por Carlos Alberto Montaner
El 85 por ciento de los venezolanos no quería que Chávez se apoderara de Radio Caracas Televisión. Esa es, más o menos, la proporción de quienes tampoco desean que en Venezuela se implante una dictadura semejante a la cubana, desaparezca la propiedad privada, o toda la educación pase a manos del Estado. Los venezolanos —incluidos la mitad de quienes respaldan a Chávez— rechazan la creación de un Estado totalitario semejante al erigido en Cuba por Fidel Castro hace casi medio siglo. La inmensa mayoría son individualistas y aman la libertad de la manera intuitiva, sencilla y diáfana con que es posible definir ese sentimiento sin necesidad de entregarse a profundas disquisiciones filosóficas: prefieren tomar sus propias decisiones y no depender de un Estado que guíe sus vidas como si fueran corderos carentes de inteligencia o voluntad.
Pero Chávez decidió lo contrario. Su grito de ''Socialismo, patria o muerte'' es algo más que un fatigado eco copiado del griterío ideológico de La Habana. Encapsula una decisión trascendental: estabular definitivamente a los venezolanos en una jaula institucional semejante a la cubana para conducirlos a latigazos hacia la felicidad, la prosperidad y la victoria final contra el cruel imperialismo capitalista. Es así como único pueden interpretarse la confiscación de RCTV, el acoso a GLOBOVISION, la amenaza a los diarios y a la banca, el enfrentamiento con la Iglesia y el estímulo a la ocupación ilegal de tierras y propiedades. Es así como se entienden la creación de grupos paramilitares armados, vecinos al chavismo, y el creciente control de los cuerpos de inteligencia cubanos, dueños y señores de la vida privada de los militares, de las cabezas de la oposición y, en general, de la clase dirigente venezolana.
Venezuela es hoy un país sutilmente ocupado por Cuba con el objetivo de construir la jaula leninista, como en los años sesenta Cuba fue un país ocupado por cuarenta mil soviéticos que forjaron cuidadosamente la carpintería dictatorial calcada de la URSS. Sólo que esa triste realidad nos conduce a formular dos preguntas inevitables: primera, ¿por qué Chávez, que pretendía inaugurar ''el socialismo del siglo XXI'' para superar los horrores del comunismo real, se decantó, finalmente, por recurrir al viejo, cruel y fracasado modelo leninista, y, segunda, si es posible que este revival de la vieja dictadura diseñada en la extinta URSS podrá imponerse progresivamente de manera permanente?
La primera pregunta es fácil de responder: Chávez se acoge al modelo dictatorial comunista porque descubre, pasmado, que todo su discurso político no era más que un vacío chorro de saliva con el que resulta imposible gobernar. Toda esa cháchara de los nuevos ejes de desarrollo del Orinoco, de la tercera teoría universal gadaffiana —otro tonto con turbante y pistola—, del trueque solidario y de las monedas locales, sólo servían para aumentar la creciente disolución de la autoridad mientras se precipitaba a la sociedad en el desorden. El leninismo, sin embargo, era otra cosa mucho más seria: controles, cerrojos, represión organizada, asfixia de la oposición, obediencia obligatoria, aparatos de proyección de imagen, redes de apoyo internacional y el resto de los instrumentos de gobierno. Por supuesto que el leninismo es una forma perversa, improductiva y torpe de organizar a las personas y de obligarlas a obedecer, pero al menos era un método eficaz de control para que las riendas del poder no se le escaparan de las manos.
La respuesta a la segunda pregunta es más especulativa, pero resulta obvia: a medio o largo plazo ese anacrónico disparate no puede triunfar. El comunismo, que fracasó en la URSS y en todas partes, incluida Cuba (cuya sociedad no tardará en comenzar a sacudírselo cuando muera Fidel Castro), no va a arraigar en Venezuela. ¿Por qué? Porque Chávez, aunque posee los peores instintos —su actual embajador en la ONU asegura que es un asesino—, no es temido ni respetado; porque no es verdad que tiene a los pobres de su lado; porque las Fuerzas Armadas todavía no han sido totalmente cooptadas y corrompidas; y porque a los venezolanos les repugna profundamente haberse convertido en una colonia política de La Habana, país menesteroso y pedigüeño al que subsidian con una cifra cercana a los tres mil millones de dólares anuales, precio con el que Chávez paga la adquisición de su dictadura-llave-en-mano.
¿Cómo terminará la pesadilla? Todavía no sabemos. El mundo comunista europeo implosionó. Cayó fragmentado bajo el peso de sus propias contradicciones. Posiblemente al chavismo le sucederá algo parecido.
Artículo de Firmas Press: http://www.firmaspress.com/
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