Por Roberto Cachanosky
A lo largo de su mandato presidencial, Néstor Kirchner hizo un uso indebido e imprudente de la autoridad que le confiere su cargo: la lista de destrozos en la economía, la política, la imagen internacional y la concordia social interna de la Argentina es extensa.
Si tuviera que graficar de alguna manera estos cuatro años de gobierno de Néstor Kirchner, los asimilaría al de un adolescente inmaduro e irresponsable a quien el padre le prestó un poderoso auto nuevo. El adolescente, sorprendido por la confianza que le dispensó su padre, no hizo honor a ese a acto de confianza y salió con el auto a correr picadas y a cometer todo tipo de imprudencias, sin importarle los riesgos a que estaba sometiendo al resto de los automovilistas y peatones, hasta que, finalmente, terminó atropellando a una persona que cruzaba la calle y chocando a otros automóviles. El chico se sintió todopoderoso en el auto último modelo de su padre y en ningún momento tomó conciencia de la responsabilidad que tenía al conducir. Al contrario, a medida que iba cometiendo más imprudencias, sus amigos lo festejaban como si se tratara de un “vivo” y “genio” al volante.
Cuatro años atrás, Kirchner se sorprendió de llegar a la presidencia, al punto que claramente terminó entrando por la ventana trasera. Salió segundo en las elecciones de 2003, con el 22% de los votos. Pero igual logró subirse al auto que Eduardo Duhalde le prestó.
En estos cuatro años, Kirchner hizo un uso imprudente del poder que se le delegó. Manejó y sigue manejando a su antojo los fondos de los contribuyentes. Usa la Casa de Gobierno como si fuera una tribuna política para denunciar enemigos que inventa en vez de impulsar la paz y la concordia entre los argentinos. Sumergió al país en una orgía de persecución política. Ignora la división de poderes que impone el sistema republicano de gobierno. Lanzó al país a un proceso inflacionario, lo que nos retrasa más de 15 años en esta materia. Se peleó con la Iglesia, el periodismo, los militares, la oposición y Uruguay. Se entrometió en la interna política de otros países. Presiona políticamente a la justicia para que falle de acuerdo a su gusto y paladar. Intervino el INDEC para que ese organismo le ponga una buena nota en inflación. Hizo de la falta de educación un “estilo K” que se tradujo en desplantes a representantes de otros gobiernos. Humilló a la República Argentina abrazándose con un violador sistemático de los Derechos Humanos como es Fidel Castro. Salió en defensa de los terroristas que en los 70 querían tomar el poder por las armas y asesinaron no sólo a militares y policías, sino también a civiles y niños inocentes e indefensos. Es decir, implícitamente, desde su investidura presidencial, reivindicó la violencia como forma de tomar el poder.
El listado de imprudencias puede seguir, aunque con estos ejemplos creo que es suficiente para advertir el riesgo con que está manejando un cargo que le fue conferido transitoriamente.
Se podrá argumentar que, hoy en día, Kirchner tiene una alta intención de voto en comparación a sus competidores y que goza de un elevado porcentaje de buena imagen. Es posible que los datos de las desprestigiadas encuestas arrojen esos resultados, pero, aun suponiendo que esos números sean ciertos, la pregunta es: ¿y qué? ¿Acaso el uso indebido e imprudente del poder deja de ser indebido e imprudente porque una parte de la población lo aplaude? Hitler y Mussolini también tenían gente que los seguía y los aplaudía.
Kirchner acaba de afirmar que espera que en las elecciones de octubre las urnas estén repletas de buena memoria. Yo le diría que no se engolosine con los votos porque su mentor político, Duhalde, también ganaba las elecciones en la provincia de Buenos Aires y sólo pudo llegar a ser presidente, al igual que él, entrando por la ventana, por más que en su último libro se esfuerce por aparecer como el salvador de la patria al cual recurrió la dirigencia política para enfrentar la crisis de 2001-2002.
En 1983, Ricardo Alfonsín ganó las elecciones con más del 50% de los votos y también creyó que eso lo autorizaba a hacer cualquier cosa y que él era el fundador del tercer movimiento histórico. Todavía recuerdo al radical Juan Manuel Casella diciendo que el país no podía perderse de tener un presidente como Alfonsín por un prurito constitucional, dado que en ese momento no estaba permitida la reelección. Alfonsín terminó fugándose del poder con el país sumergido en la hiperinflación, a pesar de haber llegado a la presidencia con el 51% de los votos.
La ceguera del poder no es de ahora. Viene de hace rato. Incluso Juan Carlos Onganía creyó que iba a ser el Franco de la Argentina y se iba a quedar para siempre en la presidencia. Leopoldo Galtieri lanzó al país a la guerra de Malvinas y la misma gente que lo vivaba en la Plaza de Mayo, unos días después, incendiaba la misma plaza. En 1995, Carlos Menem ganó las elecciones con el 50% de los votos, prácticamente duplicó el caudal de votos de quien salió segundo, y la gente ya sabía cuál era la política menemista.
Con esto quiero decir que Kirchner no debería entusiasmarse tanto con los votos y las encuestas porque el mismo electorado que le dio el voto a Menem en 1995 puede dárselo a él ahora y volver a cambiar en cualquier momento. ¿O todavía no advirtió la volatilidad del electorado?
Lamentablemente para los argentinos, Kirchner sigue muy entretenido jugando con el poder que se le delegó, mientras el país viaja mordiendo las banquinas y zigzagueando por el camino, y no hay nada a la vista que haga suponer que se vaya a cambiar la forma de conducir. Al contrario, mientras más le festejan su forma de manejar, mayores imprudencias comete el presidente y más enfrentamientos genera en la sociedad. Piensa que, como hasta ahora zafó de una catástrofe, puede seguir manejando de la misma manera.
El abuso de poder siempre se paga caro. Y cuanto más tiempo se cometen abusos, el costo crece geométricamente para quien los comete.
El presidente reclama memoria. Muy bien. Que haga memoria y recuerde cómo han terminado todos aquellos gobernantes que creyeron que el poder era para siempre y los habilitaba a abusar de él. No vaya a ser cosa que, cuando termine de chocar el auto y causar destrozos a diestra y siniestra, se baje del automóvil y trate de inventar algún nuevo enemigo para señalarlo como responsable del caos, porque ya nadie va a creer ese cuento. ©
Si tuviera que graficar de alguna manera estos cuatro años de gobierno de Néstor Kirchner, los asimilaría al de un adolescente inmaduro e irresponsable a quien el padre le prestó un poderoso auto nuevo. El adolescente, sorprendido por la confianza que le dispensó su padre, no hizo honor a ese a acto de confianza y salió con el auto a correr picadas y a cometer todo tipo de imprudencias, sin importarle los riesgos a que estaba sometiendo al resto de los automovilistas y peatones, hasta que, finalmente, terminó atropellando a una persona que cruzaba la calle y chocando a otros automóviles. El chico se sintió todopoderoso en el auto último modelo de su padre y en ningún momento tomó conciencia de la responsabilidad que tenía al conducir. Al contrario, a medida que iba cometiendo más imprudencias, sus amigos lo festejaban como si se tratara de un “vivo” y “genio” al volante.
Cuatro años atrás, Kirchner se sorprendió de llegar a la presidencia, al punto que claramente terminó entrando por la ventana trasera. Salió segundo en las elecciones de 2003, con el 22% de los votos. Pero igual logró subirse al auto que Eduardo Duhalde le prestó.
En estos cuatro años, Kirchner hizo un uso imprudente del poder que se le delegó. Manejó y sigue manejando a su antojo los fondos de los contribuyentes. Usa la Casa de Gobierno como si fuera una tribuna política para denunciar enemigos que inventa en vez de impulsar la paz y la concordia entre los argentinos. Sumergió al país en una orgía de persecución política. Ignora la división de poderes que impone el sistema republicano de gobierno. Lanzó al país a un proceso inflacionario, lo que nos retrasa más de 15 años en esta materia. Se peleó con la Iglesia, el periodismo, los militares, la oposición y Uruguay. Se entrometió en la interna política de otros países. Presiona políticamente a la justicia para que falle de acuerdo a su gusto y paladar. Intervino el INDEC para que ese organismo le ponga una buena nota en inflación. Hizo de la falta de educación un “estilo K” que se tradujo en desplantes a representantes de otros gobiernos. Humilló a la República Argentina abrazándose con un violador sistemático de los Derechos Humanos como es Fidel Castro. Salió en defensa de los terroristas que en los 70 querían tomar el poder por las armas y asesinaron no sólo a militares y policías, sino también a civiles y niños inocentes e indefensos. Es decir, implícitamente, desde su investidura presidencial, reivindicó la violencia como forma de tomar el poder.
El listado de imprudencias puede seguir, aunque con estos ejemplos creo que es suficiente para advertir el riesgo con que está manejando un cargo que le fue conferido transitoriamente.
Se podrá argumentar que, hoy en día, Kirchner tiene una alta intención de voto en comparación a sus competidores y que goza de un elevado porcentaje de buena imagen. Es posible que los datos de las desprestigiadas encuestas arrojen esos resultados, pero, aun suponiendo que esos números sean ciertos, la pregunta es: ¿y qué? ¿Acaso el uso indebido e imprudente del poder deja de ser indebido e imprudente porque una parte de la población lo aplaude? Hitler y Mussolini también tenían gente que los seguía y los aplaudía.
Kirchner acaba de afirmar que espera que en las elecciones de octubre las urnas estén repletas de buena memoria. Yo le diría que no se engolosine con los votos porque su mentor político, Duhalde, también ganaba las elecciones en la provincia de Buenos Aires y sólo pudo llegar a ser presidente, al igual que él, entrando por la ventana, por más que en su último libro se esfuerce por aparecer como el salvador de la patria al cual recurrió la dirigencia política para enfrentar la crisis de 2001-2002.
En 1983, Ricardo Alfonsín ganó las elecciones con más del 50% de los votos y también creyó que eso lo autorizaba a hacer cualquier cosa y que él era el fundador del tercer movimiento histórico. Todavía recuerdo al radical Juan Manuel Casella diciendo que el país no podía perderse de tener un presidente como Alfonsín por un prurito constitucional, dado que en ese momento no estaba permitida la reelección. Alfonsín terminó fugándose del poder con el país sumergido en la hiperinflación, a pesar de haber llegado a la presidencia con el 51% de los votos.
La ceguera del poder no es de ahora. Viene de hace rato. Incluso Juan Carlos Onganía creyó que iba a ser el Franco de la Argentina y se iba a quedar para siempre en la presidencia. Leopoldo Galtieri lanzó al país a la guerra de Malvinas y la misma gente que lo vivaba en la Plaza de Mayo, unos días después, incendiaba la misma plaza. En 1995, Carlos Menem ganó las elecciones con el 50% de los votos, prácticamente duplicó el caudal de votos de quien salió segundo, y la gente ya sabía cuál era la política menemista.
Con esto quiero decir que Kirchner no debería entusiasmarse tanto con los votos y las encuestas porque el mismo electorado que le dio el voto a Menem en 1995 puede dárselo a él ahora y volver a cambiar en cualquier momento. ¿O todavía no advirtió la volatilidad del electorado?
Lamentablemente para los argentinos, Kirchner sigue muy entretenido jugando con el poder que se le delegó, mientras el país viaja mordiendo las banquinas y zigzagueando por el camino, y no hay nada a la vista que haga suponer que se vaya a cambiar la forma de conducir. Al contrario, mientras más le festejan su forma de manejar, mayores imprudencias comete el presidente y más enfrentamientos genera en la sociedad. Piensa que, como hasta ahora zafó de una catástrofe, puede seguir manejando de la misma manera.
El abuso de poder siempre se paga caro. Y cuanto más tiempo se cometen abusos, el costo crece geométricamente para quien los comete.
El presidente reclama memoria. Muy bien. Que haga memoria y recuerde cómo han terminado todos aquellos gobernantes que creyeron que el poder era para siempre y los habilitaba a abusar de él. No vaya a ser cosa que, cuando termine de chocar el auto y causar destrozos a diestra y siniestra, se baje del automóvil y trate de inventar algún nuevo enemigo para señalarlo como responsable del caos, porque ya nadie va a creer ese cuento. ©
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