por Gustavo Coronel
Es preciso pensar en lo que le espera al país después de la salida de Hugo Chávez. La herencia que este hombre irresponsable e ignorante le dejará al país será trágica, no solo en términos de ruina material sino de ruina espiritual y moral.
Asumamos que Chávez sale en el año 2009 o 2010, debido a la presión popular y al desastre financiero y social que existe ya en el país y que seguirá acentuándose. ¿A qué se enfrentarán quienes deban encargarse, en ese momento, de la administración pública y de guiar a la sociedad venezolana? En primer lugar, se enfrentarán a un Estado colapsado, sin instituciones operativas o autónomas. Se encontrrán con un Estado que había estado manejado durante una década por una pandilla corrupta y genuflexa, con ministerios atestados de burócratas incompetentes y vividores.
Los poderes públicos estarán paralizados, con una Asamblea Nacional inactiva, un Tribunal Supremo y un sistema judicial podridos hasta el tuétano, un Consejo Nacional Electoral con registros electorales contaminados y equipos físicos y humanos controlados por una mafia gobiernera. Se encontrarán con un llamado Poder Moral liderado durante años por los tres mosqueteros de la desverguenza.
La labor de limpieza, de fumigación a fondo que tendrá que llevarse a cabo será monumental y será necesario apelar a la buena voluntad y cooperación de todos los venezolanos honestos para arrancar de raíz la podredumbre que se ha apoderado de todas las instituciones del Estado. Será una labor titánica, llena de peligros y de riesgos de desviaciones y fracasos.
En segundo lugar, encontrarán un país en caos financiero. Bajo Chávez el gobierno ha manejado el erario público de una manera desorganizada, sin transparencia o rendición de cuentas, manteniendo hasta tres presupuestos paralelos controlados por un pequeño grupo cómplice del dictador. A pesar del cuantioso ingreso petroleo la deuda pública venezolana se ha triplicado. Nadie sabe cuanto se gasta y en qué. Las promesas y decisiones más insensatas del dictador eran acatadas sin chistar por los burócratas del sector financiero.
La corrupción en el manejo de los papeles financieros del Estado había sido monumental. El sistema bancario nacional estaba mayoritariamente en manos de banqueros inescrupulosos, cómplices de la dictadura en el gigantesco saqueo de los ingresos petroleros. La labor de auditoría, de revisión y de limpieza del sistema financiero venezolano va a ser igualmente titánica y tendrán que salir a la luz pública los crímenes inmensos cometidos por los chavistas y los oportunistas en perjuicio de la nación.
En tercer lugar, encontrarán una infraestructura en ruinas. Con muy pocas excepciones la infraestructura física que dejará Chávez será la misma que encontró a su llegada pero mucho más deteriorada. Solo Chávez podía tener el descaro de dejar caer un puente por negligencia y, luego, celebrar su reemplazo después de largos meses como una hazaña digna de admiración y de agradecimiento por los venezolanos.
Una infeliz ministra llamada Yubirí diría, el día de esa “magna” inauguración, que “no había límites a lo que los revolucionarios estaban en capacidad de hacer” (y tenía razón, ¡ellos eran capaces de cualquier desastre!). En el siglo XXI Venezuela aún posee una infraestructura que no se ha renovado en años. Quienes asuman el poder tendrán que dedicar grandes esfuerzos a construir carreteras, cloacas, hospitales, viviendas y escuelas.
En cuarto lugar, tendrán que enfrentar a unas empresas y organizaciones del Estado prostituidas e inoperantes, esencialmente el Ejército y Petróleos de Venezuela. El Ejército se encontrará muy reblandecido por la corrupción y la cobardía de muchos oficiales y la pasividad y resignación de las tropas. Petróleos de Venezuela tendrá el doble de empleados que tenía antes de la huelga de 2002 pero esos empleados serán mediocres e ineficientes.
No será posible mejorar estas dos instituciones de la noche a la mañana porque no se trata de cambiar directivas o estados mayores sino de cambiar las células mismas de monstruos inservibles. Probablemente será necesario crear organizaciones nuevas desde los cimientos o nuevas maneras de llevar a cabo la actividad descartando totalmente estos carapachos. Quizás sea deseable eliminar el ejército y abrir la actividad petrolera completamente al sector privado.
En quinto lugar, hallarán un sistema de seguridad y bienestar social perverso, demagógico, el cual ha promovido la naturaleza parasitaria de miles o millones de compatriotas. Las Misiones son limosnas y ni siquiera disfrazadas. No representan la solución estructural y dignificante que se le debe dar a nuestro pueblo.
Obligar a los venezolanos a hacer humillantes colas para tirarles una bolsa de comida o una bequita es una manera cruel de hacerlos vender sus convicciones y sus principios por un mendrugo. Esto tendrá que ser reemplazado por programas bien pensados, planificados, que enseñen a los venezolanos a valerse por si mismos y a liberarse para siempre de los caudillos providenciales.
Más allá de estos inmensos retos que ya son, de por sí, punto menos que imposibles de enfrentar con éxito en el corto plazo, existen dos indispensables tareas que le esperan a quienes tomen las riendas del país. Una es la de crear en millones de venezolanos una nueva actitud ante su papel en la sociedad.
De los 26 millones de habitantes que tiene nuestro país tenemos, quizás, unos 10 millones de ciudadanos y un gentío que suma otros 16 millones. Chávez pasó diez años haciéndole la vida imposible a los diez millones de ciudadanos y consolidando su poder político entre los otros 16 millones a cambio de promesas, limosnas e intimidación.
La labor de formación ciudadana que hay que hacer en Venezuela después de la degradante influencia de Chávez es probablemente la más dificil tarea que enfrentará la Venezuela que sobrevivirá a la dictadura. Si esto no se resuelve el país nunca saldrá adelante, nunca.
La mitad de los venezolanos no se puede echar al hombro a la otra mitad. La mitad de los venezolanos no puede odiar a la otra mitad. De Hugo Chávez estaremos heredando una sociedad inviable que tendremos que hacer viable.
Y faltaría todavía plantearse la última tarea. ¿Qué hacer con los criminales, los ladrones, corruptos y traidores que han manejado nuestro país por diez años? Actualmente se habla mucho de la necesidad de reconciliación y es indudable que tal reconciliación es necesaria. Pero debemos estar claros.
Si bien es cierto que la mitad de los venezolanos debe aprender a confiar en, y compartir el país con la otra mitad, es no menos cierto que no debe haber reconciliación, ni olvido ni perdón para la pandilla que ha arruinado y prostituido al país. Por casi 74 años he vivido en estrecha obediencia de códigos morales y éticos por lo cual he tenido que pagar, con gusto, un alto precio en términos de comodidad, prosperidad material y beneficios personales.
Por lo tanto no puedo aceptar que quienes han violado los principios éticos más elementales, quienes han robado el dinero de todos los venezolanos, quienes han atropellado nuestros derechos humanos, quienes hayan entregado buena parte de nuestros recursos a déspotas extranjeros, vayan a ser objeto de una amnistía general y puedan ir a disfrutar en Cuba, en Portugal, en Disneyworld, en la Costa Azul, de sus dineros mal habidos, dejando de pagar por los desastres que cometieron contra los venezolanos. La corrupción y el atraso que nos acogotan hoy son hijos de la impunidad, de la indiferencia que hemos mostrado los venezolanos en condenar y castigar a los criminales de todas las épocas.
Lo que le espera al país después de Chávez es la continuación de un viacrucis que comenzó hace diez años. Chávez no ha sido solo un mal presidente más sino una tragedia de proporciones gigantescas, peor que el deslave de Vargas en 1999. Si no lo sacamos de cuajo de la escena política y social, su horroroso ejemplo se reproducirá bajo otros nombres y el país irá al foso donde se encuentran los países más atrasados y miserables del planeta.
Asumamos que Chávez sale en el año 2009 o 2010, debido a la presión popular y al desastre financiero y social que existe ya en el país y que seguirá acentuándose. ¿A qué se enfrentarán quienes deban encargarse, en ese momento, de la administración pública y de guiar a la sociedad venezolana? En primer lugar, se enfrentarán a un Estado colapsado, sin instituciones operativas o autónomas. Se encontrrán con un Estado que había estado manejado durante una década por una pandilla corrupta y genuflexa, con ministerios atestados de burócratas incompetentes y vividores.
Los poderes públicos estarán paralizados, con una Asamblea Nacional inactiva, un Tribunal Supremo y un sistema judicial podridos hasta el tuétano, un Consejo Nacional Electoral con registros electorales contaminados y equipos físicos y humanos controlados por una mafia gobiernera. Se encontrarán con un llamado Poder Moral liderado durante años por los tres mosqueteros de la desverguenza.
La labor de limpieza, de fumigación a fondo que tendrá que llevarse a cabo será monumental y será necesario apelar a la buena voluntad y cooperación de todos los venezolanos honestos para arrancar de raíz la podredumbre que se ha apoderado de todas las instituciones del Estado. Será una labor titánica, llena de peligros y de riesgos de desviaciones y fracasos.
En segundo lugar, encontrarán un país en caos financiero. Bajo Chávez el gobierno ha manejado el erario público de una manera desorganizada, sin transparencia o rendición de cuentas, manteniendo hasta tres presupuestos paralelos controlados por un pequeño grupo cómplice del dictador. A pesar del cuantioso ingreso petroleo la deuda pública venezolana se ha triplicado. Nadie sabe cuanto se gasta y en qué. Las promesas y decisiones más insensatas del dictador eran acatadas sin chistar por los burócratas del sector financiero.
La corrupción en el manejo de los papeles financieros del Estado había sido monumental. El sistema bancario nacional estaba mayoritariamente en manos de banqueros inescrupulosos, cómplices de la dictadura en el gigantesco saqueo de los ingresos petroleros. La labor de auditoría, de revisión y de limpieza del sistema financiero venezolano va a ser igualmente titánica y tendrán que salir a la luz pública los crímenes inmensos cometidos por los chavistas y los oportunistas en perjuicio de la nación.
En tercer lugar, encontrarán una infraestructura en ruinas. Con muy pocas excepciones la infraestructura física que dejará Chávez será la misma que encontró a su llegada pero mucho más deteriorada. Solo Chávez podía tener el descaro de dejar caer un puente por negligencia y, luego, celebrar su reemplazo después de largos meses como una hazaña digna de admiración y de agradecimiento por los venezolanos.
Una infeliz ministra llamada Yubirí diría, el día de esa “magna” inauguración, que “no había límites a lo que los revolucionarios estaban en capacidad de hacer” (y tenía razón, ¡ellos eran capaces de cualquier desastre!). En el siglo XXI Venezuela aún posee una infraestructura que no se ha renovado en años. Quienes asuman el poder tendrán que dedicar grandes esfuerzos a construir carreteras, cloacas, hospitales, viviendas y escuelas.
En cuarto lugar, tendrán que enfrentar a unas empresas y organizaciones del Estado prostituidas e inoperantes, esencialmente el Ejército y Petróleos de Venezuela. El Ejército se encontrará muy reblandecido por la corrupción y la cobardía de muchos oficiales y la pasividad y resignación de las tropas. Petróleos de Venezuela tendrá el doble de empleados que tenía antes de la huelga de 2002 pero esos empleados serán mediocres e ineficientes.
No será posible mejorar estas dos instituciones de la noche a la mañana porque no se trata de cambiar directivas o estados mayores sino de cambiar las células mismas de monstruos inservibles. Probablemente será necesario crear organizaciones nuevas desde los cimientos o nuevas maneras de llevar a cabo la actividad descartando totalmente estos carapachos. Quizás sea deseable eliminar el ejército y abrir la actividad petrolera completamente al sector privado.
En quinto lugar, hallarán un sistema de seguridad y bienestar social perverso, demagógico, el cual ha promovido la naturaleza parasitaria de miles o millones de compatriotas. Las Misiones son limosnas y ni siquiera disfrazadas. No representan la solución estructural y dignificante que se le debe dar a nuestro pueblo.
Obligar a los venezolanos a hacer humillantes colas para tirarles una bolsa de comida o una bequita es una manera cruel de hacerlos vender sus convicciones y sus principios por un mendrugo. Esto tendrá que ser reemplazado por programas bien pensados, planificados, que enseñen a los venezolanos a valerse por si mismos y a liberarse para siempre de los caudillos providenciales.
Más allá de estos inmensos retos que ya son, de por sí, punto menos que imposibles de enfrentar con éxito en el corto plazo, existen dos indispensables tareas que le esperan a quienes tomen las riendas del país. Una es la de crear en millones de venezolanos una nueva actitud ante su papel en la sociedad.
De los 26 millones de habitantes que tiene nuestro país tenemos, quizás, unos 10 millones de ciudadanos y un gentío que suma otros 16 millones. Chávez pasó diez años haciéndole la vida imposible a los diez millones de ciudadanos y consolidando su poder político entre los otros 16 millones a cambio de promesas, limosnas e intimidación.
La labor de formación ciudadana que hay que hacer en Venezuela después de la degradante influencia de Chávez es probablemente la más dificil tarea que enfrentará la Venezuela que sobrevivirá a la dictadura. Si esto no se resuelve el país nunca saldrá adelante, nunca.
La mitad de los venezolanos no se puede echar al hombro a la otra mitad. La mitad de los venezolanos no puede odiar a la otra mitad. De Hugo Chávez estaremos heredando una sociedad inviable que tendremos que hacer viable.
Y faltaría todavía plantearse la última tarea. ¿Qué hacer con los criminales, los ladrones, corruptos y traidores que han manejado nuestro país por diez años? Actualmente se habla mucho de la necesidad de reconciliación y es indudable que tal reconciliación es necesaria. Pero debemos estar claros.
Si bien es cierto que la mitad de los venezolanos debe aprender a confiar en, y compartir el país con la otra mitad, es no menos cierto que no debe haber reconciliación, ni olvido ni perdón para la pandilla que ha arruinado y prostituido al país. Por casi 74 años he vivido en estrecha obediencia de códigos morales y éticos por lo cual he tenido que pagar, con gusto, un alto precio en términos de comodidad, prosperidad material y beneficios personales.
Por lo tanto no puedo aceptar que quienes han violado los principios éticos más elementales, quienes han robado el dinero de todos los venezolanos, quienes han atropellado nuestros derechos humanos, quienes hayan entregado buena parte de nuestros recursos a déspotas extranjeros, vayan a ser objeto de una amnistía general y puedan ir a disfrutar en Cuba, en Portugal, en Disneyworld, en la Costa Azul, de sus dineros mal habidos, dejando de pagar por los desastres que cometieron contra los venezolanos. La corrupción y el atraso que nos acogotan hoy son hijos de la impunidad, de la indiferencia que hemos mostrado los venezolanos en condenar y castigar a los criminales de todas las épocas.
Lo que le espera al país después de Chávez es la continuación de un viacrucis que comenzó hace diez años. Chávez no ha sido solo un mal presidente más sino una tragedia de proporciones gigantescas, peor que el deslave de Vargas en 1999. Si no lo sacamos de cuajo de la escena política y social, su horroroso ejemplo se reproducirá bajo otros nombres y el país irá al foso donde se encuentran los países más atrasados y miserables del planeta.
Fuente: El Cato Institute
No hay comentarios.:
Publicar un comentario