por Roberto Cachanosky
Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Las falsedades constantes de las que hace gala el Gobierno parecieran ser el instrumento elegido para ganarse el favor del electorado. Sin embargo, es imposible mantener engañada a toda la ciudadanía a largo plazo: la realidad siempre termina por salir a la luz.
“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo.Puedes engañar a algunos todo el tiempo.Pero no puedes engañar a todoel mundo todo el tiempo”.— Abraham Lincoln
El resultado electoral del domingo 3 de junio en la Ciudad de Buenos Aires, por el cual el candidato oficialista Daniel Filmus quedó segundo a gran distancia de Mauricio Macri, parece haber exacerbado la tendencia a desvirtuar la realidad o, si se prefiere, a no decir la verdad, que viene teniendo el Gobierno desde que asumió el poder .
Dos metidas de patas memorables protagonizó el oficialismo la semana pasada. Por un lado, la ministra de Economía, Felisa Miceli, dijo que Macri no podía hablar de la limpieza de Buenos Aires cuando su empresa no limpiaba bien las calles. Miceli se estaba refiriendo a Manliba, que debe hacer como 10 años que ya no se encarga más de la recolección de residuos en la Capital Federal. Un disparate imperdonable para una persona que, supuestamente, debería estar medianamente informada sobre temas como éste.
La otra metida de pata corrió por cuenta del mismo Néstor Kirchner, cuando acusó a Macri de no haber votado la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Cuando se cometió semejante disparate jurídico —dado que las leyes no se anulan, en todo caso se derogan, pero jamás deberían anularse—, Macri no estaba en el Congreso porque esa barrabasada tuvo lugar en agosto de 2003 y ningún diputado del PRO había ingresado todavía al Poder Legislativo. Si éste es un ejemplo de la calidad de la información que maneja Kirchner para tomar decisiones, uno no puede menos que concluir que el país está en manos de la casualidad.
Este tipo de metidas de pata o formas de desvirtuar la verdad no se limita a los últimos días. Otro caso famoso fue el anuncio de inversiones chinas por $ 30.000 millones que nunca llegaron y que, en rigor, nunca fueron prometidas o anunciadas por el gobierno chino. Gran despliegue informativo del Gobierno de algo que nadie había prometido.
Veamos otro ejemplo reciente de ausencia de verdad: el caso Skanka. Kirchner se cansó de afirmar que se trataba de corrupción entre privados hasta que saltó que había involucrados funcionarios públicos. Tal fue y es el escándalo, que el Gobierno despidió a un par de funcionarios, algo que no debería haber ocurrido si era un caso de corrupción entre privados, como afirmaban.
Otro más: un mes atrás, un desequilibrado volcó un camión cerca de la casa del presidente en Santa Cruz. Enseguida, hubo grandilocuentes discursos y denuncias del Gobierno sobre un atentado contra Kirchner. Nunca existió tal atentado, fue sólo el accionar de un desequilibrado mental. A pesar de ello, el Gobierno intentó aprovechar la locura de un tipo para aparecer como una víctima y terminó haciendo el ridículo. Nueva ausencia de la verdad.
Y otro: durante la campaña electoral de 2005, Enrique Olivera fue acusado por un funcionario ibarrista de tener una cuenta en el exterior. Gran despliegue informativo que, pasada las elecciones, terminó en otra mentira: se probó que Olivera no tenía una cuenta en el exterior cuando la denuncia ya había sido difundida ampliamente e instalada, lo que lo perjudicó en el resultado electoral.
También: según el Gobierno, no hay crisis energética. Supuestamente, ésa es una denuncia de la derecha que quiere ver fracasar al país. Sin embargo, bastó un día que hizo un poco de frío para que las empresas tuvieran que parar sus plantas porque no tenían gas para funcionar y, si bien no hubo cortes programados y anunciados como en la época de Raúl Alfonsín, muchos domicilios sufrieron cortes de energía eléctrica.
Algún funcionario del área sostuvo que el tema energético se había enfrentado sin problemas los días de más frío. Claro, sin problemas porque le bajaron la palanca a las empresas, no les dieron gas a las estaciones de servicio para que vendieran GNC y se paralizaron las exportaciones de gas a Chile.
Personalmente, pude ver colas de una cuadra de autos, mayormente taxis, para cargar GNC en las pocas estaciones de servicio que tenían ese combustible. Y ni qué hablar de la falta de gasoil en el campo. No hay crisis energética, insiste el Gobierno, aunque el problema está a la vista y todavía no vimos llover gasoil.
Siguen los ejemplos: los 90 son nefastos para el gobierno kirchnerista. Todo lo que sucedió en esos años fue perverso e insanamente neoliberal, según el discurso oficial. Omiten que el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, fue funcionario público en los 90 y, no conforme con ello, estuvo en el partido de Domingo Cavallo. También Martín Redrado, actual presidente del Bancon Central (BCRA), estuvo en la Comisión Nacional de Valores durante el gobierno de Menem. Por su parte, Kirchner no se cansó de alabar al entonces presidente cuando era gobernador de Santa Cruz. Más aún: Kirchner y su mujer fueron parte activa del proceso de los 90 que ahora demonizan, la misma actitud que adopta Filmus olvidando que fue funcionario de Grosso en la Ciudad de Buenos Aires y desempeñó funciones en el Ministerio de Educación. ¿Cuánta verdad hay en esa demonización que hace el Gobierno cuando el mismo Kirchner formó parte del menemismo que tanto dicen detestar?
Otro: Carlos Heller, compañero de fórmula de Filmus devenido en kirchnerista, despliega un gran discurso solidario y “progre” como si fuera el dueño de la benevolencia. Su forma de ejercer la solidaridad social es muy particular, porque el banco que preside, el Credicoop (“el banco solidario”), ofrece préstamos personales con un costo financiero total del 32,2% a tasa fija a 24 meses, según puede verse en la página de Internet de la institución. Si la inflación es del 9% anual, como dice el jefe espiritual y político de Heller, ¿por qué causa la tasa que cobra el banco solidario es 3,5 veces mayor a la tasa de inflación que anuncia el Gobierno? Una tasa de interés real positiva de semejante envergadura tiene muy poco que ver con la solidaridad que declama el compañero de fórmula del oficialista Filmus. Es más, el fondeo para los préstamos personales que cobran a semejante tasa tiene un costo que no debe superar el 3 ó 4% anual dado que proviene de las cuentas corrientes —que no pagan interés— y de las cajas de ahorro y de los plazos fijos —que tiene tasas muy bajas—. Mucho discurso contra los 90, muchas diatribas contra el neoliberalismo, pero resulta que el FMI es la madre Teresa de Calcuta comparado con las tasas que cobra el banco que preside Heller.
Un último ejemplo sobre la mentira oficial: como los índices de precios (IPC) no daban de acuerdo al paladar del Gobierno, en enero de este año se decidió intervenir el INDEC para que cambiara la metodología y se publicara un IPC más acorde a las necesidades electorales del Gobierno.
Cuando uno ve cómo Miceli falsea la verdad sobre la basura y Kirchner miente sobre la votación de las leyes y sobre su supuesto desprecio de los 90 (mientras, en los hechos, él fue parte activa de ese proceso). Cuando se interviene el INDEC para mostrar índices de precios que nada tienen que ver con la realidad. Cuando el compañero de fórmula de Filmus habla de solidaridad y el banco que preside cobra tasas reales desorbitantes. Cuando Filmus reniega de los 90 habiendo sido parte del gobierno de esos años. Cuando se denuncia un atentado que nunca existió contra la casa del presidente. Cuando falta energía y se dice que ésa es una campaña de la derecha. En fin, cuando se miente tanto, uno puede preguntarse si son mentirosos compulsivos o ven en la mentira un negocio político, es decir, una forma de tratar de engañar a la gente para que los apoye y, de esta manera, seguir usando el poder en beneficio propio. La mentira vendría a ser algo así como el instrumento fundamental para tratar de ganar el favor del electorado. En vez de luchar por las ideas y presentar un debate sobre cómo solucionar los problemas del país, se opta por mentir. Y si no miente, entonces el oficialismo tiene un serio problema de información que tarde o temprano terminará traduciéndose en una crisis. Porque tomar decisiones sobre información equivocada lleva a errores de políticas públicas, por no decir que refleja una gran incapacidad para gobernar.
Salvo que el electorado diga “mentime que me gusta”, el camino que ha elegido el Gobierno de faltar permanentemente a la verdad no nos puede llevar a buen puerto y, en algún momento, ese mismo electorado va a cansarse de ser permanentemente engañado. En ese momento, la mentira se habrá acabado como negocio.
Recordemos: no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Y mucho menos de manera tan burda.
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