En las democracias estatistas y antiliberales de América Latina, la explotación que padecen los pueblos a manos de la clase política muestra que el gobierno del gran ladrón y de las bandas de maleantes sigue vigente después de miles de años. Algunos dictadores han sido más favorables al desarrollo que los gobernantes democráticos. Por eso no es extraño que los desilusionados de la democracia sientan añoranza por la dictadura.
Por Porfirio Cristaldo Ayala
Por Porfirio Cristaldo Ayala
La muerte de Alfredo Stroessner causó pesar a muchos paraguayos. ¿Por qué un pueblo que vive en democracia siente afecto por un dictador que los oprimió, robó y torturó durante 35 años? La democracia estatista que surgió luego de la caída de la dictadura empobreció y hundió en la inseguridad al país y decepcionó a la gente. Para entender esta paradoja quizás sea útil recordar el origen de los gobiernos como ejércitos invasores o bandas de asaltantes que saqueaban los poblados.
Desde el comienzo de la civilización siempre ha habido parásitos que utilizando la fuerza viven a expensas de las mayorías. Los invasores victoriosos o “gran ladrón” en lugar de saquear y matar a los pueblos vencidos en ocasiones se establecían, se volvían gobiernos y los despojaban con impuestos. Pero vivir oprimidos por un gran ladrón es a veces mejor que estar a expensas de bandas de asaltantes o muchos “pequeños ladrones”.
Un dictador o “gran ladrón”, interesado en gobernar un territorio durante muchos años suele preocuparse del bienestar de sus súbditos, ya que cuanto más prósperos son más rentas y riquezas puede quitarles. En cambio, los asaltantes errabundos o “pequeños ladrones” a menudo solo tratan de robar a la gente lo más posible, con celeridad, para luego escapar, como hacen hoy algunos gobernantes “democráticos”.
En las democracias estatistas y antiliberales de América Latina, la explotación que padecen los pueblos a manos de la clase política muestra que el gobierno del gran ladrón y de las bandas de maleantes sigue vigente después de miles de años. Algunos dictadores han sido más favorables al desarrollo que los gobernantes democráticos. Por eso no es extraño que los desilusionados de la democracia sientan añoranza por la dictadura. Una historia parecida se vivió en las colonias europeas de Africa al independizarse en los años 1960.
El dictador o gran ladrón, como Stroessner, es consciente de la necesidad de aplicar políticas de largo plazo como frugalidad fiscal, disciplina monetaria y sólida defensa de la propiedad privada, con el fin de alentar el crecimiento económico y la estabilidad y asegurar la permanencia de sus gobiernos. Un ejemplo fueron las reformas de Pinochet en Chile. Otros dictadores, como Castro, prefirieron consolidarse imponiendo a sus pueblos el socialismo y la igualdad en la pobreza.
La falta de gobernabilidad del último cuarto de siglo de varios gobiernos democráticos que asumieron con poco más de un tercio de los votos y sin mayoría parlamentaria impidieron el avance hacia una democracia liberal, debilitaron el estado de derecho y alentaron políticas populistas de corto plazo probadamente fracasadas, como los monopolios, proteccionismo, redistribución y las expropiaciones arbitrarias en los gobiernos de Chávez, Lula, Kirchner, Duarte Frutos y Morales.
En el estatismo, los gobernantes democráticos, si bien tienen en el Estado un enorme botín, su poder para robar se encuentra notablemente disminuido por la competencia y la disgregación de las fuerzas políticas, al igual que las bandas de asaltantes de tiempos primitivos. Ello les impidió enfrentar la multiplicación de reclamos sociales que promueve el populismo con la aplicación de reformas económicas liberales. Pero lo peor, el debilitamiento del poder político “democratizó” la corrupción en el gobierno.
Los dictadores como Stroessner manejaban celosamente los hilos de la corrupción, asignando a cada jefe militar, ministro, amigo, amante, un “nicho” en donde robar, con franquicias, dólares al cambio oficial, cargos en aduanas o contrataciones y compras del Estado. Los que malversaban por cuenta propia, sin el beneplácito “superior” eran severamente castigados.
La tragedia del estatismo es no solo haber sembrado medidas populistas fracasadas, sino haber desatado una carrera por robar todo en el menor tiempo, como bandas de asaltantes nómadas, arruinando la valoración de la gente por la democracia. La solución a esta desgracia no es volver a la dictadura o al socialismo, sino avanzar a la democracia capitalista, sustentada en las libertades individuales, gobiernos limitados y mercados libres.
Fuente: http://www.aipenet.net/ http://www.diariodeamerica.com/
Porfirio Cristaldo Ayala, paraguayo, es ingeniero eléctrico y consultor de sistemas de energía eléctrica. Es graduado de la Universidad de Pensilvania, en Filadelfia, EE.UU. Es presidente del Foro Libertario, editorialista y columnista del diario ABC Color de Asunción y miembro de la Sociedad Mont Pèlerin.
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