septiembre 16, 2007

EL MANIFIESTO CAPITALISTA


Por Gorka Echevarría
.
Aunque como consumidores valoremos la grandeza del mercado, por el sinfín de productos y servicios que ofrece, desde el aire acondicionado hasta el coche pasando por Internet, seguimos considerando que el capitalismo es un sistema egoísta que explota y empobrece al más débil. Para muchos, el famoso dictum de Hobbes: “El hombre es lobo para el hombre”, tiene su mayor exponente en el libre mercado.
.
Sin embargo, como han demostrado los pensadores liberales, desde Adam Smith hasta Hayek, el capitalismo es el único medio para aliviar la pobreza y crear bienestar para todos. Mas la frialdad de los hechos no ha servido cambiar la tendencia anticapitalista de nuestros días. La palabrería y la demagogia de términos como "justicia social", "altruismo" o "Estado de Bienestar" han servido para que la gente odie el capitalismo.

Probablemente, el motivo de tan mala prensa sea que sus defensores se hayan centrado exclusivamente en cuestiones técnicas, desde cómo funciona el capital y los precios hasta cómo la inflación o el déficit conducen, véase el caso de Argentina, al caos económico. Pero los individuos no "compran" un sistema así si creen que es inmoral.

Al final, el marxismo ha salido victorioso, a pesar del estrepitoso fracaso de las sangrientas dictaduras comunistas, ya que ha conseguido que el anticapitalismo en su versión moderna, la antiglobalización, cale entre los más jóvenes y los medios de comunicación la elogien como paradigma del humanitarismo actual.

Lo que los defensores del capitalismo necesitan es, más que otra cosa, una filosofía que defienda el derecho de cada ser humano a buscar su felicidad, a vivir como individuos que tienen en su propia vida el valor supremo. Por amor a su propia vida se educan, trabajan e intercambian su esfuerzo por el de otros, y piden a los demás que respeten su libertad y propiedad. Ese individualismo, que únicamente requiere al Estado que proteja a la sociedad contra la delincuencia, las violaciones y el robo, es el único ideario consistente con el capitalismo.

A esta gran empresa se ha dedicado durante años Andrew Bernstein. En su nuevo libro, The Capitalist Manifesto, consigue lo que se propone: explicar que el capitalismo es el sistema de la mente, el único que permite que el hombre se desarrolle y consiga sus metas; el único que, tras batir récords en incremento de renta per capita y sanidad, ha desterrado de por vida las hambrunas y la peste.

Frente a los socialismos marxista y fascista, el autor subraya que el libre mercado ha triunfado bajo todas las perspectivas imaginables. Mientras que en los países que adoptaron la hoz y el martillo, o aquellos que pusieron la nación por encima del individuo, el miedo, la escasez y la muerte encapotaron el corazón de los hombres, el capitalismo se convirtió en la salvación del ser humano.

Como señala Bernstein, el error de los sistemas alternativos al capitalismo es que en ellos "los hombres no pueden alcanzar valores", de ahí que no puedan vivir, pues "no tienen derecho a sus creaciones". Por eso, añade, "el concepto de los derechos individuales", basamento del capitalismo, "es la condición social necesaria de una revolución intelectual, al ser garante de la libertad y la seguridad física de los hombres de la mente frente a los bárbaros que ejercen la fuerza contra sus semejantes". "Las vidas humanas –añade– requieren un sistema social cuya esencia sea la inalienable protección de la habilidad para utilizar la mente sin restricciones".

Sólo bajo un sistema como el descrito se dispara la creatividad, el progreso y la libertad, porque estos logros surgen cuando se trata al hombre como un ser racional responsable de sus actos, al que nadie le indica cómo debe dirigir su existencia.

Si, a pesar de lo que estamos comentando, aún alberga alguien ciertas dudas sobre las bondades del capitalismo, Bernstein va despejándolas una a una. Quizá la más conocida sea la de que el capitalismo explota al trabajador. Con una impecable lógica, este filósofo explica por qué no cabe argumentar tal cosa, ya que entre hombres libres sólo se producen intercambios que benefician a ambas partes. Sólo la coacción forzaría a una de las partes a aceptar lo que la otra impone; es lo que sucede, por ejemplo, cuando un ladrón roba.

Además, como apunta el autor, tampoco es posible hablar de explotación, ya que el obrero trabaja hoy menos que ayer. La paradoja de que la gente tenga que trabajar menos y, a cambio, gane más dinero se explica porque el capitalismo ha aumentado la productividad de cada hora de trabajo. De este modo, la libertad económica ha permitido que los niños no tengan que trabajar para sobrevivir.

También ha conseguido que disfrutemos de mucho más ocio, y que vivamos más años. Como muestra, un botón: en 1740 la mortalidad en Inglaterra era del 35,8%; en cambio, en 1821, y gracias al capitalismo, el porcentaje se había reducido notablemente, hasta un 21,1%. Es evidente que tal mejora del nivel de vida se ha ido incrementando exponencialmente con el paso del tiempo, ¡hasta el punto de que más de un Gobierno se esté replanteando la edad de jubilación!

Cuando se lanzan ideas de este tipo, el rechazo está garantizado. Principalmente, porque se teme que sean sueños de visionarios a lo Tomás Moro. Sin embargo, el ideario que estamos exponiendo, aun pareciendo novedoso, no lo es tanto: bebe de la Ilustración, movimiento cuyo nombre adorna la cabecera de la revista de pensamiento de este diario, La Ilustración Liberal. Gracias a aquel movimiento, que rescató la idea de la razón y de la libertad individual, fue posible que germinara la ciencia, y que genios como Edison, Bell o Franklin hicieran avanzar la sociedad a la velocidad de la luz. De hecho, buena parte de las invenciones más importantes se produjeron a partir de que estallara la Revolución Industrial. No es casual que fueran estas ideas las que convencieron a los Padres Fundadores de los Estados Unidos de la importancia de los derechos humanos. Por eso, podemos decir que lo que predica The Capitalist Manifesto funciona.

Desgraciadamente, las ideas, como todo, no permanecen eternamente, máxime cuando se acepta que el hombre puede ser sacrificado en el altar del bien común, ya sea de forma light –como en la socialdemocracia– o abruptamente –como en el comunismo o el fascismo–. Cualquier cortocircuito en un procesador apaga una máquina. De igual modo, las intervenciones en la vida de las personas, cuando no sirvan para evitar delitos, son intromisiones ilegítimas en sus derechos, lo cual conduce a una situación en la que hay que pedir permiso para actuar y perdón al triunfar. La envidia carcome el sistema, y apelando al altruismo se extingue esa luz que surge en la mente de un hombre cuando crea.

Resulta duro decirlo, pero ésta es la situación en que vivimos. Si se hubiera inventado el avión ahora, seguro que nunca hubiera volado. Algún ecologista habría dicho que alguna especie animal peligraría si los artefactos surcaran el cielo, y ni ustedes ni yo podríamos viajar rápida y cómodamente.

Pero a muchos sigue sin importarles el bienestar humano, aunque se llenen la boca de palabras altisonantes que calman a las huestes serviles. En el fondo, prefieren las tinieblas, como en la Inquisición se optaba por quemar a los herejes para hacer sentir a los creyentes que el Cielo les estaba garantizado.

Para otros, en cambio, el capitalismo es la forma de vida más humana. Ni engaña a nadie con fútiles promesas ni encadena la mente al colectivo. Simplemente, deja a uno que elija como tenga a bien.

El libro de Bernstein trata de todo esto y de mucho más, con tanta razón y pasión por la libertad que conmueve en cada una de sus páginas. Después de leerlo, uno se siente más libre, aun cuando sepa que la libertad debe conquistarse cada día, como sucede con el amor.

http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276231010

No hay comentarios.: