Autor: Carlos Alberto Montaner
Primero el rey lo mandó callar. Ahora los venezolanos acaban de hacer lo mismo. Los dos fenómenos, además, están relacionados. La Corona española goza de una inmensa simpatía en América Latina. En todas las ceremonias de toma de posesión de los nuevos presidentes, invariablemente las figuras más aplaudidas son Felipe y Letizia, que suelen ser los representantes de España. Cuando Juan Carlos, desesperado por la locuacidad patológica de Chávez, indignado por su infinita falta de educación, le exigió que cerrara la boca, creó, sin proponérselo, el más formidable eslogan contra el aprendiz de dictador, y le dio a la oposición el impulso que necesitaban los estudiantes universitarios para vencer la apatía y llevar al pueblo a las urnas nuevamente. Contrariando el viejo cuento, esta vez fue el rey quien gritó que el campesino lerdo iba en cueros.
Las consecuencias de esta derrota de Chávez son enormes. Aparentemente, lo que estaba en juego era la aprobación de una constitución cercana a la que rige en Cuba (inspirada, por cierto, en la legislación stalinista de 1936), pero, en realidad, se jugaba algo mucho más importante: el destino del llamado Socialismo del siglo XXI y los delirantes planes de conquistar América Latina para la causa del colectivismo autoritario. Ahora se sabe que los venezolanos no quieren ser arrastrados hacia el comunismo dentro de su patio, y mucho menos costear la onerosa aventura de convertir a Venezuela en la URSS de nuestro tiempo.
Los mandamases cubanos, seguramente han tomado buena nota de este descalabro. Ya entienden que no pueden contar indefinidamente con el opulento subsidio venezolano, calculado hoy en cuatro mil millones de dólares anuales. Esos cien mil barriles de petróleo que todos los días llegan a Cuba, en algún momento dejarán de fluir, y la Isla sólo tiene reservas para 17 días, lo que los obligaría a un feroz racionamiento de la energía eléctrica, peor que el que sufrieron a principios de la década de los noventa. Los rusos y los angolanos, sí, están dispuestos a vender petróleo, pero siempre que les paguen la factura, y ese improductivo sistema es incapaz de generar las exportaciones que se requieren para hacerle frente a unos gastos muy elevados, porque incluyen el ochenta por ciento de los alimentos y medicinas que la sociedad necesita importar para poder sobrevivir.
Todo esto sucede con un Fidel Castro moribundo, que insiste en postularse al Parlamento para seguir siendo presidente mientras sea capaz de respirar, aunque ya sin otro objetivo que impedir cualquier cambio que se intente introducir en Cuba en la dirección del modelo Chino o vietnamita, como defienden, sotto voce, su hermano y casi toda la nomenklatura. Según la versión oficial, Castro está dando la batalla contra la muerte. La verdad es que embiste contra la inevitable reforma económica, pero si antes pretendía sostener su desastrosa estructura productiva enquistándose en el presupuesto venezolano, como hizo en su momento con la URSS, ese proyectado saqueo ya no es posible durante mucho más tiempo.
Para Evo Morales la noticia también es un mazazo. Su gobierno es el más débil del eje chavista. La derrota del venezolano lo sorprende en medio de una fraudulenta operación en la que, escondido en los cuarteles, intenta forzar una nueva constitución que le permita reelegirse. Tiene en contra medio país geográfico y étnico. Si Chávez no pudo imponer su voluntad, mucho menos podrá él frente a la aguerrida oposición que lo adversa. Hace unos meses, Chávez advirtió que si Morales era derrocado por el ejército o por levantamientos civiles, las tropas venezolanas acudirían en su defensa. Chávez, tras la derrota electoral y la oposición del general Raúl Baduel, ya no puede confiar en sus Fuerzas Armadas. Se sabe que la noche del referéndum le dijeron que no respaldarían ningún pucherazo.
En Ecuador, con otra intensidad, ocurre un fenómeno parecido. El presidente Rafael Correa, uno de los pocos amigos personales de Chávez en la región, basado en su tremenda popularidad, intenta refundar el país para manejarlo a su antojo con una vieja visión cepaliana de la economía, trufada con la anacrónica y nociva influencia de la Teología de la Liberación, pero probablemente la experiencia venezolana le sirva como un factor de moderación. De la misma manera que hasta hace unos días parecía que la izquierda chavista era el futuro del continente, la percepción que ahora se generaliza es la contraria: el socialismo del siglo XXI será un fenómeno efímero.
Pero es dentro de Venezuela, naturalmente, donde la derrota de Chávez genera mayores turbulencias. El chavismo está mucho más cerca de ser una banda primitiva que un partido moderno. El poder descansaba sobre el mito de la invencibilidad del líder adorado, y ese mito se acabó en la madrugada del lunes cuando anunciaron la victoria del no. El chavismo no ha logrado convertirse en un movimiento político organizado, más allá de una turbamulta que aplaude a su caudillo, mientras unos cuantos cortesanos se asocian para delinquir a la sombra del poder. Si Chávez deberá abandonar la presidencia en el 2013, ¿quién lo sustituye y cómo se elige al nuevo candidato? Ahora comienza esa agónica lucha por la sucesión y la consecuente fragmentación del grupo.
En la oposición hay también una recomposición importante. El factor más novedoso es la aparición en la escena política de los estudiantes demócratas, verdaderos héroes en la derrota de Chávez, con tres de sus brillantes portavoces como primeras figuras, y quizás con Jon Goicoechea como la más vistosa de ellas. Quedan vivos Manuel Rosales, gobernador de Zulia, Julio Borges, el líder de Primero Justicia, y Enrique Mendoza, muy activo en la acción tras bambalinas en respaldo del rechazo a Chávez. Sin embargo, la figura clave, a partir de ahora, quizás sea el enigmático general Raúl Baduel, quien en el 2002, tras el golpe militar, hizo lo indecible por devolverle la autoridad a Hugo Chávez, y ahora se ha movido con el mismo éxito en la dirección contraria. Si el general decide aspirar, será un personaje al que hay que tomar en cuenta. En todo caso, la oposición democrática necesita contar con un candidato único para resistir al chavismo, más o menos como los chilenos de la Concertación tuvieron que ponerse de acuerdo para derrotar a Pinochet.
Lamentablemente, todavía es muy prematuro para hablar de la herencia que dejará el chavismo. Al teniente coronel le queda mucho por destruir mientras permanezca en Miraflores haciendo discursos cantinflescos, regalando dinero y cometiendo disparates, pero su paso por la historia venezolana ya ha sido como el de Atila por donde galopaba su caballería. En medio del río de petrodólares más impresionante que ha recibido Venezuela a lo largo de la historia, el país padece un terrible desabastecimiento de artículos de primera necesidad, miles de empresas se han visto obligadas a cerrar las puertas, centenares de miles de venezolanos educados han tenido que emigrar, y las calles de las principales ciudades se han transformado en el peor matadero latinoamericano.
Desde 1999 a la fecha, más de cien mil venezolanos han sido asesinados por delincuentes comunes, y apenas un cinco por ciento de esos crímenes ha podido llegar a los tribunales. Hoy el país está infinitamente peor gobernado, y la sociedad mucho más crispada, que en 1998, cuando Venezuela, de una manera insensata, se entregó en manos de un aventurero ignorante cuya mejor credencial es que en 1992 había intentado acabar a tiros con el sistema democrático. Tal vez, cuando termine este triste episodio, ésa sea la única herencia positiva que deje el chavismo: para que una nación prospere y triunfe, hay que saber elegir. Los venezolanos, parece, están aprendiendo.
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
Artículo de Firmas Press
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