septiembre 15, 2007

La cultura de la libertad



por Pedro Cateriano




El 21 de agosto de 1987 se cambió la agenda ideológica del país. Mario Vargas Llosa subió al estrado de la plaza San Martín —con "exultación y temor" según sus palabras— para hablar a miles de personas que rechazábamos la estatización de la banca. Nadie había sido capaz de explicarnos, de manera sencilla y atractiva, la importancia de la economía de mercado, del capitalismo popular, de la propiedad privada y la necesidad de una reforma del Estado. Pocas veces se recalcó tan claramente que la libertad política es inseparable de la libertad económica.
Durante la campaña presidencial en la que se vio involucrado, Vargas Llosa expuso su programa que incluía la privatización de las empresas públicas, la creación del sistema de fondos privados de pensiones (AFP), la reforma de la educación, entre otros temas, comprometiéndose, además, a conducir, personalmente, con firmeza pero respetando la Constitución y la ley, la lucha contra el terrorismo.
El Apra de entonces tergiversó sus propuestas mediante una campaña millonaria y terrorífica, afirmando que esas medidas ocasionarían la muerte de muchos compatriotas y machacaron, hasta el cansancio, que se iba a suprimir la educación gratuita.
El voto de apristas y comunistas permitió que en la segunda vuelta Fujimori ganara los comicios. El ahora extraditable, además, contó con todo el aparato estatal y la prensa adicta al régimen (el Senado tiempo después probó que el Sistema de Inteligencia Nacional espió telefónicamente a Vargas Llosa).
Derrotado Vargas Llosa, antes de retornar a su quehacer de escritor sin rencor ni mezquindad, pidió a los congresistas del Movimiento Libertad que apoyáramos de manera constructiva al nuevo Gobierno. Así lo hicimos. Él guardó silencio. Creyó que de esa manera contribuía a la consolidación de la nueva administración.
Hasta el 5 de abril de 1992 Vargas Llosa mantuvo una prudente actitud, pero a partir de ese día se convirtió en el más pugnaz opositor a la dictadura y alertó sobre sus funestas consecuencias.
La corrupta dictadura de Fujimori tuvo logros en el campo económico, pero cometió graves violaciones a los derechos humanos, sobre todo en la lucha antiterrorista que un sector importante de la población aprobó, sin interesarse por sus métodos.
Fugado Fujimori, Vargas Llosa apoya la Comisión de la Verdad creada por el presidente Valentín Paniagua. Elegido Alejandro Toledo, actúa con la independencia intelectual que lo caracteriza, aunque sus críticas las modera cuando este tambaleaba.
Llegado el proceso electoral de 2006, ante la encrucijada de elegir entre Alan García y Ollanta Humala, Vargas Llosa pide el voto —con reservas— por García, considerando a Humala una amenaza para el sistema democrático.
En estos últimos veinte años, en el aspecto económico, Fujimori inició una nueva ruta aplicando algunas de las ideas de Vargas Llosa. Paniagua, en el breve tiempo que ejerció el poder, a pesar de todo, no pudo modificar la orientación y Toledo, contra viento y marea, también la siguió obteniendo logros significativos. Ahora, sorprendentemente, García parece continuar la misma vía.
Ciertamente, no estamos ante una revolución liberal, pero lentamente nos vamos alejando de una economía atrofiada y estatista. Esta es una de las grandes contribuciones de Vargas Llosa: haber ayudado a variar el horizonte económico del Perú.
Vargas Llosa ha demostrado su compromiso con el Perú y la democracia. El país está en deuda con él, no solo por sus aportes como escritor, sino, también, por su apoyo cívico a la cultura de la libertad.

Pedro Cateriano es ex-diputado del Movimiento Libertad de Perú.Este artículo fue publicado en El Comercio de Perú (www.elcomercio.com.pe) el 21 de agosto de 2007.

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