Por Bjorn Lomborg
En el año 1998 saltaron todas las alarmas en el ecologismo mundial. Esta vez, no se trataba de las fingidas y apocalípticas exageraciones sobre las consecuencias que el calentamiento global causaría en el medio ambiente; ni tampoco de los supuestos trastornos que nos ocasionarían los cultivos transgénicos; ni siquiera de los peligros del DDT. Esta vez la alarma era real y gravísima. Era de tal magnitud que ponía en peligro todo “el sistema” que tantos años les había costado construir e incluso podría provocar, a largo plazo, la destrucción del Planeta Tierra. Todos los lobbies ecologistas del mundo unificaron criterios, como si de defenderse de una invasión extraterrestre se tratara, para atajar el problema antes de que pudiera empeorar. No tuvieron éxito y el “problema”, que surgió en Dinamarca y fue bautizado como “Verdens Sande Tilstand”, siguió extendiéndose. En el año 2001 ya se había convertido en un problema mundial denominado “The skeptical environmentalist”. Por suerte para nuestra galopante angustia hispana, en el año 2003 llegó a nuestro país y pudimos comprobar que lo que traía de cabeza al mundo ecologista, lo que llenó páginas y páginas de medios de comunicación y de revistas “científicas” era un libro titulado, ahora sí en español, “El ecologista escéptico”1. ¡Sí, un libro! Todo el problema era un libro escrito por un insignificante profesor de estadística de una universidad danesa llamado Bjorn Lomborg.¿Y qué tenía este libro para que pusiera en pie de guerra a todos los ecologistas del mundo, para que le causara a su autor tantas descalificaciones, tantos intentos de desprestigiarle en lo personal y en lo profesional e incluso hasta una agresión física?En primer lugar, este libro contradice los argumentos de los ecologistas. Es una refutación total de esa auténtica “religión” en la que se ha convertido el ecologismo en los países occidentales, cada vez más vacíos de los valores tradicionales que procedían de nuestra secular cultura cristiana y cada vez más invadidos por valores “progresistas” y “modernos” —como la multiculturalidad, el laicismo radical, el ecologismo y el relativismo—. Se trata de construir, una vez más, “hombres nuevos” mediante “valores nuevos” que por supuesto no hemos elegido sino que determinados grupos de interés, —los ingenieros de almas de siempre— se encargan de decidir por nosotros. Grupos que nos dicen lo que tenemos que pensar, cómo tenemos que actuar, lo que podemos hacer y lo que no, y que por lo tanto están configurando una nueva cosmovisión. Este totalitarismo de nuevo cuño demostró, con su actitud ante el libro de Lomborg, que será implacable con los disidentes, demostró al fin y al cabo que no nos deja libertad para elegir. El ecologismo, que poco tiene que ver con la ecología y mucho con la recaudación de billonarias cantidades de dinero público, es obligatorio.En segundo lugar, la dificultad que tienen los ecologistas para contrarrestar a Lomborg es muy simple, no pueden acusarle, como hacen habitualmente este tipo de grupos, de neoconservador o neoliberal porque sencillamente es cuña de su misma madera. Además, resulta extremadamente convincente y honesto al contarnos que su intención inicial era refutar los argumentos antiecologistas y “negacionistas” de los problemas medioambientales, que había leído en un artículo del gran economista liberal Julian Simon. Para lo que se dispuso, en trabajo conjunto con sus alumnos, a encontrar todos los datos estadísticos —era su especialidad— que demostraran la rotunda realidad del deterioro del planeta. La honradez intelectual del profesor se demuestra en que, lejos de dejarse llevar por sus creencias previas, asumió los datos que resultaron ser completamente contrarios a lo que esperaba encontrarse. Y fue con esos datos con los que planteó, humildemente, grandes dudas e interesantes contradicciones en el libro “maldito”. Datos que pusieron en un brete a los grupos ecologistas y sus ridículos argumentos de película de terror de serie B, como el de la desaparición de las playas por el deshielo de los polos y otros muchos.Ahora ya tenemos más claro lo que provocó la polémica, pero si leemos lo que decía en el año 1989 Stephen Schneider —uno de los más convencidos de la teoría del calentamiento global— en una de las revistas si no seudocientífica, al menos científica a tiempo parcial y poco honesta, lo tendremos todavía más claro: “Nosotros no somos sólo científicos sino seres humanos también. Y como a la mayoría de la gente nos gustaría que el mundo fuera un lugar mejor. Para hacerlo, necesitamos conseguir un apoyo sólido, para entusiasmar a la opinión pública. Eso, por supuesto, implica conseguir una gran cobertura en los medios de comunicación. Así que tenemos que ofrecer perspectivas de terror, hacer simplificaciones, afirmaciones dramáticas, y hacer poca mención de las dudas que podamos tener… Cada uno de nosotros tiene que decidir cual es el equilibrio correcto entre ser efectivo y ser honesto.” En una cosa nos engañó Schneider, nadie tenía que decidir su equilibrio personal porque ya lo habían decidido ellos por todos nosotros, una vez más el fin justificaba los medios, había que ser deshonesto para ser efectivo. Y el que no lo fuera sería quemado en la hoguera de esta nueva inquisición ideológica, que mediante la retórica abandera el diálogo y mediante los hechos demuestra que no acepta la discrepancia.Pero conozcamos un poco mejor a Bjorn Lomborg, según él mismo nos relata: Soy danés, de izquierdas, vegetariano, ex-miembro de Greenpeace; y creía en la letanía de nuestro medio ambiente en permanente deterioro. Ya saben, el catastrofista mensaje repetido por los medios de comunicación, como cuando la revista “Time” nos dice que “todo el mundo sabe que el planeta está muy mal”. Estamos dañando la Tierra, se nos dice. Nuestros recursos se están agotando. Nuestro aire y agua están más y más contaminados. Las especies del planeta están extinguiéndose, estamos lapidando la naturaleza, diezmando la biosfera.El problema es que esta letanía no parece estar respaldada por hechos. Cuando empecé a comprobarlo con los datos de fuentes solventes —la ONU, el Banco Mundial, la OCDE, etc.— emergió una imagen diferente. No estamos agotando la energía o los recursos naturales. Hay incluso más comida, y muere por hambre menos gente. En 1900, la esperanza media de vida era de 30 años; hoy es de 67. En los últimos cincuenta años hemos reducido la pobreza más que en los quinientos anteriores. La contaminación del aire en el mundo industrializado ha disminuido —en Londres el aire nunca ha estado más limpio desde la edad media—.Esta información tiene que llegar a una audiencia más amplia, porque afecta a nuestras prioridades básicas. Si somos presa de amenazas de poca importancia y gastamos una desproporcionada parte de nuestros recursos en ello, nos quedarán menos recursos para otros temas.En los años posteriores a la publicación del libro, Lomborg se ha centrado en el desarrollo de una idea que le atormentaba, el aprovechamiento de los recursos financieros. Para ello creó el Copenhagen Consensus Center, una institución cuyo reciente logro ha sido organizar una reunión en la ONU, con la presencia de representantes de treinta países, algunos tan importantes como el Reino Unido, Canadá, Alemania, Chile, Australia, China, India y EEUU, en la que el objetivo era establecer una prioridad en el uso de los escasos recursos disponibles para la lucha contra los desafíos globales actuales. El consenso fue que las enfermedades contagiosas, la sanidad, el agua, la malnutrición, el hambre y la educación, eran todas ellas más prioritarias que la lucha contra el cambio climático.Quede claro que Lomborg no es un liberal, pues aún estando en contra de la urgencia y la gravedad esgrimida por los ecologistas y con ellos por personajes tan relevantes como el Primer Ministro británico, asume ese inmenso gasto público y esa necesaria intervención de los gobiernos para solucionar los problemas alternativos y prioritarios que plantea. Pero sin embargo Lomborg ha sido el causante de abrir el debate, de que se puedan cuestionar las “verdades” ecologistas, de revolucionar el mundo medioambiental. Sus propuestas, que como digo no son liberales, no empañan la honradez intelectual de este danés. No es liberal pero cuando descubrió la verdad y la difundió, ésta le hizo libre.Sin embargo, en España todavía no somos libres. No lo somos porque aún no se ha abierto el debate público, porque no hay lugar para la crítica, porque se ha situado a los ecologistas en lo políticamente correcto, incluso en el ámbito de lo ético. El ecologismo —vean que no exagero— ya se promociona desde los libros de texto de educación secundaria en los que figura como proyecto ético: “En este campo temático hay que analizar el significado ético, jurídico y político de la democracia como espacio de la vida moral, que posibilite y enmarque la realización pública de proyectos éticos tales como el pacifismo, el ecologismo, el feminismo, etc.” A diferencia de los países anglosajones, en materia medioambiental en España sólo existe el mensaje único de la izquierda mientras la derecha acomplejada no se atreve ni siquiera a discrepar. De esta última hay que señalar la excepción de una pequeña parte liberal. Es por ello que en España tenemos grandes problemas para establecer diferencias entre las actitudes respetuosas con el medio ambiente de la gran mayoría de los ciudadanos y los ecologistas profesionales, ya sean políticos o militantes de esos grandes lobbies como Greenpeace, que tienen otros intereses bien distintos. La mayoría de personas de bien son “ecologistas”, se preocupan por la naturaleza, por la escasez del agua, por el exceso de contaminación, sin embargo esto no quiere decir que estén de acuerdo con las soluciones o coincidan con los planteamientos de los grupos ecologistas que bien poco tienen que ver con las preocupaciones de los ciudadanos, salvo en el nombre y en la apariencia.Curiosamente y a pesar de que la mayoría de los ciudadanos, ya sean de izquierdas o de derechas, simpatice con el ecologismo, éste está invadido totalmente por la izquierda. Tanto los partidos verdes como los grupos ecologistas están dominados por la izquierda, pero además por una izquierda bastante radical. Una vez más, hábilmente, la izquierda ha hecho propio un movimiento estimado por el público en general y lo ha orientando hacia su manera de ver la vida, el colectivismo, el intervencionismo, el socialismo al fin y al cabo. Los problemas medioambientales se solucionan según los ecologistas con más planificación (Kyoto) y con más dinero público (que por supuesto gestionan ellos), y siempre bajo el paraguas de esa, cuando menos discutible, organización donde todos los dictadores y truhanes del mundo tienen cabida, la ONU. Algunos creíamos que el socialismo real había terminado con la caída del muro de Berlín y con la posterior descomposición de la Unión Soviética, que sólo quedaban los restos del naufragio, para ejemplo de todos, en Cuba o en Corea del Norte, pero estábamos equivocados. El socialismo real estuvo una larga década sin recuperarse, sí, pero ha vuelto con fuerza utilizando banderas populistas como el ecologismo para dominarnos, para dirigirnos, para decirnos una vez más lo que tenemos que hacer, cómo tenemos que pensar, y todo ello, presuntamente, por nuestro bien o en este caso por el bien del planeta. Sólo les ha faltado un pequeño detalle demostrar científicamente sus conclusiones y convencernos de que con sus billonarias planificaciones no vamos a terminar de nuevo como ese “pueblo” en el nombre del que actuaban y al que prometían igualdad, justicia social… y al que sólo proporcionaron una total ausencia de libertad en medio de la miseria, hambrunas generalizadas y muerte.Aunque muchos no lo sepan, este ecologismo radical y pseudocientífico ha producido ya muchas muertes. Con la prohibición del DDT en el año 1972, tras las denuncias ecologistas de Raquel Carlson (nunca demostradas y refutadas en el año 2000 por la OMS), la malaria, que estaba controlada, volvió a propagarse y causó entre uno y dos millones de muertes al año en el Tercer Mundo. Las cifras son claras, entre treinta y sesenta millones de muertes causadas por la malaria, gracias a una frivolidad ecologista, la de defender a los pájaros de la supuesta lluvia ácida producida por el DDT. Sólo es un ejemplo de los problemas que pueden causar las medidas poco meditadas y erróneas. Pero un ejemplo que tiene que hacernos reflexionar, y que tiene que llevarnos a no aceptar sin más lo que nos digan los políticos o los grupos ecologistas, que además tienen sus propios intereses. Debemos ser críticos, debemos ejercer la crítica para controlar al poder público y a los poderosos lobbies ecologistas, porque de lo contrario intentarán quitarnos nuestra capacidad de elección, nuestra libertad de opinión, como ya intentaron de mil maneras con Bjorn Lomborg.En España, como he dicho antes, ya está el ecologismo situado en la obligatoriedad moral de lo políticamente correcto. ¡Ay! Como se le ocurra a alguien decir algo contra los ecologistas o sus propuestas-exigencias. Pero como les he contado en este capítulo, los beneficios para el planeta y para nuestras vidas en caso de llevarse a cabo sus reclamaciones son, como mínimo, más que dudosos y siempre situados en el impredecible futuro. Sin embargo su particular cosmovisión y muchos de los objetivos que ya han conseguido están perjudicando al hombre, de eso no hay ninguna duda, lo han hecho en el pasado, recuerden la malaria, lo están haciendo en el presente y si les dejamos lo harán en el futuro. A continuación les cito algunos ejemplos:La moratoria nuclear, de la que todos los españoles tendremos tiempo de arrepentirnos en un futuro muy cercano, dados los problemas de capacidad de producción y de distribución de energía eléctrica que ya padecemos. Precisamente en los días que escribo este capítulo se encuentra desesperada la Unión Europea buscando una solución a los boicots energéticos de algunas ex-repúblicas soviéticas. Curiosamente la única solución que han encontrado, inventada hace ya mucho tiempo, es potenciar la energía nuclear, porque si seguimos haciendo caso a los ecologistas, cerrando las centrales nucleares y llenando los montes de “molinillos” acabaremos sin dinero e iluminándonos con velas. Las energías alternativas, como a nadie se le oculta, malgastan el dinero público —aunque son empresas privadas las que invierten, nunca lo harían si no fuera un sector totalmente subvencionado—, y son insostenibles dado su elevado precio y su baja productividad.El Protocolo de Kyoto no es más que un nuevo intento de planificación de la economía a nivel mundial, que sólo provocará el aumento de la pobreza y el hambre. Curiosamente los gobernantes españoles corrieron a firmarlo, a pesar de que ya a nadie se le oculte, tras el fracaso y hundimiento de todos los regímenes comunistas, lo que llevan consigo las economías socialistas. Si se sigue adelante con el protocolo, cosa dudosa, lo pagarán las empresas españolas, o sea, lo pagaremos los españoles.La derogación del trasvase del Ebro, deja a los ciudadanos del Levante español en una situación desesperada para los próximos años. Pero además, según los ecologistas, deben alegrarse por haber “salvado” a la garza pequeña y al chorlitejo patinegro del Delta del Ebro.Los cultivos transgénicos, tan denostados por los ecologistas, incrementan el rendimiento de las cosechas al mejorar la resistencia a los factores negativos del clima, aumentando además las posibles zonas de explotación al extenderse a zonas actualmente improductivas como las desérticas. Esto que podría ser la solución para las zonas con escasez de agua de España, pero sobre todo fundamental para acabar con la escasez de alimentos en los países del Tercer Mundo, no es aceptado por los ecologistas. Greenpeace “reitera una vez más que el gobierno español debe cambiar drásticamente su política de transgénicos y prohibir el cultivo en España, porque no se dan ni existen las condiciones para garantizar que estos cultivos no tengan efectos negativos sobre el medio ambiente y la salud”.El Proyecto Gran Simio, mediante el que algunos grupos políticos, como el socialista, piden para los chimpancés, gorilas y orangutanes “la protección moral y legal de la que, actualmente, sólo gozan los seres humanos”. “Como no serán capaces de defender sus propios derechos, deben ser salvaguardados por la sociedad, como se salvaguardan los intereses de los menores de edad y de los discapacitados mentales de nuestra propia especie”. Este tipo de argumentos, en realidad, no están centrados en beneficiar a los animales sino en degradar la dignidad humana, buscando igualar a los hombres con los animales. Pero es que para el ecologismo es fundamental situar a la naturaleza por encima de la humanidad, idolatrar a la naturaleza como el objeto de culto de un nuevo paganismo. Carl Armey, miembro del Partido de los Verdes alemán, ha declarado que "nosotros, los verdes, aspiramos a un modelo cultural en el que la matanza de un bosque sea considerada más condenable y más criminal que la venta de un niño de seis años a la prostitución asiática".A pesar de todo lo anterior, los medios de comunicación en España, ya han comenzado a manipular nuestras mentes, a lanzar mensajes que están en la línea ecologista de impresionar al público con mensajes catastrofistas para que aceptemos todas sus descabelladas propuestas. Vean cómo los periódicos cada cierto tiempo nos bombardean en sus titulares con las dramáticas consecuencias del cambio climático que les remiten los ecologistas, dándolas por buenas y sin un ápice de crítica: “El cambio climático provocará en las playas españolas un retroceso de entre 20 y 70 metros para 2050”. En los periódicos locales para tener un mensaje más efectivo se han dedicado a concretar las zonas de la siguiente manera: “El cambio climático hará desaparecer el 70% de las playas guipuzcoanas”. “El cambio climático pondrá en peligro la playa de Salinas y afectará a los sistemas de dunas de El Espartal, Bayas y Xagó”. “Las playas canarias retrocederán hasta 50 metros por el cambio climático”. “El 40% de las playas del Cantábrico podrían desaparecer”. “Los deltas del Ebro y Llobregat en peligro”. La Manga del Mar Menor, Doñana…, podría seguir y no acabar.Desde el poder público también están en campaña para orientar nuestras ideas hacia sus oscuros intereses. Cristina Narbona, Ministra de Medio Ambiente, anuncia “efectos desastrosos para España en este siglo por el cambio climático. Podrían desaparecer playas enteras en España”. En lugar de llevar a cabo las políticas necesarias para resolver los problemas de sequía que tenemos en muchas zonas de España se dedica a hacer de palmera de los grupos ecologistas. En el caso del presidente Zapatero, además intenta que nos olvidemos de otras. En una cumbre internacional en Montevideo dijo: “El calentamiento global ha producido ya más víctimas que el terrorismo”. Yo le añadiría que también los accidentes de tráfico, pero como dicen los castizos ¿qué tiene que ver el culo con las témporas o el tocino con la velocidad? La triste realidad es que ese fenómeno que se da por supuesto, el calentamiento global, ni siquiera está probado científicamente. Los mismos propagandistas del “global warming” cuando las circunstancias no les son propicias —durante las grandes nevadas, por citar un ejemplo— le cambian el nombre y lo sustituyen por “el cambio climático”, para evitar que a alguien se le encienda la bombilla y pueda ser crítico. Si unimos esta falta de demostración científica, a lo ocurrido en décadas anteriores cuando se nos dijo que estábamos entrando en una nueva glaciación causada por la contaminación, o la ridícula teoría de la bomba poblacional, que terminaría con los recursos de la Tierra por lo que millones de personas morirían de hambre, nos lleva a dudar no sólo de las tesis ecologistas sino también a reflexionar sobre quién estará detrás de este movimiento y cuales serán sus verdaderas pretensiones.En España, —y en el resto del mundo occidental tres cuartos de lo mismo— una vez más nos están vendiendo una burra coja, como nos vendieron la utopía comunista, en este caso se trata de la utopía ecologista ¡pero es que resulta que son los mismos vendedores! El verdadero objetivo es claro: acabar con el liberalismo económico, con la globalización, ellos lo llamarían el “capitalismo salvaje” que en realidad es el causante del verdadero progreso de la humanidad en libertad, y volver al Socialismo, a la planificación, al intervencionismo del Estado en todos los ámbitos de la vida del individuo, que está íntimamente ligado al totalitarismo, al retroceso de la libertad del hombre y a la igualdad, pero a la igualdad en la pobreza. Del análisis de sus objetivos tenemos que concluir que detrás de este movimiento, como de muchos otros actualmente en pleno apogeo, no están otros sino los supervivientes de la caída del Muro, una vez reorganizados y reciclados para engañar de nuevo a la sociedad moderna, toda vez que sus antiguas diatribas están desechadas.El mensaje es burdo pero está ahí. Nos lo simplifica perfectamente Judi Barri, miembro de una organización, aparentemente ecologista, EarthFirst! (¡La Tierra primero!):"Creo que si no derrotamos al capitalismo, no tendremos opción de salvar el mundo ecológicamente" "Creo que es posible tener una sociedad ecológica bajo el socialismo, no bajo el capitalismo" Esto es lo que cree Judi Barri, yo sin embargo creo que con este artículo ha quedado bastante claro qué es el ecologismo y a quién representa. Pues eso...
Escrito por J.S.M. para Rebelión digital el 18 de febrero de 2007
1 Lea artículos de la prensa extranjera, traducidos por Rebelión digital, relacionados con Bjorn Lomborg o con el ecologismo en el siguiente enlace:http://prensaextranjera.rebeliondigital.es
2 Vea un interesantísimo video-documental titulado "La gran estafa del calentamiento global" en el siguiente enlace: http://www.rebeliondigital.es/prensaextranjera/La_gran_estafa_del_Calentamiento_Global