noviembre 21, 2007

Chávez, el golpista



Si alguien en Venezuela sabe de golpes ése es Hugo Chávez. Juzga y tilda a los demás de golpistas, pero él no ha dejado de conspirar desde que entró a la Academia Militar. Ha vivido siempre obsesionado por los levantamientos «cívico-militares» (los suyos o los pergeñados en su contra). Y atormentado por una manía persecutoria: cuando era un joven oficial, sus compañeros de armas se sorprendían con sus gritos fuera de lugar: «¡Me quieren matar, allá están!», proferidos ante imaginarios fantasmas.

Encabezó un golpe de Estado para saltar a la fama como líder «bolivariano», utilizó el golpe que dieron en su contra para afianzarse en el poder y, ahora, prepara un golpe institucional para mudar de régimen. Siempre se ha salido con la suya, y pretende seguir haciéndolo hasta 2030.

Cuando Don Juan Carlos le recibió en audiencia por vez primera en 1999, recién investido presidente, le dio la bienvenida con un abrazo y una pequeña broma: «Así que tú eres el que das golpes». Mucho ha cambiado el tono ocho años después.

Lo del golpe viene de cuando era un joven teniente coronel de paracaidistas y, tras diez años de conspiraciones, se levantó en armas en la madrugada del 4 de febrero de 1992. La asonada fracasó. La prensa ya había anunciado meses antes lo que se cocinaba en los cuarteles. Mientras el país era tomado por los insurgentes, Chávez se refugiaba en el Museo Militar, desde donde observó con prismáticos cómo los tanques en vano trataban de tomar el palacio de Miraflores. Desde aquel refugio asumió el mando de la intentona y negoció sus 15 minutos de fama. Al atribuirse la dirección de la asonada, tuvo la oportunidad de figurar ante las cámaras (su debilidad) frente a las que llamó a la rendición con su famoso «por ahora».

Con los golpistas en prisión, el 27 de noviembre se produce un segundo golpe para intentar liberar a Chávez, que también fracasó tras dejar un saldo sangriento en el camino. Entonces se hace famoso un gordito de franela rosada que aparece en las pantallas de la estatal Venezolana de Televisión narrando con tartajeo la asonada y mostrando un vídeo del comandante con su segundo «por ahora».

El ex presidente Rafael Caldera libera al populista y le «premia» con un sobreseimiento del delito de traición a la patria y rebelión en armas contra el Estado. De no mediar esa gracia, en teoría podría haber sido condenado a muerte. Sólo pagó dos años de prisión.

Chávez siempre se ha cuidado de ocultar sus raíces marxistas. Sólo ha anunciado que su proyecto constitucional es un socialismo del siglo XXI. Alberto Garrido, justo acreedor al título de «chavólogo», cuenta que en 1980 tomó contacto con el guerrillero Douglas Bravo a través de su hermano comunista Adán Chávez e ingresó en el Comité Central militar de su Partido de la Revolución Venezolana (PRV). «Hace unos 20 años el mandatario venezolano asume las tesis del PRV que no es otra cosa que la insurrección cívico-militar, bolivarianismo revolucionario... utilización del petróleo como arma geopolítica, choque de civilizaciones...», afirmó en entrevista a ABC.

La intentona de 2002

Durante los 9 años de presidencia de Chávez el único político que olfateó los golpes antes de que ocurrieran fue el secretario general de Acción Democrática, AD, Henry Ramos Allup. Unas semanas antes de que se produjera la intentona del 11 de abril de 2002 ya la barruntaba en un diario nacional. Aquello fue una chapuza. Chávez fue depuesto y repuesto en su cargo apenas 48 horas después. En aquel golpe el mandatario apareció visiblemente asustado mientras era trasladado en helicóptero a la isla de Orchila. Los arzobispos Ignacio Velasco y Baltasar Porras contaron cómo Chávez se confesó y lloró abrazado a las túnicas de los prelados, a quienes, antes de aquel susto, por criticarle, les había dicho que tenían el diablo en la sotana.

Claro que tiempo tuvo después para resarcirse en sus apariciones en televisión. Chávez es un experto en las relaciones cara a cara, sobre todo cuando no tiene competencia. Por eso le gustan tanto las sesiones dominicales del «Aló Presidente» que pueden durar más de siete horas en las que salta de un asunto a otro como el mejor tele predicador de la escena. En las ruedas de prensa, le gusta tratar de aplacar a los periodistas preguntándoles de dónde son o qué conocen de Venezuela. A Enrique Serbeto, enviado especial de ABC, llegó a hacerle leer «La balsa de piedra», de José Saramago, tras comentarle que según la novela la tierra se rompía por los Pirineos «para que la Península Ibérica saliera al encuentro de sus hermanos latinoamericanos». En aquella época, le gustaba decir que su libro favorito era «El oráculo del guerrero», una especie de manual iniciativo un tanto esquizofrénico, escrito por un chileno que igual hubiera podido dedicarse a redactar el horóscopo en las páginas de «El Universal» de Caracas.

Bastaba con hojear «El Oráculo» para darse cuenta de la personalidad del mandatario. En septiembre de 2000, organizó en Caracas una cumbre de la OPEP con el objetivo de hacer subir los precios del petróleo y bajo el argumento de que «un barril de coca cola, o de helado, o de agua mineral, cuestan más que un barril de petróleo». Cuando el enviado especial de ABC le sugirió que si subía el precio del combustible también subiría el de los demás productos que citaba, le echó en cara en plena rueda de prensa que se notaba que estaba preocupado por el precio de los helados y que por eso tal vez le sobraban unos kilos de peso. Ése era su estilo expeditivo, su impulso de hablar primero y, tal vez, pensar después en lo que había dicho.

Tras el golpe de 2002, en las navidades de aquel año, le cayó encima una huelga general que él calificó de «golpe petrolero». Otro más. «Liberen al oso», reclamaron sus partidarios, en alusión al plantígrado que luce en sus botellas la cerveza más popular de Venezuela: «Polar». La cerveza —y la comida— empezaba a escasear tras casi un mes de paro obrero, cierre empresarial y huelga-sabotaje petrolero. Un intento de asfixia económica.

Sólo los buhoneros de Sabana Grande y los mercados populares —gestionados por las Fuerzas Armadas— lograron romper el «lock out». Técnicos contratados en el extranjero —las televisiones locales buscaban afanosamente a un hindú con turbante— pusieron en marcha la industria del país. Siete semanas después huían los cabecillas de la insurrección.

Pese a la escasez, no obstante, los caraqueños no dejaron de celebrar las Pascuas. Año Nuevo lo recibimos en dos escenarios: un barrio popular, donde una verbena algo cutre animaba a un puñado de chavistas uniformados de rojo. Y una explanada en la autopista Francisco de Miranda, en el elegantón municipio de Cachao, donde miles de personas de clase media se divertían con actuaciones sobre un enorme escenario, como sacado de una gira de los Rolling Stones. Las dos Venezuelas.

A Chávez aquel «golpe petrolero» le pareció una bendición, ya que le permitiría hacer una purga en la estatal de Petróleos de Venezuela, PDVSA, de donde despidió a 20.000 ejecutivos e ingenieros. En aquellos días se producían 3,2 millones de barriles diarios. Hoy, con una nómina de unos 100.000 empleados, la producción es de 2,5 millones. Tras constatar que han fracasado todos los intentos golpistas pergeñados por la oposición en nueve años, el ex guerrillero Teodoro Petkoff, hoy director del diario «Tal Cual», reflexiona: «¿Cuál fue el resultado de la táctica golpista de 2002? Reforzar a Chávez y entregarle en bandeja de plata la Fuerza Armada Nacional y PDVSA. Las armas y la plata».

Golpe desde el poder

Aprovechando que en el país del Orinoco aún hay más pobres que ricos —Chávez no ha hecho nada para remediarlo—, y que los primeros le muestran apoyo inquebrantable, el líder revolucionario se apresta ahora a perpetrar un golpe jurídico e institucional. Un cambio de régimen. Otro golpe.

La Constitución de 1999, la «Bicha», se le ha quedado corta. Necesita otra que le dé vía libre a su proyecto de estatización de la propiedad y a una nueva configuración política que le asegure el poder y la reelección vitalicia. Pero, por primera vez, el régimen cívico-militar comienza a presentar fisuras internas: desde los socios parlamentarios de «Podemos» al general Baduel, el mismo que salvó el culo a Chávez en la asonada de 2002.

A medida que se avecina el referéndum, Chávez denuncia turbios planes conspirativos para derrocarle, y advierte: «Los voy a aplastar». El mandatario es desafiado por un «Comando Nacional de la Resistencia», que ha anunciado una insurrección civil una semana antes de la consulta. A poco que se desmadre el movimiento y que éste se torne en otra chapuza, Chávez tendrá una nueva ocasión para denunciar otro «golpe» y remachar, por enésima vez, los clavos de su poder.
Autor: Ludmila Vinogradoff,Manuel M Cascante & Enrique Serbeto
Fuente:
ABC España
http://www.hacer.org/current/Vene193.php

Este artículo fue enviado por Eneas Biglione de Fundación Hacer

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