Autor: Antonio Muñoz Ballesta
Ante el nuevo orden mundial que se viene estableciendo desde las guerras del Golfo I y II, se propone la dilucidación de la verdadera ideología que en el fondo pervive en el Imperio de los EEUU (el liberalismo auténtico) y la necesidad de una conversión del mismo en un verdadero Imperio generador
Cuando aparentemente la guerra de Irak ha terminado, renace la polémica de si las potencias ocupantes están fomentando el desorden público para justificarse como Estado, en un territorio que podría ser el nuevo ejemplo histórico en el que podría establecerse el «no estado» por el que lucha el liberalismo auténtico. Sin embargo no podemos olvidar, en ésta polémica, al liberalismo «social-demócrata» representado por Carlos Popper y su auténtico sucesor Jorge Soros, ni la propuesta de la conversión de EEUU a la categoría de un Imperio generador que se defiende en este artículo.
Entiendo por «liberalismo auténtico» el anarco-capitalismo o libertarios económicos, cuyo máximo representante ha sido en los último años Murray N. Rothbard (1926-1995). El liberalismo auténtico se caracteriza por luchar contra la existencia misma de los Estados. Los Estados son las agencias o instituciones que poseen el monopolio de la violencia sobre un territorio, al igual que la última decisión, también en monopolio, sobre los conflictos que en él se produzcan; y en los Estados totalitarios el monopolio se extiende a todos los ámbitos de la vida.
Para los libertarios los Estados son innecesarios. Es necesaria la sociedad pero no el Estado. Además los Estados son las instituciones que al intervenir en la economía provocan ineficacia económica en todos los mercados, y oprimen y reprimen la libertad de las personas privadas.
La idea de acabar o desmontar el Estado, políticamente hablando, puede encontrarse en los anarquistas españoles, pero, económicamente (y el destino del siglo XX y XXI puede que siga siendo la Economía, precisamente por haberse convertido en Economía política), es heredera, también, del liberalismo español de nuestro siglo de Oro: el arzobispo don Diego de Covarrubias y Leyva, Luis Saravia de la Calle, Luis de Molina, Jerónimo Castillo de Bovadilla, Juan de Lugo y Juan de Salas, y sobre todo Juan de Mariana, que influyeron directamente en Turgot y su laissez faire, laissez passer, y posteriormente en la Escuela austríaca, desde Menger y Von Mises, Hayek, &c.
Luchar contra los Estados, por lo tanto, es luchar por la libertad. Por ello Rothbard «ha sido el defensor más enérgico y coherente de la libertad en este siglo» al «rechazar el orden político establecido, el nihilismo, y el cinismo en que se apoya el poder del Estado». El Estado viene a ser, para el libertario, una banda organizada de ladrones y criminales de guerra.
Como he dicho en otro lugar, la posición del libertario es la de la Ética. Desde la ética se defiende la conservación del cuerpo y persona humana y sus propiedades y derechos. Sin embargo Rothbard y demás libertarios no han reparado que las mismas Ideas de persona y derechos de propiedad no proceden de un metafísico «Derecho Natural», sino de la misma sociedad política en su propio desarrollo histórico. O por lo menos es una hipótesis, la del Derecho natural, no necesaria, y de la que la Filosofía puede prescindir.
Rothbard consideraba, por otro lado, que los libertarios debían estar siempre en contra de todas las guerras. Debían estar en contra por principios éticos básicamente. Solamente luchando contra el Estado propio, como contra cualquier otro, se podía reducir las guerras al mínimo y sus consecuencias también al mínimo (Eofl, 1982)
El Estado, al pretender ser el monopolista de la violencia en un territorio determinado, ejerce dos tipos de violencias:
1. la violencia vertical contra los libertarios que se le oponen al «orden público» que pretende establecer y establece mediante el robo de los impuestos.
2. la violencia horizontal contra otros Estados vecinos (aunque se encuentren a miles de kilómetros de sus fronteras –Irak–, y ello debido a la tecnología extraordinaria contemporánea).
Con esta clasificación de «violencia» y «orden» que nos ofrece Rothbard, es obvio, que la «paz» no puede ser entendida nada más que como una «tregua». Rothbard no utiliza el término «tregua», pero lo da como implícito. Entiendo por «tregua» la Idea de filosofía política que expresa mejor lo que entendemos ideológicamente por «paz» desde la plataforma del realismo y materialismo filosófico, pues siempre en la «paz» los Estados se «preparan para la guerra» futuro o inminente, y ello tiene que ser así si quiere mantener la «eutaxia» del mismo.
La «paz» es para el libertario la situación que se da dentro de un territorio cuando nadie se opone ofreciendo resistencia a las depredaciones y extorsiones estatales, pues para el anarco-capitalismo el derecho de propiedad al producto del trabajo personal no puede ser enajenado nada más que mediante el contrato voluntario y nunca por el robo que supone el Fisco. Por lo que tenemos el ejemplo más evidente, aquí, de que la «paz» es una Idea ideológica y polémica, pues a esa violencia unidireccional, de arriba abajo, del Estado a las personas privadas, se la considera «paz», cuando en realidad, para los libertarios, es «violencia «o «guerra interna» contra el pueblo que no quiere ser súbdito o esclavo.
Ahora bien, la violencia abierta y los conflictos más sangrantes en la Historia no se han debido a organizaciones revolucionarias antiestatales como pudo ser la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en la España de los años 30 del siglo XX, sino a las guerras inter-nacionales o «violencia horizontal», y no solamente por el número infinitamente superior de víctimas que producen las guerras internacionales respecto a la violencia revolucionaria, sino por la muerte de inocentes que ocasionan las guerras si la comparamos con la violencia anti-estatal.
Las guerras internacionales cumplen, pues, dos requisitos:
a) Que se producen entre dos territorios distintos y diferentes, separados en la distancia, perteneciente a cada Estado beligerante.
b) Que cada Estado beligerante vive a expensas de los Impuestos a sus súbditos, incluso y con más aumento fiscal cuando emprende una guerra.
Estos requisitos terminan por inclinar la balanza de la preferencia por la lucha libertaria frente a las guerras internacionales. Sin embargo Rothbard, a mi entender, no actúa con realismo político cuando condena a las guerras libertarias en legítima defensa de los Estados «civilizados», es decir, que tienden a «desaparecer». Pues, y el análisis de Von Mises así lo aconseja, es preferible el mal menor de un estado mínimo a soportar la tiranía de un imperialismo anti-libertario.
Las diferencias entre las guerras internacionales y la violencia revolucionaria libertaria (el liberalismo armado, pues es un derecho personal el poder llevar armas para la legítima defensa) son cuatro:
1. Las guerras internacionales tienden a recurrir (y por lo tanto los Estados a producirlas) a las armas de destrucción masiva: biológicas y nucleares (I y II Guerra Mundial).
2. Las guerras internacionales no pueden concretar lo suficiente el blanco militar o combatientes, muriendo víctimas inocentes o neutrales. Y ello a pesar de los modernos cohetes que permanentemente se perfeccionan en las guerras (objetivo de las guerras según Houellebecq).
3. Las guerras entre los Estados movilizan a todos los ciudadanos o población, convirtiéndolos en «enemigos». Aumentando los asesinatos a población civil, sobre todo desde las guerras modernas.
4. En ellas, los estados deben aumentar la presión fiscal a sus súbditos.
Rothbard concluye que las guerras son ilegítimas al ser entre Estados, y la objeción de la realidad de la existencia de los Estados es respondida con la siguiente réplica «Pero mientras existan los estados lo que tienen que hacer es reducir al menos sus actividades a las áreas en las que imponen su monopolio» y no en otras, pues, ni aún con la excusa de defender la persona del viajero a otro país o sus inversiones o propiedades en él, está justificada la guerra internacional, era el riesgo que adquiría ese ciudadano. Ahora bien, «romper la tregua» tiene su justificación si responde a una prólepsis y planificación civilizatoria de la sociedad política, y siempre que se intente «acotar la guerra», tratando también, en todo caso, de no caer en la que denomino «paradoja del Señor Superior».{1}
La reanudación de la Guerra del Golfo, y la ocupación prevista para diez años de las tropas de EEUU en las tierras ricas en petróleo{2}, plantean, en este sentido que venimos tratando, dos cuestiones urgentes:
1. ¿Qué hacer cuando se desencadena una guerra (contra Irak, Irán, Siria, Corea...) y los Estados beligerantes no están negociando la paz?
2. ¿Es el imperialismo norteamericano un imperialismo generador, o puede llegar a serlo?
La primera pregunta tiene dos respuestas, la primera como persona individual y desde la ética: Tenemos que intentar y condenar todo ataque a la población civil o personal neutral, pues son víctimas inocentes; y una segunda respuesta de carácter político-jurídico: Intentar hacer valer e intentar que se cumplan las «leyes para tiempos de guerra» para que no se violen los derechos a la población civil (empezando por el derecho a su existencia, al agua, &c.), y las «leyes de neutralidad» para que no se produzcan acciones bélicas contra terceros.
La respuesta a la segunda pregunta es de lo más complicada, pero no por ello imposible; utilizaremos para ello la noción de Gustavo Bueno «imperio generador / imperio depredador», distinguiéndola de la propuesta de Rothbard, y de la de Hardt y Negri en «Imperio».
Un Imperio, como los EEUU, sería depredador si por su estructura tiende a mantener con las sociedades por él coordinadas (Irak, Guatemala, &c.) unas relaciones de explotación en el aprovechamiento de sus recursos económicos o sociales tales que impidan el desarrollo político de esas sociedades, manteniéndolas en estado de salvajismo y, en el límite, destruyéndolas como tales. ¿Puede decirse tal cosa de los EEUU? Creo, que en esencia, no. Por lo que deberíamos empezar a considerar seriamente que EEUU es un Imperio generador, y no refugiarnos en supuestas distinciones de «Imperio» / «imperialismo», tal como realiza Negri y Hardt, para llegar, al final, en definitiva, a la misma conclusión.
El Imperio generador de EEUU, como el romano o el español, hace siglos, por su misma estructura, y sin perjuicio de las ineludibles operaciones de explotación colonialista o capitalista, determina el desenvolvimiento social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas, haciendo posible su transformación en sociedades políticas de pleno derecho.
Ahora bien esas «sociedades políticas de pleno derecho» no pueden ser meros «gobiernos indirectos o títeres» de un imperio depredador como el inglés u holandés desde el siglo XVII al XIX, sino «sociedades políticas» que consideren siempre a sus súbditos como hombres libres y que propicie siempre la conversión de las zonas ocupadas (Irak), o controladas(Guatemala), en verdaderas repúblicas o monarquías constitucionales, o en sociedades sin-estado pero de civilización superior. Y en esto último Rothbard estaría conforme, pues el objetivo del imperio generador de los EEUU, según lo planteo, es el de crear ciudadanos y personas privadas que no tengan que soportar la violencia que supone el nuevo Estado. (La situación sería parecida a la del Imperio romano que terminó concediendo la ciudadanía a prácticamente a todos los núcleos urbanos de sus dominios, pero acorde con el desarrollo de la economía y tecnología de hoy en día, en el sentido de generación por el Imperio EEUU de las sociedades sin estado y de mercado pletórico y sin monopolios.) Por su parte Rothbard era partidario de no tolerar el imperialismo occidental, al no ser legítima la violencia exterior de los Estados, pues no distingue entre el imperio depredador y el generador, y porque el mismo imperialismo occidental produce un status quo (o tregua) en el país ocupado o colonia, del cuál nunca se sabe si derivará en tiranía o subdesarrollo, y, a la vez, aumenta los impuestos en el Estado invasor para pagar los costes de la guerra de conquista y a la burocracia imperialista.
Sin embargo para Negri y Hardt el «Imperio», que no es EEUU, sí que introduce una nueva versión de la «guerra justa» que nos retrotrae a la época anterior al Ius Publicum Europeum:
«El concepto tradicional de la guerra justa implica la trivialización de la guerra y la celebración de ella como un instrumento ético (...), pero estas dos características tradicionales han reaparecido en nuestro mundo posmoderno: por un lado, la guerra es reducida al estatus de acción policíaca, y por otro se sacraliza un nuevo poder, que mediante la guerra queda facultado par ejercer funciones éticas.»
Eso quiere decir, que, a pesar de la propaganda, «una guerra justa no es ya en sentido alguno una actividad defensiva o de resistencia», sino que:
«...las acciones bélicas se justifican en sí mismas. Dos elementos distintos se combinan en este concepto de guerra justa: primero, la legitimación del aparato militar en tanto tiene fundamentos éticos, y segundo, la efectividad de las acciones militares en la consecución del orden y la paz deseados. La síntesis de ambos elementos pueden de hecho ser el factor determinante en la fundación y nueva tradición del Imperio. Hoy el enemigo, al igual que la guerra misma, nos llegan trivializados (reducidos a un objeto rutinario de represión policíaca) y se tornan en absolutos (como el Enemigo, una amenaza absoluta al orden ético). La guerra del Golfo fue tal vez el primer ejemplo plenamente articulado de esta nueva epistemología del concepto. La resurrección del concepto de guerra justa puede ser el síntoma de la emergencia de un Imperio, uno muy poderoso y plagado de sugerencias.»
Ahora bien ese Imperio se territorializa en EEUU, por ahora, y lo único que podemos reclamar es que tienda a convertirse en imperio generador. Esa es mi propuesta. Y en ese sentido coincido, en parte, con Jorge Soros, que en la reciente crítica de la Administración Bush II, el 7 de marzo de 2003, en la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales Avanzados en Washington (adaptación en El Mundo, de 22 de junio de 2003, págs. 32 y ss.) reclama una actuación constructiva de los EEUU que permita la creación de un verdadero «mundo de sociedades abiertos». Jorge Soros, seguidor y amigo de Popper, reclama una sociedad abierta conseguida por el liderazgo positivo de EEUU, es decir, mediante la labor de una potencia imperial que ayude financiera, social y políticamente a los países del mundo en desarrollo, pero que abandone la prepotencia de imponer militarmente una concepción dogmática de lo que los ideólogos fundamentalistas de Bush II entienden por «libertad» y «democracia». EEUU debe ocuparse, con la globalización, no solamente al beneficio financiero, sino del bienestar del mundo. Sin embargo Soros reconoce que los gobiernos represivos y corruptos son la causa de la mayor pobreza existente en el mundo, por lo que reclama, en realidad, y como yo mismo, un imperio generador. Lo expone en los siguientes términos: «una forma de superar el problema es ofrecer a los países estímulos positivos para que se transformen en sociedades abiertas. Este es el ingrediente que falta en el actual orden mundial.» Mientras tanto, estaremos en tregua.
Cuando aparentemente la guerra de Irak ha terminado, renace la polémica de si las potencias ocupantes están fomentando el desorden público para justificarse como Estado, en un territorio que podría ser el nuevo ejemplo histórico en el que podría establecerse el «no estado» por el que lucha el liberalismo auténtico. Sin embargo no podemos olvidar, en ésta polémica, al liberalismo «social-demócrata» representado por Carlos Popper y su auténtico sucesor Jorge Soros, ni la propuesta de la conversión de EEUU a la categoría de un Imperio generador que se defiende en este artículo.
Entiendo por «liberalismo auténtico» el anarco-capitalismo o libertarios económicos, cuyo máximo representante ha sido en los último años Murray N. Rothbard (1926-1995). El liberalismo auténtico se caracteriza por luchar contra la existencia misma de los Estados. Los Estados son las agencias o instituciones que poseen el monopolio de la violencia sobre un territorio, al igual que la última decisión, también en monopolio, sobre los conflictos que en él se produzcan; y en los Estados totalitarios el monopolio se extiende a todos los ámbitos de la vida.
Para los libertarios los Estados son innecesarios. Es necesaria la sociedad pero no el Estado. Además los Estados son las instituciones que al intervenir en la economía provocan ineficacia económica en todos los mercados, y oprimen y reprimen la libertad de las personas privadas.
La idea de acabar o desmontar el Estado, políticamente hablando, puede encontrarse en los anarquistas españoles, pero, económicamente (y el destino del siglo XX y XXI puede que siga siendo la Economía, precisamente por haberse convertido en Economía política), es heredera, también, del liberalismo español de nuestro siglo de Oro: el arzobispo don Diego de Covarrubias y Leyva, Luis Saravia de la Calle, Luis de Molina, Jerónimo Castillo de Bovadilla, Juan de Lugo y Juan de Salas, y sobre todo Juan de Mariana, que influyeron directamente en Turgot y su laissez faire, laissez passer, y posteriormente en la Escuela austríaca, desde Menger y Von Mises, Hayek, &c.
Luchar contra los Estados, por lo tanto, es luchar por la libertad. Por ello Rothbard «ha sido el defensor más enérgico y coherente de la libertad en este siglo» al «rechazar el orden político establecido, el nihilismo, y el cinismo en que se apoya el poder del Estado». El Estado viene a ser, para el libertario, una banda organizada de ladrones y criminales de guerra.
Como he dicho en otro lugar, la posición del libertario es la de la Ética. Desde la ética se defiende la conservación del cuerpo y persona humana y sus propiedades y derechos. Sin embargo Rothbard y demás libertarios no han reparado que las mismas Ideas de persona y derechos de propiedad no proceden de un metafísico «Derecho Natural», sino de la misma sociedad política en su propio desarrollo histórico. O por lo menos es una hipótesis, la del Derecho natural, no necesaria, y de la que la Filosofía puede prescindir.
Rothbard consideraba, por otro lado, que los libertarios debían estar siempre en contra de todas las guerras. Debían estar en contra por principios éticos básicamente. Solamente luchando contra el Estado propio, como contra cualquier otro, se podía reducir las guerras al mínimo y sus consecuencias también al mínimo (Eofl, 1982)
El Estado, al pretender ser el monopolista de la violencia en un territorio determinado, ejerce dos tipos de violencias:
1. la violencia vertical contra los libertarios que se le oponen al «orden público» que pretende establecer y establece mediante el robo de los impuestos.
2. la violencia horizontal contra otros Estados vecinos (aunque se encuentren a miles de kilómetros de sus fronteras –Irak–, y ello debido a la tecnología extraordinaria contemporánea).
Con esta clasificación de «violencia» y «orden» que nos ofrece Rothbard, es obvio, que la «paz» no puede ser entendida nada más que como una «tregua». Rothbard no utiliza el término «tregua», pero lo da como implícito. Entiendo por «tregua» la Idea de filosofía política que expresa mejor lo que entendemos ideológicamente por «paz» desde la plataforma del realismo y materialismo filosófico, pues siempre en la «paz» los Estados se «preparan para la guerra» futuro o inminente, y ello tiene que ser así si quiere mantener la «eutaxia» del mismo.
La «paz» es para el libertario la situación que se da dentro de un territorio cuando nadie se opone ofreciendo resistencia a las depredaciones y extorsiones estatales, pues para el anarco-capitalismo el derecho de propiedad al producto del trabajo personal no puede ser enajenado nada más que mediante el contrato voluntario y nunca por el robo que supone el Fisco. Por lo que tenemos el ejemplo más evidente, aquí, de que la «paz» es una Idea ideológica y polémica, pues a esa violencia unidireccional, de arriba abajo, del Estado a las personas privadas, se la considera «paz», cuando en realidad, para los libertarios, es «violencia «o «guerra interna» contra el pueblo que no quiere ser súbdito o esclavo.
Ahora bien, la violencia abierta y los conflictos más sangrantes en la Historia no se han debido a organizaciones revolucionarias antiestatales como pudo ser la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en la España de los años 30 del siglo XX, sino a las guerras inter-nacionales o «violencia horizontal», y no solamente por el número infinitamente superior de víctimas que producen las guerras internacionales respecto a la violencia revolucionaria, sino por la muerte de inocentes que ocasionan las guerras si la comparamos con la violencia anti-estatal.
Las guerras internacionales cumplen, pues, dos requisitos:
a) Que se producen entre dos territorios distintos y diferentes, separados en la distancia, perteneciente a cada Estado beligerante.
b) Que cada Estado beligerante vive a expensas de los Impuestos a sus súbditos, incluso y con más aumento fiscal cuando emprende una guerra.
Estos requisitos terminan por inclinar la balanza de la preferencia por la lucha libertaria frente a las guerras internacionales. Sin embargo Rothbard, a mi entender, no actúa con realismo político cuando condena a las guerras libertarias en legítima defensa de los Estados «civilizados», es decir, que tienden a «desaparecer». Pues, y el análisis de Von Mises así lo aconseja, es preferible el mal menor de un estado mínimo a soportar la tiranía de un imperialismo anti-libertario.
Las diferencias entre las guerras internacionales y la violencia revolucionaria libertaria (el liberalismo armado, pues es un derecho personal el poder llevar armas para la legítima defensa) son cuatro:
1. Las guerras internacionales tienden a recurrir (y por lo tanto los Estados a producirlas) a las armas de destrucción masiva: biológicas y nucleares (I y II Guerra Mundial).
2. Las guerras internacionales no pueden concretar lo suficiente el blanco militar o combatientes, muriendo víctimas inocentes o neutrales. Y ello a pesar de los modernos cohetes que permanentemente se perfeccionan en las guerras (objetivo de las guerras según Houellebecq).
3. Las guerras entre los Estados movilizan a todos los ciudadanos o población, convirtiéndolos en «enemigos». Aumentando los asesinatos a población civil, sobre todo desde las guerras modernas.
4. En ellas, los estados deben aumentar la presión fiscal a sus súbditos.
Rothbard concluye que las guerras son ilegítimas al ser entre Estados, y la objeción de la realidad de la existencia de los Estados es respondida con la siguiente réplica «Pero mientras existan los estados lo que tienen que hacer es reducir al menos sus actividades a las áreas en las que imponen su monopolio» y no en otras, pues, ni aún con la excusa de defender la persona del viajero a otro país o sus inversiones o propiedades en él, está justificada la guerra internacional, era el riesgo que adquiría ese ciudadano. Ahora bien, «romper la tregua» tiene su justificación si responde a una prólepsis y planificación civilizatoria de la sociedad política, y siempre que se intente «acotar la guerra», tratando también, en todo caso, de no caer en la que denomino «paradoja del Señor Superior».{1}
La reanudación de la Guerra del Golfo, y la ocupación prevista para diez años de las tropas de EEUU en las tierras ricas en petróleo{2}, plantean, en este sentido que venimos tratando, dos cuestiones urgentes:
1. ¿Qué hacer cuando se desencadena una guerra (contra Irak, Irán, Siria, Corea...) y los Estados beligerantes no están negociando la paz?
2. ¿Es el imperialismo norteamericano un imperialismo generador, o puede llegar a serlo?
La primera pregunta tiene dos respuestas, la primera como persona individual y desde la ética: Tenemos que intentar y condenar todo ataque a la población civil o personal neutral, pues son víctimas inocentes; y una segunda respuesta de carácter político-jurídico: Intentar hacer valer e intentar que se cumplan las «leyes para tiempos de guerra» para que no se violen los derechos a la población civil (empezando por el derecho a su existencia, al agua, &c.), y las «leyes de neutralidad» para que no se produzcan acciones bélicas contra terceros.
La respuesta a la segunda pregunta es de lo más complicada, pero no por ello imposible; utilizaremos para ello la noción de Gustavo Bueno «imperio generador / imperio depredador», distinguiéndola de la propuesta de Rothbard, y de la de Hardt y Negri en «Imperio».
Un Imperio, como los EEUU, sería depredador si por su estructura tiende a mantener con las sociedades por él coordinadas (Irak, Guatemala, &c.) unas relaciones de explotación en el aprovechamiento de sus recursos económicos o sociales tales que impidan el desarrollo político de esas sociedades, manteniéndolas en estado de salvajismo y, en el límite, destruyéndolas como tales. ¿Puede decirse tal cosa de los EEUU? Creo, que en esencia, no. Por lo que deberíamos empezar a considerar seriamente que EEUU es un Imperio generador, y no refugiarnos en supuestas distinciones de «Imperio» / «imperialismo», tal como realiza Negri y Hardt, para llegar, al final, en definitiva, a la misma conclusión.
El Imperio generador de EEUU, como el romano o el español, hace siglos, por su misma estructura, y sin perjuicio de las ineludibles operaciones de explotación colonialista o capitalista, determina el desenvolvimiento social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas, haciendo posible su transformación en sociedades políticas de pleno derecho.
Ahora bien esas «sociedades políticas de pleno derecho» no pueden ser meros «gobiernos indirectos o títeres» de un imperio depredador como el inglés u holandés desde el siglo XVII al XIX, sino «sociedades políticas» que consideren siempre a sus súbditos como hombres libres y que propicie siempre la conversión de las zonas ocupadas (Irak), o controladas(Guatemala), en verdaderas repúblicas o monarquías constitucionales, o en sociedades sin-estado pero de civilización superior. Y en esto último Rothbard estaría conforme, pues el objetivo del imperio generador de los EEUU, según lo planteo, es el de crear ciudadanos y personas privadas que no tengan que soportar la violencia que supone el nuevo Estado. (La situación sería parecida a la del Imperio romano que terminó concediendo la ciudadanía a prácticamente a todos los núcleos urbanos de sus dominios, pero acorde con el desarrollo de la economía y tecnología de hoy en día, en el sentido de generación por el Imperio EEUU de las sociedades sin estado y de mercado pletórico y sin monopolios.) Por su parte Rothbard era partidario de no tolerar el imperialismo occidental, al no ser legítima la violencia exterior de los Estados, pues no distingue entre el imperio depredador y el generador, y porque el mismo imperialismo occidental produce un status quo (o tregua) en el país ocupado o colonia, del cuál nunca se sabe si derivará en tiranía o subdesarrollo, y, a la vez, aumenta los impuestos en el Estado invasor para pagar los costes de la guerra de conquista y a la burocracia imperialista.
Sin embargo para Negri y Hardt el «Imperio», que no es EEUU, sí que introduce una nueva versión de la «guerra justa» que nos retrotrae a la época anterior al Ius Publicum Europeum:
«El concepto tradicional de la guerra justa implica la trivialización de la guerra y la celebración de ella como un instrumento ético (...), pero estas dos características tradicionales han reaparecido en nuestro mundo posmoderno: por un lado, la guerra es reducida al estatus de acción policíaca, y por otro se sacraliza un nuevo poder, que mediante la guerra queda facultado par ejercer funciones éticas.»
Eso quiere decir, que, a pesar de la propaganda, «una guerra justa no es ya en sentido alguno una actividad defensiva o de resistencia», sino que:
«...las acciones bélicas se justifican en sí mismas. Dos elementos distintos se combinan en este concepto de guerra justa: primero, la legitimación del aparato militar en tanto tiene fundamentos éticos, y segundo, la efectividad de las acciones militares en la consecución del orden y la paz deseados. La síntesis de ambos elementos pueden de hecho ser el factor determinante en la fundación y nueva tradición del Imperio. Hoy el enemigo, al igual que la guerra misma, nos llegan trivializados (reducidos a un objeto rutinario de represión policíaca) y se tornan en absolutos (como el Enemigo, una amenaza absoluta al orden ético). La guerra del Golfo fue tal vez el primer ejemplo plenamente articulado de esta nueva epistemología del concepto. La resurrección del concepto de guerra justa puede ser el síntoma de la emergencia de un Imperio, uno muy poderoso y plagado de sugerencias.»
Ahora bien ese Imperio se territorializa en EEUU, por ahora, y lo único que podemos reclamar es que tienda a convertirse en imperio generador. Esa es mi propuesta. Y en ese sentido coincido, en parte, con Jorge Soros, que en la reciente crítica de la Administración Bush II, el 7 de marzo de 2003, en la Escuela Paul H. Nitze de Estudios Internacionales Avanzados en Washington (adaptación en El Mundo, de 22 de junio de 2003, págs. 32 y ss.) reclama una actuación constructiva de los EEUU que permita la creación de un verdadero «mundo de sociedades abiertos». Jorge Soros, seguidor y amigo de Popper, reclama una sociedad abierta conseguida por el liderazgo positivo de EEUU, es decir, mediante la labor de una potencia imperial que ayude financiera, social y políticamente a los países del mundo en desarrollo, pero que abandone la prepotencia de imponer militarmente una concepción dogmática de lo que los ideólogos fundamentalistas de Bush II entienden por «libertad» y «democracia». EEUU debe ocuparse, con la globalización, no solamente al beneficio financiero, sino del bienestar del mundo. Sin embargo Soros reconoce que los gobiernos represivos y corruptos son la causa de la mayor pobreza existente en el mundo, por lo que reclama, en realidad, y como yo mismo, un imperio generador. Lo expone en los siguientes términos: «una forma de superar el problema es ofrecer a los países estímulos positivos para que se transformen en sociedades abiertas. Este es el ingrediente que falta en el actual orden mundial.» Mientras tanto, estaremos en tregua.
Notas
{1} La Paradoja del Señor Superior consiste en que las ideologías defensoras del Estado, por un lado reclaman la existencia de un Señor Superior (el Estado) para controlar las vidas de las personas privadas, pero, en cambio, rechazan históricamente, la existrencia de un Super-Estado, en las relaciones internacionales, que detente el monopolio de la violencia sobre todas las regiones, estando en una situación de anarquía, o estado de naturaleza, entre los diferentes estados o naciones.
{2} Lo cual supone una continuación de la guerra de Irak, en guerra terrorista o sucia, siempre y cuando sea cierto que los atentados producidos contra las tropas de EEUU se deben a grupos de liberación nacional iraquí, cosa que falta por confirmar. +
Fuente: El Catoblepas • número 17 • julio 2003 • página 15El liberalismo auténtico y la tregua:Rothbard, Negri y Jorge Soros
www.nodulo.org
www.nodulo.org
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