Por Porfirio Cristaldo Ayala
Fuente: AIPE NET
Paraguay lo tiene todo. Un clima benigno y grandes planicies de tierras fértiles surcadas por numerosos ríos. Es uno de los mayores productores de carne y soja del mundo. El río Paraná, uno de los más caudalosos del mundo, lo separa del Brasil y la Argentina, países con los que comparte las gigantescas hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretá. Es el mayor exportador de energía eléctrica del continente. Tiene una población homogénea, joven y sin arraigados conflictos sociales, raciales ni religiosos. ¿Por qué somos pobres? Se han ensayado distintas respuestas, pero yo siempre apunto al estatismo vigente.
Es bueno insistir porque muchos todavía creen que el atraso se debe a deficiencias en salud y educación. Los niños en algunas zonas reciben clases en ayunas y bajo los árboles ¿Cómo puede avanzar un pueblo enfermo e ignorante? Para avanzar, se piensa, es preciso mejorar esencialmente la salud y educación. Parece razonable, pero no lo es. El pensamiento tiende a confundir causa con efecto. La educación y salud no traen el progreso; son el progreso mismo. Cuando los pueblos progresan, los salarios suben y mejoran la salud y educación. Pretender sacar a un país del estancamiento económico mejorando la salud y educación es poner el carro por delante del caballo. Hay países, como Cuba, donde la salud y la educación son relativamente buenas, pero siguen sumidos en la miseria.
En el mismo error caen quienes creen que si se construyen obras de infraestructuras, como carreteras, puentes, puertos, plantas de energía, industrias, la gente saldrá de la pobreza y el país se modernizará. Pero las buenas autopistas y servicios de agua, luz y teléfonos son parte del progreso, no sus causas. A medida que progresan los países, se modernizan la infraestructura y los servicios públicos. Es por ello que en 50 años la ayuda del Banco Mundial, FMI, BID para construir servicios básicos y modernizar las naciones no ha logrado promover el desarrollo en ninguna parte. Por el contrario, esos mismos organismos han creado una desvergonzada dependencia en muchos países. Alimentaron con pescado a la gente en lugar de enseñarle a pescar.
Pero la ayuda externa ha sido también nefasta por otras razones. Los países pobres son pobres porque no han saneado sus economías y a sus aparatos estatales, reformas a las que se resisten con fanatismo las clientelas políticas, los empresarios “amigos” del régimen y otros grupos de presión beneficiarios del botín estatal. Recién cuando los países “tocan fondo,” se suele generar el consenso popular necesario para recortar el gasto público, privatizar y desregular la economía, bajar los impuestos, eliminar subsidios y proteccionismo y abrir sus mercados. Pero mientras los gobernantes dispongan de ayuda externa y créditos blandos continuarán enjuagando el déficit y postergando indefinidamente las reformas.
Somos pobres por el estatismo predominante. Está comprobado que el sistema económico determina el desarrollo de una nación. El siglo XX fue un gran experimento de esta teoría del desarrollo. Países como Alemania occidental y Alemania del Este, Corea del Sur y Corea del Norte, Taiwán y China, con la misma población, idioma, raza, cultura, tecnología, religión, educación y salud, separados únicamente por sus diferentes sistemas, unos capitalistas y otros socialistas, obtuvieron resultados opuestos. Los socialistas se empobrecieron, mientras los capitalistas florecieron. En el mundo actual, los países más capitalistas son los más prósperos y los más estatistas son los más pobres. No hay excepción.
Para dejar el estatismo y progresar, es imperioso explicar esta realidad a la gente y sobre todo persuadirla a que vote por los políticos capaces y decididos a liquidar la corrupción y proteger los derechos de propiedad, el Estado de derecho y el mercado libre. Si logramos instaurar el capitalismo democrático, en pocos años, Paraguay será el nuevo “milagro económico” latinoamericano, vendrán inversiones, se crearán numerosas empresas, aumentarán la producción y el empleo, se multiplicará el salario de los trabajadores y nuestros hijos tendrán un futuro brillante.
Es bueno insistir porque muchos todavía creen que el atraso se debe a deficiencias en salud y educación. Los niños en algunas zonas reciben clases en ayunas y bajo los árboles ¿Cómo puede avanzar un pueblo enfermo e ignorante? Para avanzar, se piensa, es preciso mejorar esencialmente la salud y educación. Parece razonable, pero no lo es. El pensamiento tiende a confundir causa con efecto. La educación y salud no traen el progreso; son el progreso mismo. Cuando los pueblos progresan, los salarios suben y mejoran la salud y educación. Pretender sacar a un país del estancamiento económico mejorando la salud y educación es poner el carro por delante del caballo. Hay países, como Cuba, donde la salud y la educación son relativamente buenas, pero siguen sumidos en la miseria.
En el mismo error caen quienes creen que si se construyen obras de infraestructuras, como carreteras, puentes, puertos, plantas de energía, industrias, la gente saldrá de la pobreza y el país se modernizará. Pero las buenas autopistas y servicios de agua, luz y teléfonos son parte del progreso, no sus causas. A medida que progresan los países, se modernizan la infraestructura y los servicios públicos. Es por ello que en 50 años la ayuda del Banco Mundial, FMI, BID para construir servicios básicos y modernizar las naciones no ha logrado promover el desarrollo en ninguna parte. Por el contrario, esos mismos organismos han creado una desvergonzada dependencia en muchos países. Alimentaron con pescado a la gente en lugar de enseñarle a pescar.
Pero la ayuda externa ha sido también nefasta por otras razones. Los países pobres son pobres porque no han saneado sus economías y a sus aparatos estatales, reformas a las que se resisten con fanatismo las clientelas políticas, los empresarios “amigos” del régimen y otros grupos de presión beneficiarios del botín estatal. Recién cuando los países “tocan fondo,” se suele generar el consenso popular necesario para recortar el gasto público, privatizar y desregular la economía, bajar los impuestos, eliminar subsidios y proteccionismo y abrir sus mercados. Pero mientras los gobernantes dispongan de ayuda externa y créditos blandos continuarán enjuagando el déficit y postergando indefinidamente las reformas.
Somos pobres por el estatismo predominante. Está comprobado que el sistema económico determina el desarrollo de una nación. El siglo XX fue un gran experimento de esta teoría del desarrollo. Países como Alemania occidental y Alemania del Este, Corea del Sur y Corea del Norte, Taiwán y China, con la misma población, idioma, raza, cultura, tecnología, religión, educación y salud, separados únicamente por sus diferentes sistemas, unos capitalistas y otros socialistas, obtuvieron resultados opuestos. Los socialistas se empobrecieron, mientras los capitalistas florecieron. En el mundo actual, los países más capitalistas son los más prósperos y los más estatistas son los más pobres. No hay excepción.
Para dejar el estatismo y progresar, es imperioso explicar esta realidad a la gente y sobre todo persuadirla a que vote por los políticos capaces y decididos a liquidar la corrupción y proteger los derechos de propiedad, el Estado de derecho y el mercado libre. Si logramos instaurar el capitalismo democrático, en pocos años, Paraguay será el nuevo “milagro económico” latinoamericano, vendrán inversiones, se crearán numerosas empresas, aumentarán la producción y el empleo, se multiplicará el salario de los trabajadores y nuestros hijos tendrán un futuro brillante.
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