Eva Duarte de Perón vuelve a salir a escena, aunque no se trata de otra versión del musical de Broadway. La escena es real, es la tarima de la política nacional argentina donde otra mujer, por vía de la cama , entra en las candilejas de la carrera presidencial: Cristina Fernández de Kirchner revive como una grotesca parodia la tragedia de la Argentina, que en su momento protagonizaron Evita e Isabelita de Perón. La mujer del presidente Néstor Kirchner quiere quedarse en la Casa Rosada, pero esta vez con la banda presidencial, y las encuestas dicen que tiene muchas probabilidades de salirse con la suya en las elecciones de octubre. El que este sainete tenga tantas posibilidades de consumarse, luego de más de sesenta años de descalabros políticos en Argentina, dice mucho del grado de ingenuidad e inmadurez de la gente de ese país del Cono Sur que al parecer, ven la política como una mezcla de delirio y estulticia. Alguna vez, la pomposidad de los militares tuvo su contraparte en el febril entusiasmo de los descamisados que llegó hasta unas elecciones en las que --con la consigna de ``Cámpora a la presidencia, Perón al poder''-- se burlaron de la respetabilidad de los comicios y --por primera vez en América Latina-- trajeron del exilio a un dictador decrépito y lo devolvieron al poder como turco en la neblina. Pero Perón no regresó solo, sino que trajo a su mujercita, que era inepta certificada, para que lo suplantara al faltar él, hasta que la estulticia le abrió las puertas al terror y los montoneros se alzaron y los milicos desataron la matanza. A esto siguió el descalabro de las Malvinas (que, por suerte para sus habitantes, no son argentinas); el dúo grotesco entre las borracheras de Galtieri y las demandas de las Madres de la Plaza de Mayo que, a veces, dan deseos de que las hubieran desaparecido también; el regreso a la democracia, gracias a Gran Bretaña y sus cañones, que, tras un hiato de decencia gris, trajo de nuevo al peronismo con las patillas impresentables y el latrocinio de Carlos Menem. Ahora, hemos sido testigos de la ridícula demagogia antinorteamericana de Kirchner (con un discurso político lleno de lugares comunes de la izquierda más trasnochada) que se propone legarle el país a su mujer --porque al parecer se fatigó de gobernar y quiere hacerlo desde la sombra de su alcoba-- y ella se presenta con la crispación que seduce a las masas vociferantes, aduciendo que quiere mandar a la cabeza de una muchedumbre de revoltosos. ¡Pobre Argentina! ¿Será verdad esto que estamos viendo? Este fenómeno se produce --curiosamente-- en el país más adelantado, culto y europeo de América Latina, (o el que al menos por tal se tuvo por bastante más de un siglo) con una capital que aún deslumbra a sus visitantes por su vida civilizada, por su actividad literaria y artística, por sus numerosas y bien nutridas librerías. ¿Cómo puede coexistir con este apego visible a los modales de la cultura, a la disciplina laboral que levantó una gran nación, este burdo intento de remedar esa época que Borges llamó con tanto tino ``tiempos de oprobio y bobería''? Tal vez posea a los argentinos esa pasión desorbitada y pueril que también padecieron los franceses (responsable de tantos cambios en el mundo, entre ellos la invención del totalitarismo), en que los instrumentos y la divulgación de la cultura en lugar de servir para el sostén de un orden, se prestan para fomentar un entusiasmo radical, iluso y ''revolucionario'' que mina las instituciones al tiempo que produce solevantamientos sobre los que suelen trepar los demagogos con sus grotescos ademanes. Cristina Fernández de Kirchner está por salir a escena en el papel de Evita y muchos, para desgracia de Argentina, aplaudirán. Yo sólo espero aún que alguien rechifle.
Por Vicente Echerry
Fuente: El Nuevo Herald
Fuente: El Nuevo Herald
No hay comentarios.:
Publicar un comentario