Por Ricardo López Göttig
El magnífico film “Noche de Paz” (Joyeux Noël) comienza mostrando a niños alemanes, franceses e ingleses recitando poemas bélicos de odio y destrucción a sus vecinos durante sus horas de clase, en tiempos previo a la primera guerra mundial. El adoctrinamiento político y militarista hizo mella en varias generaciones de europeos, desembocando en guerras que casi borraron del mapa al Viejo Continente, arrasando con decenas de millones de vidas en cada una de esas conflagraciones.En nuestro país, durante muchos decenios la obsesión política por la demarcación de los límites geográficos de la Argentina ganó los corazones y las mentes de muchos compatriotas, llevando a ocupar un lugar central en la enseñanza escolar. Las denuncias altisonantes contra nuestros vecinos “voraces” e “insaciables” nos llevaron al enfrentamiento con naciones con las que nos hermana una cultura e historia común. Esa hostilidad persiste en la actual disputa con la República Oriental del Uruguay, en la que la cuestión medioambiental cedió su posición a una reyerta política bullanguera.Esta obsesión por los mojones en las fronteras se acentuó con la expansión del poder ilimitado del estado. Mientras se hacía tanto hincapié en los límites geográficos, se olvidaban los límites constitucionales al poder. A los gobernantes de los últimos decenios les preocupaba más aislarnos del mundo que la decreciente calidad de vida que esto significaba para los habitantes de la República. Se estatizaron numerosas empresas con criterios de estrategia militar, alimentados por la hipótesis de conflictos bélicos con nuestros vecinos sudamericanos, de modo que la economía y el empleo comenzaron a ser controlados por los gobernantes de turno. Los alumnos de varias generaciones escucharon en las aulas sobre las tentativas de chilenos, bolivianos, brasileños, uruguayos y paraguayos para achicar el territorio argentino, pero no recibieron clases sobre los límites al poder. Y es que, para derrotar a estos enemigos, el poder debía estar concentrado y no recibir críticas de “antipatrias”. Así fue como el espíritu de la Constitución se volvió extraño a los futuros ciudadanos y se sentaron las bases culturales para avasallar la autonomía de la sociedad civil, el pluralismo y la libertad en la educación, la República y el federalismo.Nuestra Constitución nació con el objetivo inmediato de fijar fronteras al poder ejecutivo, ya que los constituyentes tenían en mente la experiencia contemporánea de la suma del poder público que tuvo el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas. A pesar de haber padecido tantos regímenes autoritarios, los argentinos de inicios del siglo XXI nos olvidamos de los resultados de esas experiencias amargas que nos llevaron a la violencia y la pobreza. La desmesura se ha convertido, insólitamente, en una virtud presidencial para deponer magistrados, vulnerando las fronteras constitucionales a sus atribuciones. Puede arrancar aplausos a un auditorio que festeja con bombos y platillos, puede provocar el entusiasmo pasajero en algunos distraídos, pero ahuyenta al inversor, desalienta al emprendedor y nos aleja cada vez más del gobierno de las leyes.
El autor es Doctor en Historia, Director de la Carrera de Ciencia Política en la Universidad de Belgrano e investigador de la Fundación Hayek.
Artículo publicado en Economía Para Todos, jueves 5 de abril del 2007.
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