agosto 19, 2007

LA PETICIÓN DE LOS FABRICANTES DE VELAS


Por Frederic Bastiat (Francia 1801-1850)



En 1845 el brillante Frederic Bastiat, colocándose en la posición de los fabricantes de velas, se dirige a los legisladores franceses, refiriéndose a las políticas proteccionistas que hoy ciento cincuenta años después se siguen practicando, en estos términos:

De los fabricantes de velas, mechas, linternas, candeleros, postes de luz, cortamechas y apagavelas. Y de los productores de sebo, aceite, resina, alcohol y, en general, de todo lo relacionado al alumbrado.
A los Honorables Miembros de la Cámara de Diputados.
Caballeros:
Ustedes están en el camino correcto. Se preocupan principalmente del destino del productor. Desean liberarlo de la competencia extranjera, esto es, reservar el mercado nacional para la industria nacional.
Estamos sufriendo la ruinosa competencia de un rival extranjero quién, al parecer, trabaja bajo condiciones tan superiores a las nuestras para la producción de la luz, que está inundando con ella el mercado nacional a un precio increíblemente bajo. Porque en el momento que aparece, cesan nuestras ventas, los consumidores se vuelven a él y todo un rubro de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, se reduce hasta un completo estancamiento. Este rival que no es otro que el sol, sostiene una lucha tan inmisericorde contra nosotros, que sospechamos está siendo alentado en contra por el pérfido Albión, particularmente porque tiene por esa isla orgullosa un respeto que no tiene por nosotros.
Solicitamos pasen una ley exigiendo el cierre de todas las ventanas, puertaventanas, ojos de puerta, los cierres y persianas; en suma, todas las aperturas, huecos, rajaduras y fisuras a través de las cuales suele entrar el sol a las casas, en detrimento de las industrias leales. Con ellas - estamos orgullosos de decirlo - hemos equipado al país, el cual no puede, sin evidenciar ingratitud, abandonarnos ahora en tan desigual combate.
Si ustedes cierran tanto cuanto sea posible todo acceso a la luz natural, creando así una necesidad de luz artificial, ¿qué industria de Francia no será alentada en última instancia?
Si Francia consume más sebo, tendrá que haber más ganado y rebaños y, en consecuencia, habremos de ver un incremento de los campos fértiles, de la carne, la lana, el cuero y especialmente el estiércol, la base de toda riqueza agrícola.
Nuestros páramos serán cubiertos de árboles resinosos. Numerosos enjambres de abejas recogerán de nuestras montañas sus tesoros perfumados que hoy pierden su fragancia como las flores de las que emanan. Así, no habrá una sola rama de la agricultura que no experimente una gran expansión.
Lo mismo es cierto de la navegación. Miles de buques se dedicarán a cazar ballenas (por el aceite de ballena) y en poco tiempo tendremos una flota capaz de defender el honor de Francia y de satisfacer las patrióticas aspiraciones de los abajo firmantes.
Pero, ¿qué diremos de las especialidades de la manufactura parisién? Desde ahora se contemplará el dorado, el bronce y el cristal en los candeleros, en las lámparas, en las arañas y en los candelabros, brillando en grandes espacios, comparados con los cuales los de hoy no son sino pesebres.
Se requiere poca reflexión, caballeros, para convencerse de que quizá no hay un solo francés, desde el rico accionista de la compañía Anzin hasta él más humilde vendedor de fósforos, cuya condición no sea mejorada por el éxito de nuestra petición.
¿Nos objetarán ustedes que aunque nosotros ganemos con esta protección, al final no ganará Francia, porque el costo lo cubriría el consumidor? Tenemos lista una respuesta.
Ustedes no tienen más derecho a invocar los intereses del consumidor. Lo han sacrificado dondequiera encontraron que sus intereses se oponían a los del productor. Por la misma razón deben hacer lo propio esta vez.
En realidad, ustedes mismos han anticipado esta objeción. Cuando se les ha dicho que el consumidor tiene algo que ganar en la libre importación de acero, carbón, ajonjolí, trigo y textiles, “si”, han respondido, “pero el productor tiene algo que ganar en su exclusión”. Pues bien, si los consumidores tienen algo que ganar con la admisión de la luz natural, los productores tienen con seguridad algo que ganar con su prohibición.
Si ustedes nos garantizan un monopolio sobre la producción de la luz durante el día, en primer lugar tendremos que comprar grandes cantidades de sebo, carbón, aceite, resina, cera, alcohol, plata, acero, bronce y cristal para suministro de nuestra industria. Y, más aún, nosotros y nuestros numerosos proveedores, habiéndonos vuelto ricos, consumiremos mucho más y esparciremos la prosperidad en todas las áreas de la industria nacional.
¿Dirán que la luz del sol es un don gratuito de la naturaleza y que rechazar tales dones sería rechazar la riqueza misma bajo el pretexto de alentar los medios para adquirirla?
Si adoptan esa posición, sin embargo, ustedes darán un golpe mortal a su propia política. Recuerden que hasta ahora siempre han excluido los productos extranjeros porque y en la medida que se parecían a los dones gratuitos. Ustedes tienen sólo la mitad de la razón al aceptar las demandas de otros monopolistas por el hecho de admitir nuestra petición. Porque la nuestra está completamente de acuerdo con vuestra política establecida; y rechazar nuestras demandas precisamente porque están mejor fundamentadas que la de cualquier otro, sería un absurdo.
El trabajo y la naturaleza colaboran en varias proporciones en la producción de una mercancía, dependiendo del país y del clima. La parte con que contribuye la naturaleza siempre está libre de costo; la parte del trabajo humano es la que confiere valor y por eso se la paga.
Si se vende una naranja de Lisboa a mitad de precio que una naranja de París, es porque el calor natural del sol, que por supuesto está libre de costo, hace por la primera lo que la segunda debe al calor artificial, para el cual necesariamente hay que pagar en el mercado.
Así, cuando llega a nosotros una naranja de Portugal, uno pude decir que se nos ofrece a mitad de costo, o, en otras palabras, a la mitad del precio comparado con el precio de París.
Ahora bien, es sobre la base de ser semigratuita la naranja extranjera, que ustedes sostienen que su ingreso debe ser impedido. Se preguntan “¿cómo puede resistir la mano de obra francesa la competencia de la mano de obra extranjera, si es que la primera tiene que hacer todo el trabajo, mientras la otra sólo lo hace a medias, ocupándose del resto el sol?”. Pero si el hecho de que la mitad del costo de un producto sea gratis los lleva a ustedes a excluirlo de la competencia, el hecho de que esté totalmente libre de costo, ¿cómo puede hacer que ustedes lo admitan en la competencia? Ustedes no son consistentes o, de lo contrario, luego de excluir - por ser perjudicial a la industria nacional - lo que está libre de la mitad del costo, deberán excluir lo que es totalmente gratuito con mucha mayor razón y con el doble de entusiasmo.
Cuando un producto - el carbón, el acero, el trigo o los textiles - viene de afuera y lo podemos adquirir por un menor monto de trabajo que si lo produjéramos nosotros mismos, la diferencia (entre lo que pagamos y nos costaría) es como un don gratuito que se nos confiere. El volumen de este regalo es proporcional al monto de la diferencia. Es un cuarto, la mitad o tres cuartos del precio local. El regalo puede ser completo si es que el donante, como el sol cuando nos proporciona la luz, no pide nada de nosotros. La pregunta es si lo que desean para Francia es el beneficio del consumo libre de costo o las supuestas ventajas de una producción onerosa. Hagan su elección, pero sean lógicos.
Porque en tanto ustedes prohíban, como lo hacen, el carbón, el acero, el trigo, los textiles extranjero, en la medida que su precio se acerca a cero, ¡cuan inconsistente sería admitir la luz del sol, cuyo precio es cero el día entero!

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