diciembre 31, 2007

Destrucción creativa y justicia social

por Andrés Mejía-Vergnaud


De todas las cosas que se han dicho sobre el capitalismo, las más penetrantes, las que con mayor agudeza han capturado su elemento fundamental, no son aquellas que se concentran sobre las estructuras mismas del sistema y que intentan describirlas, sino las que observan y reconocen que lo verdaderamente importante es el modo en que tales estructuras cambian. El cambio es la característica central del capitalismo. Si quisiéramos entender a plenitud el sistema capitalista, mal haríamos en darle una mirada estática: lo que debemos tratar de comprender es el modo en el cual las estructuras del capitalismo cambian, se transforman, se adaptan, evolucionan, mutan, dejan atrás lo anticuado y dan origen a lo nuevo.

Curiosamente, en un mundo como el nuestro, en el cual el capitalismo ha sido durante doscientos años un protagonista primordial de la vida en sociedad, no son muchos los pensadores que han notado esta característica.

Marx dictó para el capitalismo un acta de defunción prematura, porque tenía una visión errónea de muchos aspectos de este, y del modo en que la historia evoluciona. Sin embargo, comprendió con envidiable precisión el aspecto dinámico del capitalismo. De manera casi dramática, en el Manifiesto Comunista, escrito junto con F. Engels, Marx explica que el capitalismo es en sí mismo una permanente revolución: una revolución de la producción que, como veremos más adelante, tiene gigantescas consecuencias sociales.

Otro de los pensadores que captó con claridad este aspecto fue el austriaco Joseph A. Schumpeter, excéntrico, personaje casi de novela, a quien debemos la genial expresión “destrucción creativa”. En su libro “Capitalismo, socialismo y democracia”, Schumpeter reprende a los teóricos de la economía por ignorar, en sus modelos, el carácter dinámico del capitalismo, ese “vendaval perenne”, que va constantemente destruyendo lo antiguo y creando lo nuevo en un mismo proceso interminable.

Algunas consecuencias de ese carácter dinámico pueden resultar obvias, como por ejemplo la innovación en productos, los avances tecnológicos, la creación de nuevas formas de producción, etc. Pero hay otro aspecto de este “vendaval perenne” que generalmente es ignorado, en especial por aquellos que tienen, como pasatiempo predilecto, lamentarse en superficiales letanías sobre las presuntas injusticias del capitalismo: de todos los sistemas de organización social que conocemos, el capitalismo es el único que se basa en la idea de movilidad, y que hace imposible la existencia de estructuras sociales rígidas e inmodificables.

En todos los demás sistemas sociales, incluso en aquellos supuestamente preferibles al capitalismo, las estructuras de la sociedad tienen un carácter férreo y estratificado, y dentro de ellas es prácticamente imposible moverse. En las sociedades feudales anteriores al capitalismo, por ejemplo, la posición de una persona o una familia en la sociedad estaba determinada a perpetuidad desde el nacimiento, con muy pocas excepciones. En las sociedades comunistas, la posición social dependía de planes centralizados, y aunque había ciertas posibilidades de movilidad, el éxito en estas solía depender de la habilidad política, y de las decisiones providenciales de ciertos funcionarios.

La destrucción creativa que ocurre en el capitalismo, como bien entendió Marx, hace que las estructuras sociales tengan una existencia siempre provisional. En estas estructuras hay diversos niveles de riqueza e ingreso, claro está, y en ocasiones hay grandes desigualdades entre dichos niveles. Pero esos niveles no están determinados por factores inmodificables, como la nobleza de la sangre, o los planes centralizados de los burócratas. En las sociedades capitalistas suele haber un gran nivel de movilidad. Esto no sólo significa que algunos pocos pueden convertirse en multimillonarios: significa que miles tienen una esperanza tangible de mejorar su situación; significa que nadie está atrapado para siempre en la capa social a la que pertenece. Es posible progresar sin esperar una dispensa del rey, o un favor de parte de un funcionario del partido. Es, en verdad, una condición bastante apreciable de justicia social.

No es posible ignorar que hay factores que pueden facilitar o dificultar esta movilidad, como el acceso a educación y salud. Mientras mayor sea el disfrute de estas dos condiciones, será más fácil aprovechar el ámbito de movilidad de una sociedad libre. Y, de hecho, hay comunidades en las cuales la situación al respecto es tan precaria, que incluso si en ellas hubiera libertad total de movimiento, no sería posible valerse de ella. Pero aquí puede encontrarse otra de las grandes virtudes del capitalismo: nadie niega que el capitalismo tiene zonas oscuras y áreas tenebrosas, pero, de todos los sistemas conocidos, es el que con mayor facilidad permite detectar sus propios problemas y solucionarlos dentro del sistema mismo.


Andrés Mejía Vergnaud es Director ejecutivo del Instituto Libertad y Progreso (ILP) en Bogotá.

Este artículo fue publicado originalmente en Dinero.com (Colombia).
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Source URL:
http://www.elcato.org/node/2984

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si entendemos justicia como dar a cada individuo lo que le corresponde según sus acciones, entonces llegamos a la conclusión de que Justicia Social son dos términos tan contradictorios como Política Productiva.