por Walter E. Williams
Walter Williams es profesor de economía en la Universidad George Mason y académico asociado del Cato Institute.
Los ambientalistas, con la ayuda de políticos y funcionarios del gobierno, tienen planes que pueden costar la vida a miles de personas.
Luego del huracán Betsy, que azotó a Nueva Orleáns en 1965, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos (U. S. Army Corps of Engineers) propuso se construyeran compuertas en el lago Pontchartrain, similares a las que protegen ciudades de Holanda. Estas se iban a construir en 1977, pero las organizaciones Fondo de Defensa del Ambiente y Salvemos Nuestros Pantanos buscaron una orden judicial para impedirlo.
Según el reciente libro de John Berlau, “Eco-Freaks: Environmentalism Is Hazardous to Your Health” (Estrafalarios del medio ambiente: Ambientalismo es peligroso para su salud), el Fiscal Gerald Gallinghouse declaró en el tribunal que no construir esas compuertas podía causar la muerte de miles de personas en Nueva Orleáns. Pero el juez Charles Schwartz procedió a emitir el interdicto contra la obra, a pesar de las evidencias presentadas de que no se dañaría el ambiente.
Nos dicen que el DDT hace daño a la gente y a los animales. Berlau, investigador del Competitive Enterprise Institute, mantiene que ningún estudio ha comprobado que el DDT sea tóxico para la gente. En una larga investigación, voluntarios ingirieron 32 onzas de DDT durante año y medio y 16 años más tarde no han sufrido efectos adversos a la salud.
A pesar de que se ha comprobado que el DDT, apropiadamente utilizado, no hace daño a las personas ni a los animales, los ambientalistas extremistas siguen luchando para que se mantenga su prohibición. Eso ha costado la enfermedad y muerte por malaria a millones de personas, especialmente en Africa. Después de la Segunda Guerra, el DDT salvó millones y millones de vidas en la India, el sureste asiático y América del Sur. En algunos casos, las muertes por malaria llegaron casi a cero. Desde la prohibición de DDT, se han disparado las muertes por malaria y los enfermos.
Los ambientalistas extremistas ven al DDT de manera diferente. Alexander King, co-fundador del Club de Roma, dijo: “En Guyana, en casi dos años, se había casi eliminado la malaria, pero al mismo tiempo se doblaron los nacimientos. Por lo tanto, mi mayor preocupación con el DDT, en retrospectiva, es que ha aumentado mucho el problema poblacional”. Jeff Hoffman, abogado ambientalista, escribió en grist.org: “la malaria era un control natural de la población y el DDT causó una explosión de la población en algunas partes donde acabó con la malaria. Y una pregunta más fundamental, ¿por qué los seres humanos deben tener prioridad sobre otras formas de vida?... No veo ningún respeto por los mosquitos…”
El libro de Berlau cita muchos otros ejemplos de desprecio por la vida humana de parte de los ambientalistas y explica cómo ellos utilizan a políticos como idiotas manipulables.
En 2001, miles de personas perecieron en el ataque terrorista al World Trade Center. A comienzos de los años 70, cuando se construía el World Trade Center, comenzaba el miedo al asbesto. Los constructores planeaban rociar asbesto, que se adhiere al acero, para retardar el fuego. Pero las autoridades de Nueva York cedieron ante los ambientalistas y prohibieron su uso. Un sustituto menos efectivo contra los incendios fue entonces aplicado.
Después del ataque terrorista, el Instituto Nacional de Normas y Tecnología (NIST) confirmó las preocupaciones de otros expertos sobre los sustitutos del asbesto, concluyendo que “aún con el impacto de un avión y la gasolina prendiendo fuegos a varios pisos, lo cual no suele ocurrir en los incendios de edificios, el edificio probablemente no se hubiera derrumbado si no hubiera sido por el revestimiento contra incendios”.
Por las restricciones contra el asbesto, nuestros buques de guerra son más vulnerables, lo cual es una invitación al desastre y la desgracia de la nave espacial Columbia fue el resultado de la insistencia de la EPA en que la NASA no utilizara freón en el material aislante.
El Congreso impone normas de consumo de gasolina a los automóviles, lo cual resulta en vehículos más livianos y más peligrosos. En 2002, la Academia Nacional de Ciencias estimó que tales normas causan 2 mil muertes al año. En 1999, el diario USA Today determinó que desde que esas normas fueron establecidas en los años 70, 46 mil personas murieron en choques que hubieran sobrevivido en vehículos más pesados.
Nada de esto es noticia para los políticos. Es que los extremistas del medio ambiente gozan del oído de los políticos, pero no las víctimas.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
Publico en El Cato Institute www.elcato.org
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Hace 4 días.
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