Por: Julio César Criville
Hace más de cincuenta años comenzó la decadencia argentina. El país rico, la sociedad que sorprendió al mundo por su educación y desarrollo se ha convertido en una de las naciones pobres y atrasadas del planeta.Los argentinos hemos pensado siempre que la raíz de nuestros males era económica. Este trabajo pretende llamar la atención sobre la verdadera raíz de nuestra decadencia.El desprecio por el Derecho, es la verdadera causa de nuestra decadencia y que los problemas económicos son su efecto. Sólo un profundo cambio jurídico, una “lucha por el Derecho,” pueden evitar la pobreza y la disolución social.Creyendo que nuestros problemas eran económicos, nos hemos sometido a experimentos extravagantes, carentes de fundamento empírico y dirigido al fracaso.La inflación cero de Gelbard, la tablita de Martínez de Hoz, el dólar fijo de Grinspun, el Austral de Sourrouille, la convertibilidad de Cavallo, el tres a uno, son las últimas soluciones mágicas.Cada una de estas experiencias terminó con un “rodrigazo” una explosión económica y social. Así sucederá también con el “tres a uno” que tarde o temprano será arrasado por la inflación, mas allá de los “acuerdos” de precios.Paradójicamente, mientras buscábamos que la magia económica nos devolviera la prosperidad perdida, hemos destruido las bases jurídicas que sustentan una sociedad occidental y promueven el crecimiento espiritual y material de los pueblos.La destrucción duró décadas, hasta llegar al estado actual en que nos diferenciamos poco de una sociedad primitiva.La restauración de las elecciones en 1983 justificó las esperanzas de que Argentina por fin retomaría la senda de una republica occidental. Sin embargo, desde aquel renacimiento institucional, la decadencia se ha pronunciado aún más.El sistema republicano no ha tenido vigencia durante las últimas dos décadas. La división de poderes, ha sido abolida de hecho y de derecho. El Pacto de Olivos ha consagrado al Poder Ejecutivo Nacional como único poder de la Nación. La democracia representativa está sometida a piqueteros y otros grupos vandálicos que se arrogan el derecho de peticionar por el pueblo.Los gobiernos actúan con total desinterés por los derechos de los individuos y de las minorías. Escudados en “la herencia recibida” y en acusaciones morales al gobierno anterior, cada nuevo gobierno se propone refundarlo y rehacerlo todo, como si todo lo anterior fuese inmoral, corrupto e ineficaz.La Constitución y la Ley son para cada gobierno de turno, instrumentos destinados a otro gobierno. El gobierno de turno, siempre está exento del cumplimiento de la ley común mediante poderes de emergencia. La oposición de turno, piensa igual y está siempre dispuesta a conferir poderes excepcionales por encima de la Constitución y de la Ley.Los políticos argentinos no saben o no quieren gobernar sin la “suma del poder público.” Los políticos argentinos no administran, sino que mandan igual que un déspota oriental.CorrelatoAbolir la división de poderes tiene como correlato anular el estado de derecho y la seguridad jurídica, con su consabida secuela: delito, violencia, corrupción, desinversión, pobreza, crisis económica, éxodo de capital, etc.Los argentinos tenemos la certeza de que nuestros derechos nada valen, que cualquier poder puede anularlos, que las leyes cambian todo el tiempo, que lo que hoy está bien, mañana estará mal y que apostar esfuerzos a la ley es una tontería. Siempre estamos en emergencia económica y la Justicia por cuestiones formales, nunca decide nada en contra del poder.Grupos violentos y piqueteros se han adueñado del territorio, la violación de contratos va desde los jubilados hasta las multinacionales abarcando a casi toda la sociedad. Un populismo rayano en lo delirante, ha destrozado las instituciones republicanas y los derechos individuales.Vivimos en una selva en la cual sólo sobreviven los más fuertes. En este clima de peligro, de angustia y de inestabilidad, el crecimiento espiritual y económico es imposible.Según Macchiavelli la causa de la decadencia de las sociedades es la pérdida de la” virtud pública,” la falta de interés de las clases dirigentes en preservar la sociedad de la cual forman parte, sin ver el grave peligro de disolución que acecha, enfrascada en sus intereses particulares.Es lo que nos sucede hasta hoy.Todos los que formamos la clase dirigente, empresarios, dirigentes sindicales, políticos, religiosos, académicos, profesionales, sabemos lo que sucede y lo que sucederá. Sabemos que este nuevo ciclo de exaltación mágica durará poco y que sobrevendrá una nueva y violenta crisis.Pero, mientras tanto, negamos y seguimos haciendo los pingües negocios que esta negación permite, atesorando sin reinvertir por el temor cierto a la crisis que como una tormenta se cierne en el horizonte.Encerrados en nuestro mundito, vamos los argentinos, cada vez más pobres, más solos y más lejos de Occidente.Hemos llegado a un punto de inflexión de inusitada gravedad, nos acercamos a la disolución social y política, en un marasmo de populismo, inflación, piquetes, huelgas violentas, represión de los precios, desinversión, pobreza extrema y aislamiento internacional.Este gobierno tiene la oportunidad de pasar a la historia si se convierte en el agente provocador del cambio.Pero es la clase dirigente, que tiene el poder constituyente, quien tiene el deber de producir el cambio para salvar a la sociedad, como sucedió en España y en Irlanda. La clase dirigente, en este peligro extremo, debe establecer una agenda jurídica de coincidencias mínimas, incluyendo el sistema republicano, la división de poderes, la seguridad jurídica, la libertad de comercio, la libertad ambulatoria, la seguridad interior, la expansión del trabajo, el derecho de propiedad, etc. Esta agenda debe ser absolutamente obligatoria para quienes gobiernen.Hace años que Argentina está en las tinieblas. De allí solamente se sale con cambios profundos. El agente convocante puede ser el gobierno. La responsabilidad es de la clase dirigente. Argentina espera.
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