas, sobre todo los que se hacen llamar intelectuales, disfrutan crispándose con el uso de estos términos, transformándolos en otros que no tienen nada que ver: al parasitismo, lo llaman solidaridad (impuesta no voluntaria); al fraude, “coste social”; a la marginación por ley, “discriminación positiva”; al saqueo del estado , justicia social; etc.
[3] Una anotación sobre esta campaña antitabaco. A pesar de todas las regulaciones nacionales e internacionales sobre el tabaco, este producto crea riqueza; de ser al revés todas las empresas productoras de tabaco habrían cerrado. Pero los folletos del estado lo mostraron de una forma empírica; los países productores de tabaco son subdesarrollados, por lo tanto ¡el tabaco lleva a la pobreza! Curioso análisis. En esta línea todo lo que hagan los países subdesarrollados conduce a la pobreza entonces; y también, si un país, por rico que sea empieza a producir tabaco dando al consumidor aquello que quiere, al final tal país se verá sumergido en la más grande de sus depresiones.
¿Qué legitimidad tiene el estado para mentir de esta forma tan descarada intentado lavar el cerebro a una sociedad? Imaginemos lo contrario. Supongamos que la empresa Marlboro lanza una campaña diciendo la verdad económica del tabaco: “que da al consumidor aquello que quiere, y que esto beneficia a todos sus productores, ya sean empresas, particulares o países”. El estado, siguiendo en su línea totalizadora habría prohibido la campaña tachándola de inmoral. ¿Qué tienen de inmoral estas acciones pacíficas y voluntarias de la comunidad? Nada.
[4] Añadamos que el tecnócrata no tiene intención alguna de satisfacer al consumidor (de sanidad en este caso), sino aumentar su poder político; y la herramienta que siempre usa es la fuerza que articula mediante la ley.
[5] El único factor de la extinción del comunismo fue ese precisamente. La corrupción, a la que se le suele atribuir el hundimiento del socialismo no fue la causa, sino más bien al revés. La corrupción creó una pseudo–estructura de mercado que hizo aguantar más ese insostenible sistema económico.
[6]A Four-Step Health-Care Solution”. Revista “The Free Markets” abril de 1993. La solución fue aprobada por Murray Rothbard en su libro “Making Economic Sense”. Ed. Ludwig Von Mises Inst; 1ª edición (1995):
“[…] That is why the Clinton health plan must be fought against root and branch, why Satan is in the general principles, and why the Ludwig von Mises Institute, instead of offering its own 500-page health plan, sticks to its principled "four-step" plan laid out by Hans-Hermann Hoppe (TFM April 1993) of dismantling existing government intervention into health."



Traducido por.: Jorge Valin http://www.jorgevalin.com/