De un tiempo a esta parte, la vertiente más popular que pretende encarar los problemas del medio ambiente aparece también como la forma más contundente de estrangular las bases de la sociedad abierta. Paradójicamente, en este caso, para preservar la propiedad del planeta se destruye la propiedad a través de las figuras de la “subjetividad plural” y los “derechos difusos” que permiten demandar frente a cualquier uso considerado indebido de lo que pertenece a otro, alegando la “defensa de la humanidad”. Garret Hardin acuñó la expresión “la tragedia de los comunes” para ilustrar el despilfarro y el uso desaprensivo de lo que es de todos, que, en la práctica, no es de nadie, en contraste con los incentivos de cuidar y mantener lo que es propio cuando se asignan derechos de propiedad.
Con razón se considera al agua indispensable para la vida del ser humano. Somos agua en un setenta por ciento y el planeta está compuesto en sus dos terceras partes por agua, aunque la mayor proporción sea salada y otra se encuentre atrapada por los hielos. F. Segerfeld nos informa de que la precipitación anual sobre tierra firma es de 113.500 kilómetros cúbicos, de los que se evaporan 72.000, lo cual deja un neto de 41.500. Eso significa nada menos que 19.000 litros por día y por persona en el planeta. A pesar de esto, se mueren, literalmente, millones de personas por año debido a la falta de agua o al agua contaminada.
El autor explica que esto se debe a la politización de ese bien tan preciado, situación que no ocurre cuando la recolección, purificación y distribución se encuentra en manos privadas, que si quieren prosperar deben atender los requerimientos del público sin favores ni componendas con el poder gubernamental del momento.
Ejemplifica con los casos de Ruanda, Haití y Camboya, donde las precipitaciones son varias veces mayores que en Australia. En los tres primeros casos hay crisis de agua, mientras que esto no ocurre respecto de Australia, por las razones apuntadas. Por esto es que el premio Nobel de Economía Vernon L. Smith escribe: “El agua se ha convertido en un bien de cantidad y calidad demasiado importante como para dejarlo en manos de las autoridades políticas”. En el mismo sentido, Martin Wolf, editor asociado de Financial Times, apunta: “El agua es demasiado importante para que no esté sujeta al mercado”.
La conservación de especies animales es un caso paradigmático. Las ballenas se extinguen, lo que no sucede con las vacas. Esto no siempre fue así. En la época de la colonia, se aniquilaban las vacas simplemente para usar un trozo de cuero o para comer algo de carne, situación que hizo que muchos mostraran su preocupación por la posible extinción de estos animales, hasta que apareció la revolución tecnológica del momento: la marca y el alambrado permitieron asignar derechos de propiedad y, así, conservar el ganado vacuno.
En Africa, se asignaron derechos de propiedad sobre los elefantes de Zimbabwe, mientras que en Kenya los elefantes son de propiedad común. En el último caso, en sólo once años la población de elefantes se redujo de 167.000 a 16.000, mientras que en el mismo período en Zimbabwe se elevó de 40.000 a 50.000, a pesar de contar con un territorio mucho más desventajoso que el de Kenya. En este país se favorece la posibilidad de que los elefantes sean eliminados en busca de marfil, ya que nadie está interesado en conservar y multiplicar la manada, como sucede en Zimbabwe.
Claro que la institución de la propiedad privada no asegura que serán conservadas todas las especies animales. Por ejemplo, es poco probable que el hombre deje de consumir antibióticos para conservar bacterias, ya que esto pondría en riesgo la supervivencia de la especie humana. Tampoco es probable que se desee conservar cucarachas. En la misma línea argumental, si bien es cierto que las emanaciones de monóxido de carbono deben ser castigadas, puesto que significan la lesión de derechos de terceros, la polución cero es imposible, puesto que requeriría que nos abstuviéramos de respirar, ya que al exhalar estamos contaminando.
En estos momentos se debate acerca del “efecto invernadero” o calentamiento global debido al debilitamiento o perforación de la capa de ozono que envuelve el globo en la estratosfera. Sin embargo, los científicos D. L. Hartmann y D. Doeling sostienen, en un trabajo publicado en el Journal of Geophysical Research, que en muchas extensiones ha habido un engrosamiento de la capa de ozono. Añade que las perforaciones han hecho que al penetrar los rayos ultravioletas y tocar la superficie marina se generara mayor evaporación y, consecuentemente, nubes de altura, lo cual dificulta la entrada de rayos solares y provoca un enfriamiento del planeta.
Por su parte, R. C. Balling señala: “La atmósfera de la Tierra se ha enfriado en 0,13 grados centígrados desde 1979, según las mediciones satelitales. (...) A pesar de que modelos computarizados del efecto invernadero predicen que el calentamiento mayor ocurrirá en la región ártica, del hemisferio norte, los registros de temperatura indican que el Artico se ha enfriado en 0,88 grados centígrados durante los últimos cincuenta años”. El mismo autor enfatiza que, debido a su efecto de enfriamiento, el dióxido de sulfuro provocado por aerosoles más que compensa la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera.
En este último sentido, y debido a las alarmas del tipo de las expuestas recientemente en nuestro país por Al Gore, es de interés citar una declaración del comité ejecutivo de la Organización Meteorológica Mundial, en Ginebra, que dice: “El estado presente del conocimiento no permite ninguna predicción confiable respecto del futuro de la concentración de dióxido de carbono o su impacto sobre el clima”. También es importante subrayar que el fitoplancton consume dióxido de carbono en una proporción mayor que todo lo liberado por los combustibles fósiles y que los desajustes cíclicos en la capa de ozono se deben en buena medida a fenómenos meteorológicos, como las erupciones volcánicas.
Por otro lado, en estas situaciones siempre hay equilibrios entre las contrapartes (trade offs) que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, se afirma que los clorofluocarbonos son responsables de la destrucción de las moléculas de la capa de ozono debido a las emisiones que provocan los refrigeradores, equipos de aire acondicionado, combustibles de automotores y ciertos solventes para limpiar circuitos de computadores. El trade off aparece cuando se documentan las intoxicaciones que se producen debido a la deficiente refrigeración y acondicionamiento de la alimentación y cuando se exhiben estadísticas de los aumentos de accidentes viales debido a la fabricación de automotores más livianos.
En cualquier caso, donde se detecta una lesión al derecho debe procederse a la rectificación, pero para cuidar los recursos naturales debe despolitizarse el proceso. Es preciso abstenerse de la actitud arrogante de pretender la manipulación del ecosistema por parte de la burocracia estatal. Hay que permitir que la compleja información dispersa pueda ponerse de relieve a través de los precios. Cuando se conjetura que cierto recurso será más escaso o se atribuye mayor valor para usos alternativos, los precios se elevan, lo cual fuerza a reducir el consumo, al tiempo que se incentiva el desarrollo de variantes sustitutivas y, en su caso, el reciclaje.
La sociedad abierta permite establecer los ritmos óptimos del crecimiento y asignar los recursos de la manera más adecuada a las necesidades presentes y futuras. La intromisión del aparato estatal en la producción a través de ideas como la del llamado “desarrollo sustentable” no hace más que distorsionar el uso y la asignación de recursos. Por ejemplo, la “tragedia de los comunes” irrumpe cuando se mantienen campos de forestación en manos fiscales, lo que incentiva la tala irracional. En ese caso, nadie se ocupa de forestar para que otros saquen buen partido de ello. La presunción de conocimiento ha hecho que ya en la época de la Revolución Industrial se sugiriera el establecimiento político de cuotas para el carbón al efecto de “aprovechar ese recurso no renovable”, que, a poco andar, fue reemplazado por el petróleo. Hoy es frecuente que se señale que existen determinadas reservas para tal cantidad de años, sin percibir que no es posible extrapolar precios a situaciones distintas. El movimiento de precios modifica la duración de las reservas.
T. L. Anderson y D. R. Leal, en su obra Free Market Enviromentalism, escriben: “El mercado libre enfatiza que el crecimiento económico y la calidad del medio ambiente no resultan incompatibles. Los ingresos altos permiten afrontar una mayor calidad del medio ambiente y, además, de los bienes materiales. No es ningún accidente que los países menos progresistas tengan más polución y más riesgos ambientales”.
Autor: Alberto Benegas Lynch (h)
Alberto Benegas Lynch es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Fuente: Cato Institute www.elcato.org
Este artículo fue publicado originalmente en el diario La Nación de Buenos Aires el 23 de agosto del año de 2007
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