El socialismo desconfía del éxito individual producto del esfuerzo porque una sociedad basada en la jerarquía, el mérito, el riesgo personal y el emprendimiento propio o empresa propia (que así es como los economistas austriacos llaman a la capacidad de todo ser humano para encontrar la forma de satisfacer necesidades ajenas y obtener un beneficio) jamás sería socialista. Para implantar su modelo de sociedad, la izquierda necesita corromper a quienes tienen éxito fuera de la jurisdicción estatal o, si no se dejan, ningunearlos, anularlos civilmente a base de declararlos enemigos de la sociedad.
El modelo social que promueve la izquierda penaliza la creatividad del individuo dispuesto a correr riesgos con la esperanza de obtener un beneficio. El triunfador es descalificado, y a los que crean riqueza a fuerza de talento y esfuerzo se les acusa de explotar a los demás. El socialismo es el gobierno de los mediocres y los resentidos. La mezquindad es la condición moral inevitable de todo el que quiera medrar con éxito en el amparo de la izquierda. El hombre que se hace a sí mismo, que lucha por superar las adversidades de la vida sin apelar a una supuesta injusticia social sino empleando a fondo su talento, que hace del esfuerzo y la disciplina los ejes de su conducta, que utiliza su cerebro de forma creativa para buscar oportunidades de negocio y tiene el arrojo de comprometer su patrimonio para llevar a cabo sus ideas, jamás tendrá cabida en una sociedad regida por los arbitrios ideológicos de la izquierda.
El socialismo verá siempre a estos individuos como una amenaza por su capacidad de convertirse en modelos para los demás. De ahí que cuando aparece un triunfador que todo lo ha ganado por sí mismo la principal preocupación de los políticos de la izquierda sea neutralizarlo civilmente acusándole de los más graves delitos antisociales. En su obstinada empresa, ni siquiera reparan en que su defensa contra ese victorioso representante de la libertad individual revela los vicios sobre los que se sustenta su propia mentalidad.
Le machacan que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos y por haber ganado en su empresa, los dirigentes socialistas revelan que su proyecto político consiste en incautarse de una cantidad cada vez mayor de la riqueza ajena para subvencionar a los lobbies organizados que les apoyan y a una sociedad conformada por parásitos que prefieren las migajas que les arroja el Estado antes que tener la posibilidad alcanzar el éxito mediante el esfuerzo y talento propio.
El socialismo apela a las pasiones más bajas del ser humano para legitimar su proyecto político. Así ha sido a lo largo de la historia y así continua siendo La envidia es la base del igualitarismo pregonado por la izquierda. Si no se ceba a aquélla, éste no arraiga.
A los envidiosos se les ensalza como personas de elevada moralidad que quieren acabar con la desigualdad, que es precisamente lo que nos distingue como seres humanos libres, pues el único modelo social igualitario es el basado en la esclavitud, donde todos los individuos aspiran únicamente a sobrevivir en perfecta situación de igualdad con el prójimo. Los que defendemos la libertad del ser humano para labrar nuestro propio futuro somos tachados de peligrosos individualistas y antisociales. En una sociedad libre la única igualdad exigible es la de todos los ciudadanos ante la ley; ahora bien, éste es precisamente el único igualitarismo que rechazan los socialistas.
El modelo social que promueve la izquierda penaliza la creatividad del individuo dispuesto a correr riesgos con la esperanza de obtener un beneficio. El triunfador es descalificado, y a los que crean riqueza a fuerza de talento y esfuerzo se les acusa de explotar a los demás. El socialismo es el gobierno de los mediocres y los resentidos. La mezquindad es la condición moral inevitable de todo el que quiera medrar con éxito en el amparo de la izquierda. El hombre que se hace a sí mismo, que lucha por superar las adversidades de la vida sin apelar a una supuesta injusticia social sino empleando a fondo su talento, que hace del esfuerzo y la disciplina los ejes de su conducta, que utiliza su cerebro de forma creativa para buscar oportunidades de negocio y tiene el arrojo de comprometer su patrimonio para llevar a cabo sus ideas, jamás tendrá cabida en una sociedad regida por los arbitrios ideológicos de la izquierda.
El socialismo verá siempre a estos individuos como una amenaza por su capacidad de convertirse en modelos para los demás. De ahí que cuando aparece un triunfador que todo lo ha ganado por sí mismo la principal preocupación de los políticos de la izquierda sea neutralizarlo civilmente acusándole de los más graves delitos antisociales. En su obstinada empresa, ni siquiera reparan en que su defensa contra ese victorioso representante de la libertad individual revela los vicios sobre los que se sustenta su propia mentalidad.
Le machacan que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos y por haber ganado en su empresa, los dirigentes socialistas revelan que su proyecto político consiste en incautarse de una cantidad cada vez mayor de la riqueza ajena para subvencionar a los lobbies organizados que les apoyan y a una sociedad conformada por parásitos que prefieren las migajas que les arroja el Estado antes que tener la posibilidad alcanzar el éxito mediante el esfuerzo y talento propio.
El socialismo apela a las pasiones más bajas del ser humano para legitimar su proyecto político. Así ha sido a lo largo de la historia y así continua siendo La envidia es la base del igualitarismo pregonado por la izquierda. Si no se ceba a aquélla, éste no arraiga.
A los envidiosos se les ensalza como personas de elevada moralidad que quieren acabar con la desigualdad, que es precisamente lo que nos distingue como seres humanos libres, pues el único modelo social igualitario es el basado en la esclavitud, donde todos los individuos aspiran únicamente a sobrevivir en perfecta situación de igualdad con el prójimo. Los que defendemos la libertad del ser humano para labrar nuestro propio futuro somos tachados de peligrosos individualistas y antisociales. En una sociedad libre la única igualdad exigible es la de todos los ciudadanos ante la ley; ahora bien, éste es precisamente el único igualitarismo que rechazan los socialistas.
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