Un artículo de Roberto Brenes, presidente de Fundación Libertad de Panamá para el Cato Institute
En el políticamente correcto mundo de las cumbres latinoamericanas, el “exabrupto” del rey Juan Carlos en Santiago de Chile, no solo fue una expresión genuina de hartazgo político sino también un soplo de aire que refrescó el hipócrita y acartonado ambiente de estas convocatorias.
Por décadas, los asistentes a cumbres y foros del continente han soportado, con imperturbabilidad bovina, las interminables diatribas, primero de Fidel Castro, luego de Daniel Ortega y ahora de Hugo Chávez sobre cualquier brusca en el ojo ajeno. Y no es que Fidel, Chávez y Ortega no tengan derecho a dar sus opiniones. Pero intentar pretender, en un tono irrespetuoso y altanero, dar lecciones o repartir reproches sobre la pobreza, la inequidad o las injusticias en los otros países desde la fracasada plataforma económica, jurídica y democrática de sus respectivos feudos es francamente demasiado.
Después de 50 años, la revolución fidelista ha logrado el casi imposible resultado de llevar a Cuba a la situación mucho peor a la que dejó Batista. Daniel Ortega, en su segundo mandato, intenta gobernar casi de facto y se perfila a repetir el estruendoso fracaso de su primer gobierno. Después de 9 años en el poder y el despilfarro de cantidades navegables de dinero, Venezuela sigue estancada; el “Socialismo del Siglo XXI” no ha sido sino una excusa para robar. ¿A quién critican y a quién le dan lecciones estos autócratas?
Pero si lo del Rey es admirable, el crónico silencio de todos nuestros mandatarios, es inaceptable y vergonzoso. ¿ A quién acusa Hugo Chávez de fascista e intervencionista cuando él financia la propagación de “la revolución bolivariana” a los países vecinos ? Pero nadie dice nada. Con la honrosa excepción de Francisco Flores, ex presidente de El Salvador, quien enfrentó a Fidel Castro ante una insultante intervención del dictador cubano en una reunión en Panamá —todos absolutamente todos los mandatarios de la región— se aguantan los gritos y los empujones de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sin que jamás se haya mascullado algo parecido al “por qué no te callas” del rey Juan Carlos.
Pero claro, las excusas abundan. Cuando no es el embargo estadounidense, es la actitud de la OEA y cuando no es eso es la almidonada corrección política. En el mientras tanto la comunidad latinoamericana se presta para ser el foro y el chivo expiatorio de las acusaciones que, a diestra y siniestra, hacen estos caudillos y que no son otra cosa que cortinas de humo para disimular su fracaso.
A ver si siguiendo el ejemplo del Rey, el rebaño se llena de amor propio y empieza a llamar al “pan” pan y al "vino" vino. Quizá entonces tendremos alguna esperanza de que las cumbres sirvan para algo constructivo.
Fuente:http://www.elcato.org
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