Bien es conocida la necesidad de la izquierda por construirse imágenes mesiánicas que justifiquen, escudándose en un barniz pseudointelectual, sus estúpidos proyectos totalizadores. Desde 1994, con el levantamiento zapatista en Chiapas, tenemos a otro de esos líderes chabacanos, con deseos de popularidad televisiva y de posteridad histórica. Hay que reconocer que, esta vez, a diferencia de intentonas anteriores, nos hemos topado con un tío graciosillo, un tanto grosero, pero simpático; esperpéntico, pero solemne; misterioso, pero conocidísimo; familiar, pero peligroso. Antes de enero del 94 podríamos haberlo encontrado en cualquier carnaval municipal, desfilando con su aspecto irrisible y ridículo. Porque, ni los más fieles epígonos del Subcomandante, podrán negar que esa combinación estilística del sombrero maoísta, más el uniforme guerrillero -amén de la bandolera- y la imitación de la pipa del Che, ungido, todo esto, con un negro pasamontañas que apenas permite entrever dos penetrantes ojos y una prominente nariz aguileña, no puede sino causar una rotunda hilaridad al observador. Sin embargo, es precisamente a partir de esa absurda imagen -perfectamente asumible por cualquier payaso de circo un tanto trasnochado- donde se empieza a fabricar el peligroso mito socialista; porque no hemos de olvidar que la izquierda es, ante todo, una multinacional que vende mentiras (en palabras de Fouret, "una masonería de dimensiones universales) y como tal, conoce que la publicidad es su mejor arma disuasoria. El paradigma de esta triste realidad lo encontramos, una vez más, en el ídolo y referente del Subcomandante, Ernesto Che Guevera (se dice que Marcos trató, incluso, de copiar su modo de respirar), la foto de quien ha sido, con diferencia, la más reproducida durante todo el siglo XX. Este retrato un tanto hortera cuelga en la habitación de todo joven que se precie de serlo, aunque en su mayoría desconozcan la obra y vida del Che. Con Marcos se ha tratado de hacer algo análogo; se sabe que este enigmático y atrayente personaje defiende los derechos de unos subyugados indios perdidos en alguna zona de Centro o Suramérica, pero nada más. A la simplicidad del pensamiento "progre" le basta eso, una caricaturesca imagen y una causa social poco definida, para erigir a este señor, de identidad desconocida (en realidad, no tanto), como el preboste de la lucha contra el neoliberalismo explotador. Él mismo, cuando fue inquirido sobre su personalidad contestó secamente: “Soy un mito genial”.Lo que no saben(o si lo saben no lo dicen) estos señores izquierdistas tan amigos de las libertades es que la lucha contra supuesta esclavización de los indios chiapanecos y la deforestación de la Selva Lacandona son tan sólo dos trampolines que ha utilizado de manera inteligente Marcos para llegar al estrellato de la intelectualidad. En el interesantísimo libro de Maite Rico y Bertrand de la Grange nos vamos introduciendo en la compleja sociedad mexicana, al momento que se nos explica el proceso de gestación y consolidación de Marcos como jefe del grupo terrorista zapatista. Nos hablan de la vida de Marcos, o mejor dicho, de Rafael Guillén, un joven, burgués y brillante profesor de filosofía, ducho en la oratoria, que tras pasar de manera fugaz por las aulas de la universidad, decide ayudar en el ensamblaje de viejas y desarticuladas milicias terroristas en la Selva Lacandona, dirigidas, en su momento, por el Comandante Germán, hasta formar finalmente el EZLN; del que, poco a poco, gracias a su verborrea y fotogenia, irá tomando el control.Se nos explica también que, en realidad, la banda terrorista, llamada ejército zapatista, no es tan cuantiosa como pretenden hacernos creer -unos cientos de hombres mal armados- y que su fuerza se fundamente básicamente en el poder fáctico de los medios de comunicación. Marcos es un genial actor, un cómico que sabe ganarse a la gente, a los periodistas ex marxistas y a los intelectuales estreñidos, que acuden en masiva peregrinación a los Cuarteles Centrales de los golpistas, como si de Santiago se tratara. Lo lamentable del asunto es que de haberlo deseado el ejército mexicano hubiera desahuciado ya a esta banda de golpistas, reconquistado los territorios arrebatados. Su capacidad para lograrlo se puso tan sólo una vez de manifiesto, cuando tras un berrinche, Zedillo mandó al ejército reocupar los territorios dominados, después de un chivatazo del Subcomandante Daniel -antigua mano derecha y compañero de la infancia de Marcos- gracias al cual, fue capaz de desvelar, al mismo tiempo, la identidad de toda la cúpula del EZLN. La eficacia fue máxima, proporcional a la presión internacional que la detuvo. No obstante, sobre todo, si algo queda claro a lo largo del libro es la pulsión totalitaria de Marcos. Bastaría con decir que es un cachorro adiestrado por Castro, pero, además, a ese contundente hecho hemos de añadir sus numerosísimas críticas y censuras a la prensa discrepante, y, por encima de cualquier otra consideración, la explotación de los chiapanecos, a quienes proclama urbi et orbi defender. Hablar de la reventa abusiva de armas (compradas en EEUU, el gran enemigo neoliberal) a los propios indios, con las más tarde lucharán y sacrificarán sus vidas en pro de la grandeza del Subcomandante, parece una obviedad presupuesta. La cuestión de fondo es que los chiapanecos han cambiado de una dictadura bastante cruel, como era la priísta, a una explotación tiránica en toda regla. Marcos, arrastrado por sus delirios de magnificencia, ha conducido las ya de por sí pobres tierras chiapanecas a unas improductivas políticas colectivistas que sólo han empeorado los rendimientos y la productividad, por lo que los indios se ven obligados a trabajar, bajo férrea disciplina y vigilancia, severas horas de más. Huelga comentar que esta situación, buscada desde un principio por el EZLN, difícilmente, pese a muchas coloridas marchas zapatistas que se efectúen, va a poder cambiar, si no es mediante la intervención militar. La voluntad de Marcos para ayudar a Chiapas es nula. Valga como incontestable ejemplo que el presidente Salinas, pocos días después del levantamiento del 1 de enero del 94, estaba de acuerdo en firmar todas y cada una de las exigencias de los zapatistas (exceptuando la que hacía referencia a su propia dimisión) Extrañamente, sin embargo, la Asamblea Extraordinaria que se convocó para decidir si se aceptaba el acuerdo, a pesar de estar en un inicio a favor, se opuso al final, más que nada, por la oposición frontal de Marcos.Las dos autoras, corresponsales en México de "El País" y "Le Monde", nos transcriben una contundente, reveladora y poco conocida imagen de Rafael Guillén, máximo responsable del fracasado golpe de Estado del 94 y de la actual situación pro belicista. El libro, empero, sólo abarca hasta el 98, por lo que no incluye el graciosísimo y frustrado episodio de la Marcha Zapatista y la derrota del PRI, con el consecuente advenimiento de Vicente Fox. Pero aún así, resulta de lectura obligada para entender la dinámica interna de la izquierda y el conflicto mexicano. Ya que, como se nos recuerda en la obra, "en Chiapas se están jugando muchos aspectos éticos y políticos de este milenio" Para ser sinceros, esperemos que no muchos
Fuente: www.liberalismo.org.ar
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Hace 3 días.
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