mayo 01, 2007

Tiroteos, otra herencia de los sesenta


Por Thomas Sowell



¿Cuándo ha abierto fuego un asesino múltiple contra una reunión de la Asociación Nacional del Rifle o contra un grupo de cazadores
Alguien decía recientemente que masacres como las de Virginia Tech o la del instituto Columbine son, en gran medida, un fenómeno propio de la década de los sesenta y posteriores. De ser así, estas tragedias pueden añadirse a la larga lista de desastrosas consecuencias de las excitantes ideas y extravagante retórica propias de aquellos años.
¿Qué había en la visión del mundo de la década de los sesenta que pudiera hacer concluir a alguien que es correcto disparar a personas que no le habían hecho nada?
La culpa colectiva es uno de los legados de los años sesenta que aún permanece con nosotros. Aún estamos viendo cómo se intenta hacer sentir culpable por la esclavitud a personas que nunca fueron propietarias de un esclavo en su vida, y a las que la mera idea de poseer uno les repele. Allá por la década de los sesenta, se consideraba el colmo de la sofisticación entre la intelligentsia izquierdista decir que la sociedad norteamericana –todos nosotros, colectivamente– éramos en cierto modo responsables de los asesinatos de los hermanos Kennedy o de Martin Luther King.
Durante los años sesenta se extendió como la pólvora la idea de que la culpa de que le faltara a alguien cualquier cosa la tenía otro, en concreto, la sociedad. Los pobres, ya fueran en Estados Unidos o en algún país del Tercer Mundo, eran "los desposeídos", aunque nunca hubieran tenido nada que se les pudiera haber quitado.
Los disturbios en los suburbios que proliferaron por el país durante los sesenta fueron todos achacados a la sociedad. Esta visión se formalizó en un informe ampliamente elogiado sobre la violencia urbana por una comisión nacional "oficiosa" encabezada por el gobernador de Illinois, Otto Kerner. El presidente Lyndon Johnson también culpó a las condiciones sociales de la violencia urbana, afirmando: "Todos nosotros sabemos cuáles son esas condiciones: ignorancia, discriminación, pobreza, barrios bajos, enfermedades, insuficientes puestos de trabajo."
Esta generalizada y excitante visión hacía innecesario rebajarse a examinar algo tan mundano como los datos, los cuales habrían incluido el hecho de que los disturbios urbanos tenían lugar con mayor frecuencia y violencia cuando y donde imperaba esta visión de culpa colectiva.
Las ciudades sureñas, que en aquellos días padecían la discriminación y la pobreza más graves del país, no sufrieron ni de lejos tantos tumultos, ni tan graves, como las ciudades alejadas del sur. Detroit, que sufrió el más letal de todos los disturbios de los años sesenta, con 43 muertos, tenía una tasa de paro entre los negros del 3,4%, inferior a la tasa de paro nacional entre los blancos. Chicago, cuyo alcalde, Richard J. Daley, no se tragó los intentos progresistas de hacernos sentir culpables colectivamente, fue una de las pocas grandes ciudades del norte en escapar de la oleada de disturbios que recorrió el país en 1967.
Este tipo de disturbios urbanos masivos que tuvieron lugar por todo Estados Unidos durante la administración de Lyndon Johnson pasaron a ser virtualmente desconocidos durante los ocho años de la de Reagan, que proyectaba una visión del mundo completamente distinta. Pero tanto entonces como ahora los hechos quedaban en un discreto segundo plano frente a trasnochadas visiones y su retórica radical.
Si resulta que fueran otros los responsables de lo que quiera que esté ausente en su vida, arremeter indiscriminadamente contra gentes que no le han hecho nada personalmente puede sonarle razonable a muchos. Ya sean o no los asesinatos de Virginia Tech resultado de una demencia médicamente comprobable, lo cierto es que siempre ha habido personas dementes, pero nunca han tenido lugar masacres de este tipo con la frecuencia con que las llevamos sufriendo desde los sesenta.
El control de las armas tampoco es la respuesta mágica, como sugieren con frecuencia el mismo tipo de personas que creen en la responsabilidad colectiva en lugar de la responsabilidad individual. Puesto que el asesinato es ilegal en todas partes, ¿por qué iba a obedecer una ley en contra de obtener armas –que son fáciles de conseguir ilegalmente– una persona que no está dispuesta a obedecer la ley en contra del asesinato?
Uno de los muchos hechos obvios que pasan voluntariamente por alto las personas impresionadas por las visiones y la retórica es que las masacres tienen lugar casi siempre en zonas libres de armas, como escuelas, lugares de trabajo o casas de oración. ¿Cuándo ha abierto fuego un asesino múltiple contra una reunión de la Asociación Nacional del Rifle o contra un grupo de cazadores? En lugar de prohibir las armas, tal vez deberíamos volver a evaluar críticamente los dogmas que nos dejaron en herencia los años sesenta.

Thomas Sowell es doctor en Economía y escritor. Es especialista del Instituto Hoover.

No hay comentarios.: