Anda el pusilánime progrerío escandalizado por lo que considera deficiente gestión de la matanza en Virginia, cuando en realidad en gran parte él es el culpable de esa treintena de muertos. Jorge Valín lo dejó claro con valentía cuando explicó cómo las armas salvaron vidas en Nueva Orleans, y es preciso dejar claro ahora que las armas habrían salvado vidas en Virginia. No todas, seguramente, pero muy probablemente las de los asesinados en el segundo tiroteo. Se dirá que Nueva Orleans fue una situación de crisis y que nadie podía prever algo así en un enclave de paz como es un campus universitario, pero todo momento es un momento de crisis potencial (ayer fue la prueba) y hay que andar precavido en todo instante. Antes de que un progre descerebrado me acuse de paranoico, recordaré que todos tenemos enemigos.
En este caso la colaboración de la izquierda antiarmas con el asesino es particularmente sangrante. Según la secuencia de los hechos tal y como se conoce ahora, hubo dos tiroteos separados por dos horas. El primero tuvo lugar en una residencia de estudiantes con casi 1000 personas viviendo allí, y solamente el hecho de que el asesino escapara permitió la segunda matanza en un aula llena de estudiantes. Pensemos en lo que una población estudiantil y armada podría haber hecho ante semejante amenaza. Imposible que hubiera salido de la residencia de estudiantes sin recibir un balazo; imposible que hubiera podido matar a 30 personas en un aula sin que alguien lo abatiera antes. El control de armas ha dejado a todas estas personas indefensas frente a quien no respeta la ley; la ley, de hecho, ha sido su mayor aliado.
En mi primera estancia en los EE.UU. conocí a parte de la colonia universitaria de la Universidad Estatal de Dakota del Sur. Eran cuatro gatos, pero hay buenas historias, alguna irritante, que tengo que contar algún dísa. Esa fue la época en la que descubrí todas las ventajas morales y espirituales que daba el manejo de las armas, aunque afortunadamente no tuve que darme cuenta de ninguna de sus ventajas prácticas. Lo que me sorprendió cuando visité a alguno de mis amigos en su residencia fue el hecho de que en el campus estaba prohibido portar armas escondidas y que estaba prohibido disparar desde los balcones de la residencia (cuyos planos , al parecer, coincidían con los de los módulos de un par de cárceles en Nebraska...). La propia administración universitaria les quitaba a los estudiantes esta oportunidad de crecer como seres humanos. Me quedé de piedra.
Lo cual me recuerda cómo en algunas universidades es imprescindible saber nadar para licenciarse. Era el caso en Kansas y, según me contó la hermana de un amigo a principios de los noventa, en Carolina del Norte. Como contrapartida a las donaciones de una dama que perdió a su hijo en el hundimiento del Titanic por no saber nadar y que se habría salvado de sí saber, las universidades instituyeron hace décadas un "swimming test" obligatorio para asegurar que sus estudiantes pudieran salvar la vida en situaciones de crisis. Algunos estudiantes lo pasaban el último día posible (como esta chica) y si no lo pasaban no podían licenciarse. ¿Sería mucho pedir que las universidades establecieran un requisito semejante con respecto a las armas? Un aprendizaje mínimo es imprescindible en todos los sentidos, y quien no lo tuviera no podría salir al mundo con un título en la mano. Aparte de cómo contribuyen a la educación integral que proporcionan las universidades estadounidenses, un uso adecuado de ellas podría indudablemente salvar las vidas de los estudiantes durante su estancia en la universidad o, de modo más importante, durante su vida futura. La familiaridad con las armas les animaría a poseerlas y llevarlas consigo y no les dejaría indefensos ante criminales y asesinos.
El mejor anuncio para la NRA que conozco es la película "Elephant". Recrea la matanza de Columbine de una forma muy diferente al panfleto tramposo e indecente de Michael Moore. La cuidadosa reconstrucción revela lo fácil que hubiera sido evitarla si hubiera habido estudiantes y profesores armados dentro del edificio. La película muestra una y otra vez la vulnerabilidad de quienes pueden matar solamente porque son los únicos individuos que pueden disparar. Amplios pasillos vacíos y llenos de luz convierten a cada asesino en un blanco perfecto. Sin embargo, nadie puede tenderles una emboscada, y el capitán del equipo de fútbol americano y la jefa de animadoras, líderes naturales, tienen que esconderse sin poder hacer nada hasta les encuentran y les matan. La banalidad de la violencia, la facilidad con la que individuos honrados y no maniatados por el Estado pueden defenderse, y la complicidad cobarde con los asesinos por parte del progrerío quedan perfectamente claras en Columbine, en "Elephant" y ayer mismo en Virginia. Hoy día las leyes matan, las armas salvan. Repítase hasta que se cambie una legislación y una forma de pensar manchadas de sangre inocente.
En este caso la colaboración de la izquierda antiarmas con el asesino es particularmente sangrante. Según la secuencia de los hechos tal y como se conoce ahora, hubo dos tiroteos separados por dos horas. El primero tuvo lugar en una residencia de estudiantes con casi 1000 personas viviendo allí, y solamente el hecho de que el asesino escapara permitió la segunda matanza en un aula llena de estudiantes. Pensemos en lo que una población estudiantil y armada podría haber hecho ante semejante amenaza. Imposible que hubiera salido de la residencia de estudiantes sin recibir un balazo; imposible que hubiera podido matar a 30 personas en un aula sin que alguien lo abatiera antes. El control de armas ha dejado a todas estas personas indefensas frente a quien no respeta la ley; la ley, de hecho, ha sido su mayor aliado.
En mi primera estancia en los EE.UU. conocí a parte de la colonia universitaria de la Universidad Estatal de Dakota del Sur. Eran cuatro gatos, pero hay buenas historias, alguna irritante, que tengo que contar algún dísa. Esa fue la época en la que descubrí todas las ventajas morales y espirituales que daba el manejo de las armas, aunque afortunadamente no tuve que darme cuenta de ninguna de sus ventajas prácticas. Lo que me sorprendió cuando visité a alguno de mis amigos en su residencia fue el hecho de que en el campus estaba prohibido portar armas escondidas y que estaba prohibido disparar desde los balcones de la residencia (cuyos planos , al parecer, coincidían con los de los módulos de un par de cárceles en Nebraska...). La propia administración universitaria les quitaba a los estudiantes esta oportunidad de crecer como seres humanos. Me quedé de piedra.
Lo cual me recuerda cómo en algunas universidades es imprescindible saber nadar para licenciarse. Era el caso en Kansas y, según me contó la hermana de un amigo a principios de los noventa, en Carolina del Norte. Como contrapartida a las donaciones de una dama que perdió a su hijo en el hundimiento del Titanic por no saber nadar y que se habría salvado de sí saber, las universidades instituyeron hace décadas un "swimming test" obligatorio para asegurar que sus estudiantes pudieran salvar la vida en situaciones de crisis. Algunos estudiantes lo pasaban el último día posible (como esta chica) y si no lo pasaban no podían licenciarse. ¿Sería mucho pedir que las universidades establecieran un requisito semejante con respecto a las armas? Un aprendizaje mínimo es imprescindible en todos los sentidos, y quien no lo tuviera no podría salir al mundo con un título en la mano. Aparte de cómo contribuyen a la educación integral que proporcionan las universidades estadounidenses, un uso adecuado de ellas podría indudablemente salvar las vidas de los estudiantes durante su estancia en la universidad o, de modo más importante, durante su vida futura. La familiaridad con las armas les animaría a poseerlas y llevarlas consigo y no les dejaría indefensos ante criminales y asesinos.
El mejor anuncio para la NRA que conozco es la película "Elephant". Recrea la matanza de Columbine de una forma muy diferente al panfleto tramposo e indecente de Michael Moore. La cuidadosa reconstrucción revela lo fácil que hubiera sido evitarla si hubiera habido estudiantes y profesores armados dentro del edificio. La película muestra una y otra vez la vulnerabilidad de quienes pueden matar solamente porque son los únicos individuos que pueden disparar. Amplios pasillos vacíos y llenos de luz convierten a cada asesino en un blanco perfecto. Sin embargo, nadie puede tenderles una emboscada, y el capitán del equipo de fútbol americano y la jefa de animadoras, líderes naturales, tienen que esconderse sin poder hacer nada hasta les encuentran y les matan. La banalidad de la violencia, la facilidad con la que individuos honrados y no maniatados por el Estado pueden defenderse, y la complicidad cobarde con los asesinos por parte del progrerío quedan perfectamente claras en Columbine, en "Elephant" y ayer mismo en Virginia. Hoy día las leyes matan, las armas salvan. Repítase hasta que se cambie una legislación y una forma de pensar manchadas de sangre inocente.
Fuente: http://hojamanchega.blogspot.com
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