Por Carlos Ball
En Washington, los funcionarios y políticos de ambos partidos no solamente le han dado la espalda al libre comercio, sino que abiertamente distorsionan el lenguaje, intentando disfrazar lo que hacen. El idioma oficial de Washington se ha transformado en una sofisticada y moderna versión de “newspeak”, el lenguaje descrito por George Orwell en su novela “1984”, donde el ministerio de La Verdad se dedicaba a propagar la mentira.
En Washington, “libre comercio” significa ahora proteger con aranceles, cuotas y prohibiciones de importación a ciertos y determinados grupos, como agricultores y poderosos sindicatos, y también a quienes contribuyen con grandes sumas de dinero a las campañas electorales de ambos partidos.
Pero comerciar en realidad significa comprar y ofrecer en venta los mejores productos posibles, a precios que generen la mejor combinación de volumen y utilidades. Lamentablemente, para Washington el intercambio comercial es secundario a la imposición a otros países de ciertas y determinadas normas laborales, según los deseos de los sindicatos de EE.UU., y de parámetros ambientales que a menudo se basan en la propaganda de los verdes.
Ni a los políticos ni a los funcionarios les preocupa que imponer tan absurdas trabas al intercambio comercial nos obliga a todos a pagar más por lo que compramos y a tener acceso a menor variedad e inferior calidad de los bienes y servicios que adquirimos.
Esos mismos políticos y funcionarios de Washington nos repiten incansablemente lo mucho que les preocupa el hambre, las enfermedades y la pobreza de los países en desarrollo, mientras que por debajo de la mesa hacen todo lo necesario para que la gente de esos países pobres no logre exportar a Estados Unidos los productos y servicios que puedan amenazar los intereses de ciertos grupos empresariales y de sindicatos políticamente poderosos.
Claro que los latinoamericanos preferirían trabajar bajo las reglas, horarios, condiciones y modernas tecnologías que predominan en este país, como también que todos sus hijos fuesen a la escuela y a la universidad, en lugar de trabajar desde temprana edad.
Pero la realidad histórica es que las condiciones predominantes hoy en Estados Unidos se deben a que la economía creció aceleradamente y se logró acumular suficiente capital invertido para disparar la productividad de los obreros, lo cual a la vez permitió el aumento de salarios y demás beneficios que hoy disfrutan los trabajadores norteamericanos. Hace 100 años no existía en este país un Estado benefactor, regulador y controlador que impidiera que los jovencitos se quedaran recogiendo la cosecha en la granja de la familia, en lugar de asistir a clases, ni tampoco existían poderosos sindicatos que obligaran a Henry Ford a pagar 75 dólares la hora y formidables jubilaciones a los obreros que ensamblaban el Modelo T. Debido al creciente proteccionismo y dirigismo económico en Estados Unidos, la apertura comercial se ha reducido a pequeños y exageradamente complicados y detallados acuerdos binacionales, donde prevalece
la defensa de los intereses de minorías favorecidas y se da la espalda a principios fundamentales del libre comercio.
Los políticos utilizan cualquier excusa. En una carta enviada recientemente a Susan Schwab, la funcionaria encargada del comercio exterior, el congresista demócrata Charles Rangel, presidente del comité más importante de la Cámara de Representantes, Comité Medios y Arbitrios, expresó lo problemático que es firmar un acuerdo comercial con Colombia, mientras el gobierno de ese país no combata más efectivamente la criminalidad. ¿Qué tienen que ver los secuestros de las FARC y delitos de los paramilitares con que los norteamericanos puedan adquirir libremente los productos colombianos que quieran?
¿Qué pensaría el congresista Rangel si el gobierno colombiano le pregunta por qué siguen habiendo tantos más crímenes en los barrios negros y latinos de Washington, Nueva York, Chicago y Detroit?
¿Acaso sería esa una razón válida para que América Latina recorte sus importaciones de Estados Unidos?
Carlos Ball es Periodista venezolano, director de la agencia de prensa AIPE (www.aipenet.com) y académico asociado del Cato Institute.
Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE) © Todos los derechos reservados. Para mayor información dirigirse a: AIPEnet
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