julio 06, 2007

Sociedad y dirigencia: saldando cuentas.


Por Gabriela Pousá

Mientras la victoria engendra hijos pródigos de toda clase, los derrotados comienzan a buscar culpables y a recibir los pases de facturas de aquellos a los que traicionaron.



Tras las derrotas electorales sufridas por el oficialismo el domingo 24 de junio en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en Tierra del Fuego, se inició una suerte de debate acerca del tenor del cambio que experimenta la Argentina. Dos traspiés para el Gobierno en un mismo día desataron una especie de exitismo entre quienes desde hace rato no comulgan con el modus operandi que caracteriza al Ejecutivo. La oposición, aún desarticulada y sin rumbo fijo, salió de la madriguera buscando su tutor. Esta claro que, en la victoria, la política encuentra hijos pródigos de todo tipo, tamaño y color. Los argentinos que supieron advertir la falta de gestión y el afán hegemónico del Gobierno posiblemente estén lejos de conformar una “derecha”, como suelen decir algunos funcionarios y periodistas. Hay una necesidad de cambio que no busca siquiera unificarse ideológicamente. De allí que, del mismo modo en que se celebró el triunfo del PRO en Buenos Aires, se festejó el triunfo del ARI en el sur. La misma gente se alegró con dos alternativas distintas que vencieron la preeminencia de un pensamiento único impuesto desde Balcarce 50. Analizar si los porteños son de derecha y los sureños de izquierda no tiene demasiado asidero. La argentina es una sociedad volátil, más acostumbrada a los divorcios políticos que a la promesa de amor eterno con la dirigencia. Y, en definitiva, lo que se ha votado en los últimos comicios, más allá de las ideas y propuestas, ha sido un cambio. Sin eufemismos. Pero, quizás, más interesante todavía es observar que, simultáneamente con este debate, se entabló una polémica peculiar dentro mismo de los despachos contiguos al del presidente. Si la ciudadanía comienza a darse vuelta es necesario que caiga alguna cabeza, sostienen algunos ministros enfrascados en derribar al Jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Otros prefieren seguir con la obsecuencia e imitar la conducta del Jefe de Estado, para quien no existen los fracasos, sino analistas políticos con esquizofrenia empeñados en que pierda. Lo cierto es que las cabezas no van a rodar puesto que eso significaría asumir la derrota y está claro que no es ésa la intención presidencial. Hoy, la obsesión del primer mandatario es “secar” la noticia, es decir, que no sigan gravitando ambos fracasos en las portadas de los diarios, máxime cuando se está atravesando otra derrota previa: la crisis energética. Para ese fin se coquetea con la fórmula presidencial y los noticieros insisten con el abogado atrincherado en Barrio Parque o con la autopsia de Nora Dalmasso. Lo cierto es que dos actitudes distintas vuelven a separar y distanciar a la gente de la política. Por un lado, la creencia de que la taba se dio vuelta y que, finalmente, los argentinos maduramos. Por otro, la ceguera comulgando en forma directa con la soberbia que viene caracterizando desde hace 4 años al mentado “estilo K”. Posiblemente nada se haya alterado demasiado y la inmediatez de los hechos nos esté conduciendo a una creencia más afín al deseo de madurez para un pueblo harto golpeado que a una transformación no perecedera. Si se cae en el exitismo exacerbado, lo logrado hasta la fecha puede desvanecerse antes de lo pensado. No hay que olvidarse de que los argentinos aplauden con igual énfasis lo negro y lo blanco. Enarbolan héroes impensados y los destrozan, luego, en décimas de segundo. Vibran con la selección de fútbol cuando va ganando y la lapidan con críticas cuando llega el fracaso. Los próceres terminan siendo personajes de novelas vendidas como ensayos donde se saca a relucir sus miserias más que sus hidalguías. Y así hasta el más amado se convierte de la noche a la mañana en el más odiado. El argentino es un pueblo complicado. Oscila entre opuestos sin atender los medios. Derechas e izquierdas, inexistentes prácticamente en forma pura, son vapuleadas por el bando contrario sin que nadie defina con gran exactitud semejanzas y diferencias de pareceres, que no son tantas hoy en día. Sin ir más lejos, Néstor Kirchner fue derrotado para ambas el domingo 24. Lo que cuenta, ahora, es encontrar alternativas superadoras para algo que ya está acabado. El autoritarismo que el Gobierno, paradójicamente, acusa en pro de sus “derechos humanos” es el que viene utilizando para avanzar en un escenario que le fue afable desde el vamos. Desde los precios internacionales hasta la falta de una oposición férrea y estructurada le allanaron el paso. Néstor Kirchner tuvo todo en sus manos para construir poder. Sin embargo, está visto que en cuatro años no supo armar una fuerza política compacta. La transversalidad cayó en saco roto y el Frente para la Victoria va de derrota en derrota. El Gobierno, supuestamente invencible por la caja, flaquea sin poder dar respuestas a lo que pasa. El anuncio de la fórmula presidencial con miras a octubre será tan sólo un artilugio para sacar a Mauricio Macri y a la crisis energética del ámbito mediático. Kirchner dejó de nombrar al electo jefe de Gobierno porteño los últimos días de la campaña, ahora quiere que sean los medios quienes dejen de mencionarlo. Demasiada tapas de diarios y peligrosas consecuencias. El Gobierno entró en la etapa de declive. La alfombra no tapa más la mancha. Pueden “arreglarse” las causas judiciales y que todo se estanque. Lo que no puede evitarse es que la gente se dé cuenta de que el gas no le llega, la luz se apaga y que, por ende, no es el pueblo lo que interesa en Balcarce 50. En el fracaso, la política oficial se queda sola. El ex gobernador santacruceño Sergio Acevedo habla. Habla también Eduardo Arnold. Los “arrepentidos” del kirchnerismo están subiéndose al escenario. Saben demasiado. Se fueron traicionados. Y en política, las traiciones, antes o después, se pagan caras. Pagó Carlos Menem, pagó Eduardo Duhalde, es grande la deuda que tiene Néstor Kirchner ahora. La gente, mientras tanto, parece estar saldando su última cuota. © www.economiaparatodos.com.ar

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