Por Emilio Cárdenas
Después de haber apoyado, desde su rol como primera dama y como senadora, la política exterior impulsada por el presidente Néstor Kirchner, Cristina Fernández se dio cuenta, de pronto, de que la Argentina ha perdido protagonismo en la comunidad internacional en estos últimos años.
Desde comienzos de 2002, hace ya más de cinco años, vengo sosteniendo constantemente, cual voz que clama en el desierto, que la Argentina ha extraviado su política exterior, cediendo espacios, aislándose y generando toda suerte de costosos rechazos. Como suele suceder con un gobierno que procura constantemente manejar al milímetro su imagen doméstica y concentrar todo el poder posible, varios de los corifeos de turno (incluyendo, como cabía esperar, a algunos arribistas u oportunistas) manifestaron su disgusto ante mis afirmaciones que –no obstante– con el paso del tiempo, fueron confirmadas por los hechos. No imaginé entonces que, de pronto, nada menos que la inefable senadora Cristina Fernández de Kirchner (a quien hago siempre responsable de un hecho institucional de enorme gravedad como es el de haber cercenado descaradamente la independencia de nuestro Poder Judicial con una reforma lamentable del Consejo de la Magistratura) me iba a dar la razón. Repentinamente, es cierto. Pero esto es lo que acaba de suceder. En efecto, en una entrevista de corte petulante conferida al buen periodista Joaquín Morales Solá, publicada en el diario La Nación del 5 de agosto, afirma –como siempre muy suelta de cuerpo– que “nuestro país debe volver al mundo”. ¡Chocolate por la noticia! ¡Vaya hallazgo! Doña Cristina tiene esta vez razón. Sin embargo, para modificar el rumbo debemos dejar atrás a quienes fueron directamente responsables de que esta barbaridad efectivamente sucediera. Entre ellos está, obviamente, ella misma. Aunque procure –más o menos burdamente– hacernos creer que no. Lo ya sucedido genera responsabilidades políticas de proporción y ha tenido ya consecuencias que sugieren que se ha hecho un grave daño a la posición relativa de la Argentina en la Comunidad de las Naciones. Un solo ejemplo servirá para demostrar como esto es lamentablemente así: ante nuestro abandono de la escena externa -sumado a los muchos torpes desatinos derivados de una actitud prepotente acumulados recientemente en materia de política exterior- nuestras posibilidades reales de evitar que se consolide una hegemonía regional se han alejado mucho y, con ellas, nuestra capacidad de poder “rotar” un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con un Brasil que -en cambio- se ha manejado impecablemente, con una presencia cada vez más reconocida y una astucia superlativa. ¿Qué nos pasó? Según la Senadora Kirchner, “había que resolver el hambre de muchos argentinos, razón por la cual la política exterior pasó a segundo plano y debimos vivir un poco encerrados. Eso ya pasó”. Esto no es así. Para nada. La diplomacia es una necesidad permanente en un mundo que no se detiene, ni se altera, ante las urgencias o problemas de alguno. La Sra. Kirchner no sabe que la diplomacia y las crisis económicas no son excluyentes entre sí, más allá de su particular “visión” del mundo. Una que es la que inevitablemente se obtiene si se trata de observar -con un solo ojo- al mundo desde el asador dominical de un taller mecánico de Río Gallegos, ciudad que -además- no es ciertamente el centro del universo. La verdad es que la diplomacia floreció durante la peor crisis económica y social que jamás enfrentara el mundo: la de 1929/30. Si la Senadora pudiera leer en inglés, le recomendaría -por ejemplo- la lectura del buen libro editado por Gordon Craig y Felix Gilbert, titulado: “The Diplomats. 1919-1939”, publicado por Princeton University Press, en 1994. Allí advertiría la enorme dimensión de la labor desplegada por algunos diplomáticos de la talla del británico Chamberlain, o del francés Philippe Berthelot, o del soviético G. V. Chicherin, o de los alemanes F.K. von Neurath o Joachim von Ribbentrop. Cada uno con su particular concepción de las cosas. La otra verdad es que, con los actores centrales de nuestro “reparto oficial” no pudimos sino retroceder. Era lo esperado. El primitivo Eduardo Duhalde carecía (y aún carece) de la capacidad de comprender al mundo. Y enseguida Néstor Kirchner llevó a la política exterior su “estilo” doméstico (el único que tiene): arrogante, insultante, descalificador, resentido, e intimidatorio. Al comienzo de la mano de un improvisado Rafael Bielsa que, con arrogancia y sin conocimientos, solo atinó a “improvisar” y, luego, de un Canciller como el actual que es ideal para que un país que se mueve al impulso exclusivo y excluyente del propio Néstor Kirchner, el marido de la Senadora, obvio partidario del “micro-management” de todo, transformado entonces en aprendiz de brujo en materia de política exterior. Y así nos fue. Terminamos llenos de conflictos, incidentes, tiranteces, y toda suerte de problemas, la mayoría de los cuales aún se arrastra. Y dramáticamente devaluados, a los ojos de todos. Nos faltó profesionalidad, capacidad, “seriedad”, y nos sobró, en cambio, arrogancia y prepotencia, en el lenguaje y en la acción. Así, entre otras cosas, transformamos en “causa nacional” el conflicto con Uruguay, en el que la Sra. Kirchner estuvo, con la misma actitud populista de su marido, increpando a todos desde las tribunas de Gualeguaychú. Así nos atamos al carro belicoso del patológico socialista venezolano Hugo Chávez, al que aún seguimos inexorablemente atados en una carísima dependencia financiera, cada vez de mayores proporciones y consecuencias. Así nos alejamos de los Estados Unidos, de México, del Brasil, del Uruguay, de Chile, de Italia, de Alemania, del Japón, de los Organismos Multilaterales,…. y del mundo entero, que aún nos observa absolutamente atónito. Salvo de Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, nuestros nuevos “amigos incondicionales”. Así incumplimos -tozudamente- dos laudos del MERCOSUR, sin que nos preocupe la realidad de aparecer en el mundo como olímpicos incumplidores, para quienes el Estado de Derecho es solo un detalle, que poco interesa. Así regalamos mercados y postergamos al interior en beneficio del cordón industrial de la Capital y de sus prebendarios empresarios. Así actuamos en el escenario internacional, abandonando nuestros papeles y roles tradicionales. Peor, no solo los abandonamos, sino que en cuanto pudimos lo crispamos. Horrible, como cuadro. Pero Crisitina, que naturalmente es Kirchner, cree que no nos dimos cuenta y pretende que creamos que ella “no tiene nada que ver” con lo sucedido. Hacer política exterior es mucho más que viajar encapsulada por países de habla hispana, rodeada de “ad-lateres” aduladores y de periodistas adictos que accionan cámaras y micrófonos que alimentan sin descanso el peor de los populismos. Es también mucho más que palmear atrevidamente al Rey de España. O abrazarse con Chávez o Castro, mientras se escuchan los truenos que salen de la boca del primero. Es tener objetivos y amigos permanentes. Es poder implementar políticas más allá de las coyunturas. Es no abandonar la escena. Es conocer el mundo. Es confiar en los planteles diplomáticos profesionales, vivificándolos con nuestros mejores talentos y con nuestra gente más confiable para el resto del mundo, más allá de las banderías políticas que han caracterizado al gobierno desde el 2002. Es -sobre todas las cosas- no improvisar. Es preferir el conocimiento y la experiencia, a la audacia o la improvisación desfachatada. Es, en síntesis, todo lo contrario de lo que se ha venido haciendo hasta ahora, altiva y despreocupadamente, desde fines del 2001. Es también cumplir religiosamente con los compromisos asumidos. La Argentina no sabe que está en desacato no respecto de uno, sino de dos laudos arbitrales finales que han sido emitidos en el MERCOSUR, lo que es absolutamente inédito. Me refiero (i) al que la condenó por “omisión de conducta” respecto de los cortes de rutas y puentes internacionales al Uruguay; y (ii) al que la acaba de condenar por el incumplimiento de un laudo que la había condenado a dejar sin efecto una prohibición de importaciones de neumáticos recauchutados provenientes del Uruguay, lo que nuestro país no hizo. En este sentido, el tribunal actuante, en actitud sin precedentes, que muestra como es la “imagen” de Argentina ante nuestros propios socios y vecinos, nos dijo que la Argentina, con sus incumplimientos, está “afectando sustancialmente la credibilidad institucional” del MERCOSUR, así como “su consolidación jurídica”, provocando así “daño institucional”. Esto, por generar una “preocupante situación de descrédito en la sociedad, en relación al proceso de integración en su conjunto”. No es poca cosa. Sin embargo, no hemos oído una sola palabra de nuestras autoridades acerca de lo que harán sobre este grave agravio al orden jurídico comunitario. En cambio, hay un silencio total de nuestro gobierno. Si esto fuera tan solo consecuencia de aquello “del rabo entre las piernas” sería grave, pero si, como creo, es más bien consecuencia de una actitud avasalladora de todo, es mucho peor. Nada que nos afecte o contradiga nos importa. Creemos que tenemos derecho a pisotear todas las reglas, sin darnos cuenta que esto equivale a pisotear a los demás. Que lo haga Hugo Chávez, no es nada sorprendente. Que lo hagamos reiteradamente los argentinos, debiera darnos vergüenza. De pronto, la Senadora Kirchner, haciéndose la sorprendida, nos comunica que se ha despertado a una realidad que siempre estuvo allí, a la vista de todos. Hasta ahora, la soberbia del poder no le permitió escuchar lo obvio. Y la arrogancia de los mediocres no le posibilitó advertir a tiempo lo que está pasando. El daño está hecho, señora. Y Ud. no luce extraña a quienes lo provocaron.
Emilio Cárdenas se desempeñó como representante permanente de la Argentina ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Fuente: Economía Para Todos (www.economiaparatodos.com.ar)
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