Publicación original 02/02/2007
Por Jorge Valin
Entre muchos liberales hay la creencia que la regulación estatal ha de existir. Para ellos, la libertad total lleva al actor económico y social a un estado de irresponsabilidad que ha de ser atajado por una entidad superior, por ejemplo, el Estado. Esta concepción del liberalismo no deja de estar inspirada en una visión elitista, falsa y despótica. Todo lo contrario lo que implica la idea de liberal.
Los planificadores sociales liberales conciben el conjunto de la sociedad como si fuera una empresa. Creen que España es la empresa, y el Gobierno el gestor. Por alguna razón opinan que ciertos recursos y servicios son una propiedad natural del Estado que ha de ser dirigida por técnicos que tengan vía libre en interferir en la vida de las personas en defensa del conjunto. Un empresario hace algo similar, pero con una gran diferencia. El empresario detecta una carencia en el mercado que cubre mediante la producción del hasta ahora producto inexistente para recibir así el beneficio económico. Es una conjunción de intereses reales y medibles, la del planificador no. Éste sólo monopoliza o nacionaliza un sector de la producción mediante el uso de la fuerza, la ley, para gestionarlo como él mejor cree sin el infalible test del mercado, esto es, la complacencia activa del cliente y su interés hacia ese producto o servicio y no otros. Además, el planificador social tomando este recurso en exclusiva genera un efecto crowding out (efecto expulsión) dejando la competencia mermada y en desigualdad de oportunidades. A diferencia del empresario también, si el Estado falla en su oferta, no cierra, sino que la refuerza. Ejemplos como los de la educación, sanidad o justicia los vivimos diariamente, cuando más fallan, más dinero les destina el Estado. La única solución será entregarlos todos a la sociedad, al mercado.
También cree el planificador social que su teoría es ajena al mundo en el que vive. No contempla las diversas fuerzas contrarias de la sociedad a la que todo medio político sucumbe siempre, como los sindicatos, grupos de presión, grandes empresas o medios de comunicación. ¿Qué nos hace pensar que la brillante teoría del liberal planificador se aplique en la realidad? Nada, sólo es una ilusión de su mente.
Una de las herramientas de la gestión de la "empresa-país" es mediante el control de la información. La idea empieza a tomar fuerza a partir de William Stanley Jevons (1835-1882), que ya en su libro La Teoría De La Economía Política demanda que el estado empiece a recopilar datos para manejar la sociedad. Jevons también destaca por otras teorías brillantes, como la de intentar relacionar los ciclos lunares con los económicos. Jevons no entendió que la información es incomprensible e imposible de acaparar por el ser humano debido a la propia estructura multidimensional y volátil de la misma, los agregados sólo nos sirven para hacer balances de conjuntos para disminuir al máximo los costes, pero "vivir" en sociedad no es un coste ni una utilidad, no hay relación económica. En este sentido, no hay una correlación lógica entre el coste económico del empresario o empresa y el coste social, externalidades, del planificador.
Lo que hizo Jevons y otros, no es más que intentar buscar relaciones comunes de comportamientos contingentes para aplicarlos sobre la sociedad (por ejemplo, relacionar los ciclos lunares con los ciclos económicos), pero en el momento que una ley económica y social se basa en la contingencia se vuelve discrecional, subjetiva y, por tanto, inválida como respuesta a las necesidades reales del hombre libre.
También nos hemos de preguntar, por qué estos planificadores liberales quieren castigar lo que ellos creen que es un comportamiento "violento" de todas las personas, adoptando la idea de Thomas Hobbes, para mitigarla con el uso de más violencia, pero ésta, institucional. Si los hombres son violentos o malos, no tiene sentido alguno colocar a uno de ellos como gestor del resto, es un absurdo, y más aún sin haber pasado el test de afirmación voluntario del mercado. Tal concepción de hombre-de-estado-bueno se convierte en esclavitud. Cuando en esta dinámica entramos, la agresión no es un mal en sí, sino un mal menor que puede derivar fácilmente en el mayor de los males. El desprecio a la vida, propiedad y libertad del hombre libre no harán más que crecer. El S. XX ha sido una muestra.
Entre empresarios o burócratas hay una idea muy difundida: "mi plan es el mejor". Muchas empresas cierran por ese prejuicio no analizado correctamente, pero en el caso del empresario, la responsabilidad última siempre es suya, se crea en este sentido una autoresponsabilidad total. Arriesga su dinero, o el que otros le han prestado voluntariamente bajo su responsabilidad. En el caso del planificador social que pretende regular la educación, la justicia, la medicina, los seguros, la defensa... el proceso es el inverso: arriesga el dinero de otros que ha tomado por la fuerza, por el uso de la violencia y la extorsión; y cuando el plan no funciona, jamás lo paga el planificador, sino el hombre libre que ha sufrido el robo estatal. La responsabilidad desaparece en un entorno de control político. Sólo la libertad individual es un fin en si mismo y no los desquicios mentales de algún técnico engreído con ansias de dominio social. En realidad, quien pretende controlar la sociedad como si de una empresa u organización de afiliación forzosa se tratara no deja de ser un tirano, y de eso no trata precisamente el liberalismo. Si tales planificadores tan convencidos están de sus planes, que lo testen de verdad creando empresas. Esta es la mejor forma de servir a la sociedad, y de forma voluntaria además, sin imposiciones, monopolios de ley ni castigos.
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